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Música y Libros

Les Luthiers: viaje al origen de unos locos geniales

De izquierda a derecha: Carlos Nuñez Cortes, Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich.

De izquierda a derecha: Carlos Nuñez Cortes, Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich.

Foto:Juan Mabromata / AFP - Archivo / EL TIEMPO

Un adelanto del libro sobre el grupo humorístico musical que ganó el premio Princesa de Asturias.

Les Luthiers, la agrupación argentina de humor musical que esta semana recibió el Premio Princesa de Asturias, empezó como un retozo estudiantil. En el siguiente artículo, Daniel Samper Pizano, su biógrafo oficial, cuenta cómo fueron esos orígenes.
El texto hace parte del libro ‘La vida privada de Les Luthiers: las fotos del grupo en sus momentos de intimidad, tomadas a lo largo de 50 años’, escrito por el periodista colombiano y que recoge imágenes informales captadas por el ‘luthier’ Jorge Maronna durante el medio siglo de vida del grupo.
EL TIEMPO lo publica este domingo como una primicia –la obra aún no llega a las librerías–, en tributo a la genialidad de estos músicos y humoristas.
***
I Musicisti era una pandilla formada por una decena de miembros del coro de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires y otros cuantos cómplices que solían participar en el festival anual de agrupaciones corales universitarias. En el de 1964, celebrado en La Plata, un ingenioso alumno de último año de arquitectura, Gerardo Masana, había montado cierta ópera paródica hallada en viejos baúles de su familia. ‘Il figlio del pirata’ se presentó con delirante éxito “fuera de programa” en el festival, y quienes participaron en ella decidieron persistir en el mismo camino: música+humor.
Fue así como en 1965 se presentó la ‘Cantata Modatón’, a la que luego se cambió el nombre por ‘Cantata Laxatón’, obra del mismo Masana inspirada en las dificultades del tránsito en general y, en particular, del tránsito intestinal. La musa del compositor había sido un prospecto del fármaco Modatón, recomendado para la noble tarea gástrica. Los colegas que compartían las bromas musicales no solo interpretaban piezas zumbonas, sino que lo hacían con instrumentos fabricados principalmente por Masana y su amigo, el médico Carlos Iraldi. Además de intérprete y compositor, Masana era plomero, carpintero y electricista en casa propia. En diciembre de 1965 los invitaron a un programa de televisión y, puestos en el trance de buscar nombre, escogieron el de I Musicisti, un guiño al célebre conjunto I Musici.
Después de nuevas y exitosas presentaciones en el Instituto Di Tella, meca de los nuevos movimientos culturales de Buenos Aires, I Musicisti empezó a registrar discrepancias y tensiones entre sus miembros, hasta que el 4 de septiembre de 1967, al terminar la quincuagésimo séptima función de ‘IMYLOH’, el cuero no dio para más y se rajó. Esa noche Masana comunicó al resto de la banda que se marchaba con sus partituras y sus instrumentos. Lo siguió una minoría de los ‘musicistis’: los susodichos Maronna, Rabinovich y Mundstock.
¿Quiénes eran estos individuos? ¿Qué los unía? ¿En qué actividades se entretenían? ¿Cómo lograron conseguir el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2017, algo así como el Premio Nobel en español?
Jorge Maronna, que habría llegado a ser un excelso cirujano si no se hubiera desmayado la primera vez que vio sangre en la escuela de Medicina, había nacido en Bahía Blanca, tenía 19 años y una meritoria trayectoria como guitarrista y, empuñando su primera cámara, se revelaba como flamante aficionado a la fotografía (según se demuestra en este libro). Maronna era el más joven del grupo rebelde, dato que intentaba ocultar tras una barba indecisa y unas gafas de inspector de impuestos. En la vida real estudiaba Composición en la Universidad Católica Argentina. Más tarde fue autor de música culta y popular y, en dúo con amigos periodistas o novelistas, escribió cinco libros de humor. También fue padre de cinco hijos. Solo le falta plantar cinco árboles.
Daniel Rabinovich, porteño de 23 años, cursaba Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Era intérprete de guitarra por afición y parrillero de asado por vocación. Más tarde se graduó de escribano (notario), fungió como representante de Les Luthiers, tuvo mala suerte como ganadero, triunfó como actor cómico en escena, cine y televisión, escribió cuentos, cantó, tocó e inventó una de las especialidades de Les Luthiers: la trabazón de lengua y el despiporre de palabras que, en diálogo con Marcos Mundstock, produjo números estelares inolvidables y arrevesadas lecturas.
Marcos Mundstock, a su vez, nacido en Santa Fe, publicista y locutor, dueño de una voz que invoca de inmediato a Les Luthiers, tenía entonces 25 años. Con el paso de los días se convirtió en autor de los principales textos de introducción a las obras de los espectáculos luthieranos y presentador emblemático, actor de rico registro (lo mismo encarna a Drácula que al viejo ‘crooner’ José Duval), intérprete mundialmente famoso de ‘gom-horn’ y cantante capaz de proyectarse como bajo o como contratenor, según las exigencias del libreto y el estado del tiempo. Ah, y futbolista aficionado de caballeroso estilo.
A Maronna, Mundstock y Rabinovich los unían la música, el humor y Gerardo Masana, talento desbordado y motor del flamante grupo. Apodado el Flaco, hacía honor a su nombre. Cultivaba fama de hombre imaginativo y desprendido. Tan desprendido, que apenas tres años después de nacido el conjunto, se desprendió de su empleo como arquitecto y se dedicó a componer música y descomponer artefactos para transformarlos en instrumentos: un violín con una lata de jamón (‘latín’); un chelo con una guitarra, una pata (quizás de paraguas) y un arco (‘contrachitarrone da gamba’); una especie de trombón con tubos acartonados (bass-pipe); una máquina de escribir capaz de interpretar partituras (‘dactilófono’, o ‘máquina de tocar’).
El oscuro año 1967 terminó con dos acontecimientos trascendentales, simultáneos y paralelos. El 14 de noviembre, mientras en EE. UU. el físico Theodore Maiman patentaba el primer rayo láser, en el escenario del Di Tella renacía ‘Il figlio del pirata’ a cargo de unos señores destinados a hacer famoso el nombre de Les Luthiers, que ofrecían, además, nuevas canciones de Mundstock, Masana y Maronna.
Les Luthiers saltaron pronto del público selecto y relativamente escaso del Di Tella al público amplio y escasamente selecto de la televisión. Durante cuatro meses de 1968 participaron en un programa humorístico por la pantalla chica llamado ‘Todos somos mala gente’, para el que, a la carrera, escribían, ensayaban y representaban cada semana una nueva canción. Entre otras obras, allí se estrenó la ‘Cantata de Tarzán’, que alcanzó cierta fama en el África. Durante este periodo, Daniel estuvo de licencia para terminar su carrera de escribano y, ante la dificultad de conseguir un tenor-violinista, lo reemplazaron durante unos meses con un tenor y una violinista. En un intento de engañar a la audiencia, la mujer también se apellidaba Rabinovich.
El año siguiente, 1969, marcó una fecha importante: en enero Les Luthiers realizaron su primera actuación fuera de la Argentina. Punta del Este, el balneario uruguayo, fue el histórico lugar.
Entre tanto, también los antiguos compañeros de I Musicisti seguían actuando. De todos ellos, los ‘luthiers’ echaban de menos con especial nostalgia a un químico de encomiable vis cómica y habilidad para el piano. Lo llamaban Carlitos o el Loco, coleccionaba caracoles y su nombre real era y es el de Carlos Núñez Cortés. Emulando a los directivos de fútbol, los ‘luthiers’ se propusieron fichar a Carlitos y consiguieron conquistarlo dos años más tarde merced a diversos y engañosos halagos. Ahora eran cinco miembros, contando a este personaje de rasgos chaplinescos nacido en 1942 en Buenos Aires, que habría de acompañar a los ‘luthiers’ durante los próximos 48 años y se encargaría de las relaciones con los miles de seguidores o ‘cholulos’ que dan la vida por Les Luthiers y las seguidoras o ‘cholulas’ que la dan por Carlitos.
También se sumaron al elenco el director de orquesta Carlos López Puccio, contratado en 1969 como violinista, y el arquitecto Ernesto Acher, que aportó piezas de ‘jazz’ ya clásicas al repertorio de Les Luthiers y vistió el traje oficial del grupo entre 1971 y 1986.
El maestro López recuerda cómo era su vida antes de que lo apodaran simplemente Pucho: “Yo era un empleado y jugaba estrictamente como tal. No abría la boca, cumplía al minuto con mi horario y, a pesar de que éramos amigos, me limitaba a hacer aquello para lo que había sido llamado”. Rosarino, director de agrupaciones corales tan reconocidas como el Nueve de Cámara y el Estudio Coral de Buenos Aires, recibió impertérrito un tiempo después la propuesta de vincularse como socio de Les Luthiers. “Me invitaban a hacerme socio de una desventura, de una bancarrota, y naturalmente acepté”, declaró hace unos años al famoso libro ‘Les Luthiers de la L a la S’, que documenta de manera ágil y exhaustiva la historia del grupo. Aquel día, el silencioso empleado extrajo de su maletín el fragmento de una ópera fruto de su imaginación que dos meses después formó parte del nuevo espectáculo.
Agazapado en la sombra, lejos de las candilejas y cerca del cariño de todos, el Negro Fontanarrosa, a quien nadie llamaba Roberto, hizo las veces de asesor creativo de Les Luthiers desde 1979 hasta su fallecimiento, en el 2007. Muchos de sus aportes siguen vivos en no pocos textos clásicos del espectáculo. Famoso humorista y emblema del equipo Rosario Central, Fontanarrosa disfrutó de una popularidad equivalente a la del Pato Donald y dejó una perdurable obra gráfica y literaria.
Terminaba el año de 1971, que vio el disco inaugural de Les Luthiers (‘Sonamos pese a todo’), y se abría 1972, con la perspectiva de nuevos viajes internacionales: Montevideo, Caracas, contratos para México y España… Dolorosamente, en noviembre de 1973 falleció Gerardo Masana víctima de una leucemia implacable. Fue un momento crítico en el que los demás compañeros, aquejados por un sentimiento de orfandad, suspendieron las funciones y se quedaron pasmados cuando más promisorio parecía el panorama.
Fue Rabinovich quien los convocó a superar el formidable obstáculo que significaba la ausencia definitiva del fundador y líder del grupo.
—Muchachos –dijo–, tenemos que continuar. Si suspendemos otra función, no subimos más al escenario. Por más duro que sea, hay que seguir. Por Gerardo, tenemos que seguir.
Y siguieron. El 21 de agosto del 2015, al fallecer Rabinovich en su casa de Buenos Aires, sus compañeros repitieron la lección que él les había dado aquella vez, cuando estuvieron a punto de abandonar el humor y la música. Dos días después, con los ojos aún enrojecidos, regresaron al escenario sin Daniel.
Dos nuevos ‘luthiers’ los acompañaban ahora: eran dos reemplazantes que habían sido promovidos al saludo principal y el trabajo estable. En vez de reducirse a cuatro, Les Luthiers volvían a ser seis.
Horacio ‘Tato’ Turano, porteño modelo 1953, llevaba entonces 15 años en el banquillo de Les Luthiers; su versatilidad como músico de diversos instrumentos, cantante y actor le permitía suplir cualquier ausencia temporal. Ahora formaba parte del equipo titular.
Cuando nació Les Luthiers, lloraba en la cuna Martín O’Connor, el más joven pero el más grandote del grupo. Tuvieron que transcurrir más de cuatro décadas para que, en el 2012, empezara a cantar y actuar con ellos. Su voz operática y sus habilidades escénicas recuerdan el papel que jugó Daniel en el grupo durante casi medio siglo. Al morir Rabinovich, entró de manera firme al conjunto.

Un ‘Espejo crítico y referente de libertad’

El humor y el ingenio de Les Luthiers fue galardonado el miércoles con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2017, que los reconoció como “espejo crítico y un referente de libertad en la sociedad contemporánea”. Este grupo argentino ha compuesto más de 170 canciones y fabricado más de 30 instrumentos. En el 2011 recibieron el Grammy Latino a la excelencia musical.
DANIEL SAMPER PIZANO
Especial para EL TIEMPO
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