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La música, otro tono del realismo mágico

Gabo fue un melómano consumado y su pluma lo llevó a conocer compositores del mundo.

“Tengo más discos que libros”, dijo Gabriel García Márquez en alguna ocasión, en los años 80, cuando le preguntaron acerca de su colección personal, que recopilaba desde el Trío Matamoros y los Tamboritos de Panamá, hasta el barroco de Vivaldi. Obviamente, lo que más tuvo que ver con su vida y sus libros eran “los cantos vallenatos de la costa del Caribe de Colombia”.
Ese vallenato también lo retroalimentó en toda su escritura, y se destacó de forma más notoria en líneas expresas de Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera.
“La música de Rafael Escalona está elaborada en la misma materia de los recuerdos”, dijo el nobel sobre su amigo compositor, quien por allá en los años 50 le compartió historias que dieron pie a algunas de sus narraciones. En retribución a él y a otros juglares como Leandro Díaz, Gabo fue uno de los cofundadores del Festival Vallenato, en Valledupar.
“No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”, escribió Gabo en su segundo artículo periodístico, publicado en el diario El Universal de Cartagena en 1948, una frase que hoy colma los corazones de los amantes del vallenato.
Pero, paradójicamente, Gabo también contó alguna vez que cuando escribió Cien años de soledad, la música que estaba escuchando entonces giraba entre Rachmaninoff, Debussy y A Hard Day’s Night, de los Beatles, y que el ritmo del escrito estaba conectado con el ritmo mismo de estas músicas.
También estuvo presente en la memoria sonora de Gabo el bolero, “ese corruptor de mayores”, como lo llama César Pagano, otro de sus cómplices en esa melomanía siempre sedienta. Decía el escritor César Coca en su libro García Márquez canta un bolero (2007), que así como Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas, El amor en los tiempos del cólera “es un bolero de 380”.
Fue precisamente el bolero el único ‘abismo insondable’ en la profunda amistad entre Gabo y Álvaro Mutis. Contó el cataquero en su texto Mi amigo Mutis (1997) que no podía entender cómo en su vasta cultura y erudición de la música –que también relacionaba con una ‘debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos’ de Bruckner– y en medio de tantas veces que se sentaron a escuchar discos juntos, su contertulio bogotano dejaba entrever una ‘insensibilidad para el bolero’.
En un ensayo sobre Gabo y los sonidos que determinaron su producción literaria, Juan Gustavo Cobo Borda concluyó que “la música, para García Márquez, parece señalar otro país mejor, donde la convivencia sea factible y la exultación eufórica del espíritu, trascendiendo sus ataduras terrestres, permite sobrellevar y trascender el peso de una violencia sucia y milenaria”.
Un acto de retribución
En concordancia histórica, la obra del nobel colombiano influyó en incontables trabajos de músicos de todo el mundo, en diversos géneros.
Entre algunas relaciones obvias podría contarse aquella con Shakira: Hay amores, Pienso en ti y Despedida son tres canciones de la barranquillera que están ligadas profundamente a la historia de Gabo. Fueron banda sonora de la adaptación cinematográfica de El amor en los tiempos del cólera, por solicitud expresa del escritor a la cantante, con quien compartió en varias oportunidades en México.
De hecho, esa amistad comenzó con la entrevista-perfil que el escritor le hizo a la barranquillera en 1999 para la revista Cambio.
Otra amistad singular nació entre el nobel y los cantantes Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat, que dio pie a la canción Después de los despueses, y que cita en su letra: “La pasión según el Gabo oxida y envejece, cobra vida en invierno y amanece con cuernos y sin rabo”.
Un álbum dedicado enteramente a la influencia de García Márquez fue el del cantante flamenco Juan Peña ‘El Lebrijano’, que se tituló Cuando Lebrijano canta se moja el agua (2008), una metáfora que el escritor le regaló en una tertulia entre amigos, en España. Y recrea entre cantes La cándida Eréndira, Isabel viendo llover en Macondo y El rastro de tu sangre en la nieve, bajo la autorización de Carmen Balcells.
“Los textos de García Márquez dan para que tu mente haga con ellos lo que sea en la improvisación, y este trabajo de trabalenguas funcionó con una melodía que me salió del cielo”, cuenta ‘El Lebrijano’ de su viaje por las líneas del escritor.
Rubén Blades también plasmó esa influencia de Gabo en el disco Agua de luna, de 1987, que se basó en sus primeros cuentos e inspiró una de las canciones más recordadas del panameño: Ojos de perro azul.
Silvio Rodríguez ha contado que también cosechó en la canción San Petersburgo su encuentro con Gabo, un día que ambos viajaron juntos en un avión en el que los dos eran los únicos pasajeros.
Ese impacto en la música llegó aún más allá de la lengua española. Por ejemplo, empapó a músicos de jazz como Brill Frisell, quien en 1988, en su aclamado álbum Lookout for Hope, del sello ECM, dio vida al personaje de Remedios la bella en uno de sus temas.
Dejando huella en la música italiana, el compositor Fabrizio de André creó una estampa de Aureliano Buendía en la canción Sally (1978), mientras que el grupo Modena City Ramblers publicó el álbum Terra e Libertá (1997).
“La literatura de Gabo está muy presente en la música –comentó a EL TIEMPO el cantante italiano Lorenzo Jovanotti–. El realismo mágico de Gabo es una forma de periodismo, de contar y describir lo que de verdad está ahí. No es una invención, sino una profunda conexión con la realidad”.
Sin ir muy lejos en el tiempo, Alex Turner, líder de la banda británica de rock Arctic Monkeys, reconoció hace pocas semanas en una entrevista que su álbum AM fue influenciado casi en su totalidad por el universo literario del escritor: “La mayoría de las canciones describen escenarios que se sienten como un cuadro surrealista”, sostiene el cantante.
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