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Aracataca despide a su hijo ilustre

"No es casualidad que se haya muerto el mismo Jueves Santo que Úrsula Iguarán", dijo un habitante.

Desde que se supo de su muerte, en el pueblo natal de Gabriel García Márquez no hay un solo vecino que no lo recuerde y que no teja una historia mágica sobre su partida. (Vea el especial: Macondo está de luto)
Tanto así que hay quienes aseguran que a las 3 p. m. del caluroso Jueves Santo, cuando las campanas de la iglesia de San José los alertaban sobre la noticia, un ventarrón frío se coló por las calles del pueblo y estremeció hasta los huesos a todos los cataqueros.
“No es casualidad que se haya muerto el mismo Jueves Santo que Úrsula Iguarán, la matrona de Cien años de soledad; eso era una premonición”, aseguró un viejo del pueblo, mientras se ocultaba del sol.
El ánimo de los cataqueros no es de tristeza. Por el contrario, más que nunca en estos días se los ha visto orgullosos de haber tenido entre sus hijos a Gabo. Las mujeres lucen vestidos de mariposas amarillas, y en los alrededores de la casa natal del escritor, que hoy es un museo, un joven artista lleva sentado tres días en pequeños banquillos mientras pinta el rostro del cataquero ganador del Nobel en cuadros coloridos. (Vea las fotografías de cómo Aracataca honra la memoria de Gabo)
Decenas de reporteros nacionales y extranjeros están agolpados ante la casa, y los vecinos relatan una y otra vez a las cámaras los recuerdos que tienen del escritor.
Nicolás Arias, primo del nobel, contó que estaba en su tienda, en el barrio El Carmen, y sonaba un vallenato de Diomedes Díaz, a petición de los clientes que tomaban cerveza, cuando una sobrina llegó a darle la triste noticia. “Tío, acaba de morir Gabo”, le dijo Carmen Pacheco.
Enseguida corrió a encender la televisión y lo confirmó. Quedó frío. Se le salieron las lágrimas. Esperaba que ocurriera por los quebrantos de salud del más destacado escritor colombiano, pero no tan pronto.
“El mes pasado se murió Gustavo (hermano menor de Gabo) y ahora él”, dijo Nicolás, sentado en la terraza de su casa. Él y su hermana Elvira Arias son los únicos familiares del escritor que aún residen en Aracataca.
Hace tres años, recordó en su casa, en la que tiene colgado en una pared un retrato del escritor, se encontraron con Gabo en Cartagena y lo vieron lleno de vida. Tanto, que llegó caminando a la sede de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada y presidida por él, después de dejar tirado el carro que lo llevaba en medio de un trancón. “Pidió un whisky para brindar conmigo, pero había ron y no quiso”, dijo Nicolás, de 78 años y con cabello blanco nieve.
El jueves, tras la muerte de su hijo ilustre y cuando Aracataca entera se concentraba en la Casa Museo Gabriel García Márquez para despedirlo, Nicolás no pudo llegar porque estaba recién operado de un pie y camina con dificultad.
En La Hojarasca, una pequeña cafetería con aire acondicionado que queda al lado de la Casa Museo y que copia el nombre de la primera novela de Gabo, algunos se resguardan del fogaje que se desprende del pavimento. Cerca de allí, Aníbal Calle, un viejo de dientes gastados que a finales de abril cumplirá 95 años, no se cansa de contar que veía pasar a Gabito por las calles de Aracataca cuando lo llevaban de la mano para el colegio Montessori.
Y Éver Calle García, docente de primaria de la Institución Educativa Elvia Vizcaíno de Todaro, decía que escritores con la genialidad de García Márquez no se repiten. “Por el momento no nacerá otro así, porque esos dones los da Dios”, dijo.
Este cataquero, que creció junto a la casa natal de Gabo, aseguró con orgullo que en el colegio donde trabaja, todos los 6 de marzo, fecha del cumpleaños del escritor, realizan una jornada de ‘Gabolectura’ para incentivar en los alumnos la lectura de sus cuentos y novelas.
A pesar de que su corazón ya no late, para los cataqueros Gabo aún no ha muerto. Sigue vivo en la inmortalidad de su obra. Mañana, Aracataca realizará un sepelio simbólico, que saldrá de la Casa Museo y culminará en la iglesia de San José.
Ahora esperan que este no sea el último adiós de su hijo ilustre, sino que vuelvan sus cenizas, para reposar en su casa de infancia.
PAOLA BENJUMEA BRITO
Enviada especial de EL TIEMPO a ARACATACA (MAGDALENA).
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