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¿Qué pasaría si desapareciera el aporte de la filosofía a la sociedad?

Vicente Durán Casas, sacerdote jesuita y catedrático en filosofía.

Vicente Durán Casas, sacerdote jesuita y catedrático en filosofía.

Foto:Archivo / EL TIEMPO

Catedrático y sacerdote habla sobre algunos de los temas que ocupan a los pensadores.

Padre Vicente Durán Casas, hoy como nunca parecería pertinente la pregunta ¿para qué la filosofía?
Sobre esto recuerdo una anécdota muy significativa: una joven que se presentó a estudiar filosofía en la Javeriana llegó en compañía de su papá, quien al hablar con el decano le dijo: “Profesor, dígale a mi hija que estudie una carrera que sirva para algo”.
Existe la idea de que la filosofía no sirve para nada. Usted se gradúa y ¿dónde va a conseguir trabajo? Y, en parte es cierto, porque la filosofía no es una profesión sino una actividad de la inteligencia humana, una disciplina académica en torno a problemas, a preguntas que la inteligencia humana se hace acerca de ciertos temas sobre los que no es posible dar una respuesta contundente y válida para siempre.
Digamos que sirve para pensar correctamente. Para hacer preguntas que otros no hacen o que otras profesiones no llegan a hacerse: ¿qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido de la vida humana?, ¿en qué consiste la felicidad?, ¿en qué consiste la justicia?, ¿existe Dios?, ¿existe el alma inmortal?, ¿qué es la libertad?
Son preguntas que han puesto a pensar a mucha gente muy inteligente desde los griegos, e incluso desde antes, en todas las culturas. Nosotros somos muy cercanos a la tradición griega, romana, europea, occidental, pero esas mismas preguntas existen en India, África, Oriente, China, Japón, Corea, donde hay una sabiduría distinta de la nuestra, pero similar en muchos aspectos.
De manera que esa pregunta la entiendo, pero a veces me preocupa porque puede significar que si no tiene una aplicación inmediata, visible y práctica, utilitarista, pareciera que entonces no vale la pena. Y ahí sí es preocupante porque hay preguntas que es bueno que el ser humano se las plantee, se confronte con ellas, así no pueda ofrecer una respuesta definitiva y contundente.
¿Eso cómo se logra? Se logra cuando uno coge los textos de autores como Platón, Aristóteles, San Agustín, Descartes, tantos que en el mundo antiguo, el mundo moderno o en el mundo contemporáneo se hacen preguntas de ese calibre.
¿Qué sucedería si desapareciera ese aporte de la filosofía a la sociedad?
Si eso desapareciera perderíamos muchos horizontes, puntos de referencia que necesitamos para saber a dónde vamos, qué debemos corregir, cómo debemos dirigir nuestras instituciones con el propósito, por ejemplo, de alcanzar mayor libertad para las personas, mejor comunicación, mayor tolerancia, respeto por la diversidad, por las culturas, por las religiones, por los modos de ser.
No son solo preguntas teóricas, son preguntas que orientan nuestra práctica como personas y como sociedad. Mi invitación es a que le demos a la filosofía una importancia muy grande.
¿Es diferente ser graduado en filosofía y ser filósofo?
Filósofos somos todos los que pensamos, los que tenemos la capacidad para hacernos preguntas inteligentes en la vida. En ese sentido podemos decir que todos asumimos un modo de pensar, una filosofía. Pero a las personas que se dedican a eso y toman esas preguntas desde su raíz histórica y les hacen el seguimiento para profundizar en ellas, pues, si quieren hacer eso ordenadamente, yo les sugiero estudiar filosofía, que es la manera organizada como uno se sienta a profundizar en autores como Platón y Aristóteles, para hablar solo de dos que reflexionaron sobre el hombre, el alma humana, la política, la justicia, la libertad…
... sobre el amor…
… el amor, las pasiones humanas. Que cuando uno las lee dice ‘caramba, tenemos que volver hoy a esos filósofos para entendernos mejor a nosotros mismos’. Eso es lo que hacemos quienes nos dedicamos a leer estos autores no por el placer histórico de conocer a extraordinarios pensadores, sino para entender nuestro mundo mejor. Yo me especialicé en Kant, que vivió hace más de 200 años, pero podría decir lo mismo de Aristóteles o de Platón, que vivieron hace más de 2.500 años. Sus planteamientos son de una actualidad enorme.
¿Es tan complejo el lenguaje de la filosofía y tan difícil pensar con método?
Estoy leyendo de nuevo Cómo orientarse en el pensamiento, un pequeño libro de Kant. ¿Orientarse en el pensamiento es un camello? No, no necesariamente. El pensamiento –la razón– es algo que necesita ser orientado, pero a su vez orienta. Parece una paradoja. ¿Desde dónde? ¿Por quién? Kant dice: la razón se orienta a sí misma poniéndose límites, estableciendo hasta dónde puede llegar y hasta dónde no. Esa es una idea que me parece de enorme actualidad.
El pensamiento orienta, pero el pensamiento no puede ser una actividad que nos conduzca a la locura. Si el pensamiento no se pone límites ni le pone límites a la libertad humana, si no entiende qué es lo que hace cuando razona, si no entiende las leyes que rigen el pensamiento humano (la lógica, el argumento discursivo), si no entiende que toda la actividad llevada a cabo por la razón está limitada por esa otra parte de la condición humana que es la voluntad, el deseo, las pasiones, puede llevar a construir monstruos que hacen imposible la vida humana.
Volviendo a la pregunta sobre orientarse en el pensamiento, eso no significa que se tenga que desarrollar mediante un lenguaje imposible de comprender para el hombre común y corriente. Pero sí implica lectura. Son problemas hondos, que no son superficiales. Y requieren una disciplina para el estudio y la comprensión de la actividad del pensamiento.
Hay un texto de otro filósofo más contemporáneo, Martin Heidegger: ¿Qué significa pensar? Pareciera que todos sabemos lo que significa pensar, y resulta que no. El pensamiento tiene muchas derivaciones: está el pensamiento científico, ¿cómo se comportan los elementos físicos en el mundo a través de las distintas ciencias?
Pero, el pensamiento va más allá de eso. El pensamiento implica al hombre, el pensamiento no puede desconocer que nosotros, para nosotros mismos, podemos llegar a ser un misterio. ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Cuál es nuestro destino? Preguntas que el pensamiento también se hace y que a veces pareciera que es mejor no hacer.
¿Cuáles son esas preguntas para el mundo actual?
Por ejemplo, ¿cuál es la relación que debemos tener los seres humanos con la naturaleza no humana, las plantas, los bosques, los mares, los ríos, las aguas, los animales? ¿Podemos destruir el entorno de los recursos naturales porque somos los ‘reyes de la naturaleza’ y, algunos dirían, del universo entero?
Nuestra propia inteligencia nos impone límites. Son preguntas que uno hace y parecieran extrañas, pero en el fondo están tocando problemas de la vida cotidiana que nos atañen a todos: el sentido de la democracia, de la dignidad humana…
... la economía…
La economía. Evidentemente, los filósofos no tenemos las respuestas definitivas. Pero, cuando leemos textos, por ejemplo, de economía, de justicia social, sobre los recursos, sobre los límites del desarrollo económico, nos preguntamos si no vale la pena volver a la pregunta sobre la naturaleza humana para saber ponernos límites como especie (frente) a nuestro propio desarrollo. ¿O vamos a satisfacer nuestros deseos de consumo, de energía, de bienes, de riqueza destruyendo la naturaleza? ¿Quién pone esos límites? ¿Deben ponerlos los gobiernos, las religiones, la inteligencia humana, el control humano sobre las propias acciones? Todas estas son preguntas de orden filosófico, político, que los filósofos creemos necesario plantear para entender mejor el mundo en que vivimos.
¿El haber desechado las humanidades en la educación no nos está llevando a un mundo en el que solo vale la técnica, abandonando los valores?
Hace pocos años, la filósofa estadounidense Marta Nussbaum escribió un libro titulado Non Profit (sin fines de lucro). ¿Por qué la democracia necesita de las humanidades? Qué interesante subtítulo. Un mundo más democrático tiene que ser un mundo donde las personas comprendan mejor las diferencias culturales, religiosas y en las sensibilidades humanas, en vez de creer que todos tenemos que hablar el mismo lenguaje y los mismos gustos estéticos, divertirnos con las mismas películas y reírnos con los mismos chistes. Eso sería un empobrecimiento de la riqueza humana, que es enormemente diversa. Es lamentable que en el mundo de hoy se hagan caricaturas sobre religiones, sobre el cristianismo, sobre el islam, sobre el judaísmo… Hay una percepción de que el mundo solo tiene una manera de entenderse adecuadamente, prescindiendo de la diversidad cultural. Una racionalidad capitalista que piensa en una sola manera de ser feliz, que es consumiendo bienes y explotando la naturaleza, y dejando por fuera la manera de vivir y disfrutar la vida de poblaciones enteras en África, América Latina, en Asia, donde las relaciones con los demás, con uno mismo, con Dios, con la naturaleza, están mediadas por una cantidad de tradiciones culturales muy ricas.
Eso desde la filosofía se plantea hoy como interculturalidad, o la manera de relacionarnos desde la propia riqueza cultural de cada pueblo. Si queremos que haya democracia, debemos tener personas sensibles a esa diversidad, y eso se logra a través de las humanidades, que sensibilizan la inteligencia humana respecto de la universalidad de lo humano. Los grandes sistemas fascistas de destrucción del ser humano han tenido como punto de partida la burla de lo que es diferente, de los que sienten y piensan diferente. Eso es sumamente peligroso. Y uno ve tendencias en diversos estamentos mundiales a no reconocer el valor de lo diverso, y uno de los puntos en que más fecunda la filosofía se muestra es cuando defiende todo lo contrario: que la razón humana, precisamente por su carácter universal, no puede identificarse con una sola cultura, una sola racionalidad económica o con una sola religión, con una sola manera de entender el mundo.
La ética, una rama de la filosofía, se ha vuelto asunto cotidiano. ¿A qué hora terminamos en semejante estado de corrupción?
La corrupción no es solo, evidentemente, en Colombia. Y, de nuevo, no es solo que el hombre no sabe cómo orientarse en su pensamiento, sino que no sabe cómo orientarse en su comportamiento. Creemos que podemos comportarnos de cualquier forma mientras no violemos el código penal.
Estos casos parecieran estar orientados por un principio que sería algo como “haz lo que quieras con tal de que no te pillen”. Creo que la vida orientada de esa forma es una vida infeliz y que hace infelices a los demás y al mundo.
El ser humano no puede orientarse en su comportamiento por criterios tan estrechos. Parece que la libertad de expresión se rige por el principio del código penal: yo puedo decir lo que quiera, difamar o mentir, mientras no viole el código penal. Una sociedad que se guía de esa forma es una sociedad que se limita, se empobrece y no está bien orientada. El ser humano no puede comportarse con el único objetivo en la vida de que no lo pillen.
Yo quisiera vivir en un mundo donde la gente trabaje para ser feliz y para ser feliz haciendo el bien. Como dice Kant, no solamente alcanzando la felicidad sino haciéndose dignos de la felicidad. Eso es lo que le hace falta al mundo de hoy, entender que no solo se trata de alcanzar la felicidad entendida como la satisfacción de nuestros más hondos deseos, sino de hacerlo de una manera que pueda ser asumida sin ponernos rojos de vergüenza. Hemos alcanzado niveles de desarrollo económico y social de modos que no nos dan vergüenza. Nos parece que es natural.
En Colombia se han alcanzado fortunas económicas a través de la corrupción, el narcotráfico, el secuestro, de la violencia, y no nos da vergüenza porque el código penal no nos ha logrado demostrar nada.
FRANCISCO CELIS ALBÁN
Editor EL TIEMPO
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