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Balenciaga: viaje al origen de una leyenda de la moda

Imagen del modisto vasco a los 32 años.

Imagen del modisto vasco a los 32 años.

Foto:Victoria & Albert Museum

La historia del hijo de un pescador y una costurera que se convirtió en un referente del diseño.

Juan Carlos Rojas
Si no fuera por la placa en una de sus paredes, la casa no se distinguiría de las otras de Aldamar, una calle de adoquines en el casco histórico de Getaria, una villa de la costa de Guipúzcoa, la provincia más pequeña del País Vasco. Pero esta casa es importante. La placa blanca lo aclara: ‘Cristóbal Balenciaga (1895-1972)’. En esta casa nació el célebre modisto’. La frase está en vasco, español, inglés y francés.
“Todos los turistas fotografían esta casa”, refunfuña Nora, de 76 años. Nunca conoció al modisto, pero dice que, como el otro ilustre getariano, Juan Sebastián Elcano, Balenciaga le dio la vuelta al mundo.
A lo lejos, en una loma, se ve el Museo de la Fundación Cristóbal Balenciaga, que reúne la obra del vasco, quien partió en 1917 para vestir a la aristocracia de San Sebastián, donde abrió su primer taller. Igor Uria, director de colecciones, explica: “Balenciaga nunca olvidó de dónde venía. Muchas de sus costureras provenían de pueblos cercanos. En temporada baja, en lugar de mandarlas a casa las ocupaba haciendo chaquetas para los pastores. Daba dinero a la iglesia y a la Alcaldía. Vivía en París, pero nunca perdió el vínculo con su tierra”.
En contraste con la casa del diseñador, el Cristóbal Balenciaga Museoa (su nombre en vasco) es impresionante. Se ve apenas se llega de San Sebastián, a media hora de Getaria. Está conformado por tres cubos de vidrio y se desprende del Palacio de Aldamar, antigua residencia de los marqueses de Casa Torres. Ahí se resguardan las más de 2.000 piezas donadas por las familias de antiguas clientas (incluida Grace Kelly) y amigos cercanos, como el diseñador Hubert de Givenchy. De esta colección se seleccionan los diseños que se exponen cada temporada, además de la muestra permanente, que recorre los casi 60 años de carrera de Balenciaga. Esta retrospectiva, llamada ‘Un legado atemporal’, incluye su primer vestido con registro concreto: un traje de dos piezas que confeccionó en 1912 para el ajuar de novia de su prima Salvadora Egaña.
También hay abrigos con sus emblemáticas mangas melón. Y los modelos que creó cuando ya reinaba en la costura internacional: las faldas globo, los vestidos saco, sus conjuntos túnica y el vestido tipo ‘baby doll’ que provocó revuelo. La colección se divide en tres salas: sus inicios, su reinado en París y sus innovaciones.
“Balenciaga fue un artista”, repiten todos aquí. Y tienen razón. Supo equilibrar la exquisitez de la alta costura con un eclecticismo capaz de descubrir la arquitectura de la estética oriental (muchas de sus creaciones se basan en el kimono) y de encontrar inspiración en las vestimentas típicas (las capas, las chaquetillas de los toreros y los encajes de las viudas), así como en las pinturas de Zuloaga y Velázquez. El museo recibe más de 50.000 visitas anuales y sus archivos han sido revisados por diseñadores de todo el mundo. Givenchy hace parte de su directorio.

Trucos ocultos

“Un Balenciaga es mucho más importante por lo que esconde que por lo que enseña. La simplicidad es rigurosa en el exterior, pero el interior es pura ingeniería, secretos perfectamente cosidos para nunca desvelarse”. Esta frase, escrita por Judith Thurman en ‘The Absolutist’, un ensayo de ‘The New Yorker’, no solo refleja la costura del diseñador, sino su historia personal, que él resguardó con mucho celo.
Cristóbal Balenciaga Eyzaguirre nació el 21 de enero de 1895. Su padre, Julio, fue un pescador que murió de un derrame cerebral cuando él era niño. Su madre, Martina, era la costurera de las aristócratas que veraneaban en Getaria.
Con solo 12 años creó un vestido para la marquesa de Casa Torres, madre de la futura reina Fabiola de Bélgica. Balenciaga aclaró la historia en ‘Paris Match’: “Yo no tenía más que ojos para ella cuando llegaba a misa. Un día le pedí visitar sus armarios. Aceptó. Fue maravilloso: cada día, después del colegio, trabajaba con sus planchadoras en el último piso del palacio, examinaba cada punto de todas estas obras maestras. Tenía 12 años cuando me autorizó a hacerle un primer modelo. Podéis imaginar mi alegría cuando, al domingo siguiente, ella llegó a la iglesia luciendo mi vestido”. Poco tiempo después, su familia se trasladó a San Sebastián y él, adolescente, se hizo aprendiz de una sastrería inglesa. En 1911 comenzó a trabajar en los almacenes Au Louvre, donde luego asumió la dirección del taller de confecciones para señora. En marzo de 1917, ‘La voz de Guipúzcoa’ publicó este anuncio: ‘Hacen falta buenas cuerpistas y bordadoras’. La referencia era C. Balenciaga. En noviembre de ese año, con 22 años, el modisto abrió su primer taller.
En 1924 estableció la casa de moda Cristóbal Balenciaga. Entre sus clientas estaban la reina María Cristina y la infanta Isabel Alfonsa de Borbón. El éxito lo llevó a abrir en Madrid y Barcelona, pero vino la Guerra Civil y se instaló en París. En 1937, con su amigo polaco Wladzio D’Attanville y el vasco Nicolás Bizcarrondo, fundó la sociedad Balenciaga Couture. D’Attanville conocía a mucha gente, Bizcarrondo tenía dinero y Balenciaga, talento. Ese año realizó su primer desfile.
Su talento se basaba en el rigor técnico y la calidad de los tejidos. Sus diseños estaban confeccionados a mano y su interior ocultaba trucos con efectos inauditos, como un cuello de un traje que prolongaba la silueta de su usuaria o mangas sofisticadas que ocultaban muñecas gruesas o brazos cortos.
Por sus talleres pasaron las más grandes figuras de la escena continental, como las actrices Marlene Dietrich y Greta Garbo, y damas de sociedad. El modisto realizaba sus desfiles fuera del calendario oficial y exigía que se reunieran en solitario con él para las pruebas de sus vestidos. Era capaz de destruir un diseño ya armado si algo no le parecía bien resuelto. También pedía silencio en sus talleres.
En 1968, cuando llegó el ‘prêt-à-porter’ (instaurado por su discípulo André Courrèges), Balenciaga anunció su retiro. Las cosas estaban cambiando y no se sentía cómodo. Había empezado su carrera en la época dorada de la costura, cuando las elegantes se cambiaban tres veces al día y viajaban con baúles. En 1968, el año del Mayo Francés, el modisto cerró las puertas de su casa y dijo: “La alta costura está herida de muerte”.
Después de eso, solo se lo vio en el funeral de Christian Dior. Por petición de una clienta, cosió el vestido de novia de Carmen Martínez-Bordiú, nieta de Franco. El resto del tiempo lo pasó en sus casas de San Sebastián y Javea (Alicante), donde murió en 1972. Su tumba está en Getaria, en un panteón gris que él diseñó, una estructura simple pero imponente, como lo que buscó en su costura.

Homenajes en dos países

El Museo Cristóbal Balenciaga celebra, hasta el 25 de enero, el centenario del inicio en la moda del diseñador con la exposición monográfica Rachel L. Mellon Collection, estructurada en torno del legado de una de sus más importantes clientas: la norteamericana Rachel Lowe Lambert Mellon, conocida como Bunny, quien fue filántropa y amiga personal de los Kennedy. Su familia donó más de 400 prendas.
En Londres, el Victoria & Albert Museum inauguró otra exposición sobre el modisto de Getaria, que estará abierta hasta el 18 de febrero.
JUAN LUIS SALINAS T.
EL MERCURIO (Chile) - GDA
San Sebastián (España)
En Twitter: @ElMercurio_cl
Juan Carlos Rojas
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