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Cine y Tv

La actriz detrás de la matrona de la película 'Pájaros de verano'

En la película ‘Pájaros de verano’, la actriz Carmiña Martínez representa a una matrona wayú.

En la película ‘Pájaros de verano’, la actriz Carmiña Martínez representa a una matrona wayú.

Foto:Cortesía MATEO CONTRERAS GALLEGO

Guajira de nacimiento, Carmiña Martínez encarna a Úrsula Pushaura en ‘Pájaros de verano’.

User Admin
Guerrera en su profesión y guajira de nacimiento, Carmiña Martínez encarna a Úrsula Pushaura en ‘Pájaros de verano’.
Se demoró en llegar a la pantalla grande, pero en su debut el honor, la dignidad y la mano fuerte son las cualidades que hacen que su papel sea del todo creíble.
La construcción de su personaje, en el que confluyen sus raíces, las caracterizaciones femeninas que ha interpretado en teatro, las horas que dedicó a su preparación y las precisas indicaciones que le machacaron Ciro Guerra y Cristina Gallego, los directores de la cinta, impresionan gratamente.

Sin anticipación

Carmiña ha tenido que hacerles antesala a sus proyectos. Unas han sido más largas que las otras, pero siempre le han aumentado la paciencia, su clave para conseguir sus objetivos. No ha logrado sus metas de una. Tal vez por eso fue la séptima entre diez hermanos.
Su deseo de hacerse actriz lo tuvo que posponer cinco años, en los que estudio una licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Pedagógica, requisito que le exigió su madre.
Después de obtener su título de dramaturgia en la Escuela Nacional de Arte Dramático (Enad) pasaron algunos años antes de obtener un puesto en el grupo de La Candelaria, su sueño.
Y cuando su mejor amigo le presentó en un paseo de la universidad a quien es hoy su esposo, del que siempre le advertía que sería su media naranja, le tocó esperar un par de horas porque una de las invitadas se le adelantó y lo retuvo hasta que él logró escabullirse, y desde ese momento siguen juntos y felices.
Carmiña, dulce y sensible, y a pesar de ese historial, es descreída. Un poco como Santo Tomás. Así que cuando la llamaron a hacer el casting para el papel de Úrsula, se devolvió a su casa convencida de que Cristina y Ciro ya tenían la actriz y a ella la habían visto solo como “relleno”, por vacilar. Ajá, como dicen en su tierra.
Desde La sombra del caminante, la primera película con el sello de Guerra y Gallego, graduados en la escuela de cine de la Universidad Nacional, Carmiña le seguía el rastro a esta joven y creativa pareja, y cada vez que ellos iban a La Candelaria a ver una obra se esmeraba por hacer su mejor actuación, abrigando la esperanza, como la mayoría de sus compañeros, de que ellos no solo iban a ver teatro, sino que estaban buscando actores para un nuevo proyecto cinematográfico.
Y ella lo que más deseaba era hacer su debut en una de sus películas. Después de la premiada El abrazo de la serpiente -la única cinta colombiana en competencia por un Óscar- pensó que conseguir un papel con ellos era, en este nuevo escenario, imposible. Pero no. Lo logró. En esta oportunidad la espera fue de tan solo tres días, al cabo de los cuales la llamaron de la productora a decirle que era la escogida para interpretar a la matriarca wayú. No se lo creía. Como debió suceder en ese momento, recrea de nuevo su felicidad, su emoción. Los ojos le brillan, ríe con expresión infantil y no para de hablar.

La edad es lo de menos

Aunque en el libreto aparecía una Úrsula cincuentona, los sesenta de Carmiña Martínez no fueron obstáculo. Tal vez porque tampoco los revela en el cara a cara. Sus maneras y forma de ser también la hacen parecer una mujer de menor edad.
Su relato sobre su participación en Cannes es tan lleno de detalles y narrado con tanta ingenuidad y alegría que, por momentos, su interlocutor cree que está hablando con una joven que cuenta su primer viaje a Europa. Y no. Carmiña ha estado en distintas ciudades de Europa y América Latina, con el grupo de teatro de La Candelaria, tantas veces que ya perdió la cuenta.
Pero la experiencia de caminar por la alfombra roja de uno de los más importantes festivales de cine del mundo; la alegría de estar con sus compañeros de trabajo y con los directores viendo por primera vez esta cinta, que relata uno de los episodios más dramáticos de nuestra historia contemporánea, familiar a ella por su procedencia, y, luego, los quince larguísimos minutos de aplausos de un público muy selecto, en el que se encontraba ni más ni menos que el aclamado director norteamericano Martin Scorsese, vuelven parlanchina entusiasta a cualquiera, como le sucede a ella.

Antepasados

Carmiña Martínez Valdeblánquez lleva el apellido de su padre, un arijuna (como nombran los wayús a quienes no pertenecen a su etnia), y el de su madre guajira, que no tiene parentesco directo con quienes protagonizaron una de las guerras más sangrientas con la familia de los Cárdenas, sobre la que se han escrito libros y transmitido los pormenores, sin omitir detalles, de generación en generación. La familia materna de Carmiña no vivió nunca en Santa Marta, epicentro de la contienda épica.
Carmiña nació y vivió sus primeros años en Barrancas. Su abuela materna, wayú por todos los lados, procedía de una ranchería en Ipuana. Su madre guajira se enamora de un hombre costeño, de Mompox, y en contra de toda la familia se casa con él y se van a vivir a Barranquilla, donde el padre ejerce distintas actividades relacionadas con la salud, porque sabía de odontología y enfermería, y su madre trabaja en una fábrica.
El padre muere muy joven, y la madre se devuelve a Hatonuevo (La Guajira) con sus diez hijos. No hay año que Carmiña –salió de su casa hace 42 años– no vaya a Fonseca, donde estudió; a Hatonuevo, donde vive su madre, y a Riohacha. Y siempre que vuelve se indigna por la situación de miseria, abandono y corrupción que se vive en su tierra. Por la falta de una política de largo plazo para que haya progreso y no como hasta ahora, que son puros paños de agua tibia los que le aplican a la extrema situación que atraviesan los guajiros.
"Llevan bolsas de agua caducadas, bienestarina que no consumen mis paisanos porque no les gusta ni están acostumbrados a este alimento. Y siempre les endilgan la culpa a mis coterráneos, que claro que tienen responsabilidad, pero el Estado es el de la obligación mayor”.

Clan familiar

Los wayús son una sociedad matriarcal: el apellido y el linaje lo transmiten las mujeres, como pasa entre los judíos. En esas familias guajiras, a pesar de ser también una sociedad machista y patriarcal, las damas mayores son acatadas y muy escuchadas. Tal vez por esta peculiaridad, las mujeres en la película juegan también como principales. De hecho, Cristina Gallego, quien ha sido productora y segunda en las películas con Ciro Guerra, su exmarido, es en esta oportunidad codirectora, y como declaró en estos días: “Por primera vez no estoy detrás, sino a su lado”. Eso sí, en algunos medios y otras instancias desconocen su coautoría y siguen refiriéndose a Pájaros de verano como la película de Ciro Guerra.
Y Úrsula, por supuesto, es la figura central de la película, así el relato se ocupe también de narrar otros temas en los que ella está ausente.
Para su papel de Úrsula, Carmiña tuvo, como los demás miembros del elenco, que aprender a hablar wayuunaiki. La productora les puso un profesor, y la familia de Carmiña la dejó en manos de uno de los mejores miembros bilingües de la comunidad. Aprender esa lengua le costó mucho trabajo. Dormía con audífonos, no perdía ninguna de las indicaciones de sus maestros y trataba de hablar con sus familiares en esa lengua; tanto fue así que antes de iniciar la filmación, angustiada, les dijo a Cristina y a Ciro que tenía mucho miedo. Que tal vez ella no era la indicada.
Cristina la calmó y le preguntó que cuántas escenas tenía aprendidas, y ella le respondió que diez. Ante esa respuesta, Cristina la tranquilizó. Estaba al otro lado. Se venían tres meses de grabaciones, tiempo suficiente para aprender lo que le quedaba pendiente. Y ahí, como por arte de magia, comenzó a fluirle el wayuunaiki.
“Una de mis mejores escenas, dice con fuerza Carmiña, es cuando entono cantos wayús, jayeechis, buscando a mi nieto. Recordé a mi abuela, a mis antepasados, y de manera inconsciente les hice un homenaje. Los cantos me salieron desde las entrañas mismas y atravesaron un corazón adolorido por la ausencia del nieto, hasta llegar a mi boca”.

Experimentada

Carmiña no es ninguna aparecida en la actuación. Desde antes de recibir el cartón de la Enad, que la acreditaba como actriz, actuaba en cuanta obra podía, y desde que se graduó comenzó a escribirle a Santiago García, su director admirado. Fueron más de una docena de cartas hasta que él le contestó dándole la oportunidad que buscaba, ahí ya lleva 22 años. El laureado y creativo García la recibió para hacer el remplazo de la prostituta en la obra El Paso y como ‘ñera’, una chica de la calle hombruna y peleadora, en la raya. Esa llegada como principal, cuando había algunas actrices haciendo fila, le ha traído problemas.
“Por cualquier error, broma o chiste que haga, mis compañeros me quieren sancionar. Cuando Santiago estaba al frente, siempre se opuso. Ahora es más fácil. Pero yo aguanto. Y seguiré aguantando porque adoro hacer teatro con este grupo de amores y desamores, que tiene su espacio propio y un público fiel que cada noche llena la sala. Y sigo creyendo que en la creación colectiva, cada quien tiene derecho a opinar, a ser y a permanecer”.
No será la más conocida de las actrices colombianas, no obstante los años que lleva moviéndose por las tablas. Lo que sí es seguro es que a partir de interpretar a la “jefa de su clan”, Úrsula Pushaura, en Pájaros de verano –en cartelera por muchas semanas, ya que la calidad de la cinta se lo merece–, la guajira Carmiña Martínez no se borrará de manera fácil de la mente de quienes asistan a ver una de las mejores producciones, con sello ‘hecho en Colombia’.
En su papel de Úrsula, matrona wayú a la que casi nadie se atreve a llevarle la contraria, se la ve siempre serena, empoderada, tomando decisiones con coraje y dureza, propios de las mujeres de su estirpe y de su posición como “jefa”. “Papel que tejí con tres hebras: la que aportaron mis antepasados, la que me dieron Ciro y Cristina y la que yo añadí. El resultado, una trenza hermosa, firme y duradera”, afirma.
“Vivenciar el recorrido de las mujeres de mi familia, de las lideresas guajiras; recoger el legado de esas mujeres de las obras clásicas griegas o las del teatro isabelino, a la Madre Coraje de Bertolt Brecht o a esas mujeres desplazadas, madres de Soacha, que hemos armado en las creaciones colectivas, fue clave para mi personaje. Y tal vez por esto, cuando a un asistente, en una de las primeras grabaciones, le pidieron que sacara a todos los lugareños, él se dirigió hacia mí –con mucho respeto, eso sí– y me solicitó que me fuera porque ya iba a comenzar la grabación, mientras el elenco reía”, cuenta divertida Carmiña.
Carmiña vuelve con su esposo, el bogotano Leonardo Duarte, y su hijo, Sebastián, al hogar donde ella es incapaz de tomar decisiones unilaterales y no manda sino sobre su clóset lleno de mantas guajiras que usa casi que a diario, para sentirse cómoda, feliz y recordando siempre sus raíces guajiras, wayús.
MYRIAM BAUTISTA
Especial para El Tiempo
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