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Las peligrosas piruetas que tienen que hacer los fumigadores aéreos

Según la Asociación de Pilotos Agrícolas de Colombia (Apaco). El 85 por ciento, de cada cien pilotos, ha reportado al menos un accidente aéreo.

Según la Asociación de Pilotos Agrícolas de Colombia (Apaco). El 85 por ciento, de cada cien pilotos, ha reportado al menos un accidente aéreo.

Foto:Fabio Arenas / EL TIEMPO

#ProfesiónPeligro. EL TIEMPO escogió cinco trabajos con mayores riesgos que se realizan en Colombia.

Un centímetro de más en su arriesgada labor puede convertirse en la delgada línea que definiría si Carlos Julio Rodríguez Guzmán vive o muere.
Este piloto de avión fumigador cuenta con 34 años de experiencia trabajando en cultivos de arroz, maíz y algodón en Huila, Vaupés, Tolima y Antioquia. Sin embargo, siempre ha estado cerca de la muerte.
Su avión pequeño parece que levitara sobre un cultivo de arroz. Vuela a contados metros de la tierra, rozando las plantas, esparciendo los agroquímicos que lleva bajo sus alas. Para que los cultivos queden perfectamente rociados, el avión debe pasar a escasos centímetros del cultivo, lo cual lo puede llevar a que su motor se apague o termine enredado en los cultivos o en cables de alta tensión.
“Yo vivo de milagro porque en dos oportunidades se ha apagado el motor de mi avión pequeño en pleno vuelo, y aquí estoy para contarlo”, afirmó este hombre de 55 años, nacido en Ibagué, que ha pasado más tiempo en el cielo que en la tierra.
A los 26 años de edad y cuando solo tenía tres de experiencia en vuelos de fumigación, se dio el primer golpe contra el mundo en una pista junto al río Cananarí, en el corregimiento de Pacoa, en Vaupés, a donde llegó en su juventud para explorar nuevos rumbos.

Yo vivo de milagro porque en dos oportunidades se ha apagado el motor de mi avión

“Ese totazo me dejó siete fracturas en las extremidades inferiores y superiores, costillas y el rostro se hizo trizas”, aseguró el piloto, quien se lleva una mano a la cara pidiendo que lo toquemos para corroborar que lleva platinas en cada uno de sus pómulos.
“Mi rostro es duro”, señala. Y es que en ese primer accidente quedó sin tabique y fue necesario reconstruirlo.
El mal momento lo vivió en 1986 en un vuelo comercial al mando del monomotor Cesna 180 que maniobró para llevar 700.000 pesos del pago de la nómina a educadores en la zona de Pacoa.
Lloviznaba pero aceptó el vuelo en la empresa que laboraba y lo hizo confiado en los conocimientos adquiridos en los dos años de curso que adelantó en una escuela de Ibagué.
“El aparato decoló pero no cogió mucha altura y en un abrir y cerrar de ojos el motor perdió potencia, dejó de funcionar y se fue contra un árbol enorme”, afirmó el piloto.
Juan Camilo Madrid y Carlos Julio Rodríguez Guzmán, justo antes de iniciar sus labores.

Juan Camilo Madrid y Carlos Julio Rodríguez Guzmán, justo antes de iniciar sus labores.

Foto:Fabio Arenas / EL TIEMPO

La aeronave quedó colgando en el palo y, por el golpe en seco, el motor se incrustó en la cabina golpeando con fuerza su cuerpo ocasionándole un sinnúmero de fracturas. Una posible contaminación en el tanque de la gasolina, debido a las lluvias, pudo ser la causa del accidente que revive con lujo de detalles.
El cuerpo de Carlos Julio Rodríguez, molido los golpes, fue rescatado y conducido a hospitales de Pacoa y Bogotá donde se recuperó luego de muchas intervenciones quirúrgicas.
Lo que llama la atención es que, tras cumplir un año de incapacidades médicas, no abandonó la profesión de piloto que su padre, Nicolás Rodríguez, le insistió en su juventud que no tomara. Por el contrario, con más ánimo se fue a fumigar banano al municipio de Chigorodó, en el Urabá antioqueño.
Según la Asociación de Pilotos Agrícolas de Colombia (Apaco). El 85 por ciento, de cada cien pilotos, ha reportado al menos un accidente aéreo, lo que la convierte en una profesión de riesgo, pero que muchos no dejan de realizar, pues es la manera como se ganan la vida.
No olvida que su padre, quien fue dueño de una estación de gasolina en Ibagué, le daba lo que quisiera con tal que no hiciera el curso de piloto.
Junto al joven piloto de fumigación Juan Camilo Madrid, a Carlos Julio Rodríguez lo encontramos en una pista ubicada entre los municipios de Venadillo y Ambalema (Tolima) donde aseguró que la suya es una profesión de mucho riesgo.
“Se vuela bajo y a diario hay que esquivar árboles, postes y cuerdas”, dice mientras alista su overol para fumigar un lote de 20 hectáreas de arroz.
Las acrobacias están a la orden del día, ya que es necesario acudir a virajes constantes “para ir y venir” en la correcta aplicación de agroquímicos en los cultivos.
“Se juega con la vida, pues hay que volar bajo para una mejor aplicación de los fertilizantes y fungicidas y, además, los vuelos son a ras”, dice el piloto que también ha realizado aspersión en Huila.
Hace una maniobra y termina un surco de fumigación, pero vuelve a elevar su aeronave con agilidad por lo que vuelve a clavarse en el piso para fumigar a ras los cultivos. También hace malabares en las zonas a donde el veneno no llega y hasta vuela de lado en los filos de las montañas.
En sus cuentas tiene grabados 11 golpes en su cuerpo, entre accidentes delicados e incidentes a los que llama sustos, pues no pasaron a mayores.
Uno de los últimos accidentes que colocó en riesgo su vida ocurrió en 2012, en la Hacienda El Escobal, en Ibagué, cuando se movía de una pista a otra en un Piper 260.

Se juega con la vida, pues hay que volar bajo para una mejor aplicación de los fertilizantes y fungicidas y, además, los vuelos son a ras

“Por falla técnica el motor se apagó en el aire, a unos 200 metros de altura y no hubo chance de recuperarlo”, afirmó Rodríguez quien cayó en un lote de arroz y lo sorprendente es que salió ileso.
- ¿Qué hizo?, ¿qué sintió en ese momento crítico?
- “Me calmé -contesta el piloto-; Dios me guardó porque hubo planeo estable de la
aeronave y el aterrizaje estuvo sujeto a mi experiencia en vuelos de fumigación”.
En vez de nervios de acero recomienda a los pilotos de fumigación no ser “ni muy osados ni muy confiados”, ya que, si es osado, aumenta los riesgos existentes; y si es calmado, deja de hacer cosas necesarias para estas labores.
A diario siembra, abona y fumiga arroz, pero a lo que más le tiene miedo es a los palos secos sin hojas pues no se ven en los cultivos. No sucede lo mismo con las cuerdas de la electricidad, televisión o parabólicas, las cuales detecta por la presencia de postes.
“Piloto de fumigación que no se haya llevado cuerdas no es piloto”, dice sonriente y señala que la aeronave está diseñada para cortar estos elementos o materiales que a veces tratan de engancharse en la parte posterior.
“Cuando la aeronave se lleva una cuerda, se siente un fuetazo durísimo”, dice, por lo que cada vez que aborda estas aeronaves lo hace con respeto, calma y dejando los problemas en tierra “porque arriba se necesita concentración, paz y tranquilidad”.
Carlos Julio Rodríguez cuenta, orgulloso, las veces que esta profesión lo ha tenido al borde de perder la vida.

Carlos Julio Rodríguez cuenta, orgulloso, las veces que esta profesión lo ha tenido al borde de perder la vida.

Foto:Fabio Arenas / EL TIEMPO

“Yo me gozo todos los vuelos, cada día me enamoro más de mi profesión”, señala y menciona otros incidentes que considera suaves, como la pérdida de un instrumento de presión y temperatura del motor.
Cuando sucede algo anormal arriba, no grita ni se desespera y por el contrario piensa así: “si salgo vivo, que las heridas y fracturas no sean tan graves y me permitan volver a la fumigación de cultivos; y si acaso me tengo que ir, que el golpe sea un solo totazo, para no sentir nada, para no saber nada”.
FABIO ARENAS JAIMES
Corresponsal de EL TIEMPO
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