¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Archivo

Sepa usted por qué en Colombia ya no hay armonía ni convivencia

Llamamos 'ingenioso' al taimado e 'inteligente' al marrullero. Crónica de Juan Gossaín.

JUAN GOSSAÍN
En una barriada popular de Bogotá, un hombre estaba asesinando a su propia esposa, que pedía auxilio a gritos, hasta que llegaron los policías, a tiempo para salvarla, pero no pudieron entrar a la casa porque no tenían una orden judicial. La señora murió en el acto.
Mientras tanto, en Medellín, una anciana empezó a sentir que por el techo de su dormitorio caía una gotera sobre la cama. Se cansó de insistirle al vecino del apartamento de arriba, que estaba haciendo una obra en el baño, para que remediara el problema. Duraron tres años para ordenar una inspección, y, cuando por fin llegó el comisario de Policía, la señora, desesperada, ya se había mudado para otro barrio.
En las calles de Colombia, sobre todo en las grandes ciudades, el espacio público no existe porque cada quien se cogió un pedazo. Los avivatos se adueñaron de aceras y calzadas. Al mismo tiempo, y también en Bogotá, las enfermedades relacionadas con la sordera aumentaron 38 por ciento en solo cuatro años, según los reportes de las propias clínicas, a causa del ruido sin controles.
La armonía del vecindario ya no existe. En cualquier lugar civilizado del mundo imperan las normas de convivencia respetuosa y pacífica, que deberían ser todavía más obligatorias en un país como Colombia, donde la violencia es cada día mayor y la justicia, cada día menor. Por eso, la gente resolvió tomarse la justicia por su propia mano y se ha puesto de moda el linchamiento, una de las costumbres más bárbaras cuando la humanidad se desespera con la injusticia.
Ese pobre vejestorio
El Código de Policía es, o debería ser, la norma de oro que regula la vida cotidiana en comunidad. “Es la verdadera constitución nacional del vecindario”, me dice Ricardo Cañón, el personero de Bogotá. Tiene toda la razón: ese código es el manual básico que garantiza la armonía y el árbitro que dirime los conflictos de la rutina diaria. Pero a los colombianos les importa un chorizo. Empezando por las autoridades.
Cañón prosigue: “Los códigos suelen ser temáticos, para abogados y gentes interesadas en un sector específico: Código Minero, Código Laboral, Código de Comercio. Pero al Código de Policía, que debería interesarnos a todos porque es el único colectivo, lo miran como si fuera de quinta categoría. No emociona ni a los abogados”.
La indiferencia es tan grande que el código se ha convertido en un pobre vejestorio decrépito. Proviene de los tiempos en que el tacón del zapato se usaba adelante. Está vigente desde 1971, hace la friolera de 44 años, cuando Colombia era un país más tranquilo, casi pastoril. No existía la tecnología, nadie soñaba con celulares o computadores, no había internet. Era la época en que los hijos no mataban a sus padres ni se vendía marihuana en la puerta del colegio.
Códigos a tutiplén
Lo que surgió a partir de entonces fue el caos. Un auténtico enredo. Los jefes políticos regionales agarraron aquel reglamento nacional de convivencia y lo convirtieron en un sancocho de códigos. Argumentando que era necesario adaptarlo a la realidad de cada región, empezó una feria enloquecida en que se expidieron sin freno los más variados códigos departamentales. Imagínese usted, en este país de leguleyos…
Quién dijo miedo. Entonces los políticos de pueblo, para no quedarse atrás, reclamaron su propio código municipal, veredal, de corregimientos y caseríos. Cuando vinimos a ver, había casi más códigos que gente. Uno por cada aldea de Colombia. La triste realidad es que, siendo tantos, hoy no se aplica ninguno. Ahora hay códigos de policía por todas partes, pero ni siquiera se sabe con certeza cuántos hay.
Son todos tan viejos, y tan desactualizados, que uno de los más ‘nuevos’ es el que hoy está vigente en Bogotá. Se parece más a un manual de urbanidad que a una ley. Fue aprobado hace trece años, cuando Antanas Mockus era el alcalde. Y si eso es en la capital…
44 años perdidos
En 1977 se intentó la primera reforma del Código de Policía, a través del Congreso Nacional, pero no fue más que el comienzo del viacrucis. Lo que se buscaba era modernizarlo para que estuviera a tono con los nuevos vientos, que son tan frenéticos y violentos.
Han pasado ya 38 años y todo ha sido en vano. Esfuerzos fallidos. Fracasos. Tiempo perdido. Como si aquí no hubiera pasado nada. Como si no hubiera transcurrido casi medio siglo. Como si Colombia fuera la Arcadia feliz, el reino de la dicha que no necesita leyes. Como si en estos días las paredes de las casas ajenas, los postes del alumbrado y los muros públicos no estuvieran cubiertos de esa horrible propaganda electoral.
Manuel Gaona Cruz, aquel gran jurista y profesor que fue asesinado junto con sus compañeros magistrados en el Palacio de Justicia, dio el primer campanazo de alerta sobre el envejecimiento del código. Intentó la primera reforma en el 77. Desde entonces hasta hoy hemos tenido una larga sucesión de descalabros porque el Congreso Nacional se niega a hacerlo.
Los intereses particulares
A los que saben les pido que me digan cuáles son los intereses que impiden actualizarlo y quién está detrás de semejante martingala. Contesta Carlos Caycedo Espinel, personero delegado de Bogotá, que le ha dedicado media vida al tema.
—Entienda usted –me dice– que la falta de procedimientos legales eficaces, como ocurre ahora, favorece al que vive de lo indebido: a los invasores del espacio público, al que se lucra del ruido, al que se apropia de la acera para poner las mesas de su restaurante. Lo ilegal es el beneficiario del caos.
El personero Cañón interviene de nuevo: “La falta de un código de convivencia moderno y práctico ha llevado al desquiciamiento de la gente. En un edificio de apartamentos, un hombre mata a su vecino porque le pide que le baje el volumen a la música, para poder dormir. En la Personería de Bogotá hemos tenido que volvernos expertos en locos”.
¿Individuo o sociedad?
Es triste decirlo, pero estamos conviviendo sin normas para convivir. Así como suena. ¿Qué fue lo que originó este comportamiento? ¿Desde cuándo actuamos así?
—Entre los colombianos de la actualidad –responde el personero Cañón–, hay mucho individuo y poca sociedad. No hay espíritu colectivo. Cada quien se cree el superindividuo, el ombligo del mundo; de los demás, sálvese quien pueda.
Vivimos bajo la ley del más listo. Llamamos ‘ingenioso’ al taimado. Creemos que inteligente y marrullero son la misma cosa. Ya la honradez no es una virtud, sino una pendejada. Nos repiten sin cesar que el vivo vive del bobo. Se admira la artimaña y se hace burla de la decencia. Cada quien agarra lo que quiere, aunque no sea suyo, y nadie se acuerda del vecino.
—Hemos creado un monumento al individuo –agrega Cañón–, un monumento de garantías individuales, pero ninguna colectiva. Es el garantismo. Y resulta que lo colectivo es fundamental, sobre todo para el pobre, que necesita de los otros. Es la unión de ciudadanos lo que construye sociedad.
—El garantismo individual es el culpable –concluye Caycedo–. Al que no le conviene la norma legal reclama en su provecho unas falsas garantías individuales.
Los contenedores de Bogotá
Según lo establece el Código de Policía –al que nadie apoya, nadie lee ni nadie aplica–, proteger el espacio público es una de las principales obligaciones de los alcaldes. Pero aquí está ocurriendo exactamente lo contrario.
—En Bogotá –relata Cañón–, la alcaldía de Gustavo Petro ha puesto de moda la instalación de contenedores metálicos (los famosos containers) en mitad de la calle, como si fueran construcciones formales. Así se evitan los trámites de una licencia de construcción y eluden los demás requisitos legales.
—Por insólito que parezca –añade Caycedo–, es la propia Alcaldía de Bogotá, a través de su Secretaría de Educación, la que pone esos contenedores en el espacio público, para usarlos como escuelas o como oficinas.
Además, el personero me explica que, “como fue necesario desalojar a numerosos vendedores informales que ocupaban las calles, la misma Alcaldía instaló, en el espacio público de San Victorino, unos contenedores en los que fueron reubicados esos comerciantes”. Es decir: resolvieron un problema creando otro igual.
—Y como el mal ejemplo cunde –lo complementa Caycedo–, en Medellín ya se ha detectado la instalación de esos contenedores en el espacio público, para vivienda de particulares.
Epílogo
En resumidas cuentas, pásmense ustedes, los proyectos presentados en el Congreso Nacional, para modernizar el Código Nacional de Policía, han fracasado cuatro veces en los últimos seis años. Este mismo periódico informó recientemente que un nuevo intento de reforma, que tampoco es gran cosa, cursa en la actualidad su segundo debate en el Senado de la República.
No hay una liga de ciudadanos que presione o que exija porque, la verdad sea dicha, la gente lo que pretende es que le den más derechos, pero que no le carguen más deberes. La situación ha llegado a tales extremos que, en la sola ciudad de Bogotá, las querellas entabladas por perturbación entre vecinos han crecido 66 por ciento en los últimos tres años. De ellas, la mitad fue archivada sin que se tomara una decisión. Y 3.700 demandas están acumuladas desde el 2003, hace doce años.
—Lo peor es que, si usted intenta ponerle orden a ese caos, lo llaman fascista o arbitrario –concluye el personero Ricardo Cañón.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
JUAN GOSSAÍN
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO