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El sueño de 50 niños boxeadores de Cartagena

Cuando combatir a las trompadas es más fácil que luchar contra la pobreza y la violencia de barrio.

JOHN MONTAÑO
Un círculo de niños burlones rodea a los dos combatientes. Hay tensión.
El viejo Amado Guerra, curtido entrenador, con más de 30 años haciendo de pequeños guerreros cartageneros campeones mundiales de boxeo, les entrega los guantes, y con un vozarrón de ultratumba da instrucciones para una pelea limpia.
No hay protectores bucales ni, menos, para la cabeza.
Alguna vez tuvieron que combatir a mano limpia.
Mientras en cada extremo los pugilistas se ponen los guantes, sus compañeros les dan instrucciones a todo pulmón. “Ojo, Édgar, ya sabes que tira siempre su recto”, “ten cuidado cuando se te agache, Álvaro”.
Entre la mamadera de gallo, propia de la juventud, atizan el fuego del combate a punta de embustes.
“Oye, Édgar, Álvaro dijo que tú no sirves pa’ peleá, que solo pa’ cociná”, grita entre la rueda humana una voz, que da paso a carcajadas.
No hay campana, un aplauso fuerte, seco, del entrenador Guerra da inicio al combate.
Con los brazos firmes frente al rostro como defensa, los boxeadores se observan. Se estudian. Pierna izquierda adelante, derecha atrás. Formando una figura sólida con brazos y tronco, los cuerpos de ambos pugilistas se mecen de derecha a izquierda, buscando la entrada para un puño recto.
La canícula del Caribe colombiano calcina una mañana de sábado.
“Vamos, vamos, hay que probar”, grita el entrenador, incitando a sus pupilos al combate.
Uno se anima y saca un recto de zurda que se estrella en la defensa rival y queda con la guardia desnuda, que es aprovechada con un gancho de derecha del contrario, con el que corona una trompada certera que se estrella en el mentón y corta el labio inferior.
“Erda, Édgar, ahí qué”, increpa un grito del público.
Herido en el orgullo, el boxeador agredido despabila y comienza un baile, un zigzagueo en puntas de pie de derecha a izquierda, preámbulo de una ráfaga de golpes que se estrellan en los brazos y vientre del rival, que, bien parado, no se deja derribar, pero sí lo alcanza a llevar contra el cordón humano, que hace las veces de cuerdas en este cuadrilátero de niños.
Silbidos y escándalo, más mamadera de gallo. La tensión sube.
El ejercicio consiste en tres asaltos de un minuto cada uno, con dos descansos de un minuto. Pero el tiempo parece eterno.
Es la práctica rutinaria de final de una clase que estuvo precedida de ejercicios de resistencia y fuerza. Estamos en la Escuela Golden Kids Club de Boxeo de Cartagena, donde 50 niños de entre 10 y 17 años van por el sueño de ser campeones mundiales en el deporte de las narices chatas.
El grupo está dividido en dos categorías: la infantil, que va de 10 a 13 años; y la juvenil, de los 14 a los 17.
La palmada seca del entrenador pone fin al combate y otra pareja de pequeños pugilistas se pone los guantes y pasa al centro.
Aplausos, y un abrazo fraternal entre Édgar Blanquiset y Álvaro José Cuello, los dos boxeadores.
En realidad son vales. Amigos que comparten disciplina deportiva, bicicleta e historias de barrio. Compañeros que están aprendiendo a manejar sus emociones y entienden su deporte.
“Me pare bien, pero no fui efectivo en el ataque y él aprovechó que me abrí. Conectó rápido, pero yo también le toqué la cara”, dice Blanquiset, de 14 años, con dos de práctica y quien se define como un boxeador rápido. Él habita en el sector de Paseo Bolívar.
“Fue un buen combate y yo sé que él pega duro, ya lo he probado, pero esta vez me tocó a mí; creo que el secreto fue estar tranquilo”, responde Cuello, cuyo fuerte es el jab; tiene 16 años y lleva dos practicando. También viene del Paseo de Bolívar.
Ambos tiene mucho en común: quieren ser profesionales en este deporte y ser personas de bien que le sirvan a la sociedad.
Lejos de las pandillas
Por medio del boxeo, esta escuela busca quitarles niños vulnerables a las calles de las barriadas pobres de Cartagena que están atestadas de pandillas: masas de niños descalzos en una guerra estúpida a piedra, botella y bala contra otros niños, vecinos de sus mismos barrios miserables. Una guerra en la que se hieren y matan sin saber por qué. Son jóvenes que no tienen ocupación, no estudian, no trabajan... no tienen una disciplina que estimule sus vidas.
Golden Kids rescata a estos pequeños talentos para formarlos no solo como futuros campeones, sino como mejores personas.
Lejos de la violencia en las calles de una Cartagena desigual, estos niños se aferran al boxeo para forjarse un futuro digno y ser grandes deportistas.
Pequeños cuya lucha diaria más dura no son los cuadriláteros, sino contra la pobreza y la violencia de sus comunidades.
“Son unos niños que valen oro, y estamos trabajando por ellos. Muchos de nuestros niños han encontrado en la escuela el calor y la seguridad que muchas veces no encuentran en sus mismos hogares; porque acá les enseñamos a tomar decisiones para sus vidas y saben que si quieren llegar lejos en este deporte, depende de ellos”, dice la comunicadora Camila Martelo, practicante de boxeo y una de las gestoras sociales de la escuela.
Champeta, el ritmo del boxeo
Álvaro José Cuello, antes de ser boxeador, fue bailarían. La otra pasión del hombre es la champeta.
¿Y el ritmo? “Erda, mi vale, ¿el ritmo? Ese ya viene de fábrica”, dice con una gigantesca sonrisa afro, mientras de fondo, en una tienda esquinera, suena una champeta, de esas clásicas de finales de los 80, y el hombre hace un par de movimientos de cadera, como quien no quiere la cosa, y entonces uno entiende eso de “el ritmo ya viene de fábrica”.
Eso lo confirma el maestro Amado Guerra, quien ha llevado por la senda de la disciplina boxística a púgiles de la talla de Carlos Maussa, campeón mundial de las 140 libras, y Baby Mendoza, campeón mundial en las 108 libras WBA, entre una larga lista, y para quien el boxeador cartagenero tiene los elementos fundamentales de todo ambicioso peleador.
“Tiene ese espíritu rebelde de no querer estar atado, de ser libre; tiene una cierta impertinencia, que también podría ser confianza, que lo lleva adelante; pero, sobre todo, lleva el ritmo en la sangre, y eso para este deporte es clave”, relata Guerra.
El hombre parece recio con sus pugilistas. “Así tiene que ser, pero, más que eso, los trato es con respeto, y seriedad; con el respeto que se merece un futuro campeón”, suma el entrenador.
La lucha diaria de un pugilista
El sueño de un pugilista comienza en el barrio San Francisco, escondido en las faldas del cerro de La Popa, de Cartagena. Una barrida humilde, donde las peleas son por la propia vida.
El sueño de un niño boxeador se teje todos los días, a pedal; atravesando la ciudad en bicicleta e internándose en la avenida Pedro de Heredia: ese corredor hostil donde los buses arrastran a su paso todo en la guerra del centavo.
Ese es el sacrificio diario que hace Jesús David Sarsagón, un niño de 15 años, para llegar hasta el coliseo de combate Bernardo Caraballo, donde entrena su escuela. Jesús David es zurdo, y ya es un promesa colombiana en este deporte.
“A mí el boxeo me alejó de las pandillas; también volví a estudiar, porque el profe dice que tenemos que estar estudiando si queremos entrenar. También la gente del barrio lo ve a uno diferente cuando sabe que uno está en algo. Lo respetan”, dice el joven púgil, y afirma que su fuerte son la rapidez y su buena pegada.
Al entrenador Guerra le interesa preparar no solo para los puños, sino formar personas íntegras: que se capaciten, que valoren su cuerpo como la primera herramienta para vivir.
“A mí, hay peladitos en el barrio que me la buscan porque saben que entreno boxeo, pero yo no respondo porque sé el mal que puedo causar con mis puños o que me pueden hacer a mí. A los que me buscan, yo les respondo: ‘Soy boxeador, no perro callejero’, y me voy”, dice con seguridad Aldair Márquez, venido del sector de Loma Fresca y otra de las promesas de esta escuela.
“Cada categoría tiene su metodología: la infantil solamente hace exhibición de formas de ataque y defensa que han aprendido. Los juveniles sí combaten”, observa Guerra.
El grupo, todo el tiempo, se foguea en la movida boxística de la región caribe, que es activa, y por ello cuna inmarcesible de grande boxeadores.
A estos jóvenes les sobran técnica y espíritu combativo, pero aún les faltan recursos para sus uniformes e implementos deportivos, y usted los puede ayudar.
Por medio de la página web www.ide.me ¡Apoya a un Campeón!, un grupo de apoyo busca patrocinio para la noble causa de estos deportistas, que requieren guantes, peras, protectores para la cabeza y bucales, tenis y uniformes.
El coliseo de combate Bernardo Caraballo, por ejemplo, cuenta con un buen cuadrilátero, y allí se observan peras y sacos para adultos; pero estos niños necesitan los utensilios a su medida, y no los tienen.
Además, los más grandes quieren capacitarse en otras áreas, como idiomas, y terminar el bachillerato y acceder a una universidad.
En la página www.ide.me
¡Apoya a un Campeón!, usted puede hacer los aportes en dinero o implementos deportivos que estos púgiles soñadores necesitan.
JOHN MONTAÑO
Corresponsal de EL TIEMPO
Cartagena
JOHN MONTAÑO
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