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El duende que ayuda a los nasas a recuperar sus raíces y tradiciones

Jóvenes estudiantes de la institución educativa de la vereda La Playa, de Tacueyó, disfrutando del descanso.

Jóvenes estudiantes de la institución educativa de la vereda La Playa, de Tacueyó, disfrutando del descanso.

Foto:Renata Rincón

Estos indígenas caucanos intentan preservar su cultura, que ha venido siendo desplazada.

Hace cuatro años, en medio de las montañas verdes y tupidas del Cauca, muy cerca del corregimiento de Tacueyó, cinco familias sacaron a sus hijos de la escuela de Soto porque estaban en desacuerdo con la práctica de rituales realizados allí bajo la batuta del Cabildo indígena. Los Mayores, autoridades encargadas de poner el orden, llegaban al lugar, sacaban de sus mochilas plantas nativas, ponían a los asistentes a masticarlas, escupían aguardientes y menjunjes y provocaban convulsiones en los niños, que empezaban a hablar en una lengua desconocida diferente al español, como en una posesión demoniaca.
Las familias son del pueblo nasa. Los padres que pidieron traslado profesan religiones distintas de las creencias ancestrales, católicos y evangélicos principalmente, y sus hijos ahora estudian en el colegio La Playa, situado a diez minutos en moto desde Soto. Allí, la rectora, Amanda Salazar, mantiene a raya las ceremonias de carácter espiritual.
Amanda no recuerda haber lidiado con una situación así en los 24 años que lleva como educadora en la zona. De hecho, no creyó lo de las convulsiones hasta presenciarlas. Cuando empezaron los rituales en Soto, en el 2013, caminaba por una trocha y una niña estaba en el piso en pleno ataque. Desconcertada, la rectora empezó a rezar el padrenuestro y sintió que, a medida que se acercaba, la pequeña se alborotaba más. No pudo ayudarla, y otros transeúntes se encargaron de la situación. Luego, a La Playa llegó una niña de 8 años de edad que empezó a desmayarse y a presentar convulsiones, una situación que la rectora pudo manejar al comprobar que la forma más efectiva de detener estas extrañas manifestaciones era dejar de prestarles atención. Eso sí, acomodaba a las adolescentes en una colchoneta, con el fin de evitar que los golpes de las cabezas contra el piso resultaran en una lesión.
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Foto:Renata Rincón

Para ella no ha sido fácil. Todo el asunto de las convulsiones y los rituales le genera contradicciones a la educadora en cuanto a sus creencias. Intenta concentrarse en su rol de rectora, pero no puede negar las experiencias misteriosas. “La explicación para que este tipo de cosas me ocurran es pensar que mi energía choca con la de ellos, e intento no dedicarle al asunto mucho de mi tiempo”, dice Amanda, y hace énfasis en que su misión es lograr que los niños de La Playa estudien y no terminen involucrados en el negocio de los cultivos ilícitos, la misma preocupación de los educadores de la región, católicos, evangélicos o de la línea filosófica de los pobladores ancestrales.
Para la ley colombiana, la educación en esa zona del Cauca debe estar bajo la jurisdicción del Cabildo de Tacueyó, y los rectores deben acogerse a sus lineamientos. La autoridad educativa la ejerce Saray Vitonás, una nasa de 34 años de edad y 1,50 de estatura aproximadamente, reconocida por su fuerte carácter y compromiso. Ella ocupa un cargo tan importante como el de una ministra, si se equipara el cabildo con el Gobierno Nacional, y es quien vela porque los niños permanezcan en los colegios.
Los Kiwe thë, autoridades espirituales, investigaron a fondo la situación y establecieron que los menores sí estaban sirviendo de canal de comunicación para los espíritus y hablaban en nasa-yuwe, su lengua ancestral, la cual dominan solo algunos mayores. “Esa habla era del demonio, decían los católicos, y a muchos nos la dejaron de enseñar en los años cincuenta o sesenta”, cuenta Leonardo Escué, coordinador jurídico del Proyecto de Vida Nasa.
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Foto:Renata Rincón

Según Saray, era el Duende, espíritu juguetón, guarda de los bosques y de los ojos de agua, quien se comunicaba constantemente a través de unos niños, de máximo 10 años de edad.
El Duende pedía a gritos sembrar árboles y cuidar la madre tierra. Para calmarlo, los últimos años se han hecho armonizaciones en la escuela, diversos ritos presididos por los Kiwe thë, cuyo fin es lograr que este espíritu deje de molestar a los niños. Esto hace más contradictorio que los rituales hayan provocado las convulsiones, cuando realmente el objetivo de estas ceremonias es restablecer la armonía y retirar las energías negativas. Hace unos meses, también se concretó la realización de un saakheluu, el ritual sagrado más trascendental de los nasas, en el cual se agradece a la naturaleza por permitir a los hombres vivir en ella.

Se incrementó la tala para la siembra extensiva de cultivos ilícitos

En un saakheluu, la comunidad corta un árbol previamente escogido de lo alto de la montaña, y su tronco se lleva a un sitio donde se ofrendan carnes y bebidas en una celebración festiva. Según cuenta Saray, al realizado recientemente asistieron unas 8.000 personas. El lugar escogido por las autoridades espirituales fue el polideportivo del Cabildo de Tacueyó, ante los ojos de los habitantes y transeúntes, de todas las edades y religiones. Pobladores no indígenas dicen que el ritual es parecido al viacrucis de la Semana Santa, pero con un palo venerado y cargado por varias personas en lugar de Jesucristo con su cruz. A los oídos del Cabildo llegan chismes de que para los evangélicos y católicos fue un rito asustador y sangriento, refiriéndose al sacrifico de una vaca. Lo paradójico es que a unos metros de la plaza se encuentra el matadero, donde hay sacrificios a diario y se siente el olor a carne cruda desde la calle.
El Duende ya no habla a través de Gonzalo*, el niño católico que más utilizó como canal de comunicación, pero Saray asegura que sí siguió en contacto con una niña que ya ha aprendido, gracias a él, a manejar algunas plantas medicinales, la virtud que este espíritu comparte con algunos humanos. Incluso, hace unas semanas, el Duende volvió a manifestarse en la escuela de Soto, esta vez a través de un joven de 16 años de edad.
Los miembros del cabildo sienten que la experiencia ha dejado algo positivo, pues los ha llevado a recordar la importancia de practicar sus tradiciones.
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Foto:Renata Rincón

En las demás 29 instituciones educativas a cargo de Saray en la región intentan dejar los temas espirituales al margen, y los estudiantes católicos conviven en paz con los evangélicos y los de otras denominaciones religiosas. Mientras que en la entrada de La Playa hay una pancarta de bienvenida a la institución en la cual dice que es de corriente humanista, en un salón del segundo piso hay dos afiches con mensajes de Jehová, a un metro de mandalas impresos en hojas blancas –dibujos de origen budista e hinduista– coloreados por los niños.
Las creencias rara vez son tema de conversación entre los adolescentes, que más bien están pendientes de los realities, de la ropa y el maquillaje, cosas que pueden llegar a comprar gracias a los pocos trabajos disponibles en la región, todos en la ilegalidad como raspachines y desmoñadores.
Mientras están en clase, los niños y profesores no pueden ignorar a sus olorosas vecinas, las plantas de marihuana. El aroma de la hierba fresca corre entre los pupitres, pues detrás de las paredes del primer piso hay un cultivo de unos diez metros cuadrados y junto a la cancha de fútbol, otro del doble de área. Para donde se mire se ven las matas cubriendo las montañas, así como los cafetales en el Eje Cafetero.
Cuando de día el cielo gris no deja pasar el sol, quienes tienen las plantaciones ponen bombillos a lo largo y ancho de sus sembradíos para que la producción no se detenga, aunque en pleno verano también las encienden para acelerar el crecimiento de la hierba. Las lucecitas están simétricamente instaladas, como mallas, y podrían ganarse un concurso del alumbrado navideño más grande del mundo.
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Foto:Renata Rincón

Los niños y adolescentes conocen a la perfección el proceso de producción de la marihuana, y muchas de sus familias la cultivan. A punta de estos trabajos, los niños consiguen lo que quieren y desestiman las ventajas que a largo plazo les puede traer la educación. Leer y escribir, finalmente, fueron las herramientas con las cuales los nasas aprendieron a recuperar su territorio y su vida comunitaria por las vías de ley en el último siglo, luego de estar sometidos a la ignorancia, bajo el yugo de los terratenientes que tomaron a la fuerza y con engaños las tierras, según cuentan ellos mismos en sus cartillas de historia, construidas a partir de los testimonios de los mayores de los resguardos.
En los años 30, los hacendados les recomendaban a sus terrajeros no poner a sus hijos a estudiar porque los indígenas eran débiles de cerebro y podían enloquecer. “Pero esto era con el fin de que el indígena no se diera cuenta de sus derechos y no luchara”, según cuenta el mayor del resguardo de San Francisco, Cayetano Paví, en el libro 'Las luchas de los mayores son nuestra fuerza' (2001), publicación de la Cátedra Nasa Unesco, iniciativa con la cual los indígenas hicieron una investigación sobre sus procesos comunitarios de territorio, organización e identidad para reconstruir su historia y plasmarla en diferentes publicaciones educativas.
Con el Proyecto de Vida Nasa, cuyo coordinador jurídico es Leonardo Escué, el pueblo nasa ahora intenta liberarse de la guerra. A finales del año pasado, les recordó sus responsabilidades a los representantes del Gobierno durante la validación del Plan Integral de Reparación Colectiva, en la que la Unidad para las Víctimas oficializó en un acto protocolario la entrega de una histórica indemnización de 300 millones de pesos a los resguardos de Toribío, Tacueyó y San Francisco por los daños en el marco del conflicto armado.
Libro de la Unesco sobre Nasa.

Libro de la Unesco sobre Nasa.

Foto:Renata Rincón

En una reunión de alrededor de 1.500 indígenas, los voceros expusieron su plan de vida y sus proyectos para sobrevivir como etnia. Contaron sus dificultades desde que los grupos armados ilegales y las bases militares los desplazaron. “Se perdieron los tules (cultivos variados), y ahora debemos comprar la comida”, repitieron los líderes. Con paciencia y tranquilidad, mostraron cómo el conflicto los llevó a la desnutrición, al desuso de la quinua, de la papa sidra y del chachafruto, un árbol lleno de bondades proteínicas y base de su cultura.
“Se incrementó la tala para la siembra extensiva de cultivos ilícitos. Minaron los cerros con cercas eléctricas, acabaron las plantas sagradas y empezamos a tomar agua sucia con colillas de cigarrillos”, recordó Escué.
Una vez los representantes del Gobierno Nacional entregaron la indemnización, los resguardos expusieron cómo van a usar los recursos para implementar sus proyectos productivos de siembra de hortalizas y así empezar a liberarse del asistencialismo, enfrentar las problemáticas de la pérdida de semillas nativas y continuar en la recuperación de sus mingas.
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Foto:Renata Rincón

Para estas etnias del Cauca, sumergidas por más de cincuenta años en el corazón del conflicto, las armas de fuego no inspiran el respeto que sí evoca el bastón de la Guardia Indígena, y el remedio más efectivo es el fuete. El año pasado fue el correctivo escogido para un grupo de estudiantes que traficaban con papeletas de coca en el colegio La Playa. Varios menores recibieron entre tres y cinco fuetazos. “Nadie quiere pasar por ese dolor y humillación, y yo sí siento que los niños empezaron a respetar desde ahí más las aulas”, cuenta la rectora.
Los nasas esperan que después del castigo, y con la ayuda de las familias, los jóvenes retomen el camino correcto y que, con la ayuda de las armonizaciones, los remedios y la educación comunitaria, terminen sus estudios y busquen cursar carreras profesionales y, de esta forma, el Duende les permita a los niños concentrarse en sus talentos naturales y en lugar de volver para hacer reclamos y mostrar su poderío, les enseñe sobre la medicina natural y así los pueblos ancestrales logren volver a convivir en armonía con la naturaleza.
RENATA RINCÓN BARRERO 
Especial para EL TIEMPO
* Nombre cambiado
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