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Así nació uno de los grupos de resistencia a la minería en Cajamarca

Cuando, en el 2002, llegó la AngloGold Ashanti al territorio, lo primero que les preguntaron fue qué necesitaban. La respuesta de ellos fue tajante: “No necesitamos nada”.

Cuando, en el 2002, llegó la AngloGold Ashanti al territorio, lo primero que les preguntaron fue qué necesitaban. La respuesta de ellos fue tajante: “No necesitamos nada”.

Foto:Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO

Mediante una consulta popular, el municipio rechazó este domingo cualquier actividad minera.

Los campesinos cajamarcunos son unos de los protagonistas en lo que rodea el proyecto de minería de oro de La Colosa, que este lunes sigue siendo tendencia nacional por los contundentes resultados de la consulta popular del domingo, en los que el rechazo a proyectos mineros se llevó el 97 por ciento de los votos.
Pero sin duda, esta población de Cajamarca no solo es una pieza clave en este proceso por salir a votar en la consulta, sino por ser unos de los líderes más importantes en la resistencia que este municipio lleva haciendo por más de diez años al proyecto de megaminería, de la sudafricana AngloGold Ashanti.
Resistir se ha convertido en su consigna diaria. Desde que se levantan muy temprano para trabajar en sus cultivos, en los que la arracacha, la zanahoria, la ahuyama y el café hacen parte del paisaje de corregimientos como Anaime.
Partamos con que nosotros no entendíamos nada de esto que ahora pasa porque nunca en la historia del municipio se había hablado de minería. El hecho de ser agricultor, de ser tan sensible con la naturaleza, estar tan arraigado con el territorio, tan querendón de la tierra es lo que hace que la gente diga ‘No’, vamos a defendernos y queramos aprender a defendernos”, cuenta Yolanda Rojas, campesina de la región.
Yolanda es una mujer tolimense que se sabe “al derecho y al revés” –como ella afirma- la historia de Cajamarca. Habla de su municipio como una meseta que está anclada en cuatro columnas de oro, de los indios pijaos defendiendo la riqueza y de la colonización antioqueña en su búsqueda de oro. Pero también hace referencia a cuentos de Cortázar y a uno de sus libros favoritos ‘Pa’ que se acabe la vaina’ de William Ospina, en el que el autor, a través de una perspectiva histórica, analiza y hace una crítica a la situación actual del conflicto y crisis que padece el país.
Así como Yolanda, son 15 las personas que pertenecen a la Asociación de Productores Agroecológicos de la Cuenca del Río Anaime (Apacra). Con este proyecto buscan brindar calidad de vida para las familias de la zona y también para los consumidores.
“De esta manera pensamos en que Apacra es una propuesta alternativa que tiene fuertes tintes de resistencia ante las multinacionales que han llegado hace unos 10 o 11 años a nuestro municipio a vendernos la idea de que desarrollo es todo lo contrario a lo que nosotros sabemos hacer: agricultura”, afirmó Cielo Báez, representante legal de Apacra.

Agroecología: un camino hacia la resistencia

Hacia el 2002, el municipio de Cajamarca se veía enfrentado al auge de la agricultura, por lo que casas comerciales encargadas de vender insumos agrícolas, agrotóxicos y fertilizantes empezaron a formular productos para la tierra.
“Eso hizo que el agricultor natural empezara a depender de ese mercado externo que le llevaba semillas, fertilizantes, agrotóxicos, y ahí ya la tierra empieza a tener una diferencia”, manifestó Yolanda.
En ese proceso llegó la ONG Semillas de Agua, que tenían adelantado un trabajo de conservación del páramo y descontaminación de la cuenca del río Anaime.
“Es entonces cuando Semillas de Agua manifiesta la importancia de enlazar los procesos productivos al sistema de conservación, porque no se sacaba nada conservando el agua donde nace y todos nosotros contaminando con los aerotóxicos; por eso nace la propuesta de agricultura limpia”, recuerda Yolanda.
Es así como cerca de 50 personas empiezan la escuela de campo de agroecología, proceso de formación que duró tres años. En ella, los campesinos estudiaban temas alrededor la agricultura como el suelo, conservación, el agua y los animales.
Ya con la inquietud sembrada en este grupo de campesinos empieza un proceso de ensayar lo aprendido en sus propias fincas, ya que las capacitaciones que daba Semillas de Agua eran en otros terrenos. La idea que en ese entonces tuvieron los campesinos cajamarcunos fue no envenenar los alimentos que cultivaban.
De esa manera, 15 de los 50 campesinos que tomaron el curso que dictó Semillas de Agua tomaron la decisión de asociarse y emprender lo que ahora es para la mayoría de ellos su proyecto de vida.
Su capital inicial fue de $ 700.000 y cuando Yolanda recuerda ese momento, se queda callada, sonríe y dice: “Esto no genera mucha plata, porque ser productor agroecológico no es para hacer plata, es para ser feliz, pero eso usted no lo refleja en la economía del país”.
Y entonces así empieza el proceso que Apacra ha liderado en la región, especialmente en la vereda El Águila. Su mayor obsesión es empoderar a los campesinos, mujeres, niños y jóvenes con el proceso de agroecología, con la cual pretenden beneficiar a consumidores locales y departamentales.
En esa medida, además de cultivar sus propios alimentos sin usar agrotóxicos que afectan la salud, decidieron hacer nuevos procesos con esos alimentos y crear productos innovadores en la región y que lleven ese sello 100 % cajamarcuno.
Por ejemplo, está el yogur de ahuyama, de café y de arracacha, también las galletas de chachafruto y la torta de cidra. Todo lo trabajan con los estándares de calidad necesarios, ya que además tienen una planta  donde los elaboran.

“Si frenamos La Colosa, frenamos cualquier cosa”

“Trascendemos de la marcha, del gritar, de los medios, del internet de todas estas cosas que generalmente son las que hacemos los “ambientalistas” como nos llaman, a las propuestas de extractivismo. Se trasciende en una alternativa de producción. El verdadero buen vivir está en empoderar a la gente, en decirle a la gente que hay cosas que pueden ser muy rentables que pueden no dañar el medioambiente y por el contrario contribuir a la salud”, afirmó Cielo Báez.
Cuando en el 2002 llegó la AngloGold Ashanti al territorio, lo primero que les preguntaron fue qué necesitaban. La respuesta de ellos fue tajante: “No necesitamos nada”.
“Eso para ellos fue traumático porque no están acostumbrados a que la gente les diga que no. Eso hace que nosotros nos empecemos a empoderar y que en otras veredas empiecen a decir: ‘llamemos a los del Águila, que son parados y esos nos defienden’” recuerda Yolanda.
Fue así como este grupo de campesinos se vinculó, en el 2011, con el proceso que había iniciado el Comité Ambiental, que integran el trabajo colectivo de diferentes organizaciones y grupos de campesinos, estudiantes, indígenas, entre otros para defender el agua, la vida y el territorio.
En este proceso, una de las grandes enseñanzas que ha tenido Apacra es resistir, pero sobre todo insistir:
“Hay que ser muy terco, porque a usted en casi todo lado le dicen que no. Si me toca ir y hablar con el Presidente, voy y lo hago y le digo quién soy yo para que entienda que el campo tiene que cambiar. Porque el discurso de ´pobrecito el campesino que está en crisis', ese es su mejor discurso. Pero usted no se crea esos cuentos, usted tiene que entender que es poderoso porque es capaz de producir alimentos y comer no va a pasar de moda. Por eso, si paramos La Colosa, paramos cualquier cosa”, concluye Yolanda.
JULIANA MATEUS TÉLLEZ
Redacción ELTIEMPO.COM
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