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Crónica del 'infierno' de Puerto Salgar y otras secuelas del Niño

En algunas zonas del país, por ejemplo, recurren al 'baño francés' ante escasez de agua. Panorama.

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El fenómeno del Niño, que por estos días golpea al país con su mayor contundencia, tiene a 128 municipios del país con algún nivel de desabastecimiento de agua y bajo monitoreo de las autoridades de emergencias, a los poblados ribereños con sus economías golpeadas y a miles de colombianos padeciendo por las altas temperaturas.
Reporteros de EL TIEMPO visitaron tres municipios que retratan las mayores dificultades que viene generando el Niño a lo largo del territorio.
Los días ‘infernales’ que se viven en Puerto Salgar
En Puerto Salgar (Cundinamarca) hace tanto calor que hay un barrio al que llaman ‘el infierno’. Por estos días, los lugareños no encuentran suficientes árboles para refugiarse de los azotes del sol, y el aire de los ventiladores no es suficiente. El pueblo está que arde.
Este municipio a orillas del río Magdalena ha recibido con contundencia los días de mayor intensidad del fenómeno del Niño. El 29 de diciembre, cuenta Libia Londoño, dueña de un estadero, muchos decidieron cerrar sus negocios para huir a buscar brisa al río Guarinó o a las escasas piscinas del municipio vecino de La Dorada (Caldas). Esa era la salida para no torturarse, pues nadie podía soportar los 45 grados centígrados que se registraron –según el Ideam, la temperatura máxima en la historia de Colombia– ni tapándose bajo la sombra de los acacios y veraneros, árboles junto a los cuales se aglutinaban los desesperados habitantes.
En el pueblo son pocos los que se atreven a salir de sus casas por el calor, se han registrado temperaturas de 45 grados. Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO
Los únicos valientes que se atreven a darle la cara al sol son los mototaxistas, que viven sus días más prósperos. Guillermo Ramírez, un hombre al que no le faltan sus gafas oscuras para tantear la fuerza del astro en sus viajes en moto, dice que en el pueblo es poco el movimiento a pie en estas semanas porque nadie se atreve a salir de la casa, y por el calor sus servicios han sido más concurridos.
Mientras Guillermo hace sus viajes, en el centro del pueblo los viejos nunca se levantan de sus mecedoras y se abanican con un pedazo de cartón, a punto de perder el aliento. Los pocos vendedores de jugos o helados que se ven por las calles a veces parecen desfallecer. A otros se los ve sentados en tiendas, bebiendo cervezas, pero en las mesas no se escuchan palabras, no hay energías para ello.
Los pobladores que viven cerca del Magdalena dicen estar bendecidos porque hace “fresquito”, pero hay personas que no aguantan estar ni un minuto más en el pueblo, como Cindy Hernández, quien ya está pensando en irse a vivir a otro lado. La joven, de 18 años, a punto de dar a luz, se ha cambiado dos veces de casa en los últimos días y asegura que hay un barrio que es el mismísimo infierno.
“En el barrio La Esperanza viví unas semanas, y me tocaba bañarme hasta 6 veces al día, me tocó irme para donde mi tía porque no hay quien se aguante ese calor”, cuenta la mujer.
Como Cindy Hernández hay varios pobladores que no soportan el clima y piensan en abandonar el municipio. Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO
En ese lugar, en las afueras del municipio, las casas se terminaron hace un año. Según los habitantes, este es el punto más caliente porque los árboles no alcanzan a proteger las casas.
Los bochornos son desesperantes. Cristian Real, un joven de 24 años que trabaja en La Dorada y vive en LaEsperanza, dice que la temperatura es tan elevada que en su casa se pasó de comprar dos galones de agua a 6 en la semana, debido a que no existe momento en que no se hidraten. En el pueblo, además, solo se necesita de una hora para que la ropa recién lavada se seque.
El mayor problema de La Esperanza no es el agotador sol del día. Ese es solo el principio de la ‘pesadilla’ que se vive a diario. No hay nadie en el barrio que tenga aire acondicionado y las familias se refrescan con ventiladores, elementos que según los comerciantes de La Dorada, se vendieron hasta dos veces más en los últimos días de diciembre. De hecho, los comerciantes consultados de cinco almacenes de ese municipio caldense, a donde van todos los salgareños vecinos de compras, el 30 de diciembre solo registraron ventas de estos aparatos.
Los salgareños, por el calor, incrementaron hasta el doble la venta de ventiladores en el vecino municipio de La Dorada. Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO
Aunque todos en el pueblo se bañan antes de ir a la cama, el truco que tienen para no verse sofocados es llegar rendidos a ella para que el bochorno no los atrape del todo, pero ni así, cuenta Real, se puede dormir.
Real dice que en su casa todos se despiertan hasta cuatro veces durante la noche a beber agua o a bañarse, llevan días trasnochándose y a pesar del cansancio no son capaces de resistir más allá de las 7 de la mañana en la cama, pues el calor empieza a sofocarlos.
El último alivio que tuvieron los habitantes del pueblo fue hace 13 días, cuando unas gotas refrescaron a los sofocados lugareños y los pescadores se agarraban las manos para agradecerle a Dios y pedirle que acabara con la sequía.
Sin embargo, esas escasas gotas de poco les sirvieron a los pescadores, que ya se están rindiendo ante los bajos niveles del Magdalena, donde no hay maniobra que funcione para cazar peces. Solo huyen del calor.
La sequía le arrebató a Honda la subienda
Hugo Granados, un curtido pescador de Honda (Tolima), baja todos los días al río Magdalena y, como el río lleva poca agua, camina sin dificultad por sus riberas. Granados se santigua y al instante lanza su pesada atarraya de 24 libras y 360 mallas, que, en cuestión de segundos, vuelve y recoge con apenas dos tolombas, un pescado pequeño que solo sirvió para aumentar su cara de angustia.
Las últimas mediciones de los bomberos le dieron al Magdalena una profundidad de 54 centímetros en este punto. Juan Carlos Escobar
Descalzo, en pantaloneta y sin gorra, bajo un sol que quema a una temperatura de 38 grados centígrados, se ubica debajo del puente Luis Ignacio Andrade, pero el nuevo intento con su atarraya lo deja desinflado. Cabizbajo, regresa a su casa de la avenida Pacho Mario, un sector de estratos 1 y 2, junto al río, donde sus habitantes lo único que saben hacer es pescar.
“Hoy no comerán mis hijos ni mis nietos”, afirma este hombre, de 67 años, que añoraba con ansias la subienda, un fenómeno anual de mediados de diciembre a marzo que ha servido para mejorar sus ingresos económicos por la afluencia de bocachico, bagre, nicuro, capaz y tolomba, entre otras especies.
Granados, presidente de la Asociación de Pescadores Independientes, afirma que el fenómeno del Niño espantó las lluvias “y tiene aguantando hambre a unos 2.000 pescadores de Honda, Ambalema y zonas aledañas de la cuenca del Magdalena”.
La subienda daba para todo, pues las ganancias de la venta de pescado que cogían en agotadoras jornadas diurnas y nocturnas alcanzaba para pagar matrículas, arriendos e impuestos atrasados, y le permitía a este batallón de hombres rescatar sus electrodomésticos de las prenderías o ponerse al día en la tienda del barrio.
El alcalde Juan Guillermo Beltrán declaró el estado de calamidad pública para conseguir recursos y llegar con ayudas a miles de familias que “viven del río”.
La crisis ya se extiende a los restaurantes, ventas callejeras, tiendas, hoteles y negocios que aumentaban sus ventas por la llegada de turistas que venían a comer pescados.
Martha Calderón, propietaria del restaurante KZ Café, está sorprendida por la reducción en más del 50 por ciento de las ventas durante la primera quincena del año.
En Lebrija miden cada gota de agua
Los 41.000 habitantes de Lebrija (Santander) llevan dos semanas orando para que por los grifos de sus casas salga agua, pues la intensa sequía acabó con los afluentes que surten el acueducto.
A fuerza de racionar el preciado líquido, que llega al pueblo en carrotanques, los lebrijenses se han vuelto matemáticos: suman, multiplican y dividen por el número de miembros de sus familias los metros cúbicos de agua que compran o les suministran los bomberos y vehículos enviados por la Gobernación y la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo.
“Un cuarto de litro para bañarse los dientes, dos litros para tomar agua, un litro para hacer jugo esporádicamente. Ahorramos el agua que se utiliza en la lavada de los platos para el inodoro, y para bañarnos toca a veces a punta de trapito húmedo, el baño francés”, dice Nidia Cala, ama de casa.
Además, desde que fue decretada la emergencia sanitaria por la disminución en los caudales de los ríos, en julio del 2014, algunos hoteles han tenido que cerrar sus puertas. Dora Herrera, dueña de un restaurante y panadería al lado de la plaza principal, cuenta que algunos empleados le han dicho que tienen que comprar una bolsa de 5 litros de agua para poder bañarse, “y algunos llegan con la ropa del día anterior porque no pueden lavarla”.
En Lebrija, después de que dos camiones cisterna comenzaron a llevar agua al acueducto, algunas casas han tenido agua por cuatro horas, pero en los barrios periféricos la crítica situación se mantiene porque la presión no es suficiente para que el líquido llegue.
Aunque no se ha declarado una emergencia por epidemias, pobladores manifestaron que hay brotes de dengue debido, en algunos casos, al almacenamiento incorrecto del agua.
Cristian Ávila Jiménez, Fabio Arenas Jaimes y Diana Clavijo
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