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Otras Ciudades

Cartagena construye una muralla contra el hambre

En Cartagena, miles de personas carecen de lo más mínimo para vivir dignamente.

En Cartagena, miles de personas carecen de lo más mínimo para vivir dignamente.

Foto:Yomaira Grandett / EL TIEMPO

Se calcula que en Colombia hay 5 millones de personas que tienen hambre, el 10,8 % de la población.

User Admin
Confieso que aquella fotografía me estremeció el alma. Sentí que se me estaba arrugando el corazón.
La publicaron con justificado despliegue el jueves 4 de octubre, hace apenas quince días, en la primera página de este periódico. Era una foto tomada en un basurero de Puerto Carreño, pequeña ciudad de 10.000 habitantes, capital del departamento del Vichada, al oriente del territorio colombiano, cerca de la frontera con Venezuela, tierra de ríos y llanuras, de grandes planicies y arboledas.
En la imagen aparecía un gentío atropellándose para llegar al camión que botaba basura en un peladero. Eran indígenas de tres comunidades diferentes. La mayoría eran niños, mujeres y ancianos. Buscaban algún desperdicio para comer, aunque fuera un pedazo de tabla o una bolsa de plástico.
Aquella foto desgarradora ilustraba una investigación periodística sobre la cantidad de colombianos que aguantan hambre a lo largo y ancho del país, mientras que cada día se desperdician casi treinta toneladas de alimentos dañados. Treinta mil kilos de comida que se pierden diariamente, imagínese usted.
Entre las infamias humanas, ¿puede haber alguna peor que el hambre?

El hambre en Colombia

Las investigaciones más recientes, y en las cuales se puede confiar, corresponden al año pasado. Según las Naciones Unidas, en el 2017 había 821 millones de personas que soportaban hambre en el mundo entero. Es decir, el 11 por ciento de los habitantes que tiene el planeta, nada menos.
Colombia, lejos de escapar a ese panorama sombrío de dolor y miseria, es una de las naciones más afectadas. Se calcula que el 54,2 por ciento de los hogares colombianos padecen graves problemas de desnutrición crónica.
Miren esto: en el primer semestre de este año, 149 niños menores de cinco años murieron de hambre en las diferentes regiones del país. El año pasado, en el mismo período, fueron 122 casos. La tragedia está creciendo. Los departamentos más afectados por el hambre son La Guajira, Cundinamarca, Cesar, Magdalena y Tolima.
(Y, mientras tanto, abundan los políticos y funcionarios que se roban la plata destinada a la comida de los más pobres. ¿Qué diablos esperan para mandarlos a que se pudran en la cárcel?).

Cartagena, cifras del hambre

Se calcula que en Colombia hay casi 5 millones de personas que tienen hambre. Son el 10,8 por ciento de nuestra población. Esa sola cantidad es como un garrotazo en la cabeza.
Las estadísticas nacionales se vuelven más dramáticas en el caso específico de Cartagena, que puede servirnos de espejo a todos porque es la ciudad emblemática de Colombia, la joya de la corona, la meca del turismo, la cuna del romance y la felicidad, la de los crepúsculos de colores sobre el mar; la ciudad de murallas y castillos, de islas y bahías, la que atrae a gente del mundo entero. De manera que prepárense para lo que van a leer a continuación.
En Cartagena hay 270.000 personas que viven con 8.000 pesos diarios. Mejor dicho, que sobreviven. Son el 25 por ciento de los habitantes de la ciudad. Me pregunto yo: ¿cómo hacen para mantenerse?
Peor aún: de ellos, el 4 por ciento –que son más de 46.000 seres humanos– solo tienen 3.800 pesos diarios para solventar sus necesidades básicas, empezando por la comida.

Nosotros solos no podemos responder a tantas angustias, pero unidos, sí

La ciudad heroica

Esta no es la primera vez que el hambre acorrala a los cartageneros. Hace poco más de doscientos años, en el segundo semestre de 1815, prefirieron morirse antes que rendirse a las tropas españolas que, al mando del brigadier general Pablo Morillo, intentaban reconquistar la ciudad, que en ese entonces tenía 18.000 habitantes.
Para obligarlos a que se rindieran, Morillo bloqueó la entrada de cualquier alimento. Cuatro meses después, cuando terminó el asedio, solo quedaban 9.000 personas: la mitad de la población había muerto por falta de comida. Pero Cartagena no se rindió. Al enterarse de lo que había pasado, Simón Bolívar, que ya andaba guerreando en cerros y páramos, la llamó “ciudad heroica”. Y fue necesario que pasara un siglo entero para que volviera a tener sus 18.000 habitantes.
La de ahora, en cambio, no es un hambre provocada por el heroísmo sino por la inhumana pobreza, por la indiferencia social, por los ladrones de cuello blanco. Aunque parezca un juego de palabras, o una ironía del destino, fue el diario cartagenero 'El Universal' el que tuvo la puntería de decir en un titular luminoso: ‘El hambre de los niños de Cartagena es el alimento de la corrupción’. (Así es: la corrupción engorda cada día más porque se come la comida de los hambrientos).

La muralla de monseñor

No existen las coincidencias. Existe la armonía. Todo tiene una razón de ser. Einstein decía que Dios no juega a los dados con el universo. El mismo día que salió publicada aquella fotografía de primera página, me habían invitado a participar en una reunión con monseñor Jorge Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo de Cartagena, para hablar del mismo tema: el hambre.
Estaban presentes los empresarios, dirigentes gremiales, periodistas, universidades, supermercados, líderes comunales, gerentes de los molinos harineros, tenderos, vendedores del mercado público. Monseñor Jiménez, a través del Banco de Alimentos de la Arquidiócesis, está tratando de unir a todo el mundo en esta lucha.
Al instalar la reunión, el arzobispo recordó que, en sus correrías por playas y aldeas, Jesús se encontraba con frecuencia ante el hambre de la gente, como consta en varios relatos bíblicos sobre la multiplicación de panes y peces.
“¿Se producirá algún día ese mismo milagro en Cartagena? –se preguntó monseñor–. Cartagena tiene que construir una nueva muralla: la muralla contra el hambre”.

Médicos y voluntarios

En aquel mismo recinto me encontré con el médico Jaime Trucco Lemaitre, una especie de abnegado apóstol social, presidente del Hospital Infantil de Cartagena, conocido popularmente como ‘el hospitalito’ o ‘la casa del niño’. Trucco les ha dedicado su vida entera a los niños que buscan ayuda en esa institución.
“Estoy muy angustiado –me dice él–. Imagínate que, en niños menores de 6 años, el hambre produce daños cerebrales irreversibles. Y, aunque luego lo nutras, quedó hecho el daño”.
Al otro lado de la mesa estaba un hombre altísimo, cuadrado y de gran vozarrón. Era Salvo Basile, el célebre actor y productor de cine italiano, que llegó a Colombia hace cincuenta años y se quedó para siempre en Cartagena.
“Salvo es uno de nuestros voluntarios más entusiastas en la lucha contra el hambre –me comenta Sandra Rhenals, la directora del Banco de Alimentos–. Es un voluntario con la camiseta puesta”.

Abundancia y escasez

La señora Rhenals, que es mujer de mucha acción y pocas palabras, me dice que el Banco de Alimentos “es un puente entre la abundancia y la escasez. Por eso necesitamos que aquellas personas que pueden hacerlo crucen ese puente para que podamos ayudar a los que más necesitan”. Guarda un rato de silencio.
“Necesitamos que las gentes se pellizquen –añade–. Para que vean que la otra Cartagena se está muriendo de hambre”.
En este momento, el Banco atiende a 2.300 personas. Entre ellas hay muchos niños y ancianos, los dos extremos más vulnerables de la sociedad. En lo que va corrido de este año han entregado 28.213 kilos de comida, casi 29 toneladas.
Pero no se trata solo de comida, ya que también reciben y reparten enseres domésticos, ropa, implementos escolares. En estos días, precisamente, se está celebrando la Alimentatón, que es la gran campaña para recaudar alimentos. Dura del 16 al 20 de octubre.
“Ayúdennos –exclama monseñor Jiménez–. Cada día tenemos más niños con hambre en Cartagena. Nosotros solos no podemos responder a tantas angustias, pero unidos, sí”.

El contraste

Cartagena aparece entre las ciudades más pobres de Colombia en todas las investigaciones y estadísticas que he consultado para esta crónica. Unas veces en el segundo lugar, otras veces en el tercero, a veces en el quinto.
Yo no sé si es la más pobre o la menos pobre. Pero sí sé que es el lugar donde la miseria es más chocante y más hiriente. Nada es más estremecedor que un niño indigente que pide limosna en la puerta de un hotel de seis estrellas. O una madre con su bebé en brazos escarbando la basura en la misma acera de un restaurante apetitoso.
Ustedes ni se imaginan lo que es ver en medio del atardecer a un anciano hambriento que trata de agarrar un pescado con las manos en la orilla del mar, porque no tiene ni para comprar un anzuelo, mientras el último sol del día espejea sobre el agua, al pie de una fortaleza colonial.

Epílogo

Perdónenme que se lo diga de un solo golpe: uno de cada cuatro cartageneros está aguantando hambre. Ese solo número les da a ustedes una idea de la tragedia. Clínicas y hospitales me informan del crecimiento gigantesco que han tenido últimamente los casos que deben ser atendidos por desnutrición crónica.
Mientras tanto, en la ciudad se ha producido un considerable incremento industrial y comercial. La economía turística, hotelera y portuaria creció un 123 por ciento en los últimos diez años, más del doble. Qué bueno.
Pero ese gran crecimiento no se ve reflejado en la vida de la población. Y la exclusión social sigue aumentando. La corrupción también, a ritmos industriales. Los planes de alimentación para las escuelas más pobres son saqueados diariamente. Hay fuero especial para el ladrón, como decía Neruda, y cárcel para el que roba un pan.
Si no luchamos todos contra la corrupción, terminaremos siendo parte de ella. O, por lo menos, seremos sus víctimas.
Todavía falta mucho por hacer.
JUAN GOSSAIN
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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