¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Otras Ciudades

Expedición por los ríos de Colombia en busca de la tía abuela Vera

Charles Goodson-Wickes, Remi Berthelemot y Miguel Silva estudian mapas del bajo Cauca antioqueño y fotos de la tía abuela Vera, en el hotel Doña Manuela, en Mompox.

Charles Goodson-Wickes, Remi Berthelemot y Miguel Silva estudian mapas del bajo Cauca antioqueño y fotos de la tía abuela Vera, en el hotel Doña Manuela, en Mompox.

Foto:Cortesía Ricardo Mazalán

Viaje hasta la región minera de Antioquia, tras los pasos de una inglesa que murió en Pato, en 1929.

“Hace más de veinte años nos conocimos brevemente en Inglaterra”, decía el correo electrónico. “Yo era miembro del Parlamento británico. Me dicen que me puede contar un poco sobre las elecciones presidenciales. Lo invito a almorzar”. El mensaje estaba firmado por Charles Goodson-Wickes, y estaba fechado en Londres.
El 14 de mayo del 2014 nos encontramos en su hotel en Bogotá. Charles estaba sentado en una mesa y se levantó a saludarme. Vestía traje azul oscuro, camisa blanca con mancornas, corbata y un pañuelo de colores en el saco. Ojos azules, una nariz levemente aguileña, rostro colorado y un sentido del humor negro lo revelarían como británico en cualquier parte.
Pedimos una copa y hablamos de política colombiana, pero al rato la conversación tomó un giro extraño, cuando él abordó un tema inesperado.
–Quizá usted sea la persona que me puede ayudar a encontrar a mi tía abuela Vera. Ella murió en un pueblo llamado Pato, en Antioquia, donde operaba una mina de oro de una compañía británica, y yo quiero recorrer sus pasos y visitar su tumba, si es que hay una tumba.
Le dije que haría lo posible por averiguar cómo llegar al lugar, nos despedimos y las siguientes comunicaciones fueron escasas y breves. En una me agradecía mi interés en el asunto y en otra yo le decía que quizá la ruta correcta era desde Barranquilla hasta Puerto Berrío, por el Magdalena, y de allí por tierra hasta el lugar, pero que preguntaría. Adicionalmente le dije que era una zona peligrosa, con fuerte presencia de las Farc, paramilitares y Eln.
Nos vimos nuevamente en octubre del mismo año, cuando vino, por invitación del presidente Santos, a Colombia. Pero dada la fuerte presencia de las Farc en la zona, no avanzamos en el tema del viaje.
Pasaron tres años antes de ver de nuevo a Charles y de saber de su ‘great aunt’ Vera.
Su nombre completo era Vera Marion Wickes. Nació en Londres en 1873. En la Primera Guerra Mundial, Vera fue enfermera en Francia, acompañando al ejército británico. Después de 1918 mantuvo su dedicación hacia los soldados, ahora veteranos. Una noche ofreció una fiesta para ellos en un bote que era de su madre, el Aída, que estaba amarrado a un muelle en el Támesis, en Londres, y llegaron tantos veteranos que la embarcación se hundió.
Vera era aventurera y no estaba casada, con lo cual tenía libertades de las que carecían la mayoría de las mujeres de la época. Había recorrido Europa con su familia, y en 1913 viajó a Australia y Egipto. Lo sabemos por las fotos que la sobreviven, que son poquísimas. En una de ellas, vestida de blanco como en casi todas las demás y con sombrero de ala redonda y amplia, está sentada en una elegante calesa tirada por un joven que lleva un sombrerito fez en la cabeza.
Sabemos que en 1928 Vera se embarcó en el Flandres, un paquebote que pertenecía a la Compañía General Trasatlántica francesa, que hacía las rutas de las Indias Occidentales y Sur y Centroamérica. El Flandres llegó a Barranquilla en noviembre de ese año.
No sabemos en qué fecha abordó uno de los vapores que hacían el viaje por el Magdalena río arriba hacia Mompox. En uno de los mapas que encontró Charles hace años, impreso en Suiza, se lee que el Bajo Magdalena y sus afluentes eran servidos por una nutrida flota de barcos: “Treinta compañías disponen de 131 buques de vapor, servicios de pasajeros y carga, velocidad media de 9 kilómetros por hora en la subida y 17 en la bajada y capacidad total de 63.500 toneladas”.
A 9 kilómetros por hora le habrá tomado a Vera entre cuarenta y cincuenta horas llegar a Mompox, con paradas para aprovisionarse de leña, bebidas y alimentos, y para bajar y subir pasajeros.
No sabemos en qué fecha llegó a Antioquia ni por qué buscaba la mina de oro que se explotaba en ese pueblo llamado Pato, pero los administradores eran británicos y los miembros de la junta también, así que quizá conocía a alguien que trabajaba allí y en su espíritu aventurero siguió una invitación fortuita. Existe también, como siempre, la posibilidad de un amor tardío.

No sabemos en qué fecha llegó a Antioquia ni por qué buscaba la mina de oro que se explotaba en ese pueblo llamado Pato, pero los administradores eran británicos y los miembros de la junta también

Lo que sí sabemos, por un certificado de defunción firmado por C. M. Davidson, el viceconsul británico en Medellín, es que Vera Marion Wickes falleció el 5 de enero de 1929, a los 45 años de edad. El documento fue hallado por Charles, su sobrino nieto, impulsado por una curiosidad insaciable y una perseverancia irresistible, en Somerset House, donde permanece el Registro General de nacimientos, matrimonios y defunciones de Inglaterra y Gales. En la nota aparece también el nombre del gerente de la mina Pato Heines, un tal R. T. Watson, y no mucho más.
A partir de ahí se asume que fue enterrada cerca de Pato, un pueblo minero que en el año 1952 pasaría a ser un pueblo fantasma tragado por la manigua, cuando una compañía estadounidense decidió trasladar las operaciones extractivas un poco más abajo del río, hasta donde hoy queda El Bagre.
Nada más en realidad. No sabemos de qué murió, ni si había quedado allí una tumba que recordara su existencia.
Para 2017, cuando Charles me contactó de nuevo, era claro que la ruta no era por Puerto Berrío, sino por los ríos Cauca y Nechí, hasta el nordeste antioqueño. Almorzamos en el restaurante El Patio con su hijo Edward. Y decidimos llevar a cabo el viaje.
Me acordé que en esa zona de Antioquia opera Mineros y supe que Colpatria era uno de sus accionistas importantes. Hablé entonces con Eduardo Pacheco, su presidente, quien oyó esta extraña historia, sonrió y me aseguró que me contactaría con Andrés Restrepo, el presidente de la minera.
En toda esta aventura no hubo participante más entusiasta que Andrés, ni un grupo de gente más dispuesta a ayudar que la de Mineros. La primera vez que hablé con él ofreció ayuda para movernos desde Mompox hasta Pato. Me dijo que la zona seguía siendo complicada, pero que su gente la conocía bien. Y prometió que su gente buscaría el cementerio.
Al otro día hablé con Charles y le conté las buenas noticias. Le dije que lo acompañaríamos y que quizá habría un par de amigos que irían con nosotros. Charles quería salir de Barranquilla, pero no encontré un bote apropiado, de manera que el acuerdo fue partir desde Cartagena en febrero.

Tras sus pasos

El viaje para buscar la tumba de la tía abuela Vera comenzó en la madrugada del 14 de febrero. Nos embarcamos en una lancha de río, con la promesa de llegar a Mompox siete horas después, hacia las dos o tres de la tarde. Era un grupo numeroso: los nueve que viajaríamos tras la pista de la tumba de Vera –cuatro ingleses, entre ellos Charles, su esposa Hoppy, Edward, su hijo, y Kate, una amiga británica que vive en Bogotá; Remy Berthelemot, un amigo francés, y Nora, su esposa colombiana, aventureros que viven entre Francia, México y Colombia; Ricardo Mazalán, fotógrafo argentino de AP y Liliana y yo. Venían con nosotros otras ocho personas que nos acompañarían como turistas, aprovechando el bote, incluyendo cinco niños pequeños.
En teoría, la primera parte del viaje sería un paseo, con pocos riesgos o incomodidades. La segunda, hasta El Bagre en Antioquia, parecía peligrosa, más larga e incómoda. Estábamos equivocados: en materia de problemas, sería al revés.
En pocos minutos atravesamos la bahía de Cartagena. El canal del Dique estaba despejado y tranquilo esa mañana. Sus 120 kilómetros de recorrido tienen calado suficiente para que pasen los grandes planchones de Ecopetrol con crudo. En su origen no había tal, sino una serie de lagunas y ciénagas conectadas en diversos esfuerzos por crear una vía navegable entre el río y la bahía. El canal navegable todo el año solo data del siglo XX, con posterioridad a la construcción del canal de Panamá. Su ampliación definitiva a los poco más de cien metros actuales ocurrió en 1984, cuando el número de curvas fue reducido de 93 a 50, con el propósito de permitir el transporte fluvial de hidrocarburos.
Lo atravesamos fascinados, buscando, por encima de los jarillones que el Gobierno ha elevado para evitar una inundación similar a la del 2010, las pequeñas ciénagas de Las Flores y Palotal, o las enormes ciénagas de Juan Gómez y María la Baja. Al cabo de cuatro horas y media pasamos el puente de Calamar y entramos al río Magdalena, que en ese punto tiene unos 600 metros de ancho, extasiados por su belleza. Recargamos combustible y seguimos nuestro viaje río arriba. Era ya mediodía e íbamos retrasados.
Durante las siguientes horas el calor iría aumentando, pero en esta época hay viento suficiente para que no sea insoportable. A lado y lado del río vimos pequeñas canoas de pescadores. Pero en realidad, el río estaba vacío. Fuera de los pescadores y de un remolcador de Ecopetrol que sobrepasamos en el canal del Dique, solo vimos una embarcación distinta de la nuestra: un remolcador antiguo y pequeño que empujaba un pontón con jaulas para ganado, vacías. Nada más. Todo el solitario río para nosotros.
Vimos también, en las riberas del Magdalena pobladas de guayacanes coloridos, miles de garzas reales, que son grises, y elegantes garzas blancas, así como cormoranes, y patos canadienses de regreso hacia el norte, en grandes bandadas.
A las tres de la tarde, ocho horas después de salir de Cartagena, pasamos bajo el puente de Plato. Dos horas después vimos el espectáculo del brazo de Loba, que baja por el occidente y el brazo de Mompox, que lo hace por el oriente. En tiempos de la Colonia ambos traían aguas caudalosas. Ahora solo el de Loba tiene buen caudal.
A Pinto, Magdalena, ya en el brazo de Mompox, llegamos a las seis de la tarde. Caía la tarde y aún nos faltaban unos cuarenta o cincuenta kilómetros para llegar. En la ribera de la isla los árboles estaban secos, y en ellos dormían decenas de cormoranes, parecidos a alargados frutos negros sobre las ramas de un árbol muerto.
Minutos después sentimos un fuerte roce con el fondo que detuvo súbitamente la lancha. ¡Habíamos encallado!

Duramos casi tres horas más en el río, a oscuras, sin ver a nadie, pasando un par de pueblitos fantasma. Quedamos en llegar a Santa Ana, a unos kilómetros de Mompox para bajarnos del bote

Ovidio intentó la reversa, pero el bote no se movía. El río no tenía más de cincuenta centímetros de fondo. Apenas había luz. Se hizo necesario que todo el que pudiera empujar se bajara a empujar. Finalmente salimos en reversa, pero de ahí en adelante solo podíamos avanzar muy despacio.
Duramos casi tres horas más en el río, a oscuras, sin ver a nadie, pasando un par de pueblitos fantasma. Quedamos en llegar a Santa Ana, a unos kilómetros de Mompox para bajarnos del bote y tomar un bus. Lo logramos hacia las 10 de la noche, doce horas y media después de salir de Cartagena. Estaba oscuro y unos soldados que cuidaban el puente por el paro armado del Eln nos ayudaron a bajar. Llegamos a Mompox a las 11 de la noche.
Estuvimos dos días en esa ciudad maravillosa. El viernes regresaron a Cartagena parte de los viajeros y nosotros seguimos nuestro camino tras las huellas de la tumba de la tía abuela Vera.

El país del oro

Comenzamos la segunda etapa. La lancha nos recogió en el municipio de La Bodega, en el otro extremo de la isla de Mompox, para emprender el viaje por el brazo de Loba. Era una lancha amplia, con bancas de fibra y un motor de 200 caballos. Dejamos atrás Magangué y avanzamos a treinta nudos de velocidad hacia la desembocadura del río Cauca.
Ya en el Cauca, de aguas más oscuras, y después de pasar un barco rojo de dos pisos que parecía salido del siglo XIX, nos detuvimos en Guarandá, Sucre, a estirar las piernas, ir al baño y tomar alguna cosa. Llevábamos unas cuatro horas de camino.
En las estrechas calles del pueblo, al lado del embarcadero, Guarandá parece un enorme mercado popular. Está sucio y en los puestos venden botas pantaneras, cachuchas, camisetas, tenis, gasolina, repuestos de motores. En los pequeños restaurantes ofrecen gallina, bocachico, mojarra y bagre frito.
Al salir, el lanchero aumentó la velocidad. El río Cauca es más estrecho que el Magdalena, y una velocidad de treinta nudos obliga a tener la cautela de un piloto de carreras. A la izquierda se ve la serranía de San Lucas, conocida por ser uno de los lugares donde hace presencia el Eln, lo cual hace que aumentar la velocidad sea una buena medida de cautela.
Al llegar al pueblo de Nechí, en la desembocadura del río que lleva ese nombre, nos acercamos al muelle. Allí recogimos a Ramiro Jaramillo, gerente de operaciones de Mineros, y a Gonzalo Gómez, su antecesor, dedicado ahora a escribir una historia de la compañía y por ende interesado en el viaje en busca de la tía abuela Vera. Seguimos por el río Nechí, aún más angosto, de aguas aún más oscuras que las del Cauca y el Magdalena, y con bajos peligrosos, que solo un lanchero baqueano puede evitar.
Íbamos nueve viajeros, más Ramiro y Gonzalo con dos lancheros y una persona de seguridad de la compañía. Subimos por el Nechí, que en lengua yamesí quiere decir ‘río de oro’ y poco más arriba vimos la primera draga de la minería ilegal, anclada en medio del río, con el brazo elevado del tubo de succión de lodos, sus motores de diésel y una hamaca para el operador.
Seis horas y media después de salir de la isla momposina llegamos a El Bagre. La idea era almorzar con nuestros anfitriones y luego descansar. Al día siguiente iríamos a Pato a visitar la tumba que había encontrado una señora de la zona el 22 de enero anterior, cuya existencia todavía desconocían Charles y su familia, porque él me había pedido que no le contara si encontrábamos el cementerio.
El 22 de enero, tres semanas antes de emprender el viaje, recibí un mensaje de WhatsApp de Andrés Restrepo, con dos fotografías, en el que decía:
“A mí se me erizó la piel… Qué irá a decir su amigo inglés”.
La señora encargada de buscar el cementerio había encontrado tanto el cementerio como la lápida de Vera.

La señora encargada de buscar el cementerio había encontrado tanto el cementerio como la lápida de Vera

“En cumplimiento de la misión encomendada, empecé a averiguar por el cementerio de los gringos y me dijeron que estaba al lado del cementerio del corregimiento y vaya qué decepción cuando me dijeron que el antiguo cementerio había sido volteado por las máquinas de la minería ilegal... Un señor escuchó del comentario y dijo que él hace mucho tiempo había visto un cementerio de gringos en un sector llamado La Verde, ubicado entre Pato y San Juan. Las pruebas son irrefutables. Ahí está la tumba”.
Cuando vi las fotos, a mí también se me erizó la piel.
Al finalizar el almuerzo se me acercó Ramiro. “Le tengo una mala noticia”, me dijo. “No vamos a poder ir a ver la tumba. Hablé con el coronel y me dijo que hay combates con los ‘paras’ del ‘clan del Golfo’ cerca y no nos pueden acompañar; dice que hay ‘paras’ en Pato”.
Ramiro habló de nuevo con el coronel, le dijo que “le pusiera fe a la cosa”, y quedamos en vernos en su casa esa noche, en la comida que él y su esposa nos ofrecerían, como otro gesto de generosidad, entre muchos otros, hacia el grupo de viajeros.

Un momento muy emotivo

Esa noche, el Ejército reiteró lo dicho: la suma del paro armado del Eln, los combates contra el ‘clan del Golfo’ en el que cayó uno de los jefes y la presencia probable de hombres armados desaconsejaban el viaje al día siguiente.
Así que al final de la cena me levanté, como si fuera a hacer un brindis, y les conté que no podríamos ir. “Pero tenemos buenísimas noticias”, dije.
Les mostré entonces las fotos de la tumba en cuya lápida se lee “en amorosa memoria de Vera Marion Wickes, quien murió en Pato. Enero 5, 1929”. Les conté exactamente dónde estaba enterrada. Les dije que ese esfuerzo había sido una tarea liderada por Andrés Restrepo y Ramiro, y que Estella Grueso, allí presente, les contaría cómo habían llegado hasta allí. Y les ofrecí traducir unos audios enviados por Andrés el 22 de enero, para que sintieran lo que habíamos vivido quienes conocimos la noticia entonces.

Les mostré entonces las fotos de la tumba en cuya lápida se lee “en amorosa memoria de Vera Marion Wickes, quien murió en Pato. Enero 5, 1929”. Les conté exactamente dónde estaba enterrada.

Todos miraban las fotos de la lápida conmovidos. Puse el primer mensaje de audio, en el que le habla la señora de Pato a la de Zaragoza:
“Eso tiene mucho monte doña Gladys. Entonces yo me imagino que allí debajo de esos pajonales hay más tumbas. (…) Y bueno como ya encontramos pues la de doña Vera ya no quisimos como andar más, los señores solo limpiaron alrededor de donde estaba de la de doña Vera y no más. Pero sí vimos como seis tumbas más, de niños, y de otra señora”.
Y el otro: “Doña Gladys, yo pienso que ese lugar allí forma parte de nuestra cultura ¿no? Eso merece rescatarlo, merece organizarlo, y hacer de ese lugar, hacer algo hermoso ahí, que la gente que venga de otro lugar diga ‘yo quiero ir a ese lugar, yo quiero leer’, porque uno puede leer los nombres, leer los años de las personas y todas esas cosas… a mí me gustaría que eso se rescatara, que se convirtiera en un centro cultural de nuestro municipio, de nuestro corregimiento de Pato, porque vale la pena. Ese día que fui me sentí conmovida, de ver que en ese lugar (empieza a llorar) … hay personas de otro país… personas…(llora)… que vinieron a trabajar por aquí, y que algunos de ellos quedaron ahí, sus hijos quedaron ahí… es conmovedor doña Gladys, es conmovedor. Y me gustaría que se hiciera algo lindo ahí, algo hermoso, en ese lugar…”.
Hay que oírlo para sentir lo que ella expresa con su voz, con su llanto contenido.
Es una inmensa tristeza. Tristeza, claro, por los muertos que están enterrados ahí, mujeres y niños de otros países, que murieron en su mismo pueblo, arrasados por la malaria quizá, pero también tristeza por su pueblo arrancado de raíz por los americanos en 1952, y por los muertos que han puesto todos, ella misma sin duda, en esa región tan rica y también tan pobre, víctimas de las Farc, de los paramilitares, de la minería ilegal.
A Pato no llegamos. Gracias a nuestros amigos de Mineros pudimos ver de primera mano la distancia que hay entre minería bien hecha –como dice la camiseta de la compañía– y la minería ilegal. Vimos cómo sacan el oro, cómo procesan las arenas con gravimetría y sin mercurio, y cómo su explotación ocurre en zonas contenidas, que regresan a su estado original una vez termina su explotación. Pero vimos también las enormes dragas de la minería ilegal, los estragos que deja, los cráteres abiertos y las tierras destruidas luego de su paso.
Esa tarde Ricardo, nuestro amigo fotógrafo, se voló y llegó hasta la tumba de la tía abuela Vera. Tomó fotos del antiguo cementerio de los gringos, y llegó con una sonrisa culpable hasta el campamento en la noche.
Charles se veía feliz a la mañana siguiente en Zaragoza, a pocos minutos de donde está enterrada su tía abuela, con sus prismáticos antiguos (de la guerra de los bóeres, heredados de su abuela paterna), su cámara de rollo y su camisa amarilla, feliz de haber recorrido los ríos por los que viajó ‘great aunt’ Vera y de haber hallado su tumba, y a él se le acercaban los muchachos del pueblo para tomarse una fotografía a su lado, pensando que sería alguien famoso, nuestro amigo el exparacaidista y médico del ejército británico, el exparlamentario, el ejecutivo de multinacionales, pero sobre todo, el perseverante y maravilloso sobrino nieto de Vera Marion Wickes, enterrada en Pato, Antioquia, el 5 de enero del año 29.
MIGUEL SILVA
Para EL TIEMPO
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO