¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Otras Ciudades

'Acabé posando de esposa feliz, ayudándole a subir peldaños'

Claudia contó que en Medicina Legal le dijeron que ellos evalúan las cicatrices físicas, pero ella no mostraba ninguna. "Cuando me pegaba, no dejaba señales".

Claudia contó que en Medicina Legal le dijeron que ellos evalúan las cicatrices físicas, pero ella no mostraba ninguna. "Cuando me pegaba, no dejaba señales".

Foto:Salud Hernández-Mora

Claudia Villamil decidió a dar el paso de denunciar la violencia psicológica y servir de ejemplo.

No tiene la cara amoratada. Ni la nariz rota. Ni un brazo partido. Permaneció trece días ingresada en la clínica Valle del Lili de Cali, aquejada de un “episodio depresivo grave” y vive escondida por pánico a su esposo.
“Perra hijoeputa” es un insulto habitual que, asegura ella, le grita cada vez que le provoca. “Si hablas y me demandas, me las vas a pagar”, la amenaza permanente. “Escupirme a la cara y abofetearme en lugares públicos”, algunas de sus armas, precisa Claudia Villamil.
¿Su delito? “Ser una entre miles de esposas que soportamos en silencio el permanente maltrato psicológico, y en ocasiones del físico, de nuestros esposos”, admite la protagonista de esta historia. (Además: Violencia contra la mujer se disparó durante el 2016)
Rara vez denuncian o hacen públicas sus desgracias. Sienten pavor a las represalias y a perder la familia; temor a empezar una vida sin estabilidad económica y a pasar la vergüenza de que la sociedad conozca las permanentes humillaciones que tragan.
Cuando preparaba esta crónica, descubrí el lado oscuro de dos altos directivos de reconocidas compañías. Sus esposas vivieron –y una aún sigue viviendo– en propia carne torturas semejantes a las de Claudia.
Casada desde hace veinte años con el coronel del Ejército Pedro Gerardo Prieto Bejarano, decidió dar el paso para servir de ejemplo y ayudar a crear conciencia social sobre ese tipo de tortura.
“En Medicina Legal me decían que ellos evalúan las cicatrices físicas y yo no mostraba ninguna porque cuando me pegaba no dejaba señales. Pero en la Casa Matria de Cali, que depende de la Alcaldía y protege a mujeres violentadas, hablaron de que lo mío son heridas del alma, las más complejas porque no se cierran fácil, siempre dejan marcas. ‘Heridas’, dijeron, ‘que no deben quedar impunes’ ”.
En diciembre pasado regresó con su esposo y su hija pequeña de Santiago de Chile, donde él ocupó por un año el cargo de agregado adjunto militar. Nada más aterrizar en Bogotá, pensó en presentar demanda de divorcio. Consideró suficiente, aduce, el enorme sacrificio de alargar doce meses el calvario de convivir con él con el único propósito de no perjudicar su carrera militar y el futuro de sus dos hijos. Le retumbaba en los oídos la advertencia que Pedro le hizo cuando se abrió la posibilidad del puesto en Chile: “Si me pone una demanda de divorcio, me daña la agregaduría. Y usted no me va a romper 30 años de vida militar, cuidadito, que no me conoce, no sabe quién soy yo, rata asquerosa, perra hijoeputa, desgraciada”.
En lugar de sostener su posición, agachó la cabeza. “Decidí volver a ser el payaso de la fiesta, ir con él a Chile y acudir como buena esposa a los eventos de protocolo imprescindibles para su carrera”.
Emprendió resignada la última etapa “de un calvario” que empezó a fraguarse el día que contrajo matrimonio con Pedro, pese “a la oposición de mi familia”. Acababa de cumplir 18 años, trece menos que su novio. Nunca me permitió estudiar, debí seguirle en todos sus destinos militares, aunque en alguno solo demoramos unos meses.
Chaparral, Granada, San José del Guaviare, Dabeiba, Tunja, Bogotá, Apartadó, Medellín... Diecisiete lugares en los que vivieron en los tiempos duros de la violencia guerrillera y paramilitar, época en que los familiares de los militares apenas podían abandonar los batallones por seguridad.
“Él se ausentaba semanas y meses, y yo aguardaba su retorno”. Cuidar de los dos hijos y atender algunas actividades sociales con las esposas de otros oficiales ocupaban unas jornadas cargadas de soledad. “Seguía soñando con ir a la universidad, permanecer en alguna ciudad el tiempo necesario para estudiar, pero Pedro insistía en que mi deber era seguirle con los niños allá a donde fuera. ‘Usted lo que quiere es quedarse para conseguir mozo’, era una de sus respuestas”. ( Le puede interesar: Violencia de género 'sigue siendo un grave problema de salud pública')
En Dabeiba, cuatro años atrás, descubrió “que tiene un hijo con una amante de allá. Y en el siguiente destino, otra novia”, rememora con dolor Claudia. Al reprocharle dolida su comportamiento, prendió una mecha que avivó el incendio. Claudia dice que Pedro, inquieto por un escándalo conyugal que pudiera frustrar su carrera militar, “contraatacó con insultos y amenazas”, armas que surtieron efecto. “Debí abandonarlo por sus infidelidades”, pero se sintió incapaz de dar la batalla. “Terminé posando de esposa feliz, siguiéndole los pasos y ayudándole a subir peldaños”.
Comandante de la Brigada Móvil 11, director de Reclutamiento Nacional, director de Derechos Humanos y pos-conflicto, fueron sus últimos cargos antes de recabar en Chile.
Aunque los puestos de mando parecían llenar sus ambiciones profesionales, “la violencia psicológica hacia mí fue subiendo hasta alcanzar en Santiago el grado máximo”, asegura Claudia. “Me pegaba dos o tres cachetadas y decía riendo: ‘A ustedes solo les hacen caso cuando van con el ojo caído. Vaya y denuncie a ver dónde tiene los morados en las piernas”.
Los carabineros chilenos, sin embargo, la escucharon. “Acudí a ellos después de uno de sus ataques violentos. En la casa me escupió treinta veces y gritaba: ‘¡perra!, ¡cochina!’. Me pegaba cachetadas, me daba pata. Y en el centro comercial Costanera Center me pegó cuatro cachetadas y gritaba ‘perra hijoeputa’ delante de la gente. Me fui al baño, con la cara roja, a chillar. A la hora debí salir porque íbamos a recoger un disfraz de la niña, como si nada”, relataba ante la autoridad atropelladamente.
“Cuando en la casa me insulta o me pega, me encierro en el cuarto a llorar y él se va detrás con el celular en la mano y me graba. Yo duermo con la niña y él entra a veces en la pieza y se queda mirando, y cuando cierro con llave para que no se meta, pretende tumbar la puerta a patadas. Muchos días no me levanto de la cama, nada me provoca. Y siempre vivo atemorizada”. ( Lea también: Más de 2.000 mujeres agredidas buscaron refugio en hogares de paso)
El agente la escuchó atento, mirándole a los ojos. Al terminar, “me dijo que iría enseguida a detenerlo y que incluso podrían llegar a la deportación. Me invadió el pánico. ‘No, eso es peor para mí, tomará represalias en Colombia, no lo haga’, supliqué”.
“Al menos ponga la denuncia, para que quede un antecedente”, recuerda que sugirió el agente.
El 19 de diciembre del 2016 la familia volvió a Bogotá, donde vivieron los últimos dos años antes del traslado a Santiago. “Aunque podíamos quedarnos hasta diciembre, adelanté la vuelta en secreto. Necesitaba tratamiento médico y prefería que fuera en Colombia”. Desde hacía semanas sufría un mal llamado tinnitus/acúfenos. “Sientes ruidos en la cabeza como si te encontraras en medio de un bosque. No puedes dormir, te enloqueces, hay personas que se suicidan porque uno nunca vuelve a tener silencio. Y lo peor es que se puede volver crónico”, precisa.
De nuevo en Bogotá, “continuamos protagonizando la película de feliz pareja”. Había surgido otra razón para aplazar la inevitable separación. Pedro estaba a solo días de coronar su carrera militar: ser general de la República.
Claudia señala que su esposo pensaba que si sus superiores llegaban a conocer el lado violento de su personalidad, rodaría por la pirámide antes de alcanzar la cima. El único incidente que podría emborronar su expediente, el que adquirió repercusión mediática, parecía haber quedado atrás. Ocurrió mientras fue Director de Reclutamiento de Bogotá. Causaron revuelo unas intempestivas batidas en TransMilenio para cazar jóvenes renuentes a prestar el servicio militar y trasladarlos a un batallón de un punto remoto del territorio nacional.
El coronel, rememora Claudia, estaba convencido de que lograría su propósito. Pero no quedó entre los escogidos.
Fue para ella el momento de romper amarras. “Hasta aquí llegó mi vida con usted, ya no me necesita para su carrera. No más”, le dijo.
“Ahora sí me puede demandar, mis cuentas están en ceros. ¿Me cree marica? La voy a dejar en la calle”, respondió el coronel, según Claudia. “Lo demandé y cumplió su amenaza. Me cortó la tarjeta de crédito, me quitó mi ropa, mis enseres, echó a mi mamá de una casa que compramos los dos en Santander de Quilichao (Cauca), el pueblo donde crecimos. Al separarme yo pensaba irme a vivir allí”. Y fue el momento en que metió en su guerra a su cuñada, Gloria Patricia Silva, la Comisaria de Familia de Santander desde hace dieciséis años.
“Me dijo que soy una enferma sexual y otras cosas terribles. Me sentí ultrajada y entendí a las mujeres que sufren maltrato psicológico. En Santander, en el 2016, recibimos 300 denuncias, pero de maltrato físico; las otras callan”, explica Gloria Patricia Silva. “Existe la preocupación entre los comisarios de Familia de la región de que algunos funcionarios de las Fiscalías recomiendan a las mujeres maltratadas que en lugar de iniciar un proceso penal, vengan a las comisarías para asustar a sus esposos con el argumento: si prosperan las demandas, van 9 años a la cárcel y entonces, ¿quién les va a dar la comida a sus hijos?”.

‘La señora tiene conducta bipolar’: defensa de Prieto

El coronel Pedro Prieto, en tono amable, me remitió a su abogado, César Mejía. “La señora tiene un comportamiento difícil de conducta, es bipolar”, adujo el letrado. “El ICBF de Santander de Quilichao la está buscando, esconde a la niña, estamos muy preocupados, tiene una demanda desde el 26 de diciembre por su agresividad. Hay que investigar bien a esa señora, el coronel está muy asustado por ella. Tengo los videos más horribles que se pueda imaginar de agresividad con su hija”.
Sobre los insultos, afirmó: “Tiene que tener en cuenta el contexto del núcleo familiar”. Y aseguró que deberé rectificar. A su juicio, no podré probar que la voz que escuché insultando a Claudia es del coronel.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO