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Las primeras casas gratis en Casanare hechas con regalías

Benefician a 127 familias de Orocué, en el sur del departamento petrolero.

Después de tres años de vivir casi amontonados en una pieza, a la que le entraba agua cada vez que llovía y donde en verano hacía un calor infernal, José Eliécer Lozano, su esposa, Ana Felicia Colina, y sus cinco hijos y un nieto empezaron a rehacer sus vidas en una casa propia.
La vivienda, que tiene un costo de cerca de 30 millones de pesos y que les fue entregada sin pagar un solo peso de cuota inicial ni adquirir una deuda, tiene 72 metros cuadrados de área construida y un patio de 28 metros cuadrados, y consta de dos habitaciones, un baño, cocina y sala comedor.
La casa hace parte de 127 unidades que la Gobernación de Casanare construyó con recursos de las regalías del petróleo. El barrio Jacinto Moreno, en el que el municipio también construye otras 294 viviendas con recursos propios y un crédito, es el primero que se levanta con estos recursos en ese departamento.
Este municipio a orillas del río Meta y que es conocido porque allí fue donde José Eustasio Rivera escribió, a principios del siglo XX, parte de su novela La vorágine, está a más de seis horas de Yopal, y a él se puede llegar por dos carreteras que solo son transitables en verano, o a dos horas en lancha por el río Meta, desde el también municipio petrolero de Puerto Gaitán, ubicado aguas arriba en la otra orilla.
Y aunque Orocué está más cerca de Yopal, la capital de Casanare, a un poco menos de 200 kilómetros de distancia, sus habitantes prefieren movilizarse en lancha, aunque apenas disponen de dos rutas al día, una en la mañana y otra en la tarde, que parten de Puerto Gaitán con destino a Santa Rosalía y Puerto Carrero (Vichada), en límites con Venezuela.
Debieron dejar su finca
José Eliécer y Ana Felicia son dos campesinos que debieron dejar su finca de 14 hectáreas abandonada luego de que cuatro hombres encapuchados, de quienes ellos prefieren no dar más detalles, mataron al mayor de sus seis hijos.
Esta familia había vivido casi 40 años en la pequeña finca en el corregimiento de Nueva Reforma, a tres horas en carro de Orocué, que José Eliécer heredó de su padre. Allí sembraban plátano, yuca, maíz y tenían cerdos, gallinas y unas vacas para la leche. Pero todo eso quedó abandonado. José Eliécer y Ana Felicia debieron salir apenas con lo que llevaban puesto.
En su nueva morada en el barrio Jacinto Moreno, que está a unos diez minutos a pie del centro de la población, y al que se llega por una amplia avenida pavimentada, esta familia campesina, ahora con un nieto más y un hijo prestando servicio en la Infantería de Marina, intenta reconstruir sus vidas.
Comenzaron con unos colchones y ya tienen camas, una mesa con sus bancas de madera y en la sala una descolorida silla de pasta y un viejo televisor. “Todo esto nos lo regalaron amigos y gente del pueblo”, dice José Eliécer sentado en un chinchorro que él mismo tejió.
Allí, cada uno busca a su manera ayudar a sufragar los gastos de la familia. Ana Felicia lava ropas y arregla casas, pero este es un trabajo esporádico; al tiempo cuida a sus dos nietos y a sus hijos, que en la mañana van al colegio. Y desde hace un par de meses, esta casanareña nacida en una vereda de Orocué tiene una ilusión más. A través del programa Red Unidos recibió 20 gallinas ponedoras y dos bultos de concentrado, que mantiene en un rancho que levantó en el patio de la casa.
“Al principio nos dijeron que no podíamos tener gallinas, pero, finalmente, me las dieron; yo mantengo limpio el corral para que no genere malos olores ni moscas”, asegura esta mujer de 50 años.
José Eliécer, de 59 años, por su parte, se rebusca con trabajos varios y, como él mismo dice, de “lo que salga”. “Cuando hay trabajito, limpio lotes y potreros, y tejo por encargo atarrayas y mallas (para pescar)”, cuenta este hombre nacido en una vereda del vecino municipio de Puerto Gaitán.
Como los Lozano hay otras familias que tampoco tenían techo y que resultaron beneficiadas con las viviendas construidas con regalías del petróleo. Es el caso del líder indígena Juan Carlos Pomare, su joven esposa, Maldy Elicenia Guerrero, y su hijo de dos años, que desde febrero próximo será llevado al jardín infantil, que queda a solo a tres cuadras de distancia.
Ellos vivían en la pequeña casa de madera y palma y piso de tierra que tienen los padres de Juan Carlos en el resguardo El Duya. En el pequeño rancho se acomodaban ocho personas, incluidos los hermanos de Juan Carlos y sus esposas. “Allá, el niño estaba expuesto a que lo picaran bichos” –dice este guahibo–. “Sí, en medio de la palma, la madera y el adobe se esconden pitos, alacranes, cucarachas, ratones y hasta murciélagos”, reitera Juan Carlos sentado en una silla de pasta blanca al lado de su esposa.
Por eso, los Pomare, quienes cada nada visitaban el pueblo, encontraron en su nueva vivienda un gran alivio, pues su hijo ya puede crecer en un ambiente más sano. La casa es en concreto y tejas de eternit y está cerca de un parque con juegos para niños.
Pero, además, esta pareja está conectada con el mundo a través de internet y cuentan las 24 horas del día con luz, agua potable, gas y alcantarillado, servicios que no tenían en el reguardo. “Es una casa amplia y tiene buena ventilación. Doy gracias a Dios porque tenemos todas estas posibilidades, que ojalá también lleguen al campo”, asegura Juan Carlos, que ya piensa en construir en parte del patio una sala de estudio.
Los Lozano y los Pomare, a quienes les asignaron las casas a través de un sorteo, son solo dos de las 127 familias que ya están disfrutando de un techo propio, aunque en turno hay cerca de 300 que anhelan tener la misma posibilidad para empezar a cambiar en algo su suerte y rehacer sus vidas.
El puente que conectó a Orocué con el desarrollo
Aunque el puente sobre el caño San Miguel solo tiene 90 metros de longitud, su construcción, realizada también con regalías del petróleo del departamento, permitió que a Orocué empezaran a llegar tractomulas y grandes volquetas, con lo cual se generó más empleo y se dinamizó el comercio, y fue un motor para el turismo y la realización de obras de infraestructura.
Gracias al puente, con un costo de 5.200 millones de pesos, pese a estar lejos de la capital del departamento y a que la mejor vía de comunicación es el río Meta, este pequeño pueblo del sur de Casanare tiene el 99 por ciento de sus calles pavimentadas, cuenta con energía eléctrica las 24 horas del día, estrenó una enorme plaza de eventos –con concha acústica y cancha sintética de microfútbol y de voley playa, parque infantil y una fuente luminosa– y suministra gas natural a la mayoría de veredas y resguardos indígenas.
Paradójicamente, según el alcalde Monchy Yobany Moreno, todo se ha hecho cuando el municipio dejó de recibir cerca del 75 por ciento de las regalías.
“Antes el pueblo era feo y la gente no se amañaba, pero ahora la gente está muy contenta con la transformación”, asegura este ganadero que en dos ocasiones ha sido elegido alcalde.
Esta opinión la comparte el gobernador Marco Tulio Ruiz, quien destaca que durante su administración se destinaron cerca de 50.000 millones de pesos de recursos de regalías –tanto del antiguo modelo, que estaban congelados y que fueron desembolsados, como del nuevo sistema– para obras que han beneficiado al municipio de Orocué. “El sistema Ocad es un poco dispendioso y exige muchas cosas, algunas que no se necesitan, pero es más planificado y les hacen seguimiento hasta el final a los proyectos”, dice.
GUILLERMO REINOSO RODRÍGUEZ
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