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La luz encendió la vida en Cumaribo, el municipio más grande del país

Los 5.300 pobladores de este pueblo disfrutan de un servicio de energía eléctrica las 24 horas.

DAVID ARANGO
Cuentan los pobladores de Cumaribo (Vichada) que hace diez años llevar el helado a su municipio era una tarea que requería paciencia y cierto grado de terquedad. Había que transportarlo por tierra desde Villavicencio (Meta) en cajas de icopor cubiertas de hielo seco, en un viaje que podía durar casi tres días a través de una carretera que se inunda con facilidad. La otra opción era empacarlo en la bodega del viejo avión de carga DC3 que todavía arriba al pueblo una vez por semana y esperar que no se deshiciera al aterrizar. En ambos casos el resultado era el mismo: una masa tibia que debía comerse con afán. (Lea: Uno puede aguantar un rato de hambre, pero no un rato de sed')
En un día soleado en Cumaribo la temperatura alcanza los 30 grados centígrados. Entonces, mitigar el calor se hace necesario y un helado se convierte en un deseo, pero en este caso era un lujo. El pueblo no tenía un servicio eléctrico continuo que enfriara paletas, agua, carne, frutas o cualquier alimento que requiriera refrigeración permanente. Lo que era de consumo básico en otros pueblos del país, en Cumaribo era, de nuevo, un lujo, una excepción.
De esa época sobrevive una vieja planta de energía que abastecía de electricidad al pueblo y que reposa en el almacén del municipio rodeada de una masa de tiras de aluminio que alguna vez saltaban de poste a poste. Son líneas plateadas sin recubrimiento que hacían de alumbrado público y cuyo flujo de energía se cortaba con la lluvia, el viento o cuando la rama de un árbol las rozaba.
No hay duda, la luz en Cumaribo era caprichosa y costosa. De hecho, algunos de sus 5.300 pobladores adaptaron en un rincón de sus hogares plantas eléctricas que los sacaban por algunas horas de la oscuridad. Uno de ellos es Efraín Hernández, quien desde hace tres años dirige y es el locutor de la única emisora que transmite desde el pueblo.
Oyentes amables de Llano Adentro de 88.9 FM tengan el mejor de los días…”, dice con fuerza Hernández en la emisión de las 6 a. m., en su espacio radial que divide en tres programas de una hora cada una y donde lee noticias, anuncia concursos y fechas especiales.
Efraín Hernández es el locutor de la única emisora que funciona dentro del municipio. Foto: Juan Diego Buitrago / CEET.
“Vea, sin la llegada del servicio no habría podido organizar este trabajo y con ello se me facilitaron las cosas. Ahora tengo electricidad para alimentar la antena de radio que mandé traer desde Villavicencio”, cuenta Hernández.
La energía que enciende micrófonos, grabadoras y un computador proviene de una planta eléctrica ubicada a dos kilómetros de distancia. El corazón de esa construcción lo componen tres motores de fabricación canadiense que se conectan a un moderno servicio de alumbrado público.
No obstante, el punto más innovador de este sistema construido bajo la coordinación de la empresa de servicios públicos Gestión Energética S.A. (Gensa), lo compone un sistema de pago que se realiza a través de tarjetas prepago, sin facturas, sin filas. (Lea: Tener energía es como una bendición')
“Usted paga y recibe un pin que digita en el medidor de la casa y ya tiene luz”, cuenta Arleiro Geroteran, operador de la oficina de recarga de las tarjetas que cada dueño de los 1.170 predios de la población tiene. Desde la apertura de la planta, el pasado 14 de febrero, los habitantes de Cumaribo han pagado 160 millones de pesos por el servicio.
Para Pedro Lozano, indígena de la etnia sicuani, una de las más numerosas del departamento del Vichada, la instalación de este servicio le ha facilitado fabricar las artesanías que comercia. Son mochilas de tejido delgado a base de la hoja de cumare, una palma sagrada para su comunidad y de la cual proviene el nombre del municipio.
“Antes no podíamos trabajar de noche, teníamos que usar velas para iluminar el telar”, dice y señala una malla enorme que cuelga en una pared de su casa. “Para mi mamá también es más fácil porque ya no esfuerza la vista”, cuenta Lozano, mientras su mamá, Rosa Fuentes, de 68 años, y quien no sabe español, asiente con una sonrisa.
El comercio que florece con la electricidad
Una mirada rápida por las calles de Cumaribo confirma que esa energía ha servido para alimentar un incipiente comercio local compuesto por restaurantes, hostales, tiendas, cafeterías, carnicerías y, por supuesto, heladerías. La más conocida es administrada por Alejandra Manrique, una odontóloga que encontró el amor en ese municipio y decidió quedarse allí al terminar su año rural. (Además: Vivienda y granjas urbanas para alejar la pobreza)
“Antes, para conseguir un helado había que perseguir al señor que los vendía en su bicicleta, pero siempre estaban derretidos. Por eso con mi novio pensamos que era una buena idea montar este negocio aquí”, cuenta Manrique, quien meses después, con un dinero que le envió su mamá de Bucaramanga, compró una hielera, estableció contacto con un proveedor en Villavicencio y pidió su primer surtido de paletas a mediados de 2014.
Alejandra Manrique, odontóloga propietaria de la única heladería de Cumaribo. Foto: Juan Diego Buitrago / CEET.
Desde entonces su tienda se ha ampliado y ya cuenta con tres neveras que almacenan una provisión constante de helado que llega una vez por semana desde Villavicencio. “En este negocio una paleta derretida es una que ya no sirve. Pero con el servicio eléctrico no tenemos ese problema porque hay helado las 24 horas”, dice Manrique mientras recorre su cocina, extiende los brazos y describe el lugar que ocupará el horno para pizzas con el que ampliará su negocio.
La luz que llega con la noche
Desde el cielo, Cumaribo se ve como una cuadrícula de cerca de 20 manzanas pequeñas atravesada por vías de color ocre. Cuando llueve, el agua deja una mezcla espesa de barro en las calles que con el sol se convierte en un polvo cobrizo que lo recubre todo: mesas, manteles, pisos.
Foto: Juan Diego Buitrago / CEET.
Elkin Javier Villalba, uno de los tres estilistas del pueblo, se queja de la falta de pavimentación y del polvo que ensucia el piso blanco de su salón de belleza. Él llegó a la zona luego de que su negocio de radioteléfonos en Villavicencio quebrara y al igual que cientos de personas, vivió parte de la bonanza producto de la coca en las décadas de 1980 y 1990, cuando la región era controlada por los frentes 16 y 39 de las Farc.
A comienzos de 2010, el comercio de cultivos ilícitos fue erradicado por el Gobierno. La región diversificó sus fuentes de empleo, y Villalba, quien comenzó cortándoles el pelo a los jornaleros, alquiló el negocio que es hoy su peluquería. “El polvo sigue siendo un problema, pero ya tenemos electricidad para el televisor, las luces y la música. Es más fácil prestar un buen servicio”, dice.
Villalba dice que la terquedad es la palabra que mejor define a los pequeños empresarios de Cumaribo. Por eso impulsó varias marchas para garantizar el acceso a los servicios públicos. Esa época, el actual alcalde Ardulfo Romero Pardo la recuerda como una exigencia importante de la gente. Cuenta que esas movilizaciones fueron el detonante de los cambios que llegaron al pueblo porque fueron “una transformación que comenzó con la instalación de la luz”.
Uno de esos cambios más visibles fue el inicio de la vida nocturna. Cuando se transita de noche por Cumaribo se escucha música retumbar en cada esquina. Cuando son cerca de las siete de la noche, el polideportivo del pueblo, iluminado por bombillos blancos, es el escenario de la disputa de grupos de niños que se deciden entre jugar fútbol o basquetbol. Gana el segundo por mayoría, alguien toma el balón y anota los primeros tres puntos, después corre emocionado con los brazos abiertos mientras el otro equipo busca revancha.
Dentro de hora y media terminará el partido y los niños se irán a su casa con la certeza de que al día siguiente les espera otro encuentro bajo la luz que llega con la noche.
Foto: Juan Diego Buitrago / CEET.
DAVID ARANGO
Redacción ELTIEMPO.COM
DAVID ARANGO
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