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Un viaje de tres días por las entrañas del Samaná

Visitantes descienden al afluente en balsas, duermen en la selva y disfrutan de la naturaleza.

PAOLA MORALES
El caudal impredecible del río Samaná, en el oriente de Antioquia, según Jules Domine, se asemeja a una dama caprichosa, que juega y confunde hasta enamorar. Por eso, para entrar a sus entrañas hay que dejarse llevar y confiar en la fuerza de la naturaleza, en las olas y rápidos que dominarán el camino.
El Samaná, dice Dominé, deportista del Kayak y campeón mundial de este deporte, es una autopista de agua, que nos lleva al conocer el mundo, la naturaleza, el medio ambiente, pero también a las personas que viven de él, que nacieron en ese lugar y cuyas vidas están marcadas por su corriente, por sus sonidos y olores.
La expedición comienza a 50 kilómetros de Medellín, por la vía que conduce a Bogotá, a 20 minutos del municipio de San Luis.
En una pequeña playa se dan las primeras instrucciones: nunca quitarse el chaleco o el casco, seguir la voz del guía, no botar el remo en la de turbulencia o al salir expulsado del bote, y rescatar a los compañeros en caso de caída.
Allí, en medio de la selva, más de 60 personas, en cuatro balsas y casi 15 kayaks, todos listos para zarpar. Todos ellos, de diferentes países y nacionalidades, edades e idiomas. Por primera vez se sumergen en un río de tal magnitud, no solo por el nivel del caudal, sino también por la exuberancia de la flora y fauna que a su paso irán encontrando.
La emoción no se hace esperar, todos levantan sus remos y gritan ‘hurra’, para excitar al entusiasmo y librarse del miedo. Después de cinco minutos de remanso de agua, el caudal comienza a acelerarse, las olas crecen y aparecen las rocas gigantescas que han sido escarbadas y moldeadas por el agua durante miles de años. Para Dominé los ríos traen la historia geológica de cada territorio, en ellos se plasma el pasado natural y biológico.
La balsa comienza a seguir el ritmo de las aguas. En zigzag acelera la marcha y todos reman: “Vamos, derecha e izquierda, a remar (…) Para atrás, solo a la derecha, fuerte, aceleren”. Así hasta caer en la pendiente, que aumenta la velocidad y la turbulencia y a la final, forma el rápido. El agua salpica la cara, el dorso y los pies de los siete navegantes, hasta llenar a la balsa, todo queda mojado.
El choque del agua contra las rocas produce burbujas, que al mezclarse deja espuma blanca durante algunos metros. El cauce del Samaná, al ser muy resistente a la fuerza erosiva de la corriente, ha formado huecos, olas y remolinos, pasos estrechos y cascadas, en los que se desliza la balsa a toda velocidad.
La expedición comienza a 50 kilómetros de Medellín, por la vía que conduce a Bogotá, a 20 minutos de San Luis.
Pero también hay momentos de paz. Llega el remanso y los tripulantes levantan el rostro, se recuestan en la balsa y aparecen las aves y micos, que juegan y revolotean entre las ramas de los altos árboles. Muchos se tiran al agua, flotan y observan como las nubes se deslizan tranquilas. Las olas los arrullan y va arrastrando sus cuerpos río arriba. Desde allí la naturaleza sorprende por su exuberancia.
El trayecto, de 45 kilómetros y tres días en balsa o kayak, es además una exploración por una la biodiversidad de vena hidrográfica de 2.656,9 kilómetros cuadrados, la única de Antioquia que no ha sido represada. Allí, entre el bosque y las montañas se esconden especies endémicas poco estudiadas, de un alto valor biológico y científico.
Esto, en gran parte, debido a las características de la cuenca hídrica en la que hay más de 10 quebradas de gran extensión y casi 70 riachuelos, arroyos y afluentes, sin contar con las aguas subterráneas que no han sido exploradas en el territorio. Pequeñas cascadas se observan en el pasaje, todas llegan de la montaña, salen de las grandes rocas o se deslizan desde cualquier abertura de la tierra.
En la primera noche acampan en una playa, en plena selva. Atan las hamacas a los árboles, preparan las carpas y se sientan a la luz de una fogata. Las historias llegan, recuerdan las miradas cautivadoras de los campesinos que los han visto pasar, de los animales que por sorpresa se encontraron en el camino.
En el campamento, la cena y el desayuno es hecha por cada uno de los integrantes de la expedición. Cerca al este lugar hay una laguna, donde prenden velas y se bañan a la luz de la luna. Se trata casi de un ritual, en donde la conexión entre los viajeros y la naturaleza se hace cada vez más potente.
“La compenetración con la naturaleza es tan potente que a pesar de estar cansado, agotados, da tristeza al marcharse, dejar ese caudal majestuoso”, agrega Domine.
Cuando el último día de viaje salen del río, hay una sensación extraña en todos, pues el Samaná los ha cautivado. Una chiva los recoge en una carretera secundaria. Allí, a pesar de la música y del ambiente a fiesta, todos hablan de la experiencia y de la añoranza del río.
PAOLA MORALES
Redactora de EL TIEMPO
inemor@eltiempo.com
PAOLA MORALES
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