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Crean casa para atender niños explotados sexualmente en Medellín

Dos adolescentes fueron víctimas de este flagelo y años después volvieron a su hogar.

Alexa* tiene apenas 16 años, casi la misma cantidad de cicatrices que están impresas en su cuerpo por peleas callejeras. “Por fuera, con ropa, me veo bien, pero mi cuerpo está dañado por esta vida de calle”, dice.
Esta adolescente vivió durante cinco años en el centro de la ciudad, en medio de la pobreza, la droga y el alcohol. Hombres, casi todos mayores de 30 años, le pagaban de 20.000 a 30.000 pesos para que los complaciera.
Durante este tiempo no supo que todos los días era explotada sexualmente. Para ella este era un trabajo, aunque a veces, en las mañanas, cuando se levantaba sin la ‘traba’, lo consideraba una esclavitud.
Según el Primer Congreso Mundial sobre este tema, (1996), que se llevó a cabo en Estocolmo, la explotación sexual infantil se da cuando alguien “se beneficia injustamente de cierto desequilibrio de poder entre él mismo y una persona menor de 18 de años, con la intención de explotar sexualmente a esa persona, ya sea para sacar provecho o por placer personal”.
Al igual que Alexa, Jerónimo* de 17 años de edad, también fue víctima de personas que ante la soledad y la falta de recursos le ofrecían dinero, comida o un lugar en donde pasar la noche. Él en retribución les ofrecía su cuerpo.
“Nunca me gustó lo que hacía, esos minutos en que estábamos en la habitación eran largos. Por eso salía de ahí, consumía drogas, eso me hacía olvidar lo que vivía”, cuenta Jerónimo, que también regresó a su casa.
Ahora Alexa y Jerónimo hacen parte del programa Casa Vida, de la Alcaldía de Medellín, donde un grupo de terapeutas, psicólogos y profesores atienden a niños y niñas víctimas de este flagelo, que han sido afectados en su desarrollo personal y emocional.
A este lugar Jerónimo asiste diariamente, pues allí también recibe clases de octavo grado, que están certificadas por el Ministerio de Educación. Por eso, llega a las nueve de la mañana, cuando inician las clases, después almuerza con sus compañeros, lee o dibuja, también juega voleibol.
Fuera de las drogas, el dinero y las calles, en esa nueva casa Jerónimo ha soñado con ser escritor o periodista, además le gusta el diseño gráfico. Sus profesoras lo motivan porque saben que allí, en su mente, hay arte, ingenio y belleza.
A Alexa le cambió la vida, volvió a ser niña. Ahora juega con sus amigas, se dicen secretos, también escribe, lee, corre por los pasillos, se siente libre. Desea en unos años tener su propio negocio o ser gerente de una multinacional.
Ninguno de los dos extraña la calle, ni las drogas, no quisieran volver adonde siendo niños les arrebataron la ingenuidad, los aislaron de la familia y los amigos. En Casa Vida han aprendido que son valiosos y sus vidas importan.
*Nombres cambiados
PAOLA MORALES ESCOBAR
inemor@eltiempo.com - @PaoLetras
Redactora de EL TIEMPO
MEDELLÍN
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