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Los perros que les salvan la vida a los 'héroes de la patria'

Miembros de la FF. AA. narran sus experiencias como entrenadores de caninos antiexplosivos.

Por una pelota y cinco minutos de juego ‘Dariana’ le salva la vida al soldado profesional Frank Manco y al pelotón que le acompaña. Es negra, peluda, mueve su cola al ver a su guía.
Quiere jugar con él, o en lo profundo de las montañas antioqueñas infestadas de minas antipersona sembradas por las Farc; o en el campo de entrenamiento canino del batallón Pedro Nel Ospina, donde aprendió a buscarlas.
Para ganarse el tiempo del que considera su amo y amigo, primero debe percibir el olor del nitrato de amonio, de la pentolita, del indugel o del anfo, sustancias que usan en la guerrilla para impedir que los militares avancen hacia los cultivos ilícitos y a los campamentos donde se esconden sus cabecillas.
Y lo hace más que bien. De hecho es la mejor de los 109 caninos antiexplosivos que están olfateando los campos de todo Antioquia, el departamento que en la historia del conflicto armado colombiano tiene la mayor cantidad de víctimas de minas antipersonas con 2.449 casos, un 22 por ciento de las 10.993 de la totalidad que ha tenido el país de 1990 a la fecha.
“Podría haber sido mucho más, pero gracias a los perros hemos salvado muchas víctimas, tanto hombres nuestros como civiles”, dice el cabo primero Elkin Leonardo Ibañez, comandante del Centro Canino Onix del batallón Pedro Nel Ospina.
El soldado Mancó es de pocas palabras, tímido. Solo se siente confiado cuando le habla a ‘Dariana’. No lo dice, pero sabe que su perra le entiende.
“Esa es mi cachorra, vamos mi cachorra”. Le repite cuando la manda a buscar los explosivos.
Ella sigue moviendo la cola, es su juego preferido, si lo encuentra tendrá su premio. Se esfuerza al máximo, sin travesuras, solo usando el olfato.
Durante el 2014, con esos mismos ejercicios, la Séptima División del Ejército halló –en Antioquia, Chocó y Córdoba– 1.862 minas antipersona que contenían 5,5 toneladas de explosivos, 2.869 estopines y 2.870 metros de cordón detonante.
El material de guerra y el peligro de caminar en sus alrededores es la profesión de ‘Dariana’ y sus compañeros caninos.
La perra se sienta. Es el mensaje que esperaba Mancó. Su trabajo está hecho. La mina antipersona está enterrada en ese lugar.
Para él es otro día de vida, para ‘Dariana’ es su pelota y un poco más de tiempo para jugar con ella.
***
“El perro nos da 10 metros de vida. En la guerra eso hay que aprovecharlo”.
El dragoneante (r) Walter Estrada, fundador del Centro Canino de Bello, los aprovechó bien. Aún vive. La frase la aprendió con el que es hoy es el perro insignia de los antiexplosivos del país: ‘Onix’, el labrador al que, en sus años de servicio, no se le pasó una bomba, una mina antipersona, o un explosivo.
Es también fundador del centro que está adscrito a la Cuarta Brigada del Ejército Nacional.
“Era muy activo, juguetón. Un coronel de la Cuarta Brigada me lo dio (hace 16 años) para que lo cuidara. Al verle las condiciones me dije a mí mismo que serviría para esto, y así fue”, recuerda Estrada.
El entrenamiento de un canino inicia entre los 6 y 18 meses. Cachorros no sirven, son incontrolables. ‘Onix’ empezó a los 5 meses y demostró de lo que estaba hecho.
“Estuvimos en la Operación Orión de la comuna 13 (de Medellín), gracias a él dimos con varias caletas de las milicias urbanas del Eln con las que iban a frenar el ingreso de los soldados. Ubicó, en más de una ocasión, carros bombas con los que querían atentar contra la sede de la Cuarta Brigada”, cuenta Estrada.
‘Onix’, con creces, se ganó el respeto no solo de los canes. Los soldados, suboficiales y oficiales le tienen el rango de ‘comandante’ del campo.
Y es que aunque el servicio activo de un perro es de cinco años, él estuvo nueve, cuatro de ellos siendo el perro de exhibición para militares de otros países que venían a conocer el trabajo que se realizaba en Colombia.
Todo guía puede llevarse al animal 'pensionado', pero Estrada, con dolor el alma, no quiso.
“Es toda una leyenda y pertenece a la vida militar, así hoy no pueda caminar porque se le dislocó la cadera”, dice el dragoneante que cada semana va a visitar a su antiguo lanza e inseparable amigo.
Ninguno de los dos, el ‘binomio’, como les llama el Ejército, están en servicio. Estrada ya comparte más tiempo con su familia.
‘Onix’, ya mueco, arrastrándose como puede, se la pasa bajo la sombra de un árbol, observando el entrenamiento de los más jóvenes recordando, quizá, cuando a toda velocidad superaba la pista de obstáculos.
Puede sentir angustia, Estrada no está seguro, pero lo percibe. Se lo ve en la mirada. Por eso agradece que el Ejército Nacional le haya dado al perro el honor que merece por sus años de entrega.
En el ingreso del campo de entrenamiento del Pedro Nel Ospina, luce una placa con un busto de yeso.
Es ‘Onix’, que en la mitología griega son unas piedras negras y brillantes que nacieron luego de que Cupido le cortara las uñas a Venus.
Quizá él no sea precisamente las esquirlas de la diosa, pero como dice Estrada, “es todo un General”.
***
“¡Anímelo! ¡No lo toque! ¡Juéguele! ¡Pero juéguele hermano! ¡Juéguele!”.
Los gritos se escuchan en el campo del Centro Canino Onix. Provienen del soldado profesional y auxiliar de entrenamiento, Hernán Darío Henao.
Su labor, aunque suene paradójico, es enseñarles a los militares a divertirse con el perro.
El instrumento de juego es una toalla extremadamente limpia, en la que envuelven –cubierta de plástico– la sustancia que el animal debe identificar.
Los soldados corren de un lado a otro con toalla en mano. Luchan con el perro que la desea como si fuera un jugoso pedazo de carne.
Es un enfrentamiento en el que, explica Henao, siempre perderá el ser humano.
“El trabajo más difícil es educar a los hombres. Primero deben tener la energía necesaria para que el perro crea que es un juego de verdad”, dice.
Antes de iniciar el entrenamiento, hombres y animales son seleccionados cuidadosamente. No cualquiera sirve para la tarea.
Los soldados, según Henao, deben gustarle los animales, divertirse con ellos.
Los perros, por otro lado, deben ser hiperactivos, juguetones. “Las razas que más usamos son los Labradores (en sus tres colores), el Pastor Alemán y el Belga, el Mallinois y los Golden Retriever, pues son los que más se adecuan para el trabajo”, asegura Henao.
De acuerdo con el cabo Ibañez, el entrenamiento es fundamental pues “los terroristas intentan evadir el olfato de nuestros animales combinando otras sustancias (ajo, carne podrida, café) e, incluso, prefieren dispararles a los perros que a los soldados”, denuncia.
El testimonio de Lidia* que combatió para el frente 36 de las Farc lo confirma.
“En una ocasión (en marzo del 2014) un perro se sentó en una mina antipersona (en zona rural de Ituango) y mis compañeros no quisieron detonarla porque los soldados estaban muy lejos y nunca se acercaron. Cuando le contaron al comandante –alias ‘Anderson’– este se puso furioso: ‘¡Un perro de esos vale más que cualquier soldado!’, les dijo y los castigó”, recuerda la mujer.
Y es que el comandante del frente 36, según Inteligencia Militar, fue entrenado en Afganistán en el uso y fabricación de artefactos explosivos improvisados, lo que lo hizo consciente de que los perros son los únicos que pueden encontrar los campos minados.
Por eso, según Ibañez, estos son cuidados por sus guías como si se tratase del más preciado tesoro: “Cuando hay combates los guías abrazan a sus perros y los protegen con el cuerpo y si son heridos inmediatamente mandamos un helicóptero para su rescate”.
Henao, de baja estatura, mirada seria y de pocas risas, es el encargado, en 14 semanas, de enseñarles a los soldados a priorizar, ante cualquier situación, la vida de los animales.
“Los perros son otros hombres del Ejército son los héroes de los ‘héroes de la patria", dice.
Colombia, a la vanguardia del mundo
El cabo primero Elkin Leonardo Ibañez, comandante del Centro Canino Onix del batallón Pedro Nel Ospina,
asegura que Colombia, gracias a sus hombres y a sus métodos de entrenamiento, está a la vanguardia mundial en el entrenamiento de perros antiexplosivos. “Mientras en Estados Unidos tardan un año para tener preparado al binomio –asegura el suboficial–, nosotros lo hacemos en cuatro meses”.
Y es que Colombia –según el Monitor Mundial de Minas de la Campaña Internacional para la Prohibición de la Minas– ocupa uno de los primeros lugares del mundo donde más ocurren eventos con explosivos bajo tierra, incluso por encima de países del Medio Oriente. En el 2012 y 2013, ocupó el segundo lugar. Ese lamentable hecho hizo que el país se convirtiera en uno de los mejores para contrarrestar los aparatos condenados por el Derecho Internacional Humanitario.
Yeison Gualdrón
Redactor de EL TIEMPO
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