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Medellín

Cine, el escenario que unió a Víctor Gaviria y a Mercedes, su hija

Amiguero, fiestero e impuntual, así definen sus amigos y familia a Víctor Gaviria cuando no está detrás de una cámara haciendo lo que más le apasiona: creando historias para cine.

Amiguero, fiestero e impuntual, así definen sus amigos y familia a Víctor Gaviria cuando no está detrás de una cámara haciendo lo que más le apasiona: creando historias para cine.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Con 'La mujer del animal', el cineasta colombiano vuelve a contar una historia en pantalla grande.

Redacción El Tiempo
El mayor vicio de Víctor Gaviria es dejar a todo el mundo esperando. Llega tarde a las reuniones o, tal vez, nunca llega. Sus amigos lo disculpan diciendo que es porque “Víctor casi nunca rechaza alguna actividad o reunión que le proponen”.
Para Marcela Jaramillo, su esposa, la impuntualidad obedece a que vive en su mundo. “Él nunca vive en la lógica de los demás y su epitafio va a ser: ‘Ya vengo’ ‘ya voy’.
Contrario a su mala costumbre, el director de 'La mujer del animal', su última película que hará parte de la edición 41 del Festival Internacional de Cine de Toronto que se realizará desde mañana hasta el 18 de septiembre en Canadá, Víctor es un diligente, esmerado, estricto y meticuloso hombre de cine.
El amor que Gaviria le tiene al cine fue por su padre quien en toda su existencia grabó la vida cotidiana, nunca apagó la cámara: grababa los viajes, las reuniones familiares, a sus ocho hijos jugando, hasta las cosas más sencillas que podían pasar en su casa.
Gloria, una de sus hermanas, afirma que fue su papá el que les transmitió el miedo a todo lo sobrenatural y reitera que fue de él que Víctor heredó la creatividad para reconstruir anécdotas y situaciones.
“Sí, fue mi padre quien le inculcó el amor por el arte y por su tierra, amor que después Víctor les transmitió a sus hijos”, agrega.
Cuando sus papás se separaron, le dejaron un vacío. Dividieron la familia que siempre había sido muy unida y Víctor llenó el vacío con la amistad, con las cuales creó unos principios de vida.
Estudió bachillerato en un colegio jesuita, pero lo echaron “por revolucionario”, cuenta su amigo de juventud Rubén Darío Lotero. En el último año creó un movimiento a partir de un texto que él escribió donde cuestionaba la educación de los jesuitas.
A los 22 años, aún estando en la universidad, se dedicó a la poesía y escribió La luna y la ducha fría. Inició su vida universitaria estudiando matemáticas, solo duró un semestre, y se pasó para sicología.
Busco estudiar esa profesión porque “quería palpar el alma a las palabras, es decir, conocer todo el significado que hay detrás de cada intención, en sus diferentes contextos”, dice.
En realidad nunca se gradúo como sicólogo porque decidió dedicarse al cine, a mostrar la realidad tal y como es.
Mientras hacía su carrera realizó su primer documental, Buscando tréboles con el cual ganó el Festival Subterráneo de Antioquia.
Con sus amigos de juventud salía a fiestas, fincas y viajes aventureros. En una ocasión se demoró cinco días caminando en llegar a Bogotá.
Iba con su amigo poeta Rubén Darío Lotero y otro, apodado el ‘Hamaquero’. En ese viaje tenían que cruzar un puente que se encontraba encima de un río, bueno en realidad era un carril por donde pasaba el tren.
Rubén y el ‘Hamaquero’ cruzaron el puente sin ninguna dificultad, Víctor, en cambio, se estaba demorando mucho. Cuando voltearon a mirar qué pasaba, el cineasta estaba gateando por el puente. Víctor le teme a las alturas.
‘Víctor Gavilla, junta de muchas personas’ así fue como lo bautizó uno de sus amigos, también poeta, Fernando Herrera. “Es que el cineasta no es capaz de andar solo, de estar solo”, dice.
Las riendas en la casa las lleva su esposa, quien siempre ha tenido un trabajo fijo, un salario fijo y unas horas para todo, la encargada de que en la casa haya una estabilidad económica, la encargada de las reuniones y compromisos.
Cuando Marcela lo conoció, ya Víctor era un artista y, a diferencia de ella, él llevaba una vida muy desorganizada.
Se casaron hace 28 años. Solo a los cincos años tuvieron a su primera hija: Mercedes, quien está estudiando cine en Buenos Aires, Argentina. Después tuvieron a su segundo hijo, Matías que estudia economía en Eafit.
En los embarazos, Marcela nunca necesitó la compañía constante de Víctor pues sabía que se mantiene rodeado de mucha gente y es muy dedicado a su trabajo, por esta razón aprendió a ser muy independiente.
Sus hijos no niegan que sí han sentido un descuido para con la familia, pero lo siente más Mercedes que es la más sensible, a diferencia de su hermano, Matías, que es más racional y trata de darle una explicación a ese descuido.
En realidad lo que llevó a Mercedes a estudiar cine fue querer estar más tiempo con su padre, que le prestará más atención pues sentía que no había nada que los unía.
Desde que estudia cine ahora siente que los une absolutamente todo, se pueden sentar a hablar un día entero y no se les va acabar el tema.
Incluso Mercedes fue su asistente en su nueva película, La mujer del animal, obra basada en una historia de los años 70, cuando los hombres ‘barriobajeros’ se apropiaban de las mujeres. Época donde se vivía una violencia y un machismo extremo y oculto.
El trabajo entre padre e hija al principio fue complicado, porque no sabían cómo separar esa relación familiar que los unía.
Además de que Víctor hacía ocho años no grababa una película, pero como dice su hija Mercedes: “el cine es como montar bicicleta, eso nunca se olvida”.
Con el paso del tiempo su relación paternal en el set desapareció, supieron tratarse como colegas y discutir las escenas para la película. “Hubo peleas, discusiones y enojos, pues hay cosas de su trabajo que no iban conmigo”, cuenta Mercedes.
El cine que hace su padre no es el que a Mercedes le gustaría hacer porque él no tiene una fórmula, dice que viene de la pasión e intuición.
Además de que todo es muy llevado a los extremos y muy violento. A pesar de esto valora y aprecia su trabajo, aunque afirma que su padre no es un cineasta sino un poeta.
“El público colombiano es una radiografía de la estupidez”, afirma Víctor cuando se da cuenta de que a sus paisanos solo les gusta ver películas que no tienen ningún sentido, donde solo buscan entretenerse y no les importa si el largometraje trae un mensaje de fondo o no.
Sus películas se han caracterizado por tratar de violencia y narcotráfico en los barrios marginados de Medellín. Rodrigo D, no futuro y La Vendedora de rosas son algunos de los filmes. Él no desconoce las críticas hacia sus obras: que son crueles, duras, que no tiene corazón, amarillas. Esos comentarios le vienen y le van.
En esos momentos se convierte en el personaje de uno de sus poemas, El hombre de hierro, donde: las piedras no aplastan, ni los vidrios molidos hieren, ni los golpes del estómago derriban, pues al fin y al cabo el agua sucia también suena a agua.
Karol Henao Soto
Para EL TIEMPO
Medellín
Redacción El Tiempo
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