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La aventura de la poesía en barrios pobres de Medellín

Desde el 2005, el Proyecto Gulliver lleva talleres de escritura a niños de la periferia.

Diana Sofía Villa
Veintisiete niños inquietos bajan lentamente el volumen de su voz enérgica mientras Laura, con su acento mexicano, habla fuerte para capturar la atención con sus movimientos y sus expresiones como ‘chido’ y ‘latoso’.
Al frente, con su camiseta azul, Laura Rodríguez comienza a hablarles sobre Ciudad de México, mientras mueve las manos y cierra los ojos. Juan Carlos Lagarde, también del país azteca, les dice que hicieron un largo viaje para venir a conocerlos.
Los niños, en el aula de clase, sentados en sus puestos, van quedando atrapados en una historia que los lleva a pensar en una ciudad que no conocen, pero que por las palabras de Laura encuentran en su imaginación.
Mantenerlos en silencio se vuelve una tarea titánica pues es la primera unidad de la jornada vespertina. El sol brilla afuera y los niños quieren jugar. Se tardan 20 minutos para captar su atención, presentarse y explicarles de qué se va a tratar la actividad del día, pues aunque cada ocho días va una tallerista de la Corporación Prometeo, en esta ocasión hay dos visitantes peculiares.
La intervención se lleva a cabo en la Institución Educativa Gilberto Alzate Avendaño, sección San Isidro, una escuela pública ubicada en el barrio Aranjuez en el nororiente de Medellín. El taller hace parte del Proyecto Gulliver, una iniciativa que nació en el 2005 para sensibilizar en escritura y poesía a los niños de los barrios más vulnerables de la ciudad.
Gulliver es hijo del Festival de Poesía de Medellín que desde hace 25 años, durante una semana, posiciona a la ciudad como capital mundial de la poesía. El proyecto lleva talleres durante todo el año escolar a 370 niños y niñas de 10 escuelas públicas.
Jairo Guzmán, director del Proyecto Gulliver, explica que la iniciativa no se concentra solo en escritura creativa, sino que se trabajan habilidades para la vida como fortalecimiento de la empatía, autoconocimiento, comunicación asertiva, junto con el desarrollo de la expresión poética, tanto escrita como oral.
“La misión en estos años de trabajo ha sido contribuir a la transformación de un lenguaje herido, un vocabulario que también se ha visto afectado por entornos de violencia en aquella zonas donde hay desprotección y menos oportunidades de tener este tipo de propuestas”, explicó Guzmán
Con esta consigna van a barrios en la ladera de la montaña e incluso se desplazan a veredas de otros municipios cercanos como La Estrella, para decirles a los niños que la escritura va más allá de transcribir manuales y que las letras pueden contar sus propias historias.
Los niños de Gulliver no solo reciben la visita de talleristas de intercambio como Laura y Juan Carlos. En las fechas en las que se lleva a cabo el Festival de poesía ven pasar por sus aulas a poetas de otros países, que van hasta allá para hablarles de sus países de origen y de su poesía.
En los talleres no siempre hay lectura o escritura, pues recurren también a actividades físicas y manuales para que los niños sean más perceptivos a los mensajes. Por esto, en la intervención de Laura y Juan Carlos en la escuela de Aranjuez, el primer libro se abre después de hacer juegos en el patio y familiarización con los talleristas y con el tema que ellos escogieron: las constelaciones.
Cuando Juan Carlos abre las páginas de El niño estrellero, comienza a gesticular y a cambiar el tono de voz y así va atrapando a los niños que de a poco clavan su mirada en las páginas de un libro grande y colorido.
“Los cuentos se escuchan con los ojos y con los oídos”, les dice Juan Carlos, mientras su voz enlaza una historia que repite casi que de memoria.
El cuento los transporta a Chihuahua y Teotihuacán, donde transcurre la historia del protagonista del relato.
Como en las aventuras que se describen en Los viajes de Gulliver, el clásico de la literatura que inspiró el nombre del proyecto, la poesía viaja por parajes insospechados en Medellín y se encuentra tanto con liliputienses, como con gigantes y reinas que descubren en la palabra una forma de llenar de magia sus realidades y de abrir sus mentes.
Diana Sofía Villa
Para EL TIEMPO
diavil@eltiempo.com
Diana Sofía Villa
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