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Sobreviviente del holocausto relató desgarradora historia en Medellín

Tras escapar del horror de la Segunda Guerra Mundial, Hillo Ostfeld da un mensaje de reconciliación.

HEIDI TAMAYO ORTIZ
Tres años bastaron para que la vida de Hillo Ostfeld quedara marcada por el horror y la muerte. Aunque fue hace ya mucho tiempo que estuvo frente a frente con la maldad pura, todavía sueña con los cientos de cadáveres que tuvo que ver por obligación, las matanzas que presenció y las humillaciones que padeció. Todo, por el solo hecho de haber nacido judío.
A sus 90 años, recuerda como si fuera ayer el día que la tragedia tocó su puerta. Y no quiere olvidarlo. Ya sería imposible. Son muchas las veces que ha relatado su historia y quiere seguir haciéndolo, porque sabe que pertenece a ese grupo de pocas personas que viven para contar que sobrevivieron al holocausto.
Con esa intención, Hillo Ostfeld llegó al Colegio Theodoro Hertzl de Medellín y ante casi 800 personas, la mayoría estudiantes, quiso dejar testimonio de su dolor y un mensaje de reconciliación y esperanza para Colombia.
Casi 800 personas, principalmente estudiantes, escucharon el testimonio desgarrador del judío Hillo Ostfeld. Fotos: Archivo particular
Sus primeros 15 años de vida fueron felices y tranquilos. Vivía en Chernivtsi (Ucrania), una ciudad de 140.000 habitantes, la mitad judíos. Era el tercero de cuatro hermanos. La tragedia lo agarró por sorpresa en 1941, cuando su tranquilo pueblo se vio perturbado por los fusiles. Empezaron reclutando a los muchachos, razón de peso para que el padre y la madre le pidieran al hijo mayor, de 20 años, que se marchara. El día que se despidieron fue para siempre.
El exterminio empezó con los rabinos. A finales de junio y principios de julio de 1941 fueron sacando poco a poco a los judíos de sus casas, principalmente a los jóvenes entre 20 y 30 años. Alrededor de 18.000 fueron asesinados y los cuerpos dejados frente a las casas por casi dos semanas. La familia de Hillo se sentía angustiada y la incertidumbre se apoderó de sus vidas.
Un día de agosto dieron la orden de que todos los judíos debían abandonar sus hogares. Hillo partió con sus padres, sus dos hermanas, de 17 y 11 años, y el cuñado, de 19. Cada uno cargó en las dos maletas permitidas por persona toda una vida de sueños construidos y emprendieron un camino hacia la muerte, pero apenas empezaban a entenderlo.
Fueron transportados en un tren, en vagones de ganado, donde solo cabían 20 personas, metieron a 150. El calor era insoportable y competía con el hambre. La falta de aire y de comida, luego de seis días de viaje, les quitó la vida a varias personas, la mayoría niños y ancianos. Después, caminaron bajo un frío inclemente. Todas sus pertenencias de valor fueron robadas.
Tenues lágrimas corren por las mejillas ajadas de Hillo, mientras recuerda la llegada al campo de concentración al que los llevaron.
“En realidad era un lugar diferente, porque nos dejaron en plena ciudad y allí vivían muchos campesinos, no podíamos salir o nos fusilaban, estaba en un clima casi a cero grados, no había donde dormir, cero comida, mi mamá y mi papá tocaron las puertas salían los judíos locales pero había otros refugiados”, recuerda.
La solución que encontraron fue cambiar su ropa por comida. Un pantalón, medio pan. Una camisa, medio pan. Los padres siempre guardaban su parte para darles más tarde a sus hijos. Hillo cambió su última prenda por dos papas y tuvo que cubrirse con papel amarrado con alambre.
En diciembre, vio cómo su madre exhaló el último suspiro, murió de hambre, a los 48 años. Dos semanas después, su padre también partió para siempre.
Hillo quedó con sus dos hermanas, la mayor embarazada, y su cuñado. Pero no duraron mucho tiempo juntos, pues cuando los alemanes querían llevarse al padre de su futuro sobrino, él suplicó que le permitieran ir a él en su lugar. Una vez más llora.
Recuerda que fue llevado con casi 3.000 jóvenes más a un lugar desconocido, donde tuvo que cavar durante horas fosas comunes de hasta cinco metros de profundidad. Luego tuvo que llenarlas de tierra otra vez, luego de que los alemanes arrojaran a cientos de judíos que fusilaban. “Vi con mis ojos como madres con niños en los brazos que no querían ser fusiladas se tiraban vivas a las fosas”, describe y llora de nuevo.
“Un día, un alemán me ayudó, me permitió dormir en un establo, yo le limpiaba la casa, le limpiaba las botas, estoy con él unos 10 días, después me dijo que me devolviera en un tren hacia el campo de concentración donde estaban mis hermanas. Me salvó de la muerte, un día antes habían asesinado a los jóvenes, de los 3.000 nos salvamos solo 23”, recuerda.
Con un peso de un poco más de 30 kilos para una estatura de un metro 79, Hillo regresó al campo de concentración y encontró a su familia. Luego fue separado de su hermana menor.
El principio de un nuevo comienzo
El 30 de abril de 1944 empezó a despertar de la pesadilla, pudieron regresar a Rumania. Allí se enteró de que su pequeña hermana había muerto en una embarcación hundida por los alemanes.
En 1947 descubrió que se había salvado, gracias a que una familia la adoptó, fue un reencuentro feliz. Para ese año, comenzaba una nueva vida, ya había conocido a su novia, la que sería su esposa toda la vida y con la que partiría hacia Venezuela, donde tendrían su única hija.
No hay un solo día en el que Hillo no se pregunte cómo pudo suceder todo eso. Hizo un llamado a los jóvenes colombianos para que miren atrás y escuchen su historia, pero con la convicción de construir un mundo mejor.
Al igual que este sobreviviente que relata su experiencia con valentía, Mario Sinay, especialista en pedagogía del holocausto, considera que en este relato humano hay varias lecciones para Colombia, la más importante es la necesidad de aprender del pasado y lograr la reconciliación, para lo cual, dice, la construcción de memoria es fundamental.
“Finalmente, los colombianos van a llegar a un sí, de alguna u otra manera, con los arreglos que haya que hacer, pero ese sí no va a llevar a una paz inmediata, deben pasar 20 o 25 años, que nazca una generación que no conozca el odio, la guerra ni la discriminación, falta un poco de perspectiva histórica”, sostiene.
Considera también que en manos de los jóvenes está cambiar la historia y trabajar para que nunca vuelva a suceder lo que pasó con Alemania: la masificación del odio y la indiferencia ante el dolor ajeno, ante el exterminio de los más inocentes.
Heidi Tamayo Ortiz
Redactora de EL TIEMPO
@HeidiTamayo
HEIDI TAMAYO ORTIZ
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