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Abriaquí teme que el oro acabe nueve años de paz

Es un pueblo sin asesinatos, pero temeroso por la llegada de la minería en el occidente.

MEDELLÍN
El cementerio es el primer edificio en la entrada a Abriaquí, en el occidente de Antioquia. Está sobre una colina, al lado derecho de la carretera.
En sus paredes hay más huecos de tumbas vacías que lápidas. El cuarto para arreglar los cadáveres ahora es un ‘san alejo’ con telarañas en la puerta. El piso de la capilla tiene un tapete de polvo, como si la muerte no hubiese vuelto al pueblo.
Y es que en Abriaquí no se muere casi nadie. Hasta despidieron al sepulturero y ahora le pagan por obra o labor cuando alguien fallece cada seis meses y, a veces, cada año.
Y lo más sorprendente: desde hace nueve años no asesinan a ninguna persona.
El pueblo está escondido detrás del Parque Nacional Natural Las Orquídeas. Tiene cinco cuadras de ancho y siete de largo. Las cifras de la Alcaldía indican que son 2.000 habitantes, pero se puede contar con los dedos de las manos a la gente en las calles. El silencio es aterrador, sepulcral. El más ruidoso es el viento, que se filtra de repente por la cordillera Occidental de los Andes y se arremolina en ese nido escondido entre montañas que es Abriaquí, y sacude las copas de los árboles.
Dicen los habitantes que el nombre del municipio es por María Centeno, una minera que en la época de la Colonia le dijo a uno de sus esclavos: “Abrí aquí… un hueco” para enterrar el oro de un cargamento accidentado que viajaba a Urabá.
Justamente es al oro, y las costumbres de quienes lo buscan, a lo que más temen hoy, los habitantes del pueblo.
La última muerte violenta en Abriaquí fue en abril de 2006, en el corregimiento de La Antigua. Allí encontraron ejecutados a dos jóvenes de 18 años y a un hombre de 31. “Lo de siempre: botas y uniformes nuevos. Ese caso fue investigado como un 'falso positivo' del Ejército”, cuenta Carlos Andrés Pérez, personero municipal. Pero este no ha sido el único desencuentro de la población con las fuerzas militares y autoridades del Estado.
El pueblo estuvo 30 años sin Fuerza Pública, entre 1973 y 2003, luego de que un agente de Policía Nacional asesinará a tres civiles en septiembre de 1972, entre ellos al secretario del juzgado, por lo que la gente furiosa desterró a los militares del municipio.
La historia casi se repite el primero de mayo de este año, cuando se detuvo una riña callejera entre el alicorado comandante del puesto de Policía y un civil molesto por los insultos del agente. El pleito terminó en un nuevo destierro de los policías del pueblo, que esta vez sí fueron reemplazados.
Tal vez detener la pelea evitó repetir la historia de tres décadas sin Fuerza Pública, periodo que tuvo su etapa más crítica entre 1994 y 2002, cuando el frente 34 de las Farc –el mismo que secuestró y asesinó a Guillermo Gaviria Correa, exgobernador de Antioquia- y las Auc se disputaron ese territorio, clave porque conecta a los municipios de Urrao, Frontino y Santa Fe de Antioquia.
“Aquí atacaban ocho días los ‘paras’ y ocho días la guerrilla, y el Estado solo aparecía en el periodo de elecciones. Hubo más de 80 homicidios, 16 secuestros, hasta un día en el que se juntaron tres frentes de las Farc para robarse todo el ganado”, recuerda Pérez. También hubo por esa época 1.100 personas desplazadas, más de la mitad de la población. Era un pueblo fantasma, más silencioso que el de hoy.
Pero Abriaquí dio un vuelco a su historia. En 2003 abrieron la estación de Policía con 50 agentes. Hoy son 20 –uno por cada 100 habitantes- que de momento resultan suficientes. La última persona que estuvo cerca de una muerte violenta fue el cantinero, que recibió un empujón de un campesino ebrio, cuenta el intendente Jadith Suárez, comandante de la estación.
“Aquí no pasa nada. De pronto un día llegan más palomas al parque, pero no más”, dice sonriendo Suárez. Y hasta es posible que tenga tiempo para contar cada día las aves. Incluso las enfermeras del hospital dicen, casi en serio, que ojalá tuvieran trabajo.
Tatiana Buriticá, medica del pueblo, asegura que Abriaquí es el verdadero lugar en el que la gente se muere de vieja: “Aquí las consultas son por dolores abdominales o accidentes caseros. La mayoría de la gente muere entre los 70 y 90 años por cáncer o problemas cardiacos”.
Las claves de la paz, explica Edwin Arenas, secretario de Gobierno del municipio, han sido: fortalecer a la familia, campañas preventivas en los colegios, la religiosidad de los habitantes y atacar el microtráfico y la delincuencia en sus primeras manifestaciones.
“La gente del pueblo ha sido fundamental para establecer la paz. Todos somos vigilantes, estamos pendientes de personas o actividades extrañas para denunciar e intervenir con las autoridades”, explica el funcionario.
Tal vez fue la costumbre que les quedó por estar todos esos años sin Fuerza Pública. Tanto se conocen en el pueblo, que las autoridades dicen sin titubear que entre su población hay, exactamente, 13 consumidores de drogas.
Jorge Giraldo, decano de la Escuela de Humanidades de la Eafit, dice que el compromiso con la paz del pueblo se explica desde las convicciones de cada ser, más allá de las dificultades que sufrió esa población.
Pero a las convicciones de los habitantes de Abriaquí les llegó una prueba de oro. Igual de silenciosos que el pueblo, tratando de no llamar la atención, beneficiados por la extracción en una vereda lejana al casco urbano de Abriaquí, hombres desconocidos –denuncian las autoridades del pueblo– buscan oro a cielo abierto.
“Los mineros creen que todo el occidente de Antioquia tiene oro. Nosotros lo que no queremos es que aquí ocurra un fenómeno similar al de Buriticá (occidente), que traería un sinfín de problemas”, explica Arenas refiriéndose al municipio de Buriticá que no resistió la fiebre del oro.
De hecho, el oro es una de las principales rentas de los grupos armados ilegales que ya sometieron a Abriaquí en el pasado y es a esa violencia a la que le teme la comunidad.
Los cero homicidios del pueblo en nueve años contrastan con las cifras de violencia en otros municipios mineros de Antioquia. En 2014, El Bagre registró 32 homicidios y Caucasia, 33. Solo en la mitad de 2015, Segovia lleva 37 asesinatos.
En el cementerio de Abriaquí todas las lápidas tienen la misma promesa: 'Le dijo Jesús: todo aquel que vive y cree en mí no morirá jamás'. ¿Crees esto?
A eso, dice Gustavo Calle, el sacerdote del pueblo, se seguirá encomendando la gente cuando el negocio del oro, con la contaminación, la delincuencia y tal vez la muerte en su equipaje, sortee la estrecha carretera destapada en la cordillera y encuentre su casa en el primer edificio a la entrada del pueblo.
JUAN JOSÉ VALENCIA
valjua@eltiempo.com - @Juan_Joss
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