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Cali

‘El desafío de la paz es vencer el miedo al cambio': Arzobispo de Cali

Monseñor hizo un llamado a la reconciliación en su sermón

Monseñor hizo un llamado a la reconciliación en su sermón

Foto:Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO

En el Sermón de las Siete Palabras, dijo que hay que ver el futuro como fruto de la reconciliación. 

Hay que vencer el odio, los apegos, el desarraigo, la orfandad, el dolor, la desconfianza en medio de la corrupción imperante, pero sobre todo, vencer todo el miedo a la verdad del pasado y al cambio pacífico y democrático, el miedo al futuro como fruto de sociedades reconciliadas.
Este es el desafío de la paz y la reconciliación, como lo calificó el arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve en la reflexión del Sermón de las Siete Palabras durante la conmemoración de la Pasión de Cristo en esta Semana Santa, en un momento en que el país avanza en el proceso de paz con las Farc y por el que el Gobierno espera, por ahora, la dejación de las armas.
En ese recogimiento al recordar cada una de las dolorosas palabras que dijo Jesús por su paso al monte El Calvario, donde fue crucificado, monseñor Monsalve hizo un llamado a los feligreses en Cali contra los rencores en esa búsqueda por la paz. Es por ello que la primera palabra, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, monseñor Monsalve la interpretó como “vencer el odio entre los hombres y pueblos”.
Dijo que “será un desafío de todos los tiempos. Desde la primera generación humana,
el odio se manifestó como un mal que nace de la envidia, tiende a la supresión del otro y conduce al homicidio. Dios odia el pecado del hombre que se endiosa a sí mismo y endiosa las criaturas, sobre todo al dinero y a las riquezas, al poder, al saber y al placer...llevar el perdón, dejar de lado las heridas recibidas, no reproducir el odio, sino producir el acercamiento”.

...llevar el perdón, dejar de lado las heridas recibidas, no reproducir el odio, sino producir el acercamiento”.

La segunda palabra, “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”, monseñor dijo que “hay vencerse a sí mismo, confrontar el propio yo, los propios afectos y apegos, diferenciar entre el yo y el otro, entre el ego y el álter”.
La tercera palabra, “Mujer, he ahí a tu Hijo. Luego dice al discípulo: he ahí a tu madre”, habla esta vez, según el Arzobispo de Cali, de “vencer la orfandad de tantos seres humanos desarraigados, desplazados, inmigrantes, excluidos de la mesa humana, destechados y sin hogar alguno. Es el gran desafío a nuestra capacidad de dar afecto y de compartir "la casa común”. 
La cuarta palabra, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, es un llamado "a vencer el dolor con la consolación y la solidaridad”, por ejemplo, con los damnificados de la avalancha de ríos en Mocoa (Putumayo), tragedia ocurrida hace dos semanas y que dejó 320 muertos.
Con la quinta palabra, “Tengo sed”, el mensaje que da Jesús es el de “vencer la indiferencia y suscitar el compromiso, darle dimensión misionera a la vida propia, darle sentido de servicio a toda existencia humana”.
Monseñor invitó a vivir una vida como la de Jesús

Monseñor invitó a vivir una vida como la de Jesús

Foto:Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO

La sexta palabra, es decir, “Todo se ha cumplido”, tiene un claro mensaje a la reconciliación, recalcando la postura del Arzobispo frente al proceso de paz entre las Farc y el Gobierno. “La disyuntiva no es la guerra o la paz, sino democratización integral o violencia creciente. Jesús ha puesto, en su Cruz y con su resurrección, la semilla de la paz en la tierra. La no violencia de la Cruz no es simple pasividad y conformismo, sino fidelidad máxima al empeño del amor, cuya cumbre suprema es el ‘amor a los enemigos’”.

...fidelidad máxima al empeño del amor, cuya cumbre suprema es el ‘amor a los enemigos’”.

La última y séptima palabra es “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Para monseñor Monsalve, es “vencer la desconfianza ante la corrupción imperante y la posverdad que nos seduce, ante la manipulación que nos somete, que nos vuelve, fácilmente, marionetas de los estrategas de la distorsión, de la deconstrucción de lo real”. Anotó que “es el desafío a mantener la lucidez de la conciencia, a salir de la masa de quienes ‘no saben lo que hacen’, con la que inició Jesús su plegaria en la primera palabra”.
Este es el Sermón de las Siete Palabras del Arzobispo de Cali completo: 

El Sermón del Crucificado

“La Palabra de la Cruz es una estupidez para los que se pierden; mas, para los que se salvan, para nosotros, es FUERZA DE DIOS” (1ª Corintios, 1,18).
La Cruz se vuelve mensaje, signo levantado sobre el mundo, entre cielo y tierra, entre oriente y occidente, entre sur y norte. Desde ella, Cristo Jesús mira a la humanidad para atraerla hacia sí. Hacia ella mirará siempre la humanidad, cuando el veneno de la violencia y del asesinato infesta sus venas, infarta la vida y hace que la sangre corra por fuera de sus cauces e hiera la faz de la tierra.
La historia de la Cruz se transformó, cuando en ella fue clavado Jesús. Pasó de significar la maldad humana, castigada con la perversidad institucional como pena de muerte, a manifestar el Amor Infinito de Dios por su criatura humana. Se convirtió en cátedra del Amor. Siete mensajes solemnes de Jesús desde ella, conocidos como “el sermón de las siete palabras” en la tradición de la Iglesia católica, quedaron como inscripciones lapidarias de esta historia de amor divino y humano a la vez. Los evangelistas las recogieron en sus cuatro relatos sobre Jesús. Lucas trae tres de ellas: primera, segunda y séptima. Mateo y Marcos traen la cuarta. Juan, la tercera, la quinta y la sexta.

1ª. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34)

VENCER EL ODIO entre los hombres y pueblos será un desafío de todos los tiempos. Desde la primera generación humana, el odio se manifestó como un mal que nace de la envidia, tiende a la supresión del otro y conduce al homicidio. Dios odia el pecado del hombre que se endiosa a sí mismo y endiosa las criaturas, sobre todo al dinero y a las riquezas, al poder, al saber y al placer. Pero busca para salvarlo al pecador: “No quiere su muerte, sino que se convierta y viva”, dice el profeta Ezequiel (18,23).
Jesús muere siendo víctima del odio. Con su muerte, sin embargo, mata al odio e instaura el perdón, la misericordia de Dios. Es el don que identifica a Jesús en medio de los humanos, de los crucificados y de quienes los crucifican.
Será el primer don del Resucitado a sus discípulos, impotentes, derrotados, encerrados, llenos de complejos de culpa. Será la condición, el principio de toda misión cristiana hacia la gente: llevar el perdón, dejar de lado las heridas recibidas, no reproducir el odio, sino producir el acercamiento, la palabra, la reconciliación, aún como grito unilateral, sin reciprocidad inmediata. Ahora deberá pasar el tiempo de Caín. Solo el Amor produce vida y nos hace semejantes a Dios.

2ª. “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23,43)

VENCERSE A SÍ MISMO, confrontar el propio yo, los propios afectos y apegos, diferenciar entre el yo y el otro, entre el ego y el alter, es el desafío hacia una personalidad madura. Es el drama de la segunda palabra, que reúne en el Calvario a tres crucificados y en el Paraíso a dos de ellos: a Jesús con uno de los malhechores. El otro malhechor no alcanzó a salir de ese ego que limita todos los fines a sí mismo y no ve nada útil más allá de lo que a él favorece.
La humanidad nuestra, la actual, se parece cada vez más al Calvario de los crucificados por el mal propio o por el odio ajeno, pero que es incapaz de romper el círculo vicioso del odio y el afán de venganza y desquite. Sobre todo, desde la espantosa explosión del odio entre Oriente y Occidente, frecuentemente revestidos de falsa religiosidad, desde el 11S del 2001. Hoy nos estamos alineando en las orillas de los ultras, incapaces de sentar a las cúpulas del poder mundial y del Medio Oriente para consensuar el cambio de rumbo, desde la aceptación pactada del diverso, con el contrario y adversario, con el disenso y la reivindicación legítima de derechos adquiridos y vulnerados.
La cátedra de la Cruz, que hace el reencuentro humano en la verdad del inocente, de tantos inocentes masacrados aquí y allá, es el único camino para que la tierra no sea más infierno sino Paraíso. Un Paraíso antes, no después de la muerte, en el paso del egoísmo al amor, a la aceptación del otro y al pacto de paz, a una vida resucitada desde HOY.

3ª. “Mujer, he ahí a tu Hijo. Luego dice al discípulo: he ahí a tu madre” (Juan 19, 26-27)

VENCER LA ORFANDAD de tantos seres humanos desarraigados, desplazados, inmigrantes, excluidos de la mesa humana, destechados y sin hogar alguno, es el gran desafío a nuestra capacidad de dar afecto y de compartir “la casa común”. La fuerza del afecto vence el drama del dolor y nos hace capaces de abrir nuevos y poderosos vínculos, más allá de los de sangre y herencia.
Jesús nos hace “hijos adoptivos” de Dios en Él, en su fraternidad con todo ser humano, pero también nos hace capaces de adoptarnos entre nosotros, de volvernos humanidad adoptiva y adoptante. La gracia de la adopción que brota de la cruz le devuelve el timbre de hogar a nuestra tierra, desde el pequeño hogar de Nazaret, hasta ese “hogar de Dios” que debería ser la humanidad entera. La adopción entre adultos, más allá de maternidad y paternidad biológica, de identidades de género, de polémicas sobre niños y niñas que necesitan un hogar, es apremiante por doquiera.
En una misma ciudad, tan fragmentada, en una región con etnias y clases sociales, citadinas y campesinas, en un mismo país herido por conflictos y desastres de origen humano y natural, tenemos que educarnos para que nos adoptemos en el hogar de la vida, en el vínculo del afecto, en el compartir de las “t”: territorio, techo, trabajo, tejido social, transformaciones, tolerancia y ternura.
La figura evangélica de María que hace cien años hizo su última gran aparición a dos niñas y un niño, pastorcitos de Fátima, Portugal, en el contexto de la primera guerra mundial y de la revolución “bolchevique” y comunista, nos aliente también en estos duros tiempos nuestros a volver por los caminos del afecto sobrenatural, de la fe y la familia, de la fraternidad humana.

4ª. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27,46)

VENCER EL DOLOR con la consolación y la solidaridad, transformándolo en manos que se tienden hacia Dios y manos que tendemos hacia los sufrientes de la humanidad, en el mundo y en nuestra patria, en Egipto y en Mocoa, es responder al “llamado a la unidad” que nos hace cada tragedia de causa natural o humana. La cuarta palabra recoge, en el grito y la apelación de Jesús, todos los clamores humanos, más allá de credos, ideologías, etnias y culturas. Es un grito ecuménico, que desborda su trato de intimidad con el Padre suyo y Padre nuestro, para adentrarse en la compasión con quienes pueden sentirse abandonados de Dios y de los hombres, hundidos en la oscuridad y la soledad del dolor.
Dios no podrá ser nunca causa de división y violencia entre creyentes y no creyentes, entre pueblos de la tierra. Más que la unidad de la fe, las Iglesias y los credos necesitamos proclamar nuestra fe en la unidad, esa “unidad en la diversidad” que significa el Dios de Jesús, uno y trino, sobre todo, misericordioso y samaritano, encarnado en toda humanidad, en toda vida y en la vida toda, entera, partícipe de nuestra historia.
Cada uno invoca a Dios como suyo, “Dios mío”, pero el Dios de Jesús nos hace a todos suyos en su Hijo Abandonado en la Cruz, para que la libertad se vuelva solidaridad y la oración se vuelva intercesión al Dios Amor, sustento último de esa solidaridad humana. Oremos con Jesús por la entera humanidad. Unámonos en toda tragedia para que, unidos, garanticemos prevenirlas y evitarlas.

5ª. “Tengo sed” (Juan 19,28)

VENCER LA INDIFERENCIA y suscitar el compromiso, darle dimensión misionera a la vida propia, darle sentido de servicio a toda existencia humana, es la obra silenciosa del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, en las conciencias. El “agua” por la que clama Jesús es mucho más que ese sorbo de “vino agrio” que le ofrecen los soldados. “Dame de beber” fue su súplica a una mujer samaritana, para suscitar en ella el sentido de una vida nueva, de oración –“Señor, dame de esa agua, para que no tenga yo más sed”- y de anuncio y testimonio personal: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho” (Juan 4,15.19).
Grandes misioneras y santas como Teresa de Calcuta o Laura Montoya Upegui, entre otros, se inspiraron en la quinta palabra de Jesús para dar respuesta a esta “sed de Jesús”, representada en los más pobres y marginados de la tierra, cuyo clamor debe ser escuchado y respondido con dignidad y justicia, con inclusión y participación, desde sus propios valores, en la edificación de la sociedad y el cuidado del planeta. “Sitio”, “tengo sed”, es la divisa de esas comunidades misioneras. “Tuve sed y me diste de beber” (Mateo 25,35).
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5,6). El pan, el agua, la hospitalidad, la salud, el techo, el vestido, la educación y rehabilitación de las personas, sus condiciones dignas, serán el objeto del juicio final “a todas las naciones” (Mateo 25,31-46). La voluntad de Dios, la gloria de Dios, es la dignidad del hombre, la vida de digna de los humanos, la justicia social e integral implantada en el mundo.
El Espíritu será quien mueva las voluntades de todos, de los poderosos y los débiles en cada lugar de la tierra, para que no generen hambre, no destruyan el agua y al planeta, no desplacen a los más pobres, acojan a los inmigrantes, promuevan viviendas a la medida de personas y familias, garanticen el acceso a la buena y recta educación, prevengan el delito y tengamos menos presos y mejores cárceles, velemos por la dignidad de ancianos y moribundos. Serán “las obras de misericordia” cumplidas.

6ª. “Todo se ha cumplido” (Juan 19,30)

VENCER EL MIEDO a la verdad del pasado y el miedo al cambio pacífico y democrático, el miedo al futuro como fruto de sociedades reconciliadas, es el desafío de la paz. La disyuntiva no es la guerra o la paz, sino democratización integral o violencia creciente. Jesús ha puesto, en su cruz y con su resurrección, la semilla de la paz en la tierra. La no violencia de la cruz, no es simple pasividad y conformismo, sino fidelidad máxima al empeño del amor, cuya cumbre suprema es el “amor a los enemigos”.
La semilla está, pero requiere apropiación en el corazón humano, volverla cultivo, cultura de una humanidad globalizada, hacerla civilización del amor. Hay que escoger entre el miedo y la esperanza. Hay que tener planes de vida y proyectos de sociedad que respondan al bien común y a la participación de todos. Desde la pequeña sociedad familiar y las sociedades vecinales en el territorio, hasta el proyecto de país y de mundo, hay que propiciar y estimular el sentido del futuro y el desarrollo de las capacidades para lograrlo.
Jesús sacó adelante el plan y la obra que le fue confiada. Y en contra de toda apariencia, no concluye con el fracaso, sino con el cumplimiento, porque no hizo lo que quiso, sino lo que quería Dios, lo que necesitaba la humanidad. El conflicto entre el plan de cada uno y el plan de Dios se resolvió en él por el discernimiento de la voluntad del Padre y de la solidaridad compasiva con la humanidad, tomando siempre el camino de la obediencia.
La sexta palabra sea el reclamo a mirar la vida de cada uno como responsabilidad y tarea, como misión por cumplir. Y a mirar el horizonte del bien, de la verdad y de la paz, el empeño irrenunciable en la cultura no violenta por la vida, como fuente de inspiración para nuestros proyectos de vida, de humanidad y de planeta tierra.

7ª. ”Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46)

VENCER LA DESCONFIANZA, ante la corrupción imperante y la post-verdad que nos seduce, ante la manipulación que nos somete, que nos vuelve, fácilmente, marionetas de los estrategas de la distorsión, de la deconstrucción de lo real. Es el desafío a mantener la lucidez de la conciencia, a salir de la masa de quienes “no saben lo que hacen”, con la que inició Jesús su plegaria en la primera palabra.
Esta última cátedra desde la cruz anticipa la victoria de Jesús sobre la muerte, sometiéndola a su libertad de entrega amorosa a Dios y entrega sacrificial por la humanidad. “Por eso me ama el Padre, porque DOY MI VIDA para recobrarla de nuevo. NADIE ME LA QUITA: yo la doy voluntariamente” (Juan 10,17-18).
Jesús termina su vida terrena en un acto de confianza ilimitada hacia el Padre, confiándole su espíritu como un bien muy precioso, en esa oración filial y final, tomada del salmo 30,6 de la biblia hebrea. Este “abandono interior” en Dios es el que le ha permitido “entregarse en manos de los hombres”, en esas manos que ahora lo han hecho prisionero, lo han juzgado y torturado, lo han despojado y clavado en la cruz.
Transformar las manos humanas en manos abiertas para dar vida y acoger al otro, en manos laboriosas y limpias, en manos que sostienen, en vez de manipular, en manos que sirven a, en vez de servirse de, en manos de la trasparencia que supera la corrupción, es la gran tarea que nos queda a los creyentes, “con la fuerza del resucitado y la participación en sus padecimientos” (Filipenses 3,10). La muerte de Jesús en estos términos de su entrega total, nos ayude a recuperar las primacías de la Civilización del Amor, de las que nos hablaba el Beato Paulo VI: “el espíritu está sobre la materia, la vida sobre la muerte, el hombre sobre las cosas, el trabajo sobre el capital, la ética sobre la técnica”. Entonces, con Jesús, habremos vencido a la muerte, habremos vencido al mundo.
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