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Alquiler de jeringas, rutina de riesgo en barrio del centro de Cali

Esta práctica de varios consumidores en Sucre puso a pensar a las autoridades de salud.

CALI
Qué es lo que pasa Dios, qué está pasando, sé que todos los días nos seguimos maltratando…, el basuco y el H en el Sucre están matando…
La melodía que ‘Niño Wei’ canta entre muecas de dolor, sonrisas y desvaríos, recorre las aceras que se encuentran en la calle 18 con carrera 14 sin que inmute a ninguno de los seres que al igual que él pululan con la tarde en esta esquina del barrio Sucre, la ‘esquina del H’, en pleno centro de Cali. Todos buscan lo mismo: heroína, algunos quieren un ‘balazo’ (inhalada) y otros una ‘bolsa’ (inyectada).
Flaco y con la huella en su piel de dos décadas de calle y drogas, Weimar Dinas, el tejadeño que le saca notas a la tragedia que reconoce en su vida, busca así menguar la enfermedad que, dice, lo persigue desde los 12 años. “Fue cuando mi papá falleció y la vida tomó otro rumbo. Esta es una enfermedad de por vida. La heroína es el infierno”, dice el cantautor, quien confiesa en su andar que mantiene ‘coliquiado’, una combinación de espasmos, temblores, llanto y dolor en los huesos.
Pero asegura es un dolor producto de su fuerza de voluntad. Antes se ‘chutaba’ (inyectarse) cuatro o cinco veces, pero ahora lo hace dos veces al día. Y entre una y otra se queda mudo, como un acto de contrición.
“Le diría a la juventud que nunca pruebe la heroína, se van a quedar en un callejón sin salida”, explica sobre la adicción que le obliga a buscar cada día 10 mil pesos con los que compra dos gramos de heroína, el único propósito de su vida. De cómo ese diablo entra por sus venas no habla.
‘Wei’, quien canta a sus compañeros de andén Sucre, mientras se pierde entre el barullo de la calle, la promoción de ‘balazos’ y los pitos, dice que “ojalá entiendan que la familia los espera. La crisis pasa tarde o temprano y van a querer vivir porque los sueños no se han acabado, solo han sido interrumpidos”.
Pero no es fácil, dice Jhon Freddy, de 22 años, para quien hace siete años una tarde de ocio con sus amigos del barrio La Selva y cinco miligramos de heroína quemada sobre aluminio se convirtieron en su pasaporte a la desgracia. Ahora se inyecta 10 u 11 veces, cuando el cartón y el papel solo dan para pequeñas dosis. En días buenos son 4 o 5 chuzones.
Bajo el efecto de sedación la vida pasa por sus negros ojos. Los estudios hasta noveno, la mecánica automotriz que aprendió en el Sena, la nostalgia de no poder ver a su abuela porque los tíos no dejan que se acercarse a la casa.
“Cuando mi familia se dio cuenta llevaba tres años consumiendo. No he podido volver. Entonces llegué acá, pero espero salir pronto”, dice, y muestra el rastro de miles de piquetes en sus brazos curtidos.
Jhon Fredy duerme cerca de la ‘esquina del H’.
Cuenta que una división en el ‘Muro’, una calle a dos cuadras de allí y que desde los años 90 ha sido el punto para conseguir heroína en la ciudad, ahora solo permite que permanezcan quienes piden ‘balazos’ por 500 pesos. A los que se inyectan los corrieron al andén de la carrera 14 porque “no quieren enfermedades”.
Es que las jeringas, más importantes que la comida en este sector rodeado de bodegas, inquilinatos y amoblados, se consiguen nuevas en 500 pesos, pero los que no reúnen lo suficiente las alquilan por 100 o 300 pesos. El resto es encontrar una como sea, tirada en la calle, prestada o toca quitársela al que en medio de un viaje la descuide. También son ‘tesoros’ para los que las guardan en el bolsillo por días.
Y fue esa rutina en medio del drama que viven cientos de caleños consumidores de heroína lo que llevó al padre José González, Vicario y líder de los Samaritanos de la Calle, a plantear ante el Ministerio de Justicia la necesidad de que en Cali, en esa esquina, la única en la que según los consumidores se consigue esa droga, se adelante un programa que mitigue el riesgo de contagio de enfermedades como VIH y hepatitis.
En sus tardes de intervención voluntarios del Centro Escucha de Samaritanos, que interactúan al menos con 70 de estos chicos entre 15 y 20 años, han podido detectar la práctica.
“De dos males el menor. Si consumen, pues que no se vayan a infectar. Son personas que no tienen normas de higiene, son habitantes de calle. A lo mejor no se puede evitar que consuman, pero si hacer algo para que no empeore su calidad de vida y no se contagien de enfermedades”, dice el padre José.
La oportunidad –agrega- es la Ley 1641, que plantea derechos para habitantes de calle, “no se trata de darles el producto ‘chiviado’ que consumen, pero al darle las jeringas tendrán la posibilidad de no contagiarse. Una persona que esté prendida y quiere una dosis, usa la jeringa que esté en el piso o la alquila”.
Por eso se sobrecoge al ver cada vez más jóvenes, bachilleres y profesionales en esa condición, ver a jovencitas que se han sumado a un problema que crece silencioso en la ciudad. “En 1993 cuando empezó a evidenciarse el consumo en Sucre, era un 7 por ciento de mujeres consumidoras, ahora puede llegar a un 23 por ciento. Es necesario intervenir, pero no para atomizar el problema sino para buscar solución”, dice.
Un cálculo de cuántos consumidores de heroína hay en Cali es imposible. Por la ‘esquina del H’, señalan los más osados, unas 500 personas circulan a diario en busca de una dosis. Están los que merodean con sus costales, pero también los carros lujosos con jovencitas hermosas o jóvenes bien puestos que quieren un ‘pase’.
Martha Paredes, directora Estratégica y Análisis del Ministerio de Justicia, dice que Cali quiere ver cómo se interviene en el tema del alquiler de jeringas y se explora la posibilidad de entregar kits. “En Pereira, un esfuerzo de organizaciones sociales y el municipio ha avanzado en el proceso. Se quiere entrar a Cali porque en la ciudad esta problemática es complicada”.
Es que la situación genera inquietud en el Valle donde la prevalencia de consumo de sustancias ilícitas va en aumento. El departamento ocupa el quinto lugar en consumo de drogas en el país.
El secretario de Salud del Valle, Fernando Gutiérrez, dice que el tema de jeringas preocupa y se ha planteado en el trabajo que se adelanta para definir una política pública integral hacia la reducción del consumo y el control de oferta de sustancias psicoactivas.
De hecho, será uno de los puntos a definir en el próximo Consejo Departamental de Estupefacientes. “Uno de los elementos que venimos discutiendo es poder entrarle a las persona drogadictas para que empiecen el manejo de medidas sanitarias e higiénicas. Esperamos conocer CAMBIE, que se realiza en Risaralda y ha sido muy positivo con consumidores de heroína, y mirar si es posible su implementación”, dice Gutiérrez, quien precisa que la propuesta es poder aplicar pilotos en el barrio Sucre, en Cali, y Yumbo, en la zona de discotecas.
Entre tanto, para heroinómanos como Weimar, John Fredy, Pedro, Juan Camilo y rostros anónimos que se acercan a preguntar qué están dando en la ‘esquina del H’, recibir jeringas limpias puede ser una alternativa bonita que les ayudaría a esquivar otros males mientras salen del infierno. 
El tema es complejo y debe ser bien analizado, dice toxicólogo
A comienzo de los años 90 un incidente sacudió el sistema de salud de Cali, pero pasó inadvertido para la ciudad; 40 intoxicados y 7 muertos dejó una rumba en el barrio Sucre, pues lo que pensaban que era ‘Perica’ terminó siendo heroína.
El recuerdo viene a la mente del toxicólogo Jorge Quiñónez, veterano de estas lides, para quien la idea de implementar en Sucre un programa para intercambio de jeringas con los consumidores de heroína, debe ser bien estudiada y establecer si la sociedad está preparada. “En Cali el consumo de heroína es distinto al del resto del mundo. La heroína bajo por ríos y a bajo costo, la mayoría la consume inhalada”, advierte.
“Este es un tema complejo. Hay personas que rechazan cualquier auxilio a una persona que ha caído en el consumo, una visión que ha dificultado la atención a esta población. Hay experiencias en Canadá y en algunos países nórdicos, aún así los cuadros son dolorosos”.
CAMBIE, alternativa que rueda en Pereira
A las 12:30 del día la van, de color blanco con la imagen de una jeringa, empieza el recorrido por el centro de Pereira. La cita es con 250 adictos a heroína que llegan por el kit (jeringa, isopañil, agua, cura y cazoleta), con el que se busca sean menos vulnerables al VIH, la hepatitis y otros males. La ruta atraviesa el viaducto y llega hacia Dos Quebradas, donde otros 650 los esperan.
Se trata de CAMBIE (Acceso a material higiénico de inyección), que nació con 70 consumidores y hoy es una alternativa para contrarrestar contagios.
Fueron la Corporación Acción Técnica Social, la Fundación Temérides con aportes de Open Society Foundations, los que en abril del 2014 comenzaron el piloto, que recibió ayudas de otras Ong y del que es coparticipe la secretaría de Salud de Pereira.
La coordinadora de la Mesa de Salud Mental, Viviana Restrepo, dice que se puso en contexto la problemática y fue urgente poner en práctica el proyecto. “El intercambio de material higiénico ha sido valioso no solo con los usuarios directos que devuelven las jeringas usadas sino con la comunidad. Es un importante programa de mitigación con habitantes de calle”, agrega Restrepo.
En un año se han entregado 37.465 paquetes de inyección y se han recogido 21.618 jeringas utilizadas.
Se requiere de un programa integral
Para Delia Hernández, directora del Centro de Rehabilitación Fundar del Valle, el manejo integral con consumidores de drogas inyectadas como la heroína, es clave.
“En el país hay programas de intercambio de material higiénico muy útiles, pero estas personas deben estar vinculadas a otras ofertas. Que puedan saber que es posible salir de ahí, tener opción de terapias, de hospitalizarse, que mire la vida de otra manera. Que el placer no lo busque solo en la sustancia”, dice.
Recuerda que desde hace un año Fundar adelanta un piloto de Bajo Umbral, que atienden a quien quiera ingresar (unas 20 personas). Allí, ingresan, son evaluados por un psiquiatra porque hay adiciones que se acompañan de otros trastornos mentales, son valorados por médicos para descartar enfermedades y reciben terapia psicológica. Ya hay algunos hasta con 10 meses de abstinencia.
PATRICIA ALEY
CORRESPONSAL DE EL TIEMPO
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