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¿Quién mató a Gaitán? Las dudas sobre Juan Roa Sierra

Un sombrero, una corbata, un saco y un sospechoso en la escena, entre los misterios del 9 de abril.

Todos le dieron un vaso de agua, todos tocaron su cara, todos ayudaron a subir el cuerpo al taxi negro que lo llevó a la Clínica Central, todos mojaron sus pañuelos con el charco de sangre que quedó en la vía –algunos, incluso, vieron a otros chupando esos pañuelos–, todos vieron el hilillo de sangre salir por su boca, todos vieron el chorro de sangre que salía de su nuca y algunos le oyeron decir “no me dejen morir”, a pesar de que, según los médicos que lo atendieron, Gaitán murió de inmediato, por cuenta del primero de los tres disparos que le propinaron, en la protuberancia occipital, que penetró cinco centímetros en su cabeza.
Podría decirse que no existe un muerto colombiano que haya sido visto por tantas personas como Jorge Eliécer Gaitán. En el lugar de los hechos estaban desde García Márquez y Fidel Castro, cuando ni siquiera se conocían, hasta el general de la policía Virgilio Barco –abuelo del expresidente– y el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza. La prensa de la época y los libros sobre el tema están repletos de testimonios de transeúntes, periodistas, políticos, abogados, escritores, vigilantes y emboladores de zapatos que merodeaban la carrera Séptima, a la altura de la calle 14, el 9 de abril de 1948 a la 1:05 p. m. Son tantos los testigos que, si alguien los contara, podría descubrir que el espacio entre calle y calle no puede albergar tantas almas por metro cuadrado.
Pero, a pesar de la abundancia de testigos, existen una serie de cabos sueltos que siguen sin respuesta 65 años después del asesinato. Es más, quizá por esa misma abundancia de versiones y teorías, el caso de la muerte de Gaitán genera una serie de suspicacias, sobre todo en el punto central: la responsabilidad de Juan Roa Sierra.
El punto más complejo del caso lo recoge el historiador Enrique Santos Molano en la revista 'Credencial' (marzo de 2006): “Como lo expresa uno de los testigos del asesinato, Jorge Padilla, ni siquiera hay la certeza de que Juan Roa Sierra hubiese sido el autor de los disparos que acabaron con la vida de Jorge Eliécer Gaitán en el medio día del 9 de abril de 1948”. Se sabe que Gaitán y su amigo Plinio Mendoza Neira salieron del edificio Agustín Nieto a la 1:05 p. m. de la tarde a almorzar al Hotel Continental. Metros atrás, los seguían Alejandro Vallejo, Pedro Eliseo Cruz y Jorge Padilla. Mendoza Neira afirma que el asesino le disparó de frente a Gaitán, pero los tiros entraron por la nuca y la espalda porque Gaitán, en gesto de rechazo, giró su cuerpo para huir de las balas. Sin embargo, Padilla dice lo contrario: “Cruz, Vallejo y yo vimos que el asesino disparaba por detrás […]. La reconstrucción hecha hace pocos años no arrojó nuevas luces y confirmó las divergencias testimoniales. ¿Qué pasaría realmente? ¿Sí era Roa Sierra el asesino? ¿Fueron dos los criminales, el que vio Plinio Mendoza de frente y el que los demás vimos disparar por la espalda?”, afirma Padilla en un texto que escribió para la revista 'Credencial' (marzo de 2006).
Y si no hay consenso sobre la dirección del asesino, mucho menos lo ha habido sobre su vestimenta. En la prensa de la época se hizo un amplio debate con los testigos del hecho. El diario ‘El Siglo’, por ejemplo, se atrevió a titular en primera página “El linchado no fue el asesino del Dr. Gaitán” (1 de mayo de 1950). Allí, Julio Enrique Santos Forero, un testigo presencial, dijo que el hombre que él vio disparándole a Gaitán tenía un saco color carmelita, mientras que Roa Sierra, encerrado en la Droguería Granada por dos policías para protegerlo de la multitud, tenía uno gris azuloso. “‘No, no lo maten, éste no es el asesino’, gritaba el señor Santos antes de que la multitud se apoderara de quien más tarde resultó llamarse Juan Roa Sierra”, narró el diario.
Esa teoría es avalada en el mismo diario por el agente de policía Carlos A. Jiménez Díaz, quien fue uno de los que detuvo a Roa Sierra. “De vestido carmelita, moreno, con pecas en el rostro, de baja estatura, delgado”, se afirma en la edición del 3 de mayo de 1950 del mismo diario. Luis Elías Rodríguez, periodista de ‘El Espectador’, afirma algo similar, en un artículo del 12 de abril de 1948: “[era un] sujeto pálido, de baja estatura, delgado y con traje carmelita”.
Sin embargo, Jaime Quijano Caballero, periodista de ‘El Tiempo’ que siguió el linchamiento de Roa Sierra, no habló del saco del asesino, pero sí dijo que los pantalones eran de color azul: “Entre los pantalones de azulosa y burda tela nacional, encontré en el bolsillo pequeño de junto al cinturón unas monedas”. Esta teoría la avalaron los hermanos Rincón y el señor Pablo E. Lozano, quienes le vendieron el revólver a Roa Sierra: “Dicen que Roa Sierra tenía dos vestidos: uno ‘majo’, de buen paño, de color azul oscuro que llevaba puesto el 7 de abril, cuando compró el arma, y otro de color gris oscuro, de tela burda, que vestía el 8 de abril por la tarde, cuando compró los proyectiles”, recoge el diario ‘El Siglo’ del 3 de mayo de 1950.
Testimonios recogidos por el escritor Arturo Alape en el libro ‘El Bogotazo’ también se contradicen entre sí: “es un cliente medio ‘catire’, de vestido marrón oscuro”, afirma Elías Quesada Anchicoque. “Estaba mal trajeado con vestido a rayas”, cuenta Efraín Silva González. “Tenía un vestido muy usado de color gris con manchas”, cuenta Alejandro Vallejo. Sin embargo, en el mismo libro, un hombre llamado Gabriel Restrepo confiesa haber recogido la ropa que caía del cuerpo de Roa a medida que lo arrastraban hasta el palacio presidencial: “Revisé esas prendas: un saco de paño gris con listas carmelitas, anchas líneas blancas, ensangrentado y desgarrado en el hombro izquierdo, en la solapa izquierda, descosido el hombro derecho, con forro de tela gris y tela blanca a rayas en las mangas; la manga izquierda al revés”, afirma, sin dejar en claro si el saco era de color gris o carmelita.
Y si sobre el traje hubo gran debate, la corbata y el sombrero también fueron objetos de amplia discusión. Ni los policías que lo capturaron ni los acompañantes de Gaitán recuerdan que el asesino llevara puesta una corbata en el momento del atentado. Sin embargo, personas que participaron en el linchamiento recuerdan que el asesino llevaba puestas dos corbatas, una señal que fue útil para que el cuerpo fuera ubicado entre los cientos de cadáveres. En cuanto al sombrero, el agente de policía Carlos A. Jiménez recuerda que, en un momento, se le perdió el asesino entre la multitud y él lo buscaba por un rasgo distintivo de su sombrero: era “gris grasiento”. Sin embargo, un hombre llamado Guillermo Pérez Sarmiento le dijo al diario ‘El Siglo’ que al llegar a la Droguería Granada, donde Roa Sierra estaba encerrado, se había dado cuenta de que estaba parado sobre un sombrero que, según las personas, pertenecía al asesino. “La pregunta que surge de esas declaraciones es la siguiente: si el asesino perdió el sombrero en su huida, ¿cómo hizo el policía para encontrar al individuo del sombrero gris?”, pregunta el periodista de 'El Siglo'.
Además de la vestimenta, algunos testigos notaron diferencias entre las fotografías de Roa Sierra que reveló la prensa y el personaje que recuerdan haber visto disparándole al caudillo: “El retrato muestra a un hombre mucho más joven, de cara un tanto llena y de mirada inexpresiva. El hombre que yo vi asesinando al Dr. Gaitán era un tipo muy diferente. Un rostro pálido, anguloso, algo demacrado. No se había afeitado durante dos o tres días. En sus ojos brillaba una mirada de odio”, recuerda Alejandro Vallejo, acompañante de Gaitán en el momento de los hechos. Otro punto que se discutió en las páginas del diario ‘El Siglo’ fue si Roa Sierra tenía pecas o no, como afirmaron Julio Enrique Santos Forero y el agente de policía Carlos A. Jiménez. “Ninguna de las personas que presenció el linchamiento advierten que Roa Sierra tuviera esas pecas”, afirma el diario.
Pero además de dudas técnicas, en la prensa siempre se discutió la manera como se llevó la investigación. El gobierno contrató a una comisión de investigadores del Scotland Yard que suscitó una serie de críticas porque violaron la reserva sumarial. Se dice que esta comisión fue una estrategia del gobierno para saber en qué iba la investigación. “Esos señores dieron un vistazo al expediente, violaron la reserva del sumario y fueron los mejores ojos del gobierno para informarse por dónde iba la investigación”, publicó el diario ‘El liberal’ del 9 de abril de 1949.
Esta comisión de Scotland Yard avaló la que es hoy la versión oficial de los hechos, que afirma que Roa Sierra actuó solo y por cuestiones de desequilibrio mental: “La ausencia de pruebas en los cargos contra los tres partidos se acentúa aún más por la clara evidencia en los expedientes que involucra a Juan Roa Sierra como el verdadero asesino del doctor Gaitán y hace más que improbable que tuviera un motivo diferente a uno personal, aunque desequilibrado, para cometer el crimen”, cuentan los agentes en su informe final, traducido al español por la revista ‘El Malpensante’ (noviembre de 2005).
Sin embargo, la prensa de la época atacó al gobierno de forma incesante: “Desde el principio de la instructiva, el señor Ospina tuvo mala voluntad en la averiguación. Esa mala voluntad la siguió demostrando a través de la prefectura nacional de seguridad. Esa mala voluntad perseveró hasta crear toda suerte de obstáculos a la labor del juez de la causa, el doctor Guzmán. Las declaraciones concedidas por el señor juez cuando la parte civil dio el denuncio sobre la falta de atención gubernamental en el suministro de elementos técnicos y de personal suficiente para trabajar, son concluyentes”, publicó el diario ‘El Siglo’ del 3 de mayo de 1950.
Por último, existen tres interrogantes más. El testigo Julio Enrique Santos Forero le contó al diario ‘El Siglo’ que, entre la multitud, “surgió un hombre que pedía el linchamiento del individuo vestido de gris (Roa Sierra), gritando: ‘córtenle las manos, córtenle las manos asesinas […] una fiera humana le pisoteaba con toda furia la mano derecha, la misma que mató Gaitán […] De estas dos declaraciones se deduce que entre quienes encauzaron la multitud para que linchara a Roa Sierra había por lo menos una persona interesada en desfigurar o en cortar la mano derecha de la víctima, con el fin de impedir una futura identificación”.
Otra cuestión la pone sobre la mesa el historiador Enrique Santos Molano: “¿Qué hacía el Director de la Policía Nacional, general Virgilio Barco, en la acera de enfrente y a la hora exacta en que se perpetró el asesinato? ¿Por qué el director de la Policía Nacional le dio a los agentes que trataban de evitar que Roa Sierra fuera linchado, la orden de entregárselo a la multitud, cuando se trataba del testigo crucial para la investigación del asesinato?”.
Por último, el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza confiesa (leer El detective detrás de la mano asesina de Roa Sierra) una inesperada revelación de su papá, Plinio Mendoza Neira, que descubre la identidad de un extraño hombre que desarmó a Roa Sierra de forma sospechosa y que, al parecer, se trata de un cómplice del 9 de abril, un episodio que, 65 años después, tiene muchos cabos sueltos para resolver.
Por Simón Posada Tamayo.
Especiales ElTiempo.com.
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