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Homenaje a los toros bravos

Crónica de la corrida de "homenaje a la afición" que dieron ganaderos Fermín y Gonzalo Santamaría.

ANTONIO CABALLERO
Encastados toros, y bravos, los siete de Mondoñedo que saltaron al ruedo en la placita de Puente Piedra, cerca de Subachoque, en la corrida de "homenaje a la afición" que dieron los ganaderos Fermín y Gonzalo Santamaría. Salieron siete toros, porque el segundo se partió una mano de salida y hubo que apuntillarlo. Pero tan bravos que, por primera vez en muchos años, el tercio de varas fue en dos ocasiones más largo que la faena de muleta. (Vea acá las imágenes: Homenaje, no solo para la afición, sino para los toros).
Y fue más largo tanto por cuenta de los toros como por la de los toreros, que estuvieron acelerados y deseosos de sacarse de encima rápidamente el peso de la bravura. Así el caleño Paco Perlaza con el negro y hondo primero, que lo desbordó sin que él hiciera mucho por evitarlo; y con el cuarto, un bello colorao que derribó al caballo sembrando un gran desorden. Perlaza le dio al principio unos buenos muletazos, muy quieto en el sitio, y luego quiso hacerle muchas cosas y faroles, más centrado que con el primero. Pero otra vez lo superó el toro, al que premiaron con la vuelta al ruedo sin que su matador pudiera llevarse ni una oreja.
Otro tanto le pasó al bogotano Ramsés. Con su primero -segundo bis de la corrida-, muletazos rápidos como zurriagazos y una faena sin imaginación; con su segundo -quinto-, medrosos pasos atrás entre el cite y la embestida. Y el español Eduardo Gallo, de quien se esperaba mucho tras su triunfo en Manizales con los toros de esta misma ganadería, decepcionó también. Muy bien vestido, muy bien plantado, pero toreando a su bravo primero muy de lejos: en España hubieran dicho que "con el culo en su pueblo": es decir, con la muleta en Subachoque y el culo en la remota.
Salamanca. Mejor estuvo con el sexto -otro toro bravo en el caballo, que tomó dos fuertes varas-. ¿Hace cuánto no se veía en Colombia eso? Gallo, que le hizo con su capote un quite providencial al picador derribado bajo su caballo (poco capote vimos en toda la corrida), toreó luego de muleta muy derecho, con cierto desdén. Enganchados los primeros compases, más templados después. El toro lo pescó por el muslo cuando citaba al natural y le dio un fuerte revolcón. Le echaron agua en la nuca -en ese frío: en los tendidos tiritábamos-, y siguió de rodillas. Buenos naturales muy limpios y elegantes, aunque lejanos, ya con el estoque de matar en la mano, a un toro muy fijo y muy noble, además de fuerte y bravo, que con la estocada dentro todavía tuvo arrestos para atravesar la placita a la carrera en persecución de un peón, y dio el espectáculo solemne de una muerte de bravo: es el toro que se niega a morir cuando está ya muerto. Una oreja para el torero, y una muy merecida vuelta al ruedo para el toro.
Muy buenos toros, pues, que en la fiesta de los toros son lo más importante. Los toreros, más bien asá que así. La plaza, cubierta y desangelada, con luces blancas de neón y aún más blancas y mortecinas de bombillos ahorradores. Mucho frío: chorros de vaho por los ollares de los toros, y un incendio en sus lomos que dejaba un rastro de humareda en la embestida. Y mal público: esa afición en cuyo honor se celebraba la corrida, que durante toda ella no cesó de entrar y salir de la plaza, dando pisotones al pasar, y empezó a vaciar los tendidos sin esperar la muerte del toro, ni su arrastre en torno al ruedo, ni la vuelta del torero. El homenaje hubiera debido ser, no para la afición, sino para los toros.
ANTONIO CABALLERO
Especial para EL TIEMPO
ANTONIO CABALLERO
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