¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Archivo

Capturan al padre de la mujer que habría asesinado a sus tres hijos

Fue denunciado por el presunto abuso sexual de su nieta, una de las víctímas en Atlántico.

Daniel Escorcia Lugo
Cipriano Montoya, padre de Johana Montoya, la madre que habría asesinado a sus tres hijos de 3, 6 y 9 años, el pasado miércoles de Ceniza en el municipio de Palmar de Varela (Atlántico), fue capturado por la Policía Metropolitana de Barranquilla, por orden de la Fiscalía 27 Caiva, atendiendo una denuncia del pasado 9 de diciembre en la que la mujer lo denuncia por abusar sexualmente de su hija de seis años, unas de las víctimas del triple filicidio.
El vendedor de panes fue capturado en la mañana de este sábado en el barrio Las Flores de la capital del Atlántico y fue sindicado del delito de acto sexual abusivo con menor de edad.
Fue a raíz de esa denuncia que la madre toma la decisión de marcharse de la residencia que compartía con su progenitor y se ubica en el municipio de Palmar de Varela, donde ocurrieron los hechos.
A la investigación del triple homicidio, que tiene consternado al país, se sumó la verificación de una carta escrita por Johana Montoya en la que reconoce haber sido víctima de abusos sexuales por parte de su padre desde que era una niña. "No quiero que mis hijos pasen lo mismo que yo", aparece escrito en la misiva que es analizada por los investigadores.
Wilson Diaz, actual compañero sentimental de Montoya, reveló que al preguntarle a su mujer sobre su responsabilidad en la muerte de los tres niños, esta le asentó con la cabeza y un corto "sí". Sin embargo, el cuerpo médico del Hospital Universitario ESE Cari, donde está recluida, explicó que a pesar de que se encuentra consciente no puede hablar, dado que fue conectada a un respirador artificial.
Montoya tiene dos hematomas en el muslo de la pierna derecha, permanece con sedación mínima y se le cogieron varios puntos de sutura en una herida superficial en la muñeca izquierda.
Lo que más le afecta el estado de salud es la cantidad de sangre que se le fue para los pulmones a raíz de la herida que se causó en el cuello.
Triste despedida entre lágrimas y cantos
 Que canten los niños, que alcen la voz, que hagan al mundo escuchar. Que unan sus voces y lleguen al sol, en ellos está la verdad..., cantaba una larga fila de hombres, mujeres y niños palmarinos este viernes, a las 3:40 de la tarde, mientras seguía a tres pequeños ataúdes.
A pesar de que todos iban con las caras desencajadas y los corazones arrugados, cantaban por las tres vidas infantiles que, al parecer, silenció violentamente Johana del Carmen Montoya Rosario, su propia madre.
Cantaban también porque desde el pasado miércoles en la noche, cuando se conoció la noticia del homicidio de los tres menores (dos niños, de 3 y 9 años, y una niña de 6), en el barrio Alfonso López, la tristeza y la indignación se han quedado alojadas en sus días.
La marcha iba encabezada por dos motocarros que no cesaban de pitar, luego venían los féretros junto con los familiares de los menores, y detrás, unas 800 personas que además de cantar la conmovedora canción de José Luis Perales, Que canten los niños, movían pañuelos blancos y globos del mismo color.
Yo canto para que me dejen vivir, yo canto para que sonría mamá. Yo canto porque sea el cielo azul, y yo para que no me ensucien el mar..., seguía la canción, también los pasos sobre una calle destapada y con ellos las lágrimas de Palmar.
El cortejo fúnebre llegó hasta la casa donde sucedieron los hechos y allí expusieron arengas en contra del suceso y la violencia contra los niños.
La canción terminó y junto con ella la sombra de un nubarrón silenció al grupo. Más pasos tristes continuaron, algunos sollozos de mujeres gordas que no podían evitar pensar en sus hijos mientras andaban con pañuelos en sus narices.
Después de unos 25 minutos el grupo se convirtió en una ola de aplausos en honor a las nobles víctimas. Para este momento los ataúdes entraban a la Vía Oriental y el tráfico se detenía. Los buses que iban hacia los municipios del sur del Atlántico frenaban al otro lado de la carretera y accionaban sus pitos para despedir a los pequeños.
Cada cajoncito era cargado por 6 hombres, quienes se rotaban constantemente. Parecía que todo el pueblo quería despedirse de los niños. Gente llorando desde las entradas y ventanas de las casas, agitaba las manos lanzando silenciosos y ahogados “adiós”.
En el recorrido hubo cuatro ocasiones en las que alzaron los féretros como mostrándole al pueblo lo que nunca debió pasar, mostrando la amarga realidad que se esconde detrás de muchos de los hogares del Caribe y de los adultos que los comandan.
La marcha hizo una estación en la iglesia principal para que los cuerpos de los niños recibieran la absolución de sus pecados antes de ir al cementerio, y muchos dijeron que no era necesario porque se trataba de niños. “Son unos ángeles, ellos no tienen por qué recibir ese ritual...”, comentaba la población.
Después de una corta misa donde les dieron el descanso eterno a los menores, la triste procesión continuó rumbo hacia el cementerio del municipio.
Para este instante las 800 personas se habían duplicado y las calles estaban atestadas. Había una tensión entre la masa porque se sabía que era el momento final.
A las 5:50 de la tarde los féretros ingresaron al campo santo. El silencio que los acompañó por un largo trecho se convirtió en un llanto que se escuchó más por parte del pueblo que de los mismos familiares.
Cada cajón sepultado era como una daga directa a los sentimientos de un pueblo que no había sufrido una pena de ese tipo.
Parecía que el tiempo se detenía cuando iban metiendo los cajones. Primero sepultaron los cuerpos de los dos niños menores al fondo del cementerio, que aún no tiene nombre.
El mayor no cupo en la bóveda y tuvo que ser sepultado unos 20 minutos después cerca a la entrada del camposanto.
Muchos decían que era increíble que eso estuviese pasando en Palmar de Varela, pero sucedió y además dejó huellas en la calle donde sucedió el evento y en el cementerio que hoy se traga la parte más dolorosa de la historia.
Daniel Escorcia Lugo
Redactor de EL TIEMPO
Barranquilla
Daniel Escorcia Lugo
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO