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Paula Mendoza, la joyera que se toma el mundo

La diseñadora habló con CARRUSEL sobre su carrera y las cosas que la inspiran al momento de crear.

CLAUDIA SANDOVAL GÓMEZ
En agosto del 2013, Paula Mendoza recibió un correo de Ty Hunter en el que le pedía una muestra de sus joyas porque su jefa, Beyoncé, quería lucirlas en un video que grabaría en pocos días en Coney Island, Brooklyn.
Mendoza, cuyas piezas geométricas y “estrambóticas” de bronce y plata bañadas en oro ya habían logrado cultivar una clientela importante, creyó que era una broma. “Pensé que era alguien que me iba a robar las joyas”, dice con esa suspicacia común de los colombianos. Una búsqueda en Google confirmó que Hunter efectivamente trabajaba como estilista de la reina B, como se le conoce a la cantante de Single Ladies.
“Estaba de vacaciones con mi novio y sus papás en Francia y abrí Instagram y de pronto veo miles de seguidores y una cantidad increíble de ‘likes’”, recuerda Mendoza. Aparentemente, Hunter seguía a la colombiana en la red social.
El hecho de que Beyoncé usara las joyas de esta bogotana elevó un negocio en el que había trabajado arduamente por 10 años, con los típicos auges y caídas de este tipo de emprendimientos, a otro nivel. “Fue impresionante… Ciertas tiendas con las que había hablado y nunca me pararon bolas empezaron a atenderme”, dice Mendoza.
En su pequeño estudio, en un edificio de corte industrial en el barrio Bowery al sur de Manhattan, la diseñadora recibió a CARRUSEL días antes de viajar a Bogotá, donde mantiene su operación de producción.
“En la Universidad siempre hacía joyas para mí, ropa para mí, me hacía collares”
En una pequeña vitrina, una muestra de sus diseños, que bien podría ser parte de la exhibición del Museo del Oro en Bogotá, incluye el Choker Jarama, un collar ceñido y ancho de bronce enchapado en oro y con incrustaciones de esmeralda, así como unos aretes Barcelona, hechos con pequeñas perlas doradas. Sus joyas apuntan a un mercado de lujo con precios que van de los 200 a los 1.200 dólares por pieza, y tienen clientes como las actrices Dakota Fanning y Kate Beckinsale y la Miss Universo, Paulina Vega, entre muchas otras.
Su llegada a Nueva York y el auge que han experimentado sus joyas en los últimos dos años coronan un esfuerzo que empezó como algo informal cuando estudiaba comunicación social en la Universidad Sergio Arboleda.
“En la Universidad siempre hacía joyas para mí, ropa para mí, me hacía collares”, señala Mendoza, de 36 años. No era nada sofisticado, sino una labor muy manual. Ni siquiera usaba una máquina de coser. Su técnica favorita era desbaratar prendas y usar pedazos en accesorios o como añadido de otras piezas. “Le dañaba toda la ropa a mi mamá”. Uno de los episodios que más recuerda es un rosario de plata, bendecido por el Papa, que tenía su mamá y que quedó convertido en aretes y pulseras.
“Al principio me enojé, pero después me dio mucha risa de ver la creatividad”, dice Nelly Muñoz, su madre y gerente de las operaciones de Paula en Bogotá. “Esas fueron las primeras ventas que hizo en la Universidad”, agrega. Muñoz, quien ha sido la mano derecha de la joven diseñadora, recuerda una época en la que sus chaquetas de cuero y gamuza resultaban con mangas tres cuartos luego de que su hija cortara la parte inferior para hacer pulseras con taches.
La motivación de Mendoza, la segunda de tres hijos (tiene además una medio hermana por parte de papá), era lucir una prenda que nadie más tuviera. “Siempre quería tener algo que fuera muy único, mío. Y la manera de lograrlo era que yo hiciera mis propias piezas”, dice. Además, podía ganar dinero extra con los accesorios que vendía.
Ese deseo y ganas de crear, sin embargo, permanecieron en segundo plano por mucho tiempo, mientras Mendoza seguía el camino más obvio de graduarse y empezar a trabajar como comunicadora.
Su profesión la llevó a El Espectador, Todelar y el departamento de comunicaciones de la Caja Social/Colmena. “Como que no me hallaba por ningún lado”, recuerda. Cuando trabajaba en comunicaciones internas en Kumon, la empresa de autoaprendizaje para niños, viajó a visitar a su novio de entonces a Boston, donde el dueño de una galería quedó enamorado del collar de tagua, “muy hippie”, que llevaba puesto.
“Me he pulido un montón y tengo clientes grandes que me exigen tener un ritmo muy especial..."
“Sin todavía serlo, dije que era diseñadora de joyas”, señala orgullosa de su audacia. El galerista no solo compró el collar que llevaba, sino que le encargó más. Paula, quien entonces no hablaba casi nada de inglés, reconoce que no sabe cómo logro cerrar el negocio.
El encuentro fortuito abrió una nueva etapa, pues tuvo que dedicarle más tiempo al proceso creativo. Durante el día trabajaba en Kumon y en la noche en las joyas que tenía que enviar cada mes a Estados Unidos. Ese tren de trabajo pasó la factura y a los 22 años decidió renunciar para dedicarse de lleno a la creación de joyas. Pese a las reservas de sus padres, pidió un préstamo por 10 millones de pesos a Coomeva y comenzó a aprender sobre fundición, soldadura y manejo de materiales.
“Empecé a trabajar con una niña que recuerdo mucho, Catalina Corrales, joyera, quien ya tenía un taller y me enseñó mucho”. Así creó su empresa donde ella era jefe, empleada y contratista. Su técnica no empezaba con un bosquejo en papel, sino de una vez con los materiales y lo que le dijera su instinto.
En el 2004, a través de amigas de su madre, consiguió contactarse con Ana María Correa, la agregada cultural de la Embajada de Colombia en Washington, quien la ayudó a organizar una exhibición de sus piezas. “Llegué a Washington a ver si alguien me paraba bolas”.
En ese viaje, que inicialmente era de cuatro días, conoció al que se convertiría en su esposo por tres años. “Fue amor a primera vista”, dice. Ya instalada en la capital estadounidense, la colombiana cultivó una clientela fiel dentro de la comunidad diplomática. Para entonces, ya había abierto varios talleres en el centro de Bogotá que quedaron bajo la supervisión de su mamá.
Durante los años que vivió en Washington estudió joyería basada en la escultura en el Colegio de Arte y Diseño Corcoran. Ese periodo también le sirvió para aprender cómo funciona Estados Unidos. “Porque esto es otro rollo y el mercado es totalmente diferente”. También empezó a notar que muchos de sus pedidos se originaban en Nueva York.
“Llegó un punto donde el negocio empezó a crecer acá y decidí mudarme en el 2012”.
En la Gran Manzana siguió buscando oportunidades e inversionistas. También dice que adquirió mayor confianza en sí misma, mucha más fuerza, independencia y una fuente de creatividad inagotable.
“Yo siempre le digo a mi novio que el verdadero amor de mi vida es Nueva York. Estoy profundamente enamorada de esta ciudad, todo acerca de Nueva York me fascina, me inspira, me llena de motivación. Todo el mundo está acá para lograr algo, para sacar adelante un sueño”.
Esa pasión por su trabajo y la ciudad fue recompensada con una inyección de capital de una clienta de Kuwait que se convirtió en inversionista de su empresa. Atrás quedaron los días de ensartar tagua en alambres, pues su operación entró a las grandes ligas.
“Me he pulido un montón y tengo clientes grandes que me exigen tener un ritmo muy especial, debo sacar dos colecciones al año, las cuales tienen ciertos estándares; el mercado te exige otra cosa mucho más profesional”. Mendoza ha estado a la altura de esas exigencias y sus joyas hoy en día son exhibidas en las principales revistas de moda y lucidas por miembros del jet-set internacional. Tiendas como la cadena minorista de moda Intermix y la del Museo de Arte Moderno de Nueva York venden sus piezas. Sus principales mercados se expanden desde Europa hasta Medio Oriente, pasando por Estados Unidos y América Latina.
“Yo colecciono muchas de sus piezas porque a veces es lo único que necesitas para completar un look. Viajo mucho y mis accesorios son claves, así que tener unos que pueden elevar tu outfit es importante”, dice Kelly Talamas, editora de la edición latinoamericana de la revista Vogue y cliente fiel de Mendoza.
“Hoy en día así somos todas las amantes de la moda –agrega–, más y más exigentes con nuestras necesidades. Queremos divertirnos, pero a la vez queremos ser prácticos. Paula cumple con todo esto de una forma muy original”.
Mendoza atribuye la acogida de sus joyas a que no hay nada como estas en el mercado. “Tienen ese look latinoamericano, pero puedes lucirlas en cualquier parte del mundo”.
Y al igual que su personalidad, no son nada sutiles. “Me gusta crear declaraciones en la manera como me visto, en la manera como soy”. Por ejemplo, un día amanece con ganas de verse como una hippie y al día siguiente como toda una lady. “Gustos muy eclécticos”.
No hay una sola joya que haya creado que no le encante usarla. “Me obsesiono a ratos con ella, como con este anillo (extiende la mano para mostrar un espiral dorado que cubre todo el dedo). Esa obsesión lo hace más auténtico”.
Para su mamá, la clave está en el amor que Paula les inyecta a sus diseños. “Es una niña absolutamente enamorada de su trabajo y lo disfruta al máximo”.
La fuente de la creatividad puede venir de muchas partes. La colección pasada fue inspirada en Alexander Calder, el escultor estadounidense pionero de los móviles. La previa nació de El Concierto de Aranjuez, la composición clásica inspirada a su vez en el Castillo Real de Aranjuez y que su padre solía escuchar durante los últimos días de su vida.
Para la colección primavera-verano del 2016 en la que está trabajando actualmente se está inspirando en una combinación de arquitectura y arte. Para ello viajó a Berlín hace poco, donde dice haber encontrado una mezcla muy particular de estas dos cosas.
Pese a llevar 10 años radicada en Estados Unidos, el lazo con Colombia está más fuerte que nunca. Además de tener toda su producción en el país (materiales y mano de obra cien por ciento colombiana), la familia y los amigos son su polo a tierra. “Es como tener tus raíces bien agarradas, saber de dónde vienes, quién eres”.
CLAUDIA SANDOVAL GÓMEZ
Nueva York
CLAUDIA SANDOVAL GÓMEZ
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