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Carta de amor a Mariana Pajón de su hermano

La campeona olímpica de BMX es la sonrisa de su hermano mayor.

MIGUEL PAJÓN
Mariana Pajón(Medellín, 1991) es mucho más que esa mezcla de niña dulce y aguerrida que hemos visto alzar los brazos tantas veces. Sus 158 centímetros representan tanto para nuestro país que ni siquiera quienes hemos estado a su lado durante toda la vida podemos dejar de sorprendernos con su grandeza. Y cuando hablo de grandeza no me refiero a sus dos oros olímpicos (Londres 2012 y Río 2016), a sus 18 títulos mundiales o a sus cientos de victorias y reconocimientos, pues estos no son más que una consecuencia de lo que ella es. (Lea también: El francés que se robó el corazón de Mariana Pajón)
Lo que hace grande a Mariana es su capacidad de dar más que sus rivales –incluso más de lo físicamente posible–, su capacidad de mantenerse siempre humilde, con los pies en la Tierra aun después de ser una de las deportistas más grandes en la historia reciente de Colombia y de haberlo ganado todo en su especialidad; su capacidad de no dejar de pensar en cómo ayudar a otros incluso antes de pensar en cómo va a celebrar sus triunfos.
Su capacidad de vivir siempre en función de dejar mensajes y enseñanzas positivas para nuestra juventud. Mariana es mejor persona que deportista, y de eso quiero hablarles: de Mariana. De quién es al desenfundarse el uniforme.
Llegó a nuestro mundo como el mejor regalo que un hermano mayor puede recibir. Desde que nació se convirtió en una cómplice de travesuras y juegos. Una gran compañía.
Siempre lo compartimos todo, hasta nuestra habitación. Mariana no tenía miedo a nada, no lloraba, no ponía quejas, por eso a pesar de ser niña y tres años menor, siempre era bienvenida entre mi grupo de amigos. Nuestra habitación era un espacio en el que se mezclaba el color rojo y azul de mis carros de juguete con el rosa y el morado de sus muñecas. (Además: Mariana Pajón describe como 'cuento de hadas' la tarde que dio el sí)
De noche, cuando era la hora de dormir, teníamos una “frontera invisible” que separaba nuestras pertenencias; yo era muy metódico y organizado y ella no mucho, por lo tanto, mis juguetes estaban en el costado derecho de la habitación y los suyos en el izquierdo. Aunque le encantaban las muñecas, Mariana usualmente tomaba prestados mis carros para darles un paseo.
En nuestra niñez casi no existían las peleas, todo lo hacíamos juntos y por ende nuestra relación era casi la de dos amigos que se complementaban perfectamente. Ella siempre ha sido muy inteligente y ágil para responder, estaba siempre dispuesta a aprender y experimentar; yo ejecutaba bien mi rol de hermano mayor protector y le enseñaba todo lo que sabía. Definitivamente, fueron años increíbles.
Hubo algo que marcó nuestra niñez y aún hoy lo sigue haciendo: el BMX. Yo comencé a practicarlo cuando ella era una bebé. Mariana quería hacer todo lo que hacía su hermano mayor, y para fortuna de todo el país, el BMX no fue la excepción. Ambos siempre hemos sido muy competitivos, lo damos todo por ganar, pero aprendimos bien algo de nuestro padre: competir de forma limpia, por eso nunca fue negativo tener una hermanita menor pisándome los talones en todo lo que hacía.
Al contrario, su determinación era tal que logró hacer que mi función fuera enseñarle todo lo que había aprendido. Desde el principio mostró su casta. No olvido una vez cuando Mariana apenas empezaba a montar en la pista que Jorge Wilson Jaramillo, quien era nuestro entrenador en ese entonces (y aún sigue al lado de Mariana), nos dijo a mi padre y a mí: “Esa muchachita es impresionante; no me cabe la menor duda de que va a ser campeona mundial algún día”.
Esas palabras nunca se borraron de mi mente y en ese momento me propuse ayudar a lograrlo, tanto así que en el año 1999, mis padres solo tenían recursos para que uno de los dos viajara al Campeonato Mundial que se desarrollaba en Francia, y a pesar de ser el mayor y tener “más experiencia”, nunca dudé en cederle mi lugar a Mariana. Allí corrió su primer mundial, quedó en tercer lugar. Un año más tarde, las palabras de Jorge Wilson se hicieron realidad: ganó su primer mundial a los 9 años. (Lea: El francés que se robó el corazón de Mariana Pajón)
Fue pasando el tiempo y los títulos siguieron llegando. Mariana era muy extrovertida y alegre en familia, pero era muy tímida frente a los desconocidos. Sin embargo, ella siempre tuvo claro a qué había llegado al mundo y en las pocas palabras que expresaba en entrevistas siempre salía con algo original, siempre dejaba un mensaje bonito. Yo era consciente de la grandeza de mi hermana menor desde que estaba pequeña y me propuse hacer que el país reconociera y sintiera el orgullo que yo sentía.
Esas fueron mis primeras batallas, pues el BMX no era un deporte muy popular y reconocido, y Mariana no era muy valorada entonces, ni siquiera entre los dirigentes de su deporte. Ese reconocimiento se lo ganó a punta de lesiones y pedalazos.
Luego del oro olímpico en Londres 2012, Mariana se graduó en reconocimiento y popularidad. Sin embargo, ella siguió siendo la misma que aún se sentaba a conversar y a reírse por horas en la mesa del comedor o la que mis padres tenían que echar de su cama para poderse dormir cada noche.
Ya su mensaje calaba más, sobre todo en los niños, y eso fue para ella de los mejores efectos que trajo su medalla, porque seguía empeñada en hacerles cambiar a los colombianos la manera de afrontar sus propios retos. Yo creo que gracias a ella ahora los colombianos somos más positivos, no nos amilanamos, y esa forma de pensar está presente en la mente de cada uno de nosotros, incluyéndome.
Pasaron cuatro años de un ciclo olímpico, hubo altibajos como en todos los deportes, pero Mariana mantenía su condición de 'Reina del BMX'. Llegó el 2016, un año que no fue fácil para ella en el inicio, pues venía de una cirugía de rodilla y luego dos caídas en Copas Mundo retrasaron el proceso y causaron lesiones, que si bien no fueron de consideración, para un bicicrosista siempre es fundamental estar en plenas condiciones por la rudeza física propia de la disciplina.
La preparación fue muy fuerte y había dos objetivos fijos en el año que la desvelaban. El Campeonato Mundial en Medellín, su propia casa y en la pista que se había construido en su honor, y los Juegos Olímpicos, a los que llegaba como máxima favorita y rival a vencer.
Dos objetivos cargados de mucha presión pública y que dejarían ver su temple, frialdad y la confianza con la que maneja el reto de enfrentarse a una ciudad y a un país que, aunque con cariño y apoyo, solo esperaban un resultado posible. Mariana lo sacó avante. Primero en el Mundial, donde no estaba bien físicamente por las lesiones previas, pero donde a punta de coraje y mentalidad logró correr una de las mejores finales que le he visto, y ahí, con toda su familia y su gente en la tribuna, levantó los brazos con bandera en mano y lágrimas en los ojos.
Al pie de la línea y con un fuerte abrazo me dijo: “Lo logramos”, a lo que le respondí: “No, lo lograste tú”. Debo confesar que yo era el primer sorprendido con ese triunfo, pues sabía que no estaba en plenas condiciones. Pero ella es así, ya lo había hecho antes, como en China en el 2008, donde ganó fracturada.
Pasó esa alegría y llegamos a Río. Fueron cuatro años esperando y preparando ese momento. Allá todo giraba en torno a los Juegos Olímpicos; la atmósfera era increíble. Unos días antes de la contrarreloj visitamos a Mariana en la Villa Olímpica, estaba feliz, tranquila, como un niño que va por primera vez a Disneylandia. Realmente estaba disfrutando la experiencia.
En esa visita hablamos de todo un poco y recorrimos la villa con ella en rol de guía. Su primer contacto oficial con la pista fue impecable, fue la más rápida, aumentaba la expectativa, pero ella seguía tranquila, con la satisfacción de haber hecho una preparación a conciencia. La noche anterior a la competencia yo casi no dormí. El esperado 19 de agosto había llegado. De camino a la pista le escribí que ese era su día, que iba a hacer historia; fue el último contacto que tuvimos antes de la carrera.
Después un poco de nervios en la tribuna, pero al final solo alegría y una historia que ya se conoce. Terminó la carrera, y con la complicidad de algunos voluntarios colombianos logramos pasar la seguridad y entrar a la zona de prensa. La felicidad era total. El abrazo que nos dimos fue como si no nos hubiéramos visto en años. Esa noche no pudimos celebrar mucho, pues una esofagitis que había aquejado a Mariana en las semanas previas a la competencia le pasó factura y la mandó a dormir temprano.
Después de eso solo han sido días de disfrutar a su lado todos los merecidos homenajes y el cariño de los colombianos.
La grandeza de Mariana no deja de sorprenderme; no se ha quitado del cuello su segunda medalla olímpica y ya está entrenando y hablando de su próximo reto. Ya empezó el largo camino hacia Tokio 2020. Por lo tanto esta historia continuará y sus piernas todavía traerán muchas alegrías a nuestro país, y su sonrisa y su carisma muchas enseñanzas a nuestros niños.
Ella seguirá haciendo historia y este hermano orgulloso nunca se cansará de repetir millones de veces ¡GRACIAS, MARIANA!
MIGUEL PAJÓN
Para CARRUSEL
MIGUEL PAJÓN
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