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Lorna Cepeda: Amor de madre

La actriz habla de su experiencia como mamá soltera para nuestro especial del día de la madre.

–Hay algunos momentos en los que me quedo sola –quizás en la pausa de una grabación, en un cuarto de hotel–, cuando se me viene a la cabeza esa pregunta: ¿cómo lo he hecho? Y es en momentos así en los que de repente me sale como una tristeza… Pero estoy tan acostumbrada a no llorar. No me doy permiso de llorar a moco tendido. Yo mamo gallo todo el día, no soy depresiva ni nada por el estilo. Es que si te tomas muy en serio es terrible. ¿No?
¿Que cómo lo ha hecho? Cipote pregunta. Si uno ha sobrevivido a dos relaciones sentimentales fallidas, con tres hijos a bordo sin más ayuda que la que brinda el entorno familiar, sin un trabajo estable, solo con las herramientas que da el instinto, sin ir de víctima. Tu coraje y tú. Entonces sí, es normal que en momentos así uno se pregunte cómo lo ha hecho. Y también es normal sentirse tranquila y agradecida después de mirar a tus cachorros, verlos dibujar poco a poco su mapa vital, sentirlos cercanos, autónomos, listos para asumir sus propios compromisos y concluir que sí. Finalmente lo has hecho. Pudiste.
Fotos: Hernán Puentes. Producción y Styling: Carolina Baquero. Maquillaje y pelo: Juanito Rojas.
Una mañana soleada en Bogotá, la actriz Lorna Cepeda aparece en jean y tenis, chal en el cuello, el pelo sujetado en una coleta, la cara limpia, sin una gota de maquillaje. Nos sentamos en una cafetería con sillas y mesas al aire libre. Pide un cruasán y un café. “¿Y yo por qué me estoy comiendo esto?”, dice en voz alta como si estuviera sola, mirando el cruasán antes de arrancarle el primer pedazo. Se muestra abierta y confiada. Tranquila. Hoy será un día largo: lleva semanas grabando El tesoro, la nueva producción que emite Caracol de lunes a viernes a las 10 de la noche. Ella, que siempre se ha movido más en el registro de la comedia, lleva el peso dramático de la serie. Dice que prefiere no generar expectativas. ¿Le irá bien? Es mejor dejarse sorprender.
Esta parecería una charla de dos mujeres que se ponen al día. Aunque aquí solo hay alguien que pregunta. La otra juguetea con su cabello, largo, muy liso. La camarera que nos atiende la mira y repara un minuto en ella. El tipo que camina por el lado, también. Su cara no pasa desapercibida. Al fin y al cabo es un rostro familiar para los televidentes colombianos. ¿Alguien se perdió Yo soy Betty la fea (RCN, 1999)? Para los que contesten que sí, Lorna Cepeda era Patricia Fernández, la peliteñida, la secretaria insoportable que odiaba a Betty, la que estudió “seis meses de finanzas en la San Marino”, la que se quedó sin su Mercedes-Benz y tuvo que coger un bus (¡oh, tragedia!) en Bogotá, temiendo que la viera alguien de su oficina; a la que el energúmeno del Armando jaló del pelo en un ataque de ira.
En aquellos años Lorna Cepeda se llamaba Lorna Paz. Se puso el apellido del argentino Eduardo Paz, el que entonces era su marido y mánager, porque no quería que la relacionaran con Angie Cepeda, su hermana, que ya era una actriz reconocida. Con Paz vivió ocho años. Se casaron después, en noviembre del 2001, en medio del éxito arrollador de Yo soy Betty la fea. A la fiesta, dicen las crónicas sociales de la época, acudieron unos 150 invitados. A los dos años, el matrimonio naufragó. Quedaron dos hijos: Nathaniel, que hoy tiene 20 años, y Mariano, de 18, quien no quiso aparecer en este reportaje.
Lorna Cepeda y su hija Daniela Paz. Foto: Hernán Puentes.
Cuando Lorna tenía 19 años nació Daniela, la mayor de sus hijos, que tiene 23. Fue fruto de una relación fugaz, también fallida. Apenas duraron dos años, uno de novios y otro de casados. El día que supo que estaba embarazada, Lorna decidió que tenía que contraer matrimonio. No hubo presión familiar, pero le ganaba la culpa. “¿Cómo le voy a hacer esto a mi mamá?”, se torturaba. Y se casó. Y se equivocó.
–Ese matrimonio fue terrible. No teníamos la madurez para eso; me fue muy mal. Era algo que estaba destinado al fracaso desde el principio.
Fue un alivio volver a la casa de la mamá, dedicarse a cuidar a Daniela y seguir estudiando psicología. No es que le gustara mucho esa profesión, pero había salido del colegio con apenas 16 años y no tenía ni idea de lo que quería hacer en la vida. Tampoco sabía qué hacer cuando a los 19 la enfermera le puso a la niña en los brazos.
–Ahora sí pienso que uno debería tener los hijos más grande, cuando ya tiene experiencia suficiente y ha vivido. El día que nació mi hija, me dije: ‘No entiendo en lo que estoy metida’.
En Colombia se registran al año unos 149.000 embarazos entre la población más joven. Por lo general se trata de madres entre los 10 y los 19 años, según datos del Dane del 2014. La estadística indica que hay unos 408 nacimientos diarios. Con lo que ello implica: abandono de los estudios, pobreza y un futuro que se trunca.
No fue el caso de Lorna, aunque su mundo sí se desmoronó. Después de haber sido madre adolescente y después de otra relación que fracasó reconoció que su vida no era la que ella había soñado: un esposo, unos hijos y un entorno idílico. Cuando se produjo la segunda ruptura sentimental, los pequeños tendrían 13, 10 y 8 años. Y su mamá acababa de morir. Aquello parecía una maldición.
–Desde la enfermedad de mi mamá comencé a entender muchas cosas; fue como si me hubieran abierto los ojos. No podía creer lo que estaba pasándome. Y, en el 2003, cuando ella murió, tomé la decisión. He tenido que pasar por momentos muy fuertes, muy duros. Uno como que no se da cuenta hasta que se ve ante situaciones horribles. Y entonces piensas ‘¿Dios mío, qué voy a hacer?’, porque uno se desespera mucho.
Uno de esos episodios que Lorna recuerda con amargura fue cuando Daniela se enfermó y no sabían lo que tenía. La niña estuvo así durante un año, a punta de transfusiones, de clínica en clínica, víctima de una anemia de origen desconocido.
–Por más que mi familia estaba ahí, yo me sentía terriblemente sola. Me daba ira. Sentía un dolor muy grande sabiendo que esa carga era para mí sola y que ni siquiera podía compartirla con su padre, una persona que debería estar en la misma situación que yo. Eso fue superduro. O cuando he enfrentado situaciones económicas difíciles; que si los colegios, que si alguien se mete con los muchachos, que si te toca ir a poner la cara… Una vez un tipo le pegó a uno de mis hijos en un centro comercial. El niño lo tropezó sin querer y el tipo lo pateó. Claro, lo hizo porque me vio sola con él. ¿Y ahí quién te defiende? Yo casi le pego al hombre. Ya ves, enfrentarte al mundo sola con tus hijos es muy hp. Es tenaz.
Lorna Cepeda y su hijo Nathaniel Paz. Foto: Hernán Puentes.
–¿Qué aprendió de esas relaciones de pareja fallidas?
Tengo que asumir la parte que me corresponde en la decisión de escoger a dos padres que finalmente se fueron y que están ausentes de nuestra vida. Asumir eso es duro, pero pienso que así como uno como mujer asume la crianza, tiene ética y moral y no se vende, así los hombres también deberían reconocer su parte, que son padres. Y que los hijos son los hijos.
Escuchándola hablar así uno pensaría que a Lorna todavía le duele su pasado. Y entonces entiende que haya tenido que acudir a la fe para no enloquecer. Fue su vida espiritual, reconoce, la que la ayudó a sobrellevar la pena. Porque uno se da cuenta, dice, de que repite ciertos patrones: su mamá también se quedó sola con tres hijas. Pero aquí las heridas ya se cerraron. No hay rencor. Tampoco resentimiento. ¿Para qué?
–Si no fortaleces tu parte espiritual no puedes sanar. La sanación tiene que ver contigo mismo. Y esa fue la única manera como yo pude entender ciertas cosas y sanarlas para dejar ir y ser feliz. Tienes que entender que nadie puede dar más de lo que le han enseñado. Ya no culpo a nadie. Cuando entiendes, perdonas.
Y eso es lo que ha tratado de transmitirles a Daniela, Nathaniel y Mariano.
–Yo siempre les digo a ellos que no culpen a nadie por su ausencia. Que los entiendan. No quiero que ellos tengan que cargar con ningún dolor o resentimiento. Les insisto para que aprendan de esta experiencia y para que cuando sean padres sean mejores con sus hijos.
Tatiana Escárraga
Editora Revista Carrusel
@etatiana1
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