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Limonada de coco: Mamá Mely y Papá Alirio

"Mamá Mery permaneció casi quince meses secuestrada (mientras) Papá Alirio se agravó de la tensión".

ALBERTO SALCEDO RAMOS
En noviembre de 2002 pasé varias jornadas en Ibagué filmando a doña Luz Mery Eslava para la serie A pulso, que se aproximaba a su primera temporada. El objetivo de aquel programa televisivo era exaltar a emprendedores colombianos. Doña Luz Mery y su marido, Alirio Caicedo, habían fundado, prácticamente sin capital, un restaurante que se había convertido en símbolo de la gastronomía tolimense.
Hicimos un reportaje de media hora en el que mostrábamos la preparación del tamal y la lechona. Los esposos narraban con su lenguaje campechano la historia del restaurante, construido piedra sobre piedra en un lote baldío.
A los pocos días una voz angustiada nos imploró por teléfono que no emitiéramos el programa: doña Luz Mery había sido secuestrada por guerrilleros de las Farc, y presentarla en aquel momento como comerciante exitosa podría volver más radicales a sus captores. De modo que el capítulo nunca salió al aire.
Hace poco encontré ese programa entre mis archivos. No resistí la tentación de volver a verlo. Don Alirio Caicedo y doña Luz Mery Eslava se enamoraron en 1957. Ambos pertenecían a familias campesinas apegadas a la tierra. Él sabía criar cerdos y ella era experta en cocina. Decidieron casarse enseguida, como acostumbraban los novios de aquellos tiempos.
En 1958 abrieron el restaurante El Boquerón, que se impuso desde el principio. El público consideraba que allí era donde mejor preparaban los dos platos más importantes de la región, la lechona y el tamal.
La lista de personas notables que habían disfrutado la lechona de El Boquerón incluía a los expresidentes Belisario Betancur y Virgilio Barco, y al actor Carlos Muñoz. Se decía que quien fuera a Ibagué y no comiera en El Boquerón no había ido a la ciudad.
Entonces llegó la prosperidad. Alirio y Luz Mery no la asumieron con el desenfreno típico de los nuevos ricos colombianos, sino con la precaución de quienes, sabiéndose acomodados, tenían conciencia de sus orígenes. Ellos no estaban dispuestos a gastar a chorros lo que obtuvieron a cuentagotas.
A pesar de la austeridad eran generosos. Jamás le negaban una ración al indigente hambriento. Eso los hacía muy apreciados en su comunidad, donde se les llamaba ‘Papá Alirio’ y ‘Mamá Mery’. Como se consideraban “gente del pueblo” –así lo dijeron en las entrevistas– evitaban el uso de escoltas. Suponían que nada debían y que, por tanto, nadie tenía razones para atentar contra sus vidas.
En este punto sentí curiosidad por el destino de los protagonistas. Entonces decidí llamar por teléfono. La voz serena que me atendió fue la misma que, años atrás, me había pedido con angustia que no emitiera el programa: la de Janet, hija de Alirio y Luz Mery. Ella aportó el colofón de la historia.
Mamá Mery permaneció casi quince meses secuestrada. Volvió a la libertad con deficiencias auditivas. En su ausencia, Papá Alirio se agravó de la tensión y se enfermó de diabetes. Murió en el año 2008.
La familia ha tenido que trabajar muy duro desde entonces para recuperarse de la ruina moral y económica. Para colmo de males, en 2010 las Farc pusieron una bomba en el restaurante.
Janet dice que, aún así, Mamá Mery y sus dos hijos perdonan a los agresores y apoyan el proceso de paz con las Farc. No lo hacen por ideología política, aclara, sino por una necesidad del corazón. Y porque quieren que los niños crezcan en un país libre de violencia y de odios, donde sea posible seguir multiplicando los tamales.
ALBERTO SALCEDO RAMOS
Para CARRUSEL
ALBERTO SALCEDO RAMOS
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