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Bogotá

Respuesta a Juan Gossaín / Voy y vuelvo

La capital, por su condición de aglomeración, genera más oportunidades laborales, ingresos altos, recreación, vida cultural.

La capital, por su condición de aglomeración, genera más oportunidades laborales, ingresos altos, recreación, vida cultural.

Foto:Archivo particular

La capital genera más oportunidades laborales, ingresos altos, recreación y vida cultural.

El maestro del periodismo y reportero nato Juan Gossaín nos sorprendió este sábado a todos con otro de sus excelentes reportajes en este diario. Y se metió con un tema que no solo apasiona al suscrito, sino que es el que está de moda en el mundo entero: las ciudades.
Gossaín, datos en mano y con la asesoría de César Caballero, hace un crudo retrato de la realidad que afrontan hoy Bogotá, Cali, Barranquilla y Medellín. Para las dos últimas se va en elogios: lo mucho que han crecido, el empleo que generan, los reconocimientos que reciben, el papel preponderante que juegan en la economía, etc. En contraste, se despliega en argumentos tétricos al hablar de Bogotá: que la gente vive sola, que ya no aporta lo mismo al PIB nacional, que la industria la abandonó, que el consumo de energía bajó, que la construcción de vivienda se desplomó y otras consideraciones que a quienes amamos la capital nos deprimen.
Y como Gossaín le debe tanto a Bogotá y quienes de alguna forma hemos sido sus alumnos le debemos mucho a Juan, quisiera, con respeto, referirme al tema y darles a él y a los lectores mi humilde opinión de lo que nos ha sucedido.
Coincido con Gossaín en que, ciertamente, Bogotá ha sufrido un estancamiento desde hace más de una década. Venía con un increíble empuje en desarrollo de infraestructura, transporte, espacios públicos, colegios, jardines y demás; TransMilenio se copió en decenas de capitales del mundo –hasta en la Cartagena de Juan–; la Organización Mundial de la Salud la premió por sus espacios peatonales aptos para caminar; Naciones Unidas puso como ejemplo la estrategia de Bogotá de convencer a sus ciudadanos de donar un 10 por ciento más de sus impuestos para obras sociales. La industria se iba, es cierto, pero lo propio ha ocurrido en otras urbes del mundo que reemplazan esa fuga de empresas por otro tipo de actividades, que, en el caso nuestro, se reflejan en prestación de servicios, comercio, finanzas, turismo, etc. Esa es su nueva vocación. Valdría la pena que Juan se preguntara qué está pasando en municipios vecinos que abrieron sus puertas de par en par a esas industrias, cómo se destinaron suelos productivos a construir bodegas y más bodegas, la superpoblación que se está generando, sin que los servicios alcancen para todos; y los problemas de movilidad que han obligado a sus autoridades a tomar medidas drásticas.
Y sí, la gente vive más sola porque se construye más vivienda vertical, los jóvenes se independizan más, buscan un lugar cercano al sitio de estudio o trabajo, prefieren la autosuficiencia a la dependencia. Y baja el consumo de energía, también cierto, lo cual no es necesariamente malo en términos medioambientales.
Las comparaciones son difíciles, por mucha estadística que se le metan. La capital, por su condición de aglomeración, genera más oportunidades laborales, ingresos altos, recreación, vida cultural. En contraste, vive el mismo caos que Pekín, Nueva York o Londres. Aun así, de acuerdo con ONU-Hábitat, Bogotá, Medellín y Bucaramanga encabezan la lista de ciudades más prósperas de Colombia; Barranquilla ocupa el décimo lugar, según informe de noviembre del 2015.
Dejando de lado esto, qué sano resulta que otras ciudades asuman el liderazgo; no tiene por qué ser malo que el PIB de Bogotá caiga y mejore el de Medellín. Qué tal a estas alturas seguir dependiendo de Bogotá, que además soporta la carga de no menos de 650.000 desplazados por el conflicto armado –casi la mitad de la población de la Cartagena de Juan– y recibe mucho menos en transferencia de recursos de lo que la capital genera a la nación.
A Juan Gossaín se le quedó por fuera un dato que para mí es el más preocupante de todos: el pesimismo y la falta de confianza. Hace quince años, el 63 por ciento de los bogotanos pensaban que todo iba por buen camino, de acuerdo con el programa Bogotá Cómo Vamos. Que su propia gente –incluyendo al 37 por ciento que viene de otras ciudades– sienta que el suelo donde hace realidad sus sueños no es un buen vividero es grave, porque se traduce en desesperanza, apatía, desconfianza y ganas de no participar en nada.
¿Qué nos pasó? Algo que no les sucedió ni a Barranquilla ni a Medellín: la continuidad de políticas de gobierno que se tradujeron en una visión de ciudad a largo plazo. Nuestra capital vivió tres administraciones seguidas que compartieron un modelo exitoso, y luego soportó otras tres diametralmente opuestas, aunque provinieran de la cantera de la izquierda. En una hubo pocos avances pero mucha popularidad, en la segunda se saquearon sus finanzas, y de ese golpe no nos reponemos, y la tercera tenía el mejor libreto para haber dado el salto, pero terminó polarizando y enfrentada a todo el mundo. Medellín y Barranquilla llevan más de quince años respetando ese modelo y esa visión. Es eso lo que hizo posible que Medellín se recuperara del estigma del narcotráfico y que Barranquilla dejara de ser considerada la más fea y corrupta. Y ahí van.
No le busque, Juan, más números a esta realidad. Bogotá es la ciudad que nos merecemos todos los que habitamos en ella por las razones que usted quiera. Merecemos ese destino porque así hemos elegido a nuestros gobernantes.
Me despido, querido maestro, con un dato que no deja de sorprender: la BBC acaba de publicar un estudio de la firma PwC sobre las 30 mejores ciudades del mundo para vivir. ¿Adivine? Bogotá ocupa el puesto 29. No vi otra.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28
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