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Bogotá

Paz en el monte y en la ciudad / Voy y vuelvo

"No se puede firmar la paz en el campo para rearmar el odio y la desconfianza en la ciudad".

"No se puede firmar la paz en el campo para rearmar el odio y la desconfianza en la ciudad".

Foto:Presidencia

La mirada de la guerra desde la urbe se ha dado bajo el prisma del ojo por ojo y no del diálogo.

Tal vez el exalcalde Lucho Garzón pueda ilustrarnos mejor acerca de lo que vivió la ciudad cuando reinsertados del conflicto –unos 6.000– terminaron en la ciudad por causa de los acuerdos de desmovilización de entonces. Tal vez pueda recordarnos lo que se vivió en localidades como Teusaquillo, en donde se adaptaron residencias para que muchos de ellos, incluso recuperándose aún de las heridas de la guerra, permanecieran allí. No fue fácil. La desconfianza mutua se apoderó de los vecinos. Hombres y mujeres, curtidos en el monte, deambulaban por los barrios esperando el día a día, reclamando lo que se les había prometido y soportando comentarios malquerientes del entorno. Varios se vieron envueltos en incidentes violentos.
Son esas imágenes y esas actitudes las que deben cambiar ahora que se logró un acuerdo con las Farc, que de ser avalado por los colombianos nos obligará a plantearnos, ahora sí en serio, cómo será esa relación en un mundo urbano. Porque, no nos digamos mentiras, en las ciudades suele percibirse el conflicto a partir de la imagen estrecha de los desplazados del semáforo, pero no desde sus historias y mucho menos desde el tronar de fusiles, la toma de pueblos o el reclutamiento de los hijos, como sí lo han padecido campesinos, indígenas y afros. En consecuencia, la mirada de la guerra desde la urbe se ha dado bajo el prisma del ojo por ojo y no del diálogo y la concertación.
¿Qué tan preparado está para la paz?, preguntó el semanario ZONA a residentes del norte de Bogotá. Y aunque muchos se declararon partidarios de la paz y del sí en el plebiscito, otros dejaron ver sus dudas. Incluso, aceptaron que no estarían dispuestos a permitir que un exguerrillero viviera al lado de su casa. Otros dudaban en darles trabajo. Son sentimientos válidos, ni más faltaba, que, sin embargo, es necesario cambiar. Y en ello tendrá que emplearse a fondo la Alcaldía, con campañas que inviten a la tolerancia y el respeto, pero sobre todo con programas reales de inclusión. No se puede firmar la paz en el campo para rearmar el odio y la desconfianza en la ciudad. Como decía el columnista Álvaro Sierra: hay que evitar a toda costa que se siga explotando “el sentimiento urbano contra la guerrilla”, esto es, que desde cómodos sillones se dé cátedra sobre una tragedia que ni quiera nos ha rozado. No es ético.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28
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