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Dos años del enigmático desmayo de niñas vacunadas contra el papiloma

Caso que visibilizó los supuestos efectos contrarios de vacuna produjo un debate que sigue abierto.

El día en que 15 estudiantes de entre 11 y 15 años de edad se desmayaron en simultánea en el Colegio Espíritu Santo de El Carmen de Bolívar, un municipio de la Costa Caribe, se comenzó a escenificar en Colombia una tragicomedia cuyo desenlace está en desarrollo en el 2016.
Ese 30 de mayo del 2014, llamados de emergencia por los profesores y directivas del colegio, los padres y madres se encontraron con el espectáculo de unas hijas con taquicardia, dificultad para respirar y adormecimiento de pies y manos. Sin saberlo, ese desmayo colectivo unió sus destinos en una tragedia que se desató sin que sus familias lo hubieran percibido.
“Pero ¿qué pasó con las niñas?, ¿por qué se desmayaron?”, preguntaron las madres.
La información que recibieron no les dio ninguna respuesta: en esa jornada escolar, lo único raro que había ocurrido era que las niñas habían sido vacunadas contra el virus del papiloma humano. Para muchos padres fue la primera noticia sobre una vacunación masiva de sus hijas.
En el hospital Nuestra Señora del Carmen, a donde fueron llevadas de emergencia, el asunto lo asumieron como una reacción a las papas fritas de paquete que habían consumido en el descanso y al agua en bolsa que suelen vender en la tienda escolar.
El episodio no hubiera pasado a mayores, de no ser porque ocho de las niñas tuvieron que ser reingresadas en el hospital ese mismo día después de haber sido dadas de alta, y luego remitidas a Sincelejo y Barranquilla porque los médicos locales no pudieron resolver el misterio de los desmayos.
Entonces, el caso de las niñas de El Carmen de Bolívar se convirtió en noticia y llegó a la televisión nacional, y así siguió hasta junio, porque la imagen de estudiantes desgonzadas llegando en motocicleta o ambulancia y entrando en brazos de sus padres al hospital se volvió cotidiana.
Una vez que se descartó contaminación en las papas fritas y en el agua, que no todas las estudiantes consumieron ni bebieron, las madres de las jóvenes se empezaron a convertir en sabuesos en busca de pistas que demostraran que lo que había desencadenado la rara condición de las niñas era la vacuna. Lo que no sabían es que en otras zonas del país, otras mamás llevaban más de un año lidiando con el desmayo permanente de sus hijas en el colegio y cuando vieron la noticia de El Carmen de Bolívar retomaron las sospechas que habían incubado sin que nadie les creyera y comenzaron a atar cabos.
Cuando el episodio del colegio Espíritu Santo se convirtió en un espectáculo mediático, en el seno de muchas familias de Bogotá y otras ciudades, que no se conocían entre sí, se habían examinado hasta la saciedad los antecedentes de salud de sus hijas.
Todas eran niñas sanas y muy activas en el ejercicio, el deporte y el baile. Incluso, una era campeona de patinaje. Lo único diferente que les había ocurrido antes de enfermarse era la vacuna contra el virus del papiloma humano, exaltada como el biológico ideal para prevenir el cáncer de cuello uterino, causado por ese virus, que solo en Bogotá dejó 500 mujeres, entre 12 y 25 años, diagnosticadas en los últimos diez años, según cifras entregadas en el Concejo por el secretario de Salud de Bogotá, Luis Gonzalo Morales. Muchas de ellas terminaron mutiladas, sin útero o sin ovarios. “Eso también es una tragedia”, afirmó entonces el funcionario.
Los médicos, por supuesto, descartaron de plano la relación de la vacuna con las enfermedades de las estudiantes, fundados en que estos biológicos, cuando salen al mercado, “tienen todos los estudios de seguridad y confiabilidad”, como lo demuestran otras 20 vacunas que se aplican en Colombia, avaladas por la Organización Panamericana de la Salud, y que han ayudado a inmunizar a la población contra 26 enfermedades y a erradicar afecciones como la viruela. En fin, las vacunas han salvado millones de vida.
Las historias
“Mi hija ya llevaba tres hospitalizaciones, ya llevaba un año enferma cuando salió lo de El Carmen de Bolívar”. Carmen Ballesteros recuerda ese día del 2014 porque su hija Eliana Cubides, de 13 años, estaba en el Hospital San José Infantil de Bogotá, cuando llegaron diez niñas de ese municipio con los mismos síntomas. En ese hospital también se encontró en otras ocasiones con familiares que llegaron con sus hijas enfermas de Medellín, Cali y Valledupar.
A Eliana le aplicaron dos dosis de la vacuna en abril y octubre del 2013 en el colegio. “Después de la segunda dosis me desmayaba y empecé con dificultad para caminar”, relata Eliana, que estuvo dos años en silla de ruedas. Hoy, los síntomas persisten.
Este grupo de madres se unió en El Carmen de Bolívar para encontrar una solución a la enfermedad de sus hijas. Foto: Dagoberto Moreno
Desde el 2014, en su historial médico figuran cefaleas, celulitis, parálisis de pies y manos, dolor de tórax, dificultad respiratoria, síncopes, lesiones en la piel, alergias, mareos, vértigo, desvanecimiento, vómitos, fiebre, intoxicación con metales como aluminio y plomo, fatiga crónica y dolor en articulaciones.
En el parte más reciente, los médicos le dijeron que lo suyo era una mielitis transversa, un trastorno neurológico causado por la inflamación de la médula espinal, que puede dañar o destruir la mielina, que es una sustancia aislante que cubre las fibras celulares nerviosas.
Lizeth Escobar Muñoz, de 16 años, también fue vacunada en abril y septiembre del 2013. Además de desarrollar escoliosis, hernia discal y endometriosis, los médicos sospechan que padece fibromialgia, una enfermedad que causa dolores musculares crónicos y sensibilidad en todo el cuerpo. “Muchos doctores me han dicho que tengo una enfermedad autoinmune, pero el diagnóstico no es seguro, es como por descartar, porque no saben”.
A su hermana María Paula, de 18 años, que se aplicó dos dosis en las mismas fechas, le diagnosticaron lupus eritomatoso sistémico, una enfermedad autoinmune crónica caracterizada por la inflamación y daño de los tejidos y puede afectar la piel, las articulaciones, los riñones, el cerebro y otros órganos. En uno de los episodios más graves desarrolló un tromboembolismo pulmonar.
La lista de estudiantes con enfermedades como las de Eliana, Lizeth y María Paula ha ido aumentando. La abogada Mónica León tiene 20 casos identificados en Bogotá y dice que hay 829 en el país. Ella asumió el caso como suyo porque una de las afectadas es su hija Alejandra, a quien le aplicó la vacuna en enero del 2013.
Mónica había sido diagnosticada con el virus del papiloma humano y no quería que su hija repitiera esa historia. “A los ocho días de haberle aplicado la vacuna, la niña cojeaba de la pierna izquierda y tenía pérdidas de visión recurrentes”, dice.
Hoy, lidera la Asociación Reconstruyendo Esperanza que busca tratamiento médico para las niñas y una investigación médica para que se determine si fue la vacuna o no la responsable de que se desencadenaran enfermedades autoinmunes que tienen la vida de estas estudiantes y sus familias en suspenso.
Solicitud a la Corte
Ha ganado tres tutelas ante distintas instancias judiciales que ordenaron tratamiento para algunas de las estudiantes afectadas, pero según ella las EPS han no han cumplido con los mandatos de los fallos. Por eso acudió a la Corte Constitucional a donde llevó las historias clínicas de las 829 niñas en busca de un pronunciamiento del más alto nivel.
Llegó a esa instancia porque las autoridades de salud zanjaron el desmayo colectivo de El Carmen de Bolívar como un caso asociado con una reacción psicógena masiva que el país asumió como una histeria colectiva. Muchos médicos, especialmente neurólogos, han reaccionado con sorna frente a las niñas y madres que llegan a sus consultorios a exponer que son víctimas de efectos adversos de la vacuna.
Lo paradójico es que el Instituto Nacional de Salud comprobó que en El Carmen de Bolívar, entre enero y agosto del 2014, 517 niñas de 17 colegios que habían sido vacunadas contra el virus del papiloma humano presentaron los mismos síntomas de las del colegio Espíritu Santo. Pero la conclusión es que no se puede vincular esa sintomatología con la vacuna.
Es más, el director nacional del Programa de Vacunación en Colombia, Diego García, cree que a la vacuna contra el virus del papiloma humano le están echando la culpa de todas las enfermedades que han aparecido desde la aplicación del biológico. “Hay que tener mucho cuidado” con las denuncias de efectos adversos, porque en el país se han aplicado tres millones de vacunas y “cualquier cosa que pudiera pasarle a una niña pudieran echarle la culpa a la vacunación”, respondió cuando EL TIEMPO lo consultó sobre el tema, durante un evento contra los movimientos antivacuna que se realizó en el hotel Tequendama de Bogotá.
En su concepto, “no podemos esperar que la población que se ha vacunado deje de enfermarse por otras cosas que históricamente siempre se han enfermado” y cada vez que le preguntan asegura que “la Organización Mundial de la Salud no ha hablado de ningún vínculo entre la vacuna y enfermedades autoinmunes”.
Pero familias y estudiantes insisten en que detrás de los síntomas hay enfermedades reales. Y en Colombia las autoridades de salud no han hecho un estudio que demuestre que la vacuna no las afectó y tampoco les ha dicho por qué a las vacunadas se les desataron enfermedades tan graves.
“Bueno, las niñas que yo he visto están enfermas”, afirma categóricamente el doctor Juan Manuel Anaya, director del Centro de Estudio de Enfermedades Autoinmunes (CREA), de la Universidad de El Rosario.
Es uno de los pocos médicos que se atreve a hablar de la existencia de una relación entre la vacuna contra el virus del papiloma humano y las enfermedades autoinmunes que desarrollaron algunas de las estudiantes. Para este artículo, empezó aclarando que cree en los beneficios de las vacunas y no pertenece a movimientos antivacunas.
“Nosotros tuvimos la oportunidad con algunos colegas de atender pacientes con manifestaciones autoinmunes, y luego de una historia clínica rigurosa, encontramos que como principal antecedente desencadenante de su enfermedad estaba el haberse aplicado la vacuna cuadrivalente contra el virus del papiloma”.
Para Anaya divulgar esta conclusión médica no debe ser tomada por el Ministerio de Salud como un ataque, sino como una alerta, sin exagerar el riesgo, pero tampoco ocultándolo. De hecho, advierte que la Organización Mundial de la Salud, cuando se pronunció en diciembre del 2015 sobre el tema, “en ningún momento ocultó el riesgo y llamó la atención a que se hagan más estudios”. Lo que pasa, explica, es que concluyó que sigue siendo más alto el beneficio que el riesgo y que por lo tanto se debe seguir vacunando.
Marlon ha acompañado a su hija Wendy Olivera, que intentó suicidarse por el desespero de verse enferma. Foto: EL TIEMPO
Signos de alarma
El doctor Francisco Yepes, miembro de la Academia Nacional de Medicina, asegura que aunque no hay pruebas científicas definitivas que permitan afirmar la relación directa de la aplicación del biológico con los efectos secundarios, sí hay signos de alarma de que está afectando la vida de jóvenes previamente sanas a la vacuna, que no se pueden desconocer. “Esta evidencia en este momento nos obliga a establecer signos de alarma”.
Anaya y Yepes coinciden en que sí hay estudios que demuestran que la vacuna puede desencadenar enfermedades autoinmunes como uno hecho en Francia con dos millones de niñas, que demostró que las vacunadas contra el papiloma tienen cuatro veces más probabilidades de desarrollar enfermedades autoinmunes de los intestinos y Guillaín-Barré. Justamente, Guillaín-Barré, una enfermedad en la que el sistema de defensa del cuerpo ataca parte del sistema nervioso por error, inflama los nervios y ocasiona debilidad muscular y parálisis, fue lo que le diagnosticaron a Astrid Carolina Méndez, una joven de Bogotá que murió el 6 de agosto del 2015, dos años después de recibir dos dosis de la vacuna en marzo y octubre del 2013.
Catherine, su hermana, cuenta que Astrid empezó a tener dolores de cabeza y de estómago, vómito, diarrea y fiebre el mismo día en que le aplicaron la segunda dosis. “A los quince días empezó a perder fuerza en el cuerpo; iba caminando y se caía, no tenía fuerza para levantarse; empezó a caminar arrastrando los pies hasta que quedó en silla de ruedas y dejó de mover las manos y los pies”. Meses después no sostenía la cabeza y su cuerpo se fue debilitando hasta que dejó de respirar. Sus pulmones perdieron fuerza y terminó en un centro de enfermos crónicos, donde murió a los seis meses por un paro cardiorrespiratorio. Según Catherine, el parte médico dijo que falleció por una neuropatía motora multifocal desmelinizante.
Algunas niñas de El Carmen de Bolívar han intentado suicidarse. Se sienten cansadas del maltrato que les produce la enfermedad y de que en las urgencias escasamente les den un suero y un calmante. “Estoy aburrida de que me traten de loca y no me den una solución”, dice una de ellas. “Ya estaba aburrida de tantos desmayos y que mi vida ya no fuera la misma de antes”, contó otra. Las esperanzas de que eso cambie son pocas: en El Carmen de Bolívar, el 89 por ciento de las niñas es del Sisbén, es decir, la salud subsidiada.
En Bogotá, Juliana Vera, una joven de 19 años, que ha tenido cuatro hospitalizaciones, una con coma inducido en abril del 2016, la marcó el trato que le dio un neurólogo que la increpó a levantarse de la cama cuando había perdido la movilidad de las piernas. “Párese, ¿qué hace ahí acostada?”, dice Juliana que le gritó, antes de salir a decirle a su papá que “esa niña está fingiendo y que su familia es disfuncional”.
“Ha sido triste y denigrante. No es fácil verse uno a los 19 años en una cama de hospital, inconsciente todo el tiempo, orinándose en los pantalones en el colegio y que encima de todo le digan a una que tiene problemas psicológicos; eso enloquece a cualquiera”.
Muchas de las estudiantes han desarrollado disautonomía, una enfermedad crónica que afecta el sistema nervioso autónomo.
El doctor Anaya, experto en estas enfermedades, dice que las pacientes con disautonomía “pueden tener taquicardia postural, es decir que se levantan y el corazón comienza a latir más de lo usual. También hace que pierdan el control de esfínteres, que se levanten y se desmayen”.
Un diálogo de Andri Hurtado con su neurólogo, mientras ella estaba inmovilizada en silla de ruedas, podría ser el epílogo de esta tragicomedia: “No puedo mover las piernas, he quedado ciega tres veces, y sorda, fuera de que no veo por un ojo, y el neurólogo me dice que no me sugestione. ¿Por qué nos tratan de locas a todas? ¿Cómo vamos a simular estas enfermedades tan graves? Que los médicos dejen de ser tan malos, no es justo que lo traten a uno así”.
Y mientras las niñas se sienten estigmatizadas y agobiadas por las enfermedades, muchos padres han gastado sus ahorros para tratar de aliviarlas y encontrar una respuesta.
“Yo no quiero ver a mis hijas como un vegetal, y por eso me le he enfrentado al Estado. Soy consciente de que todas las vacunas no son malas, pero algo pasó…”, dice Samira Peñalosa, una de las madres que ha liderado las protestas pidiendo por atención para sus hijas en El Carmen de Bolívar.
“Creo que este asunto no está resuelto, y es sano manifestarlo así”, afirma el doctor Juan Manuel Anaya.
Súplica de los padres
“(…) y le pido al Gobierno Nacional, a este señor ministro, que se ponga la mano en el corazón y nos busque solución; nosotros lo que queremos es que a las niñas las curen como estaban anteriormente… Desafortunadamente vinieron a colocar esa bendita vacuna aquí; desde que a ella le colocaron esa vacuna es que venimos sufriendo, pero mi niña era una niña sana…”, dice Marlon Olivera, padre de Wendy.
Investigación ya está en curso
En una comunicación del 16 de mayo del 2016, el Instituto de Evaluación Tecnológica en Salud (Iets) informó que “se ha dado inicio a una evaluación de la seguridad de la vacuna contra el virus del papiloma humano”, en desarrollo de un convenio suscrito con el Ministerio de Salud.
El Iets fue creado en el 2011 y está conformado por el Ministerio de Salud, Colciencias, el Invima, el Instituto Nacional de Salud (INS), la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) y la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas.
YOLANDA GÓMEZ T.
Editora EL TIEMPO
* Con reportería en El Carmen de Bolívar y fotografías de Dagoberto Moreno, periodista y productor de EL TIEMPO TELEVISIÓN.
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