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Bogotá

Al rescate de la memoria de Julie Huynh, víctima de atentado al Andino

Julie Huynh, de 23 años, murió en el atentado.

Julie Huynh, de 23 años, murió en el atentado.

Foto:Tomada de Facebook

Amigos de la joven francesa trabajan para dignificar su nombre. Se cumple un mes de la explosión.

“A la gente en Bogotá no la emocionó la firma de la paz porque no sufrió la guerra”. ¿Será cierta esta frase? Desde el 15 de enero, todos los días, Julie Huynh tenía la respuesta. Llegaba en bus al barrio Santa Rosa, en el suroriente, donde viven el exparamilitar que perdió la cuenta de los “comunistas” que había matado y el exguerrillero que desistió de luchar por la toma del poder.
Después de conversar con ellos queda una sensación de desesperanza. A ella le pasaba lo contrario. “Estas personas tienen derecho al futuro, hay tanta vida aquí”, decía.
Julie nació hace 23 años en la región de Sarthe, en donde ciervos, liebres, jabalís y ardillas corren entre robles y abetos bien cuidados. Sus padres –Nathalie Nadine Veronique Levrand y Anthony Huynh– le enseñaron que había otras realidades además de tan idílico paisaje y le dieron educación: estudió Negocios Internacionales y una maestría en Acción Humanitaria Internacional en la Universidad Paris-Est Creteil.
De manera simultánea, hacía camino al andar. En su pasaporte hay sellos de Vietnam –de donde era su padre–, EE. UU., Marruecos y Cuba. En Europa estuvo en España, Reino Unido, Holanda y Bélgica. Finalmente eligió Colombia, país donde, le contaron, se pasaba, después de medio siglo, la página de la guerra y se abría la de la paz.
“Se inscribió –dice Diego Cárdenas, director de Proyectos de la Fundación Proyectar Sin Fronteras– a una ONG que trabaja con comunidades receptoras de actores del conflicto armado, como todas las personas que están aquí: a través de convocatorias públicas con acogida mayoritaria en las universidades francesas”.
¿Por qué? La organización fue fundada hace 10 años en Francia por los colombianos Juan Forero y Luis Salamanca cuando cursaban sus respectivos posgrados en el Cerdi Clermont Ferrand.
En ese instante, más de 30.000 combatientes de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) negociaban un acuerdo de paz con el presidente Álvaro Uribe Vélez. “Nosotros pensamos –dice Cárdenas- que los focos estaban puestos en las personas que dejaban las armas, pero no en los lugares a donde ellos iban a llegar ni en aquellos que los tendrían que recibir”.

Adiós, París

Hoy trabajan en la fundación 16 franceses, entre ellos 13 mujeres. Todos menores de 26 años. “Al terminar los estudios, los hombres estamos un tanto confundidos, mientras que ellas saben lo que quieren y llegan con sus hojas de vida mejor preparadas. Por eso, creo, son más”, explica el también galo Rafael Moccard, de 23 años, en la sede de la organización.
Se trata de un espacio que les cedió la parroquia Madre del Divino Amor y el cual fue intervenido por el grupo de diseño de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Es una edificación modesta, en ladrillo. Hay varias salas. De computadores, lectura, dibujo, biblioteca y audiovisual.
Dentro, la algarabía de los niños no cesa. Aquí gozan, aunque muchos viven por fuera otras realidades: sus padres pertenecieron a grupos armados y hoy les cuesta hallar trabajo. En 100 casas de Santa Rosa hay desmovilizados. No solo paramilitares que negociaron con Uribe, sino exmiembros de Farc y Eln que a cuenta gotas arribaron antes de la firma de paz con el presidente Santos.
Cuando el proceso con las Auc, muchos colombianos sintieron alivio –como hoy con las Farc– porque los ilegales dejaban las armas, pero a pocos les interesó qué pasaría con sus vidas tras su desmovilización. En cambio, hubo personas, entre ellos extranjeros como Julie, que optaron por trabajar en su beneficio, y en especial de sus familias, sin cobrar, para que no quedaran a la deriva.
“La profesora Julie era la mejor”, asegura uno de los pequeños. “Como era tan tranquila, reposada, a los alumnos les encantaba estar con ella”, dice su compañera Sophie Rocine, de 22 años y estudiante de Negocios Internacionales. “Tenía una fuerza interior enorme”, cuenta. “Decía que era por el yoga”.

Creer en Colombia

¿Qué motiva a venir aquí a una joven profesional que vive en París y puede ir a cualquier ciudad europea? “Porque hay mucha vida”, dice Mathilde Bol, de 26 años, francesa y estudiante de Ciencias Políticas. “¡Colombia es un gran país!”
Mira a través de la ventana: en la calle del frente donde una fila de hombres recicladores de basura suben sus bultos en las espaldas a un camión. Hace frío. El barrio está a 2.900 metros sobre el nivel del mar. Con ironía anotan que cuando quieren calentarse, bajan a Bogotá. Santa Rosa limita con la antigua vía a Villavicencio, la quebrada Toches y el cerro del Zuque, una reserva forestal con un bosque de niebla que da un aspecto bucólico.
Cuando los desmovilizados llegaron, la junta de acción comunal estaba a punto de desaparecer. Vencieron sus diferencias y empezaron a reunirse con ayuda de la parroquia y la fundación. Los mismos que tiempo atrás se mataban a tiros, se descuartizaban y se echaban en hornos crematorios para borrar de la faz de la tierra al enemigo empezaron a caminar por la misma ruta en proyectos de huertas urbanas, costura y confección.
Pero, mientras los padres trataban de ubicarse, ¿qué hacer con los niños? “Nosotros nos encargamos de ellos”, dice Cárdenas. “Les damos refuerzo escolar, juegos, idiomas”, argumenta. “¿Se imagina? ¡Yo que no sé leer ni escribir, escuchar a mis cuatro niños diciendo palabritas en francés y en ingles!”, exclama una madre que se reserva su nombre. “Eso era lo que les enseñaba Julie”. La señora llora al recordar su partida.
El sábado 17 de junio de 2017 a las 5 de la tarde, víspera del día del padre, una bomba explotó en el baño del segundo piso del centro comercial Andino. Murieron tres mujeres y nueve resultaron heridas. Julie fue una de las víctimas mortales. Su madre, Nathalie Nadine, vio su cuerpo hecho jirones. “Había ido allí porque quería mostrarle a su mamá un lugar bonito de Bogotá”, dice Cárdenas.
Tras la muerte de la joven vino la revictimización por parte de algunas personas –varias con reconocimiento público– que la responsabilizaron. María Hilda Ortiz, de 52 años, se muestra dolida. Julie trabajaba con sus hijas Tania Alexandra, de 12 años, y María Paula, de 8. “Las llevaba a la huerta, al parque, era todo para ellas”. Se le quiebra la voz: “Era de nuestra familia”.
Doña María Hilda trabaja en la fundación. Coge dobladillos, zurce sacos, pega botones. “Me va muy bien. En ocasiones me gano en un día hasta 5.000 pesos”. Pero ¿eso no es muy poquito? “Es una bendición. Mi esposo está desempleado. Es celador y, como ya tiene 50 años, nadie le da trabajo”. ¿Qué opina de lo que se dijo de Julie? “Nosotros no somos estudiados como esas personas que salen en la televisión, pero ellos deberían de pensar antes de hablar”.
Las autoridades salieron al quite de las acusaciones que se lanzaron especialmente en las redes sociales. “La Fiscalía General de la Nación y la Policía Nacional repudian la forma como públicamente, y sin evidencia ni fundamento alguno, se ha pretendido revictimizar a las personas que resultaron víctimas del atentado terrorista, pretendiendo presentarlas como autoras”, dijeron en un comunicado. “Exactamente nos referimos a las ciudadanas francesas víctimas del atentado, madre e hija”, precisaron.

La tarea bien hecha

El martes pasado, el embajador de Francia en Colombia, Gautier Mignot, visitó la sede de la Fundación Proyectar, donde trabajaba Julie Huynh. Allí se reunió con los jóvenes franceses y les dio ánimo.
Y el viernes anunció que, con el acuerdo de la familia de la joven, se creó el premio Julie Huynh del voluntariado social, para que un estudiante francés y un colombiano vayan cada año a trabajar con las comunidades en el otro país. “La mejor forma de honrar la memoria de ella es haciendo las cosas bien –dijo–, trabajando”.
Y así ha sido hasta ahora. En Santa Rosa, nadie se refiere de manera negativa a quienes la culparon de la bomba. “Pelear no sirve, este país lo sacamos adelante entre todos, sin confrontaciones”, asegura Cárdenas. “Julie vio aquí lo que nosotras vemos cada día. Un país con gente maravillosa, creativa, sensible”, dice Mathilde Bol.
“Su única frustración fue que yo no haya podido ir a ver ese país que ella tanto quería”, dijo desde Francia su padre Anthony.
La madre de Julie voló Bogotá-París con el cadáver de su hija y una carpeta de cartas y dibujos que le hicieron los niños. Los padres les ayudaron. Tomaron lápices y colores para expresar sus sentimientos de gratitud. En buena parte, las misivas la describen con una palabra: “Generosa”.
Cada tarde, cuando las ráfagas de frío pegan con más fuerza, Julie bajaba a buscar el bus para volver a la otra parte de la ciudad, donde se cree que aquí nadie ha vivido la guerra.
ARMANDO NEIRA
Redacción Domingo
En Twitter: @armandoneira
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