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Luto por muerte del padre que ayudó a los niños y jóvenes de la calle

El padre Javier de Nicoló murió a las 11 de la noche de este martes, informó la Comunidad Salesiana.

CAROL MALAVER
La última vez que EL TIEMPO intentó comunicarse con el padre Javier de Nicoló dijo que esperáramos, que él se iba a recuperar, a los pocos días, estaba internado en un hospital. Todos esperaban con ansias que el religioso, quizás el más amado por los habitantes de la calle y los pobres de Bogotá, venciera la enfermedad, pero hoy la ciudad amaneció de luto. Confirmaron su muerte a eso de las 11 de la noche del martes.
El padre Javier de Nicoló dedicó su vida a apoyar a los niños y jóvenes de la calle. Foto: Archivo / EL TIEMPO
Fueron varias las complicaciones de salud sobre las que se especularon. Lo cierto es que los esfuerzos de los médicos del Hospital Universitario San Ignacio no pudieron hacer nada más. “Con profundo dolor, pero con grande esperanza de la Misericordia de Dios, comunicamos la muerte del padre Javier de Nicoló hoy 22 de marzo en Bogotá”, manifestó la comunidad religiosa.
Aún no se sabe dónde serán las exequias. Se espera que lo acompañen una multitud de personas porque el padre Javier de Nicoló ayudó a que miles recuperaran su sendero. Son muchos los hombres y mujeres que guardan un recuerdo grato de su obra.
Uno no comprende de dónde sale tanto agradecimiento hasta que lo conoce. Javier de Nicoló supo de la guerra desde que tuvo uso de conciencia. Cuando era un niño, los bombardeos en Italia durante la segunda guerra mundial dejaron de ser razón para saltar exaltado de la cama. No importaba que sus familiares salieran disparados al refugio.
En la adultez, Javier se interesó tanto por el tema de la pobreza que comenzó a leer y a prepararse. Con un bachillerato técnico terminado a medias en un matadero, a causa de la destrucción urbana por los bombardeos y la ocupación del Ejército de los pocos edificios en pie, Javier viajó a Nápoles (Italia) a hacer dos años de bachillerato clásico.
Allí, cambió su vida para siempre. Una conversación en la que “un curita” le dijo que el hombre estaba hecho para pensar lo hizo decidirse. “Me hice cura y aquí me tiene”.
Su vida en Bogotá
Para Javier, los niños de la calle son una realidad mundial. Se llamaban los chucla en Roma. “Alrededor de los gringos iban nubes de pequeños que los rondaban. Ellos siempre buscaban prostíbulos y ellos les decían dónde conseguirlos”, contó.
Miles de jóvenes salieron de la calle gracias al contacto que tuvieron con el padre Javier de Nicoló. Foto: Archivo / EL TIEMPO
Por eso, la realidad en el país no lo sorprendió, aunque aceptaba que a su llegada se asombró de la cantidad de personas que vivían en las calles. Siempre le gustó lo práctico y criticaba el cristianismo llevado a la exageración.
Tanto reflexionó que ayudó a no menos de 80.000 jóvenes en diferentes ciudades del país en 40 casas agregadas que su fundación logró poner a funcionar para resocializar a jóvenes desde los 15 hasta los 22 años. “Esa es mi estrategia. A esa edad los muchachos son muy pensantes”, contó.
Para Javier, más allá de los tratamientos psicológicos o psiquiátricos los jóvenes de la calle necesitan un ambiente de alegría. Por eso en sus programas de resocialización siempre había paseos, bailes, cantos.
Para Nicoló la palabra reconciliación es clave porque dice que el ser humano es una industria de conflictos.
Con ese tipo de premisas el padre Javier de Nicoló se ganó el cariño de los habitantes de la calle de los sitios peligrosos de Bogotá. No importaba la suciedad o la impertinencia, para él eran sus hijos. “A los hijos uno no les tiene asco, uno los regaña”.
El padre Nicoló se llevaba a pasear a los jóvenes. Si no había tanto dinero para ir al Tayrona o al Puracé, incluso el parque Nacional era un buen plan.
Con el padre Javier de Nicoló los jóvenes recuperaron la sonrisa y la alegría. Foto: Archivo / EL TIEMPO
Estar al frente del Idipron le dio los mejores años de su vida. Muchos de los jóvenes que rehabilitó y que hoy son profesionales recuerdan que hacía concursos de la casa más limpia. “Se ponía un guante blanco y si pasaban la mano y salía sucio decía: 'friquis mortis'. Siempre hacía reír”.
Para él nunca fue claro por qué salió de la entidad. Dicen que fue un anónimo, pero igual su obra continúa en Bogotá y en varias ciudades del país. Su legado es enseñarles a los niños no a crear conflictos, sino a resolverlos. “Esa es la teoría de la conciliación”.
CAROL MALAVER
REDACCIÓN BOGOTÁ
Escríbanos a carmal@eltiempo.com
CAROL MALAVER
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