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'Diseñar casas para pobres no es hacer ventanas pequeñas': Molocht

Este experto de la NYU dice que es clave crear políticas públicas para comunidades y personas.

NATALIA GÓMEZ CARVAJAL
Cuando se piensa en construir ciudades, vienen a la mente las vías, la arquitectura, el espacio público y el desarrollo inmobiliario. ¿Alguna vez los planeadores urbanos piensan en la sociología?
A eso se dedica Harvey Molocht, profesor de sociología y estudios metropolitanos de la Universidad de Nueva York (NYU). Estudia las relaciones de poder, cómo disfrutan las personas la ciudad y la relación humana con el espacio.
¿Por qué la sociología?
Hay que entender cómo usan las personas el espacio, si están integradas o segregadas, y el rol del sector inmobiliario. Cómo se unen los movimientos políticos, las políticas económicas y del sector inmobiliario para moldear la ciudad.
Quienes hacen las políticas públicas urbanas se olvidan de esto a menudo...
Las políticas públicas siempre tienen intereses políticos y económicos velados de ciertos sectores, no del análisis de la academia ni de las agencias creadas para ello. Es como si fuera un espacio excedente, una sobra acomodada al poder.
¿Qué consecuencias tiene?
En algunas ciudades, como las escandinavas, las decisiones de infraestructura y el uso del suelo son determinados por un sistema de bienestar social, equidad, racionalidad y prosperidad. Con eso junto, creas una ciudad placentera que refuerza patrones comunitarios, el respeto entre la gente que comparte e incluso valora el espacio público y se siente responsable por lo que pasa en él.
¿Esto ha cambiado la forma de construir ciudades?
No creo que la sociología esté cercana al modernismo. Por ejemplo, esos edificios que se hacen ahora, asépticos, que no propician el encuentro... no hay nada más antisociológico. No debería haber edificios de más de seis pisos porque cualquier cosa más alta no le permite a la gente ver la calle, a sus hijos.
¿Qué piensa de los proyectos de vivienda que mezclan comunidades vulnerables y muy heterogéneas, que incluso se han confrontado?
La clave es que tengan la posibilidad de moverse de un lugar a otro, un sistema de transporte y que no se sientan atrapados en un lugar porque, si no, la ciudad es menos integrada, más segregada. Pero esa capacidad de desplazarse no es contemplada a menudo.
Ahora hay buenos precedentes en las mezclas de poblaciones. En Oriente Medio, por ejemplo, han vivido en paz comunidades de suníes, cristianos, ortodoxos y musulmanes. Los conflictos no son intrínsecos al lugar. Si se combina el apoyo institucional, hay esperanza.
En esto, la estética es clave: diseñar para los pobres no tiene que ser siempre cuestión de ventanas pequeñas y construcciones cuadradas. En Chicago demolieron un proyecto así porque ahí no prosperó la comunidad. Era un mal diseño, para la gente equivocada en una época errada.
Hay una tendencia de jóvenes que intervienen la ciudad. ¿De dónde sale eso?
Hay minorías muy cosmopolitas y sofisticadas sensibles a los temas de sostenibilidad y urbanismo, pero a veces se encuentran con gobiernos que no actúan en ese sentido.
En Nueva York, los ciclistas se tomaban las calles como ciclistas, pero el exalcalde Bloomberg logró canalizar eso, a pesar de la oposición de otros sectores.
¿Cuál es el rol de las universidades en la transformación urbana?
En ciudades estadounidenses se han convertido en puntos de prosperidad y en motores económicos. ¿Cómo puede funcionar en un contexto de una ciudad ya consolidada? En Chicago, la universidad hizo muchos esfuerzos para cambiar su entorno, pero con resultados muy limitados. Nunca se conectó con la comunidad afroamericana que la rodeaba, que es política y sociológicamente significativa.
En contraste, NYU y Columbia en Nueva York son magnetos de oportunidades sin mucho esfuerzo.
NATALIA GÓMEZ CARVAJAL
Subeditora EL TIEMPO
En Twitter: @nataliagoca
NATALIA GÓMEZ CARVAJAL
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