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Bogotá

Las duras historias de los jóvenes que le bailaron al Papa

Seis jóvenes, cuyas vidas han transcurrido en medio de las drogas y la delincuencia, tendrán el permiso de hablar con el Pontífice. Dicen que es una oportunidad de la vida para demostrar que el cambio es posible.

Seis jóvenes, cuyas vidas han transcurrido en medio de las drogas y la delincuencia, tendrán el permiso de hablar con el Pontífice. Dicen que es una oportunidad de la vida para demostrar que el cambio es posible.

Foto:Carol Malaver

Seis jóvenes, con vidas difíciles, tuvieron la oportunidad de estar con el pontífice. 

Carol Malaver
Hey, yo quiero cambiar, yo quiero cambiar, y voy a luchar, la voy a guerrear. De la olla me sacaron y hoy vuelvo a sonreír (...) ”, era el fragmento de un coro hip hop que cantaba uno de los seis jóvenes del Instituto para la protección de la niñez y la juventud (Idipron) que tendrá la oportunidad de hablar hoy con el papa Francisco.
A todos los une un pasado en común de problemas familiares, drogas, alcohol y calle. Cayeron en el delito cuando su única razón para vivir era conseguir dinero fácil para el consumo.
Angely Saavedra, de 23 años, fue la primera en hablar. “Yo estoy acá porque hace tres años cometí el error de probar basuco”. Ya ni se acuerda cuándo le dijo sí a esa droga que la sumió en el total abandono. “Todas las personas que amé me dieron la espalda porque fui capaz de robar para drogarme”.
Por eso también, durante un año, supo lo qué era vivir en las calles de Bosa, de allí salía solo para ir al centro de la ciudad a “mercar”, es decir, a surtirse de toda clase de sustancias y luego, otra vez deambular por su barrio. “Aguanté mucha hambre, mucho frío, tuve que dormir en el piso hasta que no pude más. Un día ni el ‘pipazo’ me hacía cosquillas”.

Aguanté mucha hambre, mucho frío, tuve que dormir en el piso hasta que no pude más. Un día ni el ‘pipazo’ me hacía cosquillas

Las historias se iban tornando más duras. Tímido, Roberto* comenzó a narrar su historia. “Tengo 25 años y soy de Cali Valle”. Sin decir más palabras, sus ojos mostraban la imperiosa necesidad de llorar. “Es que yo siempre me he sentido solo, en mi familia fui un cero a la izquierda, no servía para nada, mi papá nunca estuvo conmigo, lo vine a conocer hacer tres años”.
Fue tarde porque este joven sucumbió desde que era un niño a las drogas. Eso fue el barrio Marroquín del distrito de Agua Blanca. "Empecé a fumar marihuana, pepas, perico, popper, y lo peor, pegante y alcohol. “Esa fue mi perdición a los 15 años. Les hice cosas muy malas a la gente”, contó.
Roberto comenzó a trabajar con las oficinas de cobro de los paramilitares en Cali, cometió toda clase de delitos, llegó a tener millones en su bolsillo y cuando se quiso salir, la vida de su familia era el precio que tenía que pagar. “Eso le daña el corazón a cualquiera. Tuve que lastimar a las personas”. Al final su vida solo tenía un propósito: huir.
Para salvar su vida escapó a Medellín a los 18 años. “Pero igual, terminé vendiendo droga en la comuna 13. Luego me fui a recorrer Colombia y cuando ya se me acabó la plata de lo que me robé me tocó irme para Bogotá”. Pero en la capital la vida es a otro precio, le tocó bajar la guardia, aguantar frío, hambre y él seguía siendo un joven de 20 años.
Así llegó al Idipron, hace tres años. “Aquí me siento vivo. Llevo tres años libre de alcohol pepas, perico y bueno, ya soy bachiller”. Le da miedo pensar en el futuro, volver a enfrentar las calles. “Es que mi niñez nunca fue de carritos, siempre fue de armas”.

Es que mi niñez nunca fue de carritos, siempre fue de armas

Ferney David Vásquez, de 27 años, escuchaba atento la historia de su compañero y a la vez, no dejaba de tararear rap, la música que lo empuja a cambiar. “Yo me crie con mis tías, ella me amaron, pero nunca me pusieron límites”. A los 14 años las malas notas en el colegio eran la evidencia de que su vida se estaba desviando. “Comencé a consumir perico y marihuana”. Mientras todo eso pasó su madre pagaba una pena en la cárcel El Buen Pastor y su padre se había ido a Estados Unidos.
Pocas guías tuvo que evitaran su entrada al mundo de la delincuencia, en cambio, junto a su pareja, tocó fondo en la adicción. “Me metí con la ‘firma’ a los 17 años. Yo era muy bueno distribuyendo mercancía”. Adonde llegaba llamaba la atención. Hasta en el barrio Santa Fe llegó a ser tratado con respeto.
Pero la droga hacía su efecto. “Hoy la calle está más dura que nunca, te pegan, te matan, y además ya se acabó la olla (el 'Bronx'), donde nos alcahueteaban la farra de días”. Todo eso lo impulsó a buscar ayuda. Ya lleva tres recaídas pero sigue. Todo eso lo canta, al fin y al cabo, ese es su sueño.

Hoy la calle está más dura que nunca, te pegan, te matan, y además ya se acabó la olla, donde nos alcahueteaban la farra

Todos estos jóvenes conocieron la delincuencia siendo niños. Brayan Hernández, lo hizo en el barrio Diana Turbay. Él y sus cinco hermanos no tuvieron otra opción. Delinquir hacía parte de su rutina. “Desde que tengo memoria me gustó la delincuencia y las drogas”. Cigarrillo, pegante y marihuana eran parte de su menú diario.
Fue miembro varias bandas de atracadores del centro de Bogotá. “Yo fui rata y chirri”, dice refiriéndose a dos categorías, los que roban y los que sucumben al degenere total. Aunque ambos se desprecian, los primeros terminan convertidos en los segundos. “Yo me vi buscando comida en la basura, mirando a través de una panadería a la gente comer”. Eso pasó tiempo después de haber visto a muchos de sus compañeros morir, a sus hermanos consumirse en las rockolas del 'Bronx'. “También perdí a mis esposa y a mi hija”.
Hoy su proceso sigue. Recuerda el día en que tomó la decisión. “Eso fue un día en el que los sayas me cogieron robando. Me desnudaron, me subieron a un segundo piso, y me pagaron 50 tablazos hasta que mi piel quedó echa una cicatriz. Después de eso me entregué al Idipron”. Hoy fue escogido para hablar con el Papa por ser uno de los mejores en la catequesis.
El último en hablar fue Felipe*, un niño de 11 años, que pedía la palabra. “Lo único que recuerdo es que mi papá me llevaba a la olla de San Bernardo, que me daba muy mal ejemplo, que yo aguantaba hambre, que estaba descalzo, que no tenía ropa y que me ponía a vender dulces. Por eso le dije a mi abuelita que me dejara ir al internado”.
Si todo sale como está previsto, estos seis jóvenes se reunirán con el Papa hoy a las 5:45 de la tarde en la Nunciatura Apostólica de Bogotá, después del primer recorrido. Otros 166 bailarán y cantarán.
Tienen muchas cosas en la mente que quisieran pedirle. Angely quiere volver a ver a sus hijos; Roberto recuperar a su familia, hace 13 años no los ve; Ferney dedicarse al rap; Brayan, ver a su madre y a sus hermanos juntos, y el pequeño Felipe desea ser astronauta. “Yo le voy a dar un regalito al padre, pero también voy a decirle que quiero conocer la luna”.
A todos les rondaban ideas por la mente. “He soñado con el papa Francisco todos estos días, creo que si no cambio con esta oportunidad, ya no podré hacerlo nunca”, dijo uno de los jóvenes finalizando la entrevista.
CAROL MALAVER
Escríbanos a carmal@eltiempo.com
@CarolMalaver
*Nombres cambiados
Carol Malaver
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