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Bogotá

Tres historias de jóvenes que son líderes, por encima de todo

Angélica Bernal es tenista paralímpica. Jeison Robayo (centro) es un líder en el barrio Potosí. Juan Pablo Galvis (der.), enseña a leer.

Angélica Bernal es tenista paralímpica. Jeison Robayo (centro) es un líder en el barrio Potosí. Juan Pablo Galvis (der.), enseña a leer.

Foto:Cortesía IDRD y Carol Malaver / EL TIEMPO

Ellos se destacan en deporte paralímpico, pedagogía y liderazgo comunitario.

A pesar de que a los jóvenes se los suele asociar con hechos violentos o que afectan la convivencia, lo cierto es que el liderazgo es una de sus principales facetas. 
Para la muestra, estas historias de superación y cambio.

‘El problema de los jóvenes es que carecen de carácter’

“Nací con una discapacidad que se llama focomelia, que es la ausencia de un miembro, en mi caso la pierna derecha”, dijo Angélica Bernal, mientras se preparaba para dormir en algún lugar de Europa.
Sus padres, Nelly Villalobos y Miguel Ángel Bernal, le enseñaron a no sentirse diferente, por eso, para Angélica, su condición física nunca ha sido una barrera.
Hace diez años comenzó a jugar tenis. Hoy tiene 22, un cúmulo de triunfos y un proyecto para entrenar a otros jóvenes que, al igual que ella, quedaron en condición de discapacidad. También saca adelante su carrera de Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas en la Universidad Militar.
Como agradecimiento a su vida y por haber sido campeona en varios torneos nacionales e internacionales, decidió crear la corporación ‘Semillas sin Barreras’ para entrenar a niños en condición de discapacidad con cero recursos, pero muchas ganas.
Quería ayudar a quienes no podían acceder a canchas o a un instructor, a que sean autónomos en su vida cotidiana y a prepararlos como deportistas paralímpicos”.
Eso fue hace diez años. Sus padres, los entrenadores y la Liga de Bogotá la apoyaron. Todos le regalaban sillas de ruedas en desuso, pelotas de tenis e incluso donaban horas de su tiempo para entrenar a los niños.
“El problema de muchos jóvenes es que carecen de carácter. Yo lo tengo gracias a mi familia. Fue la forma de enfrentar a una sociedad que no es capaz de ver mi condición como algo natural, que no está adaptada para que personas como yo vivan a plenitud”, dijo Angélica.
De hecho, ya hay varios resultados deportivos. “Hemos participado en las tres selecciones deportivas de los juegos paralímpicos panamericanos. Es muy gratificante que los chicos estén representando a Colombia. Ver de campeones a niños que no podían ni hablar”, concluyó Angélica.

‘Enseño a leer porque es una forma de volar’

“Mi libro favorito es ‘El olvido que seremos’, de Héctor Abad Faciolince”, dice Juan Pablo Galvis, de 16 años. Explica que es porque le recuerda el amor tan grande que siente por su padre, quien le ha enseñado a no meterse en problemas, a decir no cuando es necesario.
Hoy vive en el barrio Primavera con sus padres y sus dos hermanas, todos en el colegio, él en el Luis Carlos Galán. “Mi mamá es guarda de seguridad y mi papá, técnico en equipos odontológicos”.
Su escape han sido los libros. “En el 2014 yo tenía una idea errada; odiaba leer, me daba pereza, pero creo que era porque me obligaban. Me la pasaba chateando”. Eso fue hasta que llegó a su colegio la iniciativa Oralidad, lectura y escritura (OLE), que ahora se llama Leer es Volar.
Llamaron a diez voluntarios, pero no les habían dicho que era para enseñarles a los más chicos del colegio a leer. “Así nos formaron como líderes, también como talleristas en lúdicas y dinámicas". Hoy es el líder de su colegio en este proyecto, pero no el único.
Es un agente de lectura, así los llaman. “Me enamoré de los libros y de enseñar, ahora quiero ser profesor”. A los niños les enseñan a leer, sobre autores, a que busquen lo que les gusta, a actuar lo que aprenden, les hacen juegos para que la experiencia sea divertida y luego les hacen preguntas para trabajarles la comprensión de lectura.
“Creo que la lectura cambia la vida de las personas. Cuando uno hace eso por alguien, esa persona después va a ayudar a otro, y así es como se transforma la sociedad”.
Juan Pablo está próximo a graduarse. Sus únicas opciones son las universidades Distrital y Pedagógica. Suele dedicarles tiempo a sus compañeros, incluso a algunos que han tenido problemas con alcohol o drogas. “El problema de los jóvenes es que no tienen quién los escuche, no tienen familia, ni amigos sinceros. Por eso se desahogan con lo que no deben”.

‘Nuestra población no está en la agenda pública’

Jeison Robayo ya tiene 30 años, pero desde que era un niño supo qué era el trabajo comunitario. “Vivo en el barrio Potosí desde hace 15 años, pero mi niñez fue en el campo. Mi mamá era una campesina de Nimaima, Cundinamarca”.
Cuando su madre se separó de su pareja, no tuvo otra opción que migrar a Bogotá con él y sus hermanos a Ciudad Bolívar. “Mi mamá tenía un lote en El Tanque, yo tenía 12 años. Nos tocó vivir en un rancho de tejas a medio poner. Muy pobres”.
Su vida sería otra si no se hubiera encontrado con el Instituto Cerros del Sur (Ices), un proyecto educativo liderado por Leonidas Ospina, licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital, quien luego fue asesinado. “Gracias a él nosotros estudiamos en convenio, así nos volvimos jóvenes líderes en la parte comunitaria y social”.
De los primeros proyectos que hizo parte siendo un adolescente fue el de atletismo. “Muchos jóvenes terminaron participando en torneos importantes”.
La vida lo llevó a prestar el servicio militar en la Policía, pero fue una época que no le dejó gratos momentos. “Apenas salí llegué a trabajar por el barrio Potosí. Aquí hay una propuesta de educación popular, nuevos liderazgos, luchas históricas por el territorio, la vivienda digna y la educación”. Eso también lo impulsó a estudiar en la Universidad Pedagógica, en la que se graduó como licenciado en Educación Comunitaria con énfasis en derechos humanos.
Fue la forma de adquirir más conocimientos para asumir procesos organizativos con su comunidad. “Buscamos que las decisiones del barrio no las tome un grupo de personas”.
Ahora es profesor del colegio que lo ayudó de niño, trata de formar jóvenes líderes capaces de romper las barreras y sin miedo de hablar. “Ellos tendrán que enfrentarse a muchos obstáculos, como la inversión nula que hay para espacios de socialización que les dejan como única opción adherirse a bandas delincuenciales”.
Así como lo hicieron sus profesores, él y otros jóvenes docentes luchan por el colegio, para que les activen el convenio.
CAROL MALAVER
Subeditora Bogotá
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