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La historia de una familia que salió adelante limpiando vidrios

Blanca Gómez, dos hijos y su pareja llevan seis años aseando panorámicos en la calle 127 con 19.

A Blanca Isabel Gómez le dispararon en el rostro y por poco pierde la vida. Tenía 18 años. Eso pasó en Pereira cuando el bazuco roía su vida y la llevó a cometer errores como vender drogas y robar.
Trece años después, la muerte intentó tocarla de nuevo, en una esquina del centro de Bogotá, cuando empezaba a limpiar el vidrio panorámico de un carro. Fue golpeada por el conductor que consideró muy grave que un poco de agua con jabón mojara su auto. Según cuenta, la reacción de un policía la salvó de terminar en el hospital.
Ella no se dejó vencer, como no lo hizo cuando murieron dos de sus hijos. Hoy, con los dos que aún tiene vivos, se paran en el semáforo de la calle 127 con carrera 19 a hacer la actividad con la que ha logrado vencer el mal sino y sacar adelante a su familia: la limpieza de vidrios panorámicos de vehículos.
Es una tarea que ellos hacen sonrientes y vistiendo una camiseta roja que dice “Déjame servirte”. Así no pasan desapercibidos.
En la calle 127, ella cuenta parte de su historia.
A los 13 años probó la marihuana. Su creciente consumo la fue alejando de su familia. Según dice, les mentía a sus padres para irse a un río a fumar y a tomar chicha con ‘pepas’. Después de casi dos décadas de adicción y andar por las calles decidió junto con su novio, Gustavo Espitia, viajar a Bogotá. Eso fue hace 7 años.
Nos fuimos a vivir al barrio La Victoria (en el suroriente). Luego, hace seis años, decidimos limpiar vidrios en el norte, porque no teníamos estudios ni habíamos trabajado en nada”, cuenta esta mujer, ahora con 38 de edad, mientras limpia su herramienta de trabajo hecha con tubos de PVC y caucho.
Al principio los transeúntes, los conductores y la Policía los maltrataban. “Nos daban bolillo y nos tiraban la ropa al caño”, apunta Jhonatan, su hijo. Sin embargo, y pese al desprecio de las personas, perseveraron en trabajar con respeto y alegría. “Siempre preguntamos si quieren que les lavemos. Si dicen que no, igual les damos una sonrisa”, interviene Gustavo, la pareja de Blanca.
Bendita esquina
Esta familia, en su casa encaramada en el barrio Tihuaque, en la parte más alta de los cerros surorientales de San Cristóbal, se levanta a las tres de la mañana para llegar a las seis a la concurrida calle 127 con 19.
Ahí, sus camisetas y el tiempo parecen haber logrado vencer la discriminación. “Ya nos miran con respeto”, dice Gustavo y recuerda que las camisetas se las regaló un hombre que un día pasó por esa vía. En seguida se las pusieron y tuvieron un impacto positivo.
Ahora la Policía nos conoce y nos respeta porque somos honestos y no permitimos que nadie robe por acá. Si vemos que alguien va a hacerlo, lo detenemos entre todos”, indica Gustavo.
De los 30.000 pesos que alcanzan a recoger cada día en promedio se las ingeniaron para hacer ahorros y comprar un lote, donde poco a poco fueron levantando su vivienda.
La buena actitud y disposición en la vía les ha permitido conocer personas que ellos califican como sus ángeles.
Un día un señor que pasaba me preguntó qué estaba necesitando y le dije que un baño para mi casa. Me dio la plata para hacerlo. Eso no lo puedo creer todavía. Luego, una señora nos dio para el techo, porque se nos metía el agua”, relata emocionada Blanca.
Las buenas noticias no pararon ahí. Jessica, la hija menor de Blanca, entrará a la universidad porque otra persona, que conoció su historia, quiso pagarle sus estudios de pregrado. Entrará a cursar veterinaria en la universidad Antonio Nariño, para continuar con su labor de cuidar animales indefensos. Porque esta familia convive con siete perros y dos gatos salvados de la calle.
Ahora, Blanca y su familia siguen limpiando panorámicos con una meta puesta en otra ilusión: tener un negocio de venta de arepas propio.
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