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Bogotá

Este domingo demolerán el primer edificio del CAN; así lo despiden

Los trabajos finales de aislamiento y seguridad para la implosión se terminan hoy. Mañana, a las 9 a. m., será la demolición.

Los trabajos finales de aislamiento y seguridad para la implosión se terminan hoy. Mañana, a las 9 a. m., será la demolición.

Foto:Felipe Motoa / ELTIEMPO

La antigua sede del Ministerio de Transporte será implosionada de forma controlada.

 El edificio que por más de 50 años albergó las oficinas del Ministerio de Transporte, en el CAN (calle 26 con carrera 57), dejará de existir este domingo a las 9 a. m. Una implosión lo convertirá en escombros para abrirle paso al proyecto de renovación urbana que se adelantará en la zona.
Hacia el futuro, serán 2’750.000 metros cuadrados edificables y un total de 86 hectáreas de suelo para intervención, en el plan conocido como Ciudad CAN, que darán cabida a 112 edificios para diferentes usos.
En las últimas horas del inmueble no son pocos quienes recuerdan lo que allí ocurría en épocas previas, cuando era una edificación emblemática y el tejemaneje del transporte nacional se movía por sus pasillos.
Construido entre 1956 y 1962, lo mismo que el complejo de inmuebles que lo rodean por el norte, el oriente y el occidente, dejó de ser sede de oficinas, de manera definitiva, desde el 8 de septiembre del 2016. Pero desde principios de la década de 1990 comenzaron a desalojarse las primeras zonas, en el costado occidental, por los daños que generaron sucesivos temblores de tierra. Y en el 2015, por afectaciones estructurales, la mitad del inmueble fue evacuada de forma total y para siempre.
María Romero, cuyo padre llegó a trabajar en un puesto de dulces en el parqueadero sobre el costado sur, en 1977, creció junto con los hijos de los funcionarios hasta hacerse adulta. Hoy, en el costado norte, atiende a su clientela en una caseta permanente. “Puedo decir que esta sede del Ministerio fue mi patio de juego durante mi niñez. En el segundo piso quedaba contabilidad, y hubo un tiempo en que la Policía de Tránsito ocupó dos pisos”, reseña.
“Durante tantos años conocimos muchas historias. Le cuento, por ejemplo, que hace unos años una patrullera que laboraba aquí se suicidó sin motivo aparente. Seis meses después, mientras les hacían mantenimiento a unas matas, encontraron una foto de ella amarrada con pelo y enterrada”, narra María, lamentando con la cabeza. “Y los patrulleros y vigilantes de seguridad privada me contaban que cuando salían a este callejón del costado norte sentían una presencia que los acompañaba”.

Muy bueno que la derrumben porque hay riesgo de que se caiga en un temblor

Otra historia de espanto, pero esa sí corroborada por la historia oficial, relata que hacia la segunda mitad de la década de 1980, los parqueaderos adjuntos al Ministerio de Transporte fueron cercados y se incrementó el control de los uniformados: esto para evitar que carros bomba, como los detonados por narcotraficantes contra múltiples sedes gubernamentales durante la época del terrorismo, pudieran explotar en el lugar.
Ahora, en los últimos momentos de existencia de esta mole, solo se ven espacios amplios y sin escritorios, ni sillas ni ocupantes. Sus seis pisos y terraza solo son recorridos por obreros que pulen detalles y acaban de tumbar elementos que podrían generar resistencia durante la explosión que se espera lo lleve al piso.
A propósito, dos hombres con cascos, guantes y demás protección, del otro lado de las cintas que prohíben el paso a particulares, levantan sendas macetas que golpean contra un hidrante de emergencias clavado en la pared. Tras los múltiples impactos, el elemento cede, como una mandarina que poco a poco se va despojando de sus partes.
Este domingo, pasadas las 9 de la mañana, se oirá la explosión definitiva. La estructura caerá y solo quedarán las fotos y las crónicas, como esta, para recordarla. “Muy bueno que la derrumben porque hay riesgo de que se caiga en un temblor, ya cumplió con su ciclo. Me parece excelente que les den paso a nuevos espacios, lo importante es que los hagan con buena cimentación”, finalizó Alexánder Peña, conductor de una ruta de bus institucional, que ha parqueado su bus durante una década frente al edificio, que ya no se verá nunca más en pie.
FELIPE MOTOA FRANCO
EL TIEMPO
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