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La bolera del centro de Bogotá que todavía opera con personas

Usa la misma tecnología desde 1941. Afirman que Jorge Eliécer Gaitán jugaba allí.

FELIPE MOTOA FRANCO
1941: hombre en traje de paño y mocasines. Toma un bolo, avanza tres pasos y lo arroja sobre la pista. Se desliza como dedo sobre mantequilla y ¡ploom!, 10 pinos caen, ¡moñona! De inmediato, un joven se manda sobre el reguero, reagrupa los pinos, recoge la bola y la empuja por una canal, de regreso hasta el lanzador. Después levanta sus pulgares y habilita el nuevo lanzamiento.
2015: un hombre de jean, camiseta y tenis lanza el bolo. Al fondo caen los pinos y el ‘chinomatic’, o muchacho encargado de operar el juego, ejecuta su habitual tarea con los pines. Han rodado 74 años desde que la Bolera San Francisco abrió sus puertas, dicen, como la primera en Latinoamérica. Pero el mecanismo de funcionamiento es el mismo: nada es automático.
El oficio de Luigi Cubides está en vías de extinción. De hecho, él y sus tres compañeros son los últimos ‘chinomáticos’ o parapines de Bogotá. El que otrora fuera un menester común en las boleras capitalinas hoy es una excentricidad. Luigi no pasa de los 165 centímetros de estatura, pero su composición fibrosa y más bien delgada le basta para recoger, acomodar y disponer tanto pines como bolos. Estos últimos varían de peso, entre 7 y 15 libras, según la talla y fortaleza del lanzador.
“No es un trabajo tan fácil, es el más pesado”, confiere el muchacho, de 20 años. “Pero la costumbre lo apalanca a uno y a mí gusta hacerlo”, complementa.
Luego escucha el bolo que, como una avalancha, se aproxima por la pista, antes de mandar por los aires cada uno de los pines, que en una fracción de segundo, cual cocodrilos que tratan de morder su presa, rozan los tenis del mozo. Su habilidad basta para salir indemne, subiéndose a un tabique en la pared, que le sirve de banca.
Entendidos de esta disciplina y de la historia afirman que el mismísimo caudillo Jorge Eliécer Gaitán gozaba de lanzar en este sitio de vieja data. Nada raro si se tiene en cuenta que, a la vuelta de la esquina (sobre la carrera 7.ª), el inmolado exalcalde de la ciudad tenía su oficina. Afuera de la cual lo mataron.
Aún más, sostienen que los toreros que lidiaban en la Santamaría y miembros de la familia Santos, expropietaria de EL TIEMPO y que ha puesto varios presidentes de la República, eran asiduos visitantes del lugar.
“Con decirle que aquí se fundaron la Sociedad Colombiana de Locutores y la Liga de Bolos de Cundinamarca”, cuenta Iván Ortiz, excampeón nacional de bolos en 1987 y 1990. Acto seguido, ejemplifica la técnica ideal para un buen lanzamiento. Sin embargo, el resultado advierte que los años no le han pasado en vano.
Todo lo anterior no significa que la San Francisco viva del pasado. O al menos no del todo. De lunes a sábado ofrece restaurante ejecutivo y a la carta, además del servicio de bar, en mesas acomodadas sobre tres de las seis pistas originales. Las restantes se mantienen para su función inicial.
De regreso con Luigi, cuyas tirantas y pantalón negro remiten al visitante a las épocas en que la capital aún gozaba del tranvía, este hará una confesión: “Cuando dos apuestan una línea y de pronto uno está haciendo muchas moñonas, a veces el contrincante viene y me dice que le acomode mal los pines al otro”.
Una sonrisita pícara emerge de sus labios poco carnosos, se acomoda el rulo que amenaza con salir de su cachuca y agrega sin ruborizarse: “Alguna vez me gané 140.000 pesos de propina en una semana”.
La posibilidad del error humano –voluntario o no– es una rareza que llama la atención de los clientes: universitarios y oficinistas de los alrededores. Turistas extranjeros también llegan a ‘cervecear’.
Tal vez la memorable propina de Luigi suene a mucho, pero quizás no sea tanto al ver ocasiones en las que se ha esforzado al máximo, como un día que atendió 55 líneas (de 20 lances cada una) y al final casi ni sentía los brazos del cansancio.
En un juego normal, una pareja se gasta 20 minutos por línea (picos y abrazos incluidos). A veces, personalidades del espectáculo usan el servicio de la San Francisco y se animan a probar sus cualidades.
“Incluso, vino un actor mexicano que actuó en la novela La Pola”, señala el muchacho de las tirantas negras. Y al preguntarle qué tal les va a los famosos en los bolos, relata que son mucho mejores frente a las cámaras. Sin embargo, él los atiende y guarda la memoria de los hechos, algo que nunca haría el parapines automático.
FELIPE MOTOA FRANCO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter @felipemotoa
FELIPE MOTOA FRANCO
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