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Arepa y tinto típicos del Eje Cafetero y su ruta en Bogotá

Dos negocios, de tradición paisa, se autodenominan pioneros. Uno es permanente y el otro, ambulante.

Si para Jaime Mejía el desayuno no tiene sentido sin arepa, Aída Castaño no tolera un día sin beberse cuatro cafés tintos. Ambos son del Eje Cafetero y venden sabores de su tierra.
Sus acentos delatan sus procedencias. Ni muy paisas ni muy neutros. Y en sus maneras queda en evidencia el trato que se suele dispensar en sus regiones.
Al caminar por Chapinero, se les puede hallar en sitios claves. Uno es un local y el otro es un carro-cafetería. Universitarios, oficinistas y extranjeros son los más devotos concurrentes.
Sobre el negocio de Aída, la Secretaría de Salud informó que les hacen control sanitario a todas las comidas ambulantes que tienen autorización de funcionamiento. A los que no, los debe recoger la Policía, por orden de la Alcaldía Local.
No obstante, Aída afirma que no tiene ningún documento. “Por fortuna, nunca molestan. Aquí, estacionada, no le estorbo a nadie”.
‘Metro Arepa’ tiene aires cosmopolitas
Nombre del negocio: Metro Arepa.
Ubicación: local en la calle 63, entre carreras 9ª y 10ª.
Ofrece: arepa con mantequilla, arepa con ‘calentao’, arepa con ‘chicharroncito’. Arepa con lo que quiera.
Categoría: pa’ parar, comer y llenar.
Precios: desde $ 3.500
Valor agregado: “Que somos ¡ciento por ciento maíz peto (blanco, sin aditamentos)! En Bogotá no existe otra hecha así, pura”, insiste Jaime Mejía, propietario del lugar, quien nació en Armenia y cursó la universidad en la capital.
Descripción: Édison Sánchez y Cristian Pineda habitan en Bogotá. Ambos son de Manizales, pero no se conocen. Lo que los une en este cuento es un sabor. El de la arepa. Porque cansados de probar una tras otra, sin encontrar el gusto verdadero de las que se comen en su ciudad, al fin dieron con la original.
“Me la encontré un día que iba hacia el apartamento. La probé y aquí vengo cada semana, después de trabajar”, comenta Édison, clavándole los incisivos a un bocado.
Cristian muerde senda arepa. “Vengo a comer, más que todo el fin de semana. El precio es bueno y sí es la misma arepa que uno se comía en la casa”.
El origen del negocio fue hace ocho años, cuando Jaime recién volvió de estudiar en Barcelona. Es arquitecto y esperaba por un contrato del Distrito. Pero este no llegaba y él tenía que producir. Habló con su hermana, que vive en Armenia y es dueña de un piqueteadero. Se asesoró y montó el suyo: “Desde el primer día se llenó. Como dicen, le pegué al perro”.
Sobre el nombre de la microempresa, que les da trabajo a cuatro empleadas y un cajero, Mejía lo escogió por su estancia en Europa. Vivió en Londres (Inglaterra) y le fascinó el logo del sistema metro de esa ciudad. Entonces, “decidí ponerle Metro Arepa, usando el mismo símbolo, porque quería ofrecer un producto típico de mi tierra, sin parecer provinciano, sino cosmopolita”.
Café y ‘yipao’de la tierrita
‘Café de la finca de mi apá’ tiene dos sedes. Entre semana se ubica en Chapinero. El fin de semana se va al centro. / Foto: EL TIEMPO.
Nombre del negocio: ‘Café de la finca de mi apá’.
Ubicación: un jeep Willys, 1954, permanece estacionado en la calle 42 con 13. Sábados y domingos en la calle 22 con 7ª.
Oferta: “Le vendo capuchino, carajillo, mocachino, café con leche, aguapanela, Brandy con leche y cositas pa’ comer. Todo es muy rico porque esta máquina –Aída Castaño señala una cafetera con forma de cilindro de gas– trabaja a vapor”.
Precios: desde $ 700
Valor agregado: “El ‘Café de la finca de mi apá’ lo siembra, lo cosecha, lo tuesta y lo muele mi familia, en la vereda Yarumal de Belén de Umbría (Risaralda). Allá está una parte de la familia, en la finca que era de mi apá. Los otros estamos acá. Tenemos cinco yipaos así”.
Descripción: hace trece años que John Castaño, hermano de Aída, convirtió su Willys (yipao) en café ambulante. Vivía en Pereira y la idea le funcionó. Luego se preguntó: “Si esto da en Pereira, ¿cómo será en Bogotá que hace frío?”. Empacó corotos y se vino a la capital. “Fue el primero que trajo un carro de estos a la ciudad”. Aída se le unió y hace ocho años se montó en uno propio.
“A la gente le cae en gracia. Se toman un tinto, por lo llamativo”, reseña ella, mientras sirve, con sus manos enguantadas en látex. Con satisfacción agrega: “He estado en eventos de Tuta, Tunja, Zipaquirá, Pacho y Ubaté. La gente es encantada, por lo que el carro no es muy común”.
El campero está más abigarrado que un sancocho: despulpadora de café, escapulario del Divino Niño y la Virgen. En la sección de pasajeros, un poyo; y sobre él, la cafetera. Sobre el techo, un costal. A los costados, canastas de mimbre. Y atrás, con delantal y una sonrisa entre los dientes, Aída entrega una humeante bebida de café.
Felipe Motoa Franco
Contáctenos en Twitter @felipemotoa
Redactor de EL TIEMPO
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