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¿Alguien conoce al dueño de este perro?

Fue encontrado afuera de las instalaciones de EL TIEMPO. Buscamos su hogar.

Milena Sarralde
Estaba sentado. Los ojos entreabiertos y la lengua afuera para conjurar ese calor poco bogotano que hace por estos días. Miraba los carros que bajaban por la avenida 26 con carrera 68, al occidente de Bogotá. Estaba solo.
Eran más de las siete de la mañana. Pagué unos 8.000 pesos por la carrera, me bajé del taxi y cerré la puerta. Entonces lo vi.
Se paró, dio unas vueltas por el basurero de la calle, rodeó tres árboles de la entrada, siguió mirando los carros que iban hacia el occidente, ladró y se volvió a sentar.
Me le acerqué creyendo que su dueño aparecería en cualquier momento, le acaricié la cabeza y seguí hacia la portería de EL TIEMPO. No alcancé a cerrar la puerta cuando escuché risas. “El perro no puede entrar al periódico”, me dijo el vigilante.
Antes de que diera la vuelta para ver si me hablaba del mismo perro, el animal ya se había parado en dos patas, me puso las otras dos en el estómago, y movió la cola que antes tenía agachada.
“No es mío”, le respondí al guardia, entre risas. Salí para verificar si su dueño estaba en cualquier parte, caminé por el andén de EL TIEMPO hacia arriba, luego hacia abajo. Nada. El perro de verdad estaba solo, como los más de 300.000 que según las entidades de salubridad deambulan en la capital del país.
Estaba limpio. El pelo blanco y las manchas negras se le veían a la perfección. Sin polvo, sin rastros de lodazales. Ni siquiera me dejó huellas en la blusa negra cuando se me tiró a darme el afectuoso saludo. No tenía collar, pero si una pañoleta naranja.
“¡Qué bien se le ve esa pañoleta naranja!”, pensé. Entonces entendí que el perro tenía familia, estaba perdido, quizá alguien abrió la puerta de su vivienda y salió corriendo detrás de un caballo y luego no supo cómo volver. O estaba en el parque y encontró a una coqueta perrita que lo alejó de su comodidad, varias cuadras a la redonda.
O lo abandonaron, como a aquel Shar Pei que dejaron en una estación del ferrocarril de Escocia, con maleta incluida. El ‘arrugado’, como decía la increíble noticia que le dio la vuelta al mundo, llevaba de equipaje una almohada, un juguete, el plato de comida y unas croquetas.
Mientras le hablaba el perro se emocionaba mucho más. Cada demostración de afecto que le hacía, me la devolvía con un lengüetazo, sin mucha delicadeza, pero lleno de amor.
Y entonces me acordé de mi Schnauzer, el mismo que murió hace unos cinco meses, después de haber vivido unos 16 felices años con nosotros. A ‘Yorky’, como lo llamé cuando llegó a nuestra familia, cuando yo tenía unos 9 años, nunca le faltó su cama. No habría durado ni un día por fuera. Eran tan ‘vida buena’ que dormía en el mismo cuarto de mis padres, y jamás lo dejé salir sin correa por miedo a que lo atropellara un carro o lo agrediera un perro. Sí, fui sobreprotectora.
El perro que vi este lunes tenía el mismo brillo. Esa luz en los ojos que, los que hemos tenido perros, juramos y volvemos a jurar que podrían ser lágrimas de alegría o de tristeza, como nos pasa a todos. Tienen sentimientos y, según mi papá, hasta dotes de clarividencia, eso explicaba que 10 minutos antes de que el llegara del trabajo, Yorky estuviera parado en la puerta, esperándolo para tirársele encima, también sin delicadeza, pero con mucho amor.
Como para tratar de resolver el asunto, un músico que se disponía a entrar a una grabación en City TV llamó a una entidad protectora de animales pidiendo que alguien viniera por el perro perdido. Aunque al otro lado de la línea alguien dijo que vendría en un par de horas, lo cierto es que la ayuda nunca llegó.
Por petición nuestra, uno de los guardias que cuidan a los labradores que vigilan las entradas del periódico, llevó temporalmente al perro a la casa del labrador dorado, que en ese momento estaba cumpliendo su turno en la portería sur.
Lo amarró a la casa, le puso un plato de agua y comida. Dos cosas simples que pueden hacer tan feliz a un animal que perdió su hogar, o que nunca lo tuvo, o que pasó de ser un regalo a una mascota a la deriva, en una ciudad de más de 8 millones de habitantes.
Pusimos un mensaje en Twitter que tuvo muchas réplicas, comentarios de apoyo y de lástima. Subimos las fotos, dimos la descripción del perro, le escribimos a esas fundaciones que dicen que pueden ayudar en estos casos, pero no hubo respuesta.
El perro, el blanco manchado, igual a uno de esos helados de vainilla veteados de brownie, aún no encuentra a su familia. Es uno de tantos, claro. Y si siguiera en la calle, sería uno más de esos perros que tantas veces he visto -hemos visto, usted y yo- a la intemperie. Un perro tratando de resguardarse de la lluvia, debajo de los carros, o los que se paran afuera de una panadería esperando un acto de piedad. Y así también pasa con los seres humanos.
Pero esta vez, ojalá esta y alguna otra vez, podamos ayudar ¿Conoce usted al dueño de este perro? Dígale que me escriba, que de seguro su amigo canino quiere volver a verlo.
“¿Y por qué no se lo queda usted?”, pensará el perspicaz lector. Soy periodista de Justicia y vivo con dos comunicadores más. Trabajo desde las nueve de la mañana, en horarios que no son justos para un perro que necesita compañía, paseos, atención, alguien que le tire la pelota cuando está aburrido y que lo lleve al pastizal más cercano cuando quiera orinar. No nos digamos mentiras. Aunque por ahora estará en mi casa, no la va a pasar bien con nosotros.
El perro necesita a su familia, a los que un día se lo llevaron con la certeza de que los haría muy felices, o un hogar de paso donde pueda estar atendido, bien atendido, mientras encuentra a sus verdaderos dueños. Usted podría ayudarnos a encontrar a su verdadera familia, o darle un hogar donde pueda ser feliz mientras, en el mejor de los casos, llegan a reclamarlo.
¡Ayudémoslo!
Datos de contacto:
Milena Sarralde
@MSarralde
Tel: 2940100 ext 2134
Milena Sarralde
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