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Farah y Cabal: dupla histórica

Una entrevista de revista BOCAS con los tenistas caleños Robert Farah y Sebastián Cabal.

MAURICIO SILVA GUZMÁN
De alguna manera, son una marca registrada.
Farah y Cabal –o incluso sus siglas F & C–, son dos nombres que parecen uno solo y que, sin problema, podrían representar una firma empresarial, una marca con amplia recordación entre sus clientes.
Desde hace más de un lustro sus apellidos hacen parte del paisaje deportivo nacional. Cada tanto los colombianos escuchan: “Farah y Cabal en el U.S. Open”, “Farah y Cabal en Roland Garros”, “Farah y Cabal en Wimbledon”, “Farah y Cabal en los Olímpicos”.
Son dos caleños con vidas paralelas. Dos tenistas con carreras cuasi idénticas. Dos buenos amigos, y buenos tipos, que mes a mes se la juegan por el país. Juan Sebastián Cabal nació el 25 abril de 1986 y Robert Farah, el 20 de enero de 1987 (tan solo se llevan algo más de 10 meses). Se conocen desde muy pequeños, pero ninguno de los dos tiene muy claro cuándo fue el día que se vieron por primera vez, porque a los 6 y 7 años todo es muy difuso y para ambos, aun cuando ya hacían parte de las camadas habituales de niños que practicaban tenis en los clubes de Cali, se trataba simplemente de un juego.
De hecho, existe una foto difusa –que se puede ver más adelante– que da cuenta de cómo ellos levantaban sus raquetas con cierta dificultad y de cómo sus cabezas apenas sobrepasaban la malla. Desde entonces, son un par de “llaves”, dos amigazos, no sin cierta rivalidad. “‘Sebas’ le llevaba casi un año a Robert y a esa edad se nota la diferencia y siempre que jugaban le ganaba. Entonces Farah salía llorando los partidos. Fue cuando cumplió 12 años, que creció más y le ganó por primera vez en un torneo en Bucaramanga, que le dijo: ‘No me vas a volver a ganar nunca más en tu vida’”, recuerda, Felipe “Pipe” Berón, el histórico entrenador que, desde Colsánitas, lideró por años el proceso de formación de un grupo excepcional de tenistas colombianos.
Robert Farah es hijo de una pareja de inmigrantes libanenes. Nació por accidente en Montreal (en un viaje de trabajo de sus padres), pero es más caleño que un pandebono. Su papá era profesor de tenis en Líbano y en 1985, en medio de la guerra civil de su país, decidió radicarse en Cali donde empezó a dar clases de tenis en diferentes clubes de la capital del Valle. Uno de sus alumnos, por supuesto, fue su hijo Robert.
El caso de Sebastián Cabal es diferente. En su familia no había tradición tenística. En realidad, el amor por el tenis nació porque su familia vivía a dos cuadras del club Tequendama y allí lo pusieron a entrenar desde niño para aplacar su exceso de energía.
Foto por Diego Santacruz.
A los 11 y 12 años, Farah y Cabal jugaron su primer partido como dupla. Desde entonces, no han parado. Su vida es un eterno ciclo de hoteles y aeropuertos. De vuelos de 14 horas (lo que se gastan para ir a Australia), más conexiones y conexiones y más conexiones. Y de ahí a un hotel y de ahí a entrenar a los clubes de diferentes partes del mundo. Incluso, varias veces han tenido que dormir en las puertas de los aeropuertos cuando están cerrados.
Esta es la historia de dos juiciosos deportistas vallunos que, en 2011, cuando vieron que sus rankings de sencillos no coincidían con sus rankings de dobles, decidieron dejar sus carreras individuales para hacer el ‘circuito’ juntos. De la pareja que ha alcanzado el mejor ranking de la historia del tenis colombiano: tres del mundo en dos ocasiones, en marzo de 2014 y en abril de 2016. De dos estrellas mundiales que llegaron a jugar finales de Grand Slam con diferentes compañeros: Cabal jugó la final de dobles masculino junto al argentino Eduardo Schwank, en Roland Garros 2011; y Farah, la final de dobles mixtos junto a la alemana Anna Lena Groenefeld, en Wimbledon 2016. De un par de amigos que se dicen hermanos y que no han hecho otra cosa diferente que representar dignamente a Colombia. De una dupla histórica.
Sebastián, ¿cuándo fue la primera vez que vio a Robert Farah?
Cabal: Debió ser a mis seis años. Y debió ser en el Club Tequendama de Cali, que quedaba a dos cuadras de mi casa, y que era uno de los lugares donde empecé a levantar la raqueta. De hecho, yo creo que la primera foto que nos hicieron juntos es allá.
Robert, ¿cuándo fue la primera vez que vio a Sebastián Cabal?
Farah: Creo que yo tenía cinco años y, por entonces, ya nos enfrentábamos. Es que de niños siempre tuvimos una rivalidad, éramos los dos mejores vallunos y a mí me tocaba subir de categoría porque no había con quien competir. Entonces me tocaba enfrentarlo. Al principio, él siempre me ganaba. Después, como a los 12 años, le gané. Y no me volvió a ganar. ¡Ja!
¿Desde niños son amigos?
C: Sí, claro. Desde que la malla de la cancha era más alta que nosotros. Desde entonces había una buena relación y una muy buena amistad.
¿Cuándo actuaron por primera vez como pareja de dobles?
F: No lo tengo muy claro, pero supongo que fue cuando yo tenía 11 años y “Sebas”, 12. Fue cuando fuimos a los nacionales de Medellín.
¿Cuándo decidieron que el tenis era lo de ustedes, que era un proyecto de vida?
F: Todo eso va fluyendo. Yo sabía que eso era lo que iba a hacer y por eso entré feliz, a los 12 años, a Colsánitas. Éramos como 40 niños con los mismos sueños.
C: Ese es un proceso. Yo sí recuerdo que mi meta era ser el mejor del mundo, más cuando gané los juegos departamentales. Luego llega un momento, por ahí a los 13 o 14 años, que tienes que entrenar muy seriamente y, si te gusta, pues ya sabes que ese es el camino.
Robert, usted mide 1,94 metros, pero dicen sus compañeros que usted era el más bajito de la camada y que, por eso mismo, siempre le ganaban.
F: De los 14 a los 16 años entré en una fase difícil, dejé de progresar, el tenis se volvió algo forzado y ya no lo disfrutaba. Yo era el más chiquito y me tocaba competir contra los altos y, pues, me dio duro. Fue a los 17 años cuando me metí una estirada brava y a los 18 llegué a medir 1,94. Entonces empecé a jugar mejor.
¿Y había pensado en retirarse?
F: Sí. Yo compartía habitación con “Santi” (Santiago Giraldo) y a él, a los 18, le empezó a ir muy bien, mientras yo me empecé a quedar. Hasta que gané mis primeros puntos ATP. Eso fue en Bolivia. Recuerdo que lloré de alegría y alcancé a decirme: “¿Y yo por qué estoy llorando?”.
Ustedes hicieron parte del grupo selecto de adolescentes que reunió Colsánitas a principios de este siglo para formarlos en Bogotá. ¿Cómo fue esa vida?
C: Llegamos de 14 y 15 años, en 2003. Vivíamos en una casa en el barrio San José de Bavaria, al norte de Bogotá. Era chévere porque teníamos comida, empleada y todo el tiempo estábamos en función de mejorar el tenis. Compartíamos cuartos de tres metros por tres metros.
F: La primera casa Colsánitas era por allá en la calle 200, luego nos pasamos a la 106 con 19. Fue un tiempo divertido, pero finalmente estábamos en una academia, con todo lo que eso significa.
C: Es que nuestro único paseo era salir el fin de semana al Carrefour. La distracción era jugar Monopolio y, si nos iba bien, nos sacaban a pasear por ahí. Pero como uno era adolescente, pues eso viene con las cagadas y el que diga que no las cometió, pues no fue adolescente. Una vez, en una de esas salidas, compramos cervezas y nos pillaron; era imposible que no se dieran cuenta. Ya ni me acuerdo cuál fue el castigo.
F: Claro que nos castigaban. Cuando uno llegaba tarde, por ejemplo, lo castigaban. Y el castigo no lo levantaban hasta que uno volviera a ganar. ¡Ja!
Mientras tanto, ¿qué torneos jugaban?
C: Todos los torneos del país. Nosotros estamos viajando desde los 12 años. No hemos parado, ni vamos a parar por un buen tiempo.
Robert, ¿por qué decidió marcharse a Estados Unidos?
F: Quería cambiar de aire y, con el tenis, logré sacar una beca. Una vez más, a los 19, sentí que me había estancado con el tenis. En un torneo en Cali perdí luego de un partido mío muy malo y sentí que toqué fondo. Tomé la decisión de no seguir más con Colsánitas y me fui a estudiar economía a la Universidad del Sur de California, en Los Ángeles. Me fui sin planes y creo que fue de las experiencias más bacanas que tuve en mi vida. Primero, “rumbié” lo que no había “rumbeado” nunca, porque siempre estuve entrenando. Y, segundo, maduré.
¿Y el tenis?
F: El tenis fue el que me hizo madurar. Porque me fue muy bien. Fui campeón nacional del NCAA Championship en 2008 y ese fue un empujón de confianza. Era volver a creer en ser un jugador profesional. Luego gané el NCAA Championship por equipos en 2009 y 2010. Fuimos los mejores universitarios de Estados Unidos y eso no es poco.
¿Es cierto que en Estados Unidos trabajó como “boleador”?
F: Sí. En los dos meses de los veranos me iba a una zona rica de Connecticut. Tiraba bolas todo el día. Daba clases individuales a 40 dólares la hora. Era buenísima plata. Y por hacer los dólares, ni almorzaba; apenas un sándwiche entre clase y clase. Esa era la plata del año.
¿Usted se graduó?
F: No. Me faltan cuatro clases. Cómo logré tan buen nivel tenístico en la universidad y gané tan importantes campeonatos, ahí fue cuando tomé la decisión de volver a competir por mi país. Igual, ellos me dijeron que me guardaban la beca. Esa carta la tengo ahí bien guardada. Esa carta es mi diploma.
Mientras tanto usted, Sebastián, a los 19 años tuvo una lesión que casi lo saca del tenis. ¿Cómo fue y cómo superó ese accidente?
C: Fue en mayo de 2005. Llegué muy motivado a un torneo en Morelia, México, pero en un movimiento la rodilla izquierda me frenó en seco y giró para adentro. Sonó un ¡plak! La siguiente imagen que tengo es estar tirado en el suelo gritando: “Ay, jueputa, me jodí en serio”. La siguiente imagen, es llorando en el primer vuelo que salió hacia Colombia. Y la siguiente, una operación de injerto de ligamento cruzado y de reconstrucción de la parte lateral de la rodilla…
Sebastián Cabal. Foto por Diego Santacruz.
¿Cuánto tiempo lo sacó del tenis esa lesión?
C: Estuve dos años por fuera, siempre en recuperación, pero ningún médico me aseguraba que yo volvía a jugar en alta competencia. Siempre iba de la mano de ellos, pero no había mucha esperanza. Un buen día un médico me dijo: “¿Sabe qué?, yo creo que su rodilla ya está estable. Juegue torneos”. Y lo hice. Y aquí estoy.
¿Cuándo y por qué decidieron unirse y jugar dobles?
F: Desde los 12 años, por el Valle.
C: Y el suramericano en Buenos Aires, también a los 12. Pero la decisión de solo jugar dobles fue mucho tiempo después, en 2011, cuando vimos que nuestros rankings de sencillos no coincidían con los rankings de dobles. Mi grave lesión de rodilla era más llevadera en juegos dobles que en sencillos y Robert tenía algo similar con una lesión de muñeca. Entonces lo hablamos y, creo, tomamos una gran decisión.
Sebastián, usted llegó a la final de Roland Garros. ¿Qué le dejó esa experiencia?
C: Es algo demasiado lindo. En la semifinal les ganamos a los Bryan, en un partidazo. Pero la final se nos escapó porque así es el tenis. Recuerdo que Eduardo Schwank, mi compañero y amigo, me dijo algo verdaderamente sabio: “Cambiá esa cara que acabamos de jugar la final de Roland Garros”. Desde entonces, una tremenda amistad.
Robert, usted llegó a la final de Wimbledon. ¿Qué le dejó esa experiencia?
F: Es lo máximo. No me arrepiento de nada, porque creo que jugué a un alto nivel, al igual que mi compañera. Simplemente ellos fueron mejores que nosotros. Esto es así.
¿Cuándo llegaron al puesto 150?
F: En 2010.
C: Fue en un partido en Paraguay. Incluso hay una anécdota. En el descanso fuimos al baño y ahí dijimos: “¿Por qué no cambiamos de lado?”. Y lo hicimos. Y ganamos. Y así ganamos cinco torneos seguidos. Desde entonces salimos así a la cancha.
¿Cuándo llegaron a ser parte de los mejores cien del mundo?
F: En el Challenger de Roma de 2011, antes de llegar al Roland Garros.
C: Yo estaba 105 y me metí 35 en ese Roland Garros. Todavía teníamos carreras individuales.
¿Cuándo entraron por primera vez al top 10?
F: En marzo de 2014, después de ganar el ATP 500 de Río de Janeiro. Entonces llegamos a ser los número tres del mundo en dobles.
C: Luego, en abril de 2016, volvimos a ser los número tres. Es que esto es muy jodido.
¿Cuál es el torneo más absurdo en el que han competido?
F: En Múnich 2016, jugamos con nieve. ¿Puede imaginar un torneo nevando? Y como buenos “chibchombianos”, no íbamos preparados. Estábamos cagados del frío.
C: Imposible superar eso. Y nosotros de Cali, calentanos, con tres camisetas y doble sudadera. ¡Noooo!
¿Cuál es el momento más triste de su carrera?
F: Una cantidad de Copas Davis que perdimos. Es que es el equipo nacional. La Copa Davis contra Brasil, en San José de Rio Preto, en 2012, eso fue un papelón, no metimos una. La de 2013, que perdimos en Japón, me dejó muy aburrido. La Copa Davis en Pereira, en 2015. Y la última Copa Davis, en Chile. Cuando fallé esa última bolea, quedé paralizado. Y Wimbledon… Mejor dicho…
C: Para mí, la lesión que tuve. Eso derrumba todo. Y sí, cuando perdí la final del Roland Garros. Es que ver eso tan cerca y saber que has hecho todo bien… Eso es muy duro…
Robert, ¿qué fue lo que pasó en Iquique, Chile, donde lo acusaron de destrozar el camerino?
Eso fue “el Chino” Ríos que es un “visajoso”. La verdad es que cuando entré al camerino, la puerta estaba atascada y, como no abría, la empujé duro. Entonces, como era una puerta falsa, casi de papel porque todo era hechizo, pues se rompió y ya. Eso lo dijo el Chino para armar “bonche”.
¿Cuál es el momento más feliz de sus carreras?
F: Cuando gané los títulos del NCAA Championship.
C: Cuando les ganamos, con el argentino, a los hermanos Bryan en París. Yo dije: “¡Jueputa, voy para la final de Roland Garros!”. Eso es una adrenalina muy impresionante.
¿Cuál fue el partido más delirante que han tenido en un Grand Slam?
C: Wimbledon 2011, ganamos el set definitivo 21-19.
F: Fue contra el indio Rohan Bopanna y el pakistaní Sam Qureshi.
C: La cosa fue de 7-7, a 8-8, a 9-9, a 10-10… Y mientras pasaba eso, la cancha se empezó a llenar. Se corrió la voz y llegaron todos los tenistas competidores a ver ese partido. Y de ahí a 14-14, 15-15, 16-16 y así. Fue todo un suceso.
F: Entiendo que pusimos el récord del set más largo en dobles, porque en sencillos está la locura del famoso partido de Isner y Mahut de 70-68 en Wimbledon 2010.
C: No sé si fue récord o aún lo es, pero salvamos un montón de match points y todo fue delirante. La cancha cada vez estaba más llena. El set, que normalmente dura media hora, ya iba por dos horas y media. El desgaste físico… En fin.
F: Además, era mi primer Grand Slam y el primero que jugábamos juntos, en dobles. Estábamos ante los número tres del mundo y éramos unos novatos.
C: En la bola determinante terminé en el suelo después de un misil de Bopanna y saqué una bola increíble que hizo que gritaran en la tribuna.
Perdón la pregunta, ¿ganaron?
C: ¡Ganamos! Si no, no estaríamos contando el cuento… ¡Ja!
F: Y todo eso en la “Catedral del tenis”. Luego, cuando nos fuimos a los lockers, donde los jugadores de Wimbledon tienen televisores, vimos que todos tenían sintonizado nuestro partido… Entonces, cada uno nos iba felicitando. Recuerdo a Tommy Haas, a Marin Cilic, a Rafa Nadal, a un montón de estrellas diciéndonos: “¡Felicitaciones, qué partidazo!”.
C: Eso fue sencillamente inolvidable. Es que estábamos biches. Todavía no estábamos en el circuito y a mí me decían esas estrellas: “Increíble la bola que salvaste tirándote al piso”. ¡Ja!
¿El oro en los Panamericanos de Guadalajara 2011 puede ser su título más relevante?
F: Sí. Fue muy especial, porque el tenis colombiano nunca había sacado una medalla en un torneo de este tipo. Yo gané sencillos y después ganamos dobles. Así que fue muy especial.
C: Lo que pasa es que estas competencias del ciclo olímpico son muy especiales porque son cada cuatro años. Son competencias únicas. Una vez Rafa Nadal me dijo: “Esos títulos son muy significativos porque uno nunca sabe si va a llegar a unos Olímpicos o no. Es que tienes tres oportunidades en tu vida de lograrlo. Yo gané uno, en el otro me lesioné y no sé si voy a jugar otras”. Por eso es tan significativo.
F: Además, toda la delegación colombiana fue a vernos. Fue muy lindo.
El tenis resulta ser un deporte muy decente, por algo le dicen “el deporte blanco”, pero absolutamente todos los tenistas han tenido peleas con sus rivales. ¿Cuál fue ese partido que los sacó de la ropa?
C: La semifinal de Miami 1000, en 2014, contra Ryan Harrison y Jack Sock. Esa estuvo dura.
F: Es que ellos no se imaginaron que en Miami la cosa fuera así, porque la tropa de colombianos que llegó a alentarnos… ¡Noooo! Y estos manes se pusieron bravos por la bulla, por el partido, se pusieron bravos con el juez. Empezaron a cantarnos sus puntos con “¡vaaaamos!” en la cara. Y pues empezamos a pelearnos fuerte.
¿Qué se dijeron?
C: De todo.
F: Mucho más ellos que nos decían: “Colombianos de mierda”. Nos decían: “The biggest scumbags in the world” (las peores basuras del mundo). Y la cosa se puso fea. Y, sí, ganamos antes de que pregunte. ¡Je!
¿En qué radica la gran conexión entre ustedes dos, deportivamente hablando?
F: Tiene que ver con el hecho de ser buenos amigos fuera de la cancha. De ser personas relajadas. Difícilmente nos estresa algo y eso ayuda un montón. Además de que entendimos, a fuerza de jugar, cómo funciona la dinámica de los dobles: saber cómo el otro va a reaccionar.
C: La conexión viene de toda la vida. Desde Colsánitas. Con (Alejandro) Falla y (Santiago) Giraldo, todos somos una familia. Por muchos años vivimos juntos, viajamos juntos, el 90 % de la vida ha sido juntos. Entonces, esta ya es una conexión familiar, somos casi hermanos. Y es como un privilegio vivir este gran deporte, y este gran momento, con un amigo, con un hermano.
Robert Farah. Foto por Diego Santacruz.
¿Pelean?
C: Como todos los hermanos. Pero prima el profesionalismo. Lo que se dice es por el bien de los dos o por el bien del equipo.
F: La verdad, no peleamos. Es más, en este momento no se me ocurre haber tenido la primera pelea. Nos decimos cosas en la cancha, discutimos cosas en la cancha, pero por fuera no. ¿Y sabe por qué? A ninguno de los dos nos gusta la confrontación.
Sebastián, defina a Robert Farah.
C: Es una persona muy justa a quien le gusta hacer todo bien, por el camino que es, sin atajos. Un tipo completamente dedicado a lo suyo. Y en lo tenístico es el motor de un Ferrari: alto, fuerte, sincronizado.
Robert, defina a Sebastián Cabal.
F: “Sebas” es un tipo familiar, de valores familiares. Un tipo de buen corazón y buen sentimiento. Un luchador que siempre ha puesto por encima sus prioridades deportivas.
Ustedes también son empresarios y se han metido en el mundo de los restaurantes, tienen el Deck, de Bogotá, y van a abrir más. ¿De dónde les salió esa veta?
C: Básicamente porque a Robert le gusta comer bien. ¡Ja! Y porque, gracias al tenis, salimos mucho a comer por el mundo entero y es algo que disfrutamos mucho… Además, un amigo nos convenció de abrir un restaurante en Bogotá, para tener algo propio en nuestra tierra.
¿Cuál fue ese tenista que admiraron cuando eran niños y cuál es el que admiran en la actualidad?
F: De niño, hinchaba por Marat Safin. Y, actualmente, por Federer.
C: Andre Agassi, cuando era niño. Y, de hoy, los cuatro: Federer, Nadal, Djokovic y Murray. Claro que “Rafa” y Federer… ¡Muy grandes!
¿Con qué palabras podrían resumir su participación en los Olímpicos de Rio 2016?
F: Fue inolvidable, así no hayamos ganado una medalla. Pero haberle ganado a la pareja número uno del mundo es algo que da mucha alegría. Igualmente, fue una semana donde disfruté al máximo y traté de estar en el presente en absolutamente todas las situaciones. Todo me lo gocé y todo fue magnífico. ¡Qué ganas de volver a participar en unos Juegos!
C: Fue positiva. Hicimos un buen papel para ser nuestros primeros Olímpicos juntos. Y jugamos con un gran nivel. Pero nos quedamos cortos para poder darle una alegría al país.
¿Cuáles siguen siendo sus grandes sueños?
F: Ganar un Grand Slam. Y ganar una medalla en los Olímpicos, que sigue siendo un sueño, un sueño muy grande.
C: Ganar un Grand Slam y una medalla en los Olímpicos, que es un sueño y una meta que tengo desde Londres 2012 y que tendré hasta el día que me retire. Y sí, ser los número uno del mundo.
MAURICIO SILVA GUZMÁN
FOTOS: DIEGO SANTACRUZ
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 55 - AGOSTO 2016
MAURICIO SILVA GUZMÁN
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