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Helmut Bellingrodt, el primer colombiano en ganar una medalla olímpica

El 1 de septiembre de 1972 en Alemania se catapultó a ser uno de los mejores del mundo.

Cuando terminó de último en la primera gran competencia que afrontaba, miró con cierto desprecio la caja de 500 tiros que recibió como premio de consolación. Solo tenía diez años, pero en definitiva, la derrota fue un impulso suficiente para prometer a su padre, y a sí mismo, que ese puesto sería tan anecdótico como irrepetible.
Las enseñanzas de aquel revés terminaron siendo más que los orificios en el blanco. Por ejemplo, nunca más habló de suerte, sino de circunstancias: como había sido el único inscrito en la categoría infantil de la modalidad de rifle tendido 50 metros en aquel campeonato nacional de tiro de Barranquilla en 1959, tuvo que competir con los juveniles y asumir los riesgos de la desventaja, evidentes luego en esa posición final.
Una década después, y ya instalado en la élite de los tiradores colombianos, siguió aprendiendo con las derrotas. Cuando en 1970 fue al Mundial de Phoenix, Estados Unidos, y ocupó el octavo lugar, supo que los detalles eran determinantes para el resultado porque, por desconocer las regulaciones y los reglamentos, no llevó el tipo de mira adecuado para el premundial y terminó penúltimo en la modalidad de blanco móvil.
Esos recuerdos, revividos con la precisión que lo llevó a ser distinto en el polígono, son anécdotas en boca de Helmut Bellingrodt Wolf. Su nombre delata sus ancestros alemanes, pero los “ajá” incrustados en cada emotivo relato patentan que es más barranquillero que la marimonda o el Romelio Martínez. Cuesta creer que tras esa tez blanca y el ceño fruncido, el sabor caribe –como él orgullosamente lo define– aflore en forma de sonrisa prolongada o de gesto desinhibido.
De hecho, mezcla ambos cuando confiesa que todavía se cuestiona si perdió primero para ganar “un poco”, como él dice. Lo cierto es que apuntó a lo más grande, y vaya si haber dividido en dos la historia del deporte colombiano no lo es. Ser el primero en izar la bandera de Colombia en un podio olímpico inscribió su nombre en la eternidad. Y por esas ironías de la vida y del deporte mismo, se consagró en el otro país que lleva en las venas.
El 1 de septiembre es una fecha que en los calendarios de Bellingrodt está marcada como día festivo. Fue ese día de 1972 en los Juegos Olímpicos de Múnich, Alemania, cuando la final de la modalidad de blanco móvil 50 metros, mejor conocida como “tiro al jabalí”, lo catapultó a ser uno de los mejores del mundo. Un segundo lugar que para Colombia fue historia: era la primera medalla olímpica del país, plata con tono dorado.
Aunque en esa ocasión no se escuchó el himno de Colombia, el tirador sí tuvo que dividir su júbilo inmortal en muchas dedicatorias. La más especial y sentida fue para Ernesto Bellingrodt, su padre, de quien heredó la disciplina y –algo fundamental para triunfar en cualquier actividad– la perseverancia. Dice deberle todo lo que ha sido en el deporte. En una palabra, fue su mentor. Y es que además del apoyo irrestricto, que incluyó muchos sacrificios para que a Helmut nunca le faltara la munición y la preparación, le dio también la mejor compañera posible: fue él quien durante siete años ajustó de forma casi artesanal el arma que en suelo bávaro recompensó el esfuerzo.
Aún la conserva, cual tesoro que guarda bajo clave. De vez en cuando la saca de la caja fuerte, pero no para accionarla: al pasarle el paño, imagina las manos del progenitor trabajando sobre ella. La gratitud hacia él afianzó la estrecha relación con su hermano Hanspeter, otro tirador de alto nivel. Esa pasión de genes, o más bien, de tiros compartidos, terminó juntando mucho más al papá y a los hermanos. Los tres fueron un solo equipo que se dio el gusto de celebrar una nueva gesta, una medalla de plata en los Olímpicos de Los Ángeles 1984 y un rótulo histórico adicional para Helmut: se convertía en el primer doble medallista olímpico de Colombia.
Helmut Bellingrodt. Foto: Óscar Berrocal.
Poco después de su gesta en Múnich, se graduó de arquitecto y aunque no obtuvo podios por sus maquetas, lo enorgullece el aporte a la administración pública de Barranquilla en la década de 1970, los diseños residenciales que hizo en Sabanalarga y, sobre todo, haber sido, dos décadas después, el interventor de la obra del Club de Caza y Tiro de su ciudad natal. ¿Y su familia? Prefiere no hablar de ella: la cuida –o mejor, la blinda celosamente– como si se tratara de la última bala del cartucho.
Cuenta que todavía dispara, pero solo a nivel recreativo. Los títulos lo siguen acompañando porque, con méritos de sobra, es una leyenda. Recuerda todo, lo bueno, regular y malo, sin reprocharse nada. No es alérgico a la nostalgia, siempre tiene algo en la mira y ya se sabe qué pasa cuando agudiza la visión. Donde puso el ojo, puso medalla. Un guiño a la gloria.
¿Por su nombre todavía le preguntan si es colombiano?
Ahora y después de tantos años, en algunas partes me siguen preguntando si yo nací en Colombia. Les respondo que mi padre, Ernesto Antonio, nació en Barranquilla y que mi madre, Anneliese Angela, en Alemania. Pero que tengo mucha más sangre latina que alemana en mi cuerpo debido a que mis abuelas eran venezolanas, y mis abuelos, alemanes. Mis hermanos, Hanspeter, Helga María, Horst Federico, y yo somos barranquilleros.
¿Qué es lo más alemán que tiene?
El nombre, la disciplina, la puntualidad y la férrea voluntad de llevar a cabo mis ideas.
¿Y lo más barranquillero?
La alegría y el gusto por la comida del Caribe.
¿En los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, se sintió local?
En ningún momento. Cuando conocieron mi nombre, empezaron a preguntar de dónde había salido yo, ya que no aparecía como participante en ninguna lista de campeonatos anteriores. Y más por el tipo de arma que utilizaba, ya que era una adaptación un poco artesanal que me hizo mi padre. Él fue el único y real entrenador que tuve, como también lo fue de mis dos hermanos. Mi hermana no se dedicó al tiro.
¿En nada influyó entonces que los Olímpicos hayan sido en Alemania?
En nada en absoluto. Y si lo analizamos a fondo, creo que influyó negativamente porque debido a mi nombre todos me hablaban en alemán, un idioma desconocido para mí. Entonces pensaban que me estaba burlando de ellos y tomaban otra actitud, la cual era molesta para mí.
¿Ni siquiera después de subirse al podio encontró alguna afinidad?
Al final de la competencia se me acercó el entrenador del equipo alemán y me preguntó sobre mi nacionalidad. Me informó que ya había hablado con la directiva de la Federación Alemana de Tiro y me propusieron que fuese a terminar mis estudios de arquitectura allá. Me patrocinaban absolutamente todo: apartamento, alimentación, vehículo y estudios de posgrado, con la condición de que representara a Alemania de ahí en adelante. Me comentó que lo pensara.
¿Y alcanzó a pensarlo?
No. Le respondí de inmediato que no necesitaba pensarlo, que yo era colombiano y seguiría hasta el fin de mis días representando a mi país, como ha sido hasta hoy.
Volvamos un momento a lo del arma casi artesanal que le adecuó su padre. Eso hace mucho más meritorio el logro…
Sin duda. Él adecuó un arma obsoleta de otra modalidad para poder utilizarla en la de blanco móvil 50 metros, conocida como “tiro al jabalí”. ¿Cómo lo hizo? Restaurándole la culata con madera sintética utilizando pegante de zapatería y adaptándole una serie de pesos en la parte delantera del cañón.
¿Cuánto tiempo demandó ponerla a punto?
Después de cada participación que realizábamos, mi hermano Hanspeter y yo le traíamos a mi padre las referencias nuevas de las armas que usaban otros competidores extranjeros. Así la iba adecuando, entre 1965 y 1972, hasta que de los Olímpicos de Múnich ya nos trajimos las armas de la propia fábrica alemana. A partir de ese momento no tuvimos excusa de ninguna especie.
¿El arma con la que compitió tiene el mismo valor de la medalla?
Ambas son muy importantes para mí. El arma representa algo que va más allá de lo material y por eso la mantengo en una caja fuerte. Es un tesoro que guardo y cuido con aprecio.
¿Y dónde tiene la medalla?
Esa sí no está en la caja fuerte, sino enmarcada. Cuelga orgullosamente en el estudio de mi apartamento.
¿Alguna vez le ofrecieron comprarla, por su valor histórico?
No, nunca. Y si hubiese sido así, no la vendería jamás.
En Múnich estuvo a cuatro puntos del oro. ¿Llegó a recriminarse por no subir a lo más alto del podio?
Realmente no. Mantuve el promedio de lo que estaba realizando en mis entrenamientos, tanto allá como acá. El competidor soviético fue mejor y punto. Claro que me hubiese gustado ganar, pero salí agradecido con Dios y conmigo mismo por el de-sempeño obtenido después de una larga y exigente preparación.
Édgar Perea se preciaba de haber narrado esa plata. ¿Tiene la grabación del “Campeón”?
Mi amigo Édgar me acompañó durante los entrenamientos y, apenas natural, durante los tres días de competencia. Me comentaba que había apostado por mí, que cuidadito le quedaba mal. En la serie final entró a narrar, no en directo sino con una grabadora, y se tuvo que instalar en la parte de atrás debido a que en los recintos donde se realizan las pruebas de tiro deportivo no se puede hablar ni hacer ningún ruido. Él no se pudo contener y al realizar el último disparo, supo que había ganado algo y lanzó la expresión: “¡Viva Barranquilla!”. Lo sacaron del recinto para que no molestara a los competidores que todavía no habían acabado la participación. Inmediatamente salí de la competencia, me llevó a una caseta de teléfono público, me hizo la primera entrevista al aire para toda Colombia y me comunicó con mis padres y toda mi familia en Barranquilla. Lamentablemente no tengo la grabación de esos disparos finales, pero sí guardo como un tesoro las grabaciones posteriores, las que hizo cuando me premiaron.
¿Las escucha con frecuencia?
No, solo cuando me da el arrebato. Pero, sin necesidad de escucharlas, recuerdo que en la rueda de prensa posterior a la premiación alguien comentó que era la primera medalla olímpica de Colombia. Todos pensaron que era la primera en esos juegos, pero al explicarles que era la primera en toda la historia deportiva de nuestro país hubo un aplauso general y bien nutrido. Según los asistentes, me convertí en un héroe nacional en ese momento.
¿Dónde celebró más ese logro histórico, en Alemania o en Colombia?
En Múnich fue solo una pequeña reunión, una cena con mi hermano Hanspeter, los directivos de la misión olímpica y los de mi federación en un restaurante. Aquí en Colombia, y sobre todo en Barranquilla, fue inolvidable la acogidaque tuve a mi regreso.
Helmut Bellingrodt. Foto: Óscar Berrocal.
 
¿Cómo fue el recibimiento?
Recuerdo todo el recorrido como si hubiese sido ayer. Desde el aeropuerto de Barranquilla y el desfile en caravana por las calles principales de la ciudad, hasta llegar a las instalaciones de la Universidad Autónoma del Caribe, donde estudiaba mi último año de arquitectura. Ya luego, en pleno paseo Bolívar, se me acercó una persona al campero sin capota en el que íbamos y me dijo textualmente: “¡Yo no sé qué es esa vaina del jabalí, pero medalla es medalla, hermanito!”, y me estrechó la mano. Ese momento no lo olvidaré jamás.
Múnich 1972 también se recuerda por una tragedia: la madrugada del 5 de septiembre un comando palestino tomó como rehenes a 11 deportistas israelíes en la Villa Olímpica. ¿Dónde se encontraba cuando sucedió el ataque terrorista?
Nosotros estábamos en el cuarto durmiendo porque ese día ya regresábamos a Colombia y debíamos estar listos con maletas y todo a las tres de la tarde en el lobby del edificio. Nos habíamos acostado como a la una de la mañana porque esa noche había sido el agasajo de la Federación Colombiana de Tiro. El ambiente era muy calmado porque, como se acostumbra en ese tipo de edificaciones alemanas, el doble vidrio para el invierno evita aún más el ruido. Yo me desperté como a las ocho de la mañana y vi a través de la ventana helicópteros sobrevolando y una cantidad de personas y uniformados en las inmediaciones que caminaban apurados en distintas direcciones. Era muy raro, porque hasta ese momento en la Villa Olímpica todo era tranquilidad y se observaban pocos policías.
¿Cuál fue su reacción?
Me puse el buzo de Colombia y bajé de inmediato a averiguar qué estaba pasando. Entonces me encontré con una de las voluntarias de transporte y al ver de qué país era me dijo que el grupo que salía ese día debía estar listo en una hora para ser trasladado al aeropuerto porque estaban evacuando la Villa lo más rápido posible.
¿Dónde se vinieron a enterar de la situación?
Ya en el aeropuerto, donde estaban distintas delegaciones. Se manejaban muchas versiones, pero por la televisión supimos que se trataba de una toma al edificio de la delegación israelí y el secuestro de deportistas y entrenadores. Despegamos en medio de la incertidumbre y solo cuando llegamos a una escala en San Juan de Puerto Rico nos enteramos del trágico suceso: la muerte de 11 compañeros.
Entre las víctimas mortales estuvo Kehat Shorr, entrenador de tiro de Israel. ¿Alcanzó a tener algún contacto con él?
No, porque Israel no participó en blanco móvil o “tiro al jabalí”, la modalidad en la que yo competí.
¿Qué siente cuando ve las películas o documentales sobre esa tragedia?
Lógicamente toca fibras. Pero más que las películas, he tenido la posibilidad de viajar con frecuencia a Múnich, donde queda la Federación Internacional de Tiro. Como miembro de su comisión técnica, siempre es visita obligada pasar por donde quedaba la Villa Olímpica y ver los edificios en medio de los árboles… Ni hablar de la nostalgia que me produce pisar el polígono, que se mantiene intacto. Desde las manijas de las puertas con el logo en los vidrios. Es más: hace poco mi hijo me hizo una foto en el podio, que está en el mismo lugar. Son sensaciones encontradas: por un lado está la medalla lograda, y por el otro, la memoria de los deportistas que fallecieron.
Muchos cuestionaron que los Juegos no se hubieran suspendido. ¿Usted cree que se hizo lo correcto?
Yo insisto en que la política no puede intervenir en el deporte, que siempre debe estar ajeno a diferencias de razas, ideologías o religiones. Cualquier evento deportivo, sea nacional, internacional o mundial, si llega a tener algún toquecito político o racista, ya no es igual. Pierde relevancia.
Volvamos al deporte. ¿Qué hay de cierto en que su padre hacía muchos sacrificios para comprarle la munición y que por eso le tocaba optimizar cada tiro?
En esa época, los entes encargados de apoyar a los atletas tanto económica como estratégicamente, no lo hacían. No tenían los recursos para ello; solo daban los tiquetes y algunos viáticos. Mi federación, en algunas oportunidades, colaboraba con algo de munición para mi preparación, pero el resto lo tenía que solventar mi padre comprándome la munición necesaria para tener, en lo posible, una buena preparación. Pero realmente no se trataba de ahorrar, porque él, como fuese, conseguía lo necesario para entrenar bien. Y no solo para mí, sino también para mi hermano Hanspeter, que también fue a competir a Múnich.
¿Pero valorar el esfuerzo de su mentor no le ayudó a ser más preciso?
No con el ahorro de munición, sino, digamos, con la dosificación. Hubo mejor concentración y mayor responsabilidad para hacer lo que realmente debíamos hacer.
Hasta el punto de que consiguió una segunda medalla olímpica, de plata, en Los Ángeles…
En esa ocasión iba mucho más preparado, tanto técnica como mentalmente. Sabía que por los puntajes obtenidos en competencias anteriores y en entrenamientos podía ocupar el primer lugar; lamentablemente el competidor chino me superó: fue mejor y punto. Pero, sin lugar a dudas, otra medalla olímpica en mi haber era mucho más orgullo personal y familiar.
¿También guarda el arma de esa competencia?
¡Claro! Aunque a diferencia de la que usé en Múnich, que está tal cual, de esta mantengo la culata, pero con diferente cañón. Además, guardo algunos recuerdos de las mascotas de esos Juegos.
Además de esas dos medallas, usted obtuvo el oro en el Mundial de Tiro de Thun, Suiza, en 1974. ¿Cambiaría ese oro por uno olímpico?
No. Es un título mundial que demandó el mismo esfuerzo y que resultó especial. No se empezó bien en las etapas de clasificación, pero se fue mejorando con el paso de la competencia. Cada logro en mi carrera resultó importante e incomparable. Cada uno tiene su propio valor.
¿Cuál fue el sacrificio más grande que hizo para ser medallista olímpico?
Dejar de asistir a reuniones sociales hasta altas horas de la noche y no tomar ni un trago de cerveza durante los dos meses previos a los Juegos.
¿Si hubiese competido en esta época tendría más medallas?
Eso no lo puede responder absolutamente nadie, pero viendo los apoyos técnicos, económicos y científicos por parte del Comité Olímpico Colombiano, de Coldeportes, las federaciones, las ligas y clubes en esta época, no habría ninguna duda de que el rendimiento hubiese sido mejor. Nací en el tiempo equivocado.
¿De verdad cree eso?
Estoy completamente seguro. En mi época de tirador sobresaliente, que fue entre 1970 y 1995, no existía el apoyo directo gubernamental. En muchas ocasiones había que tocar las puertas de empresas privadas, y ellas no siempre resolvían nuestras solicitudes. Mire: si yo hubiese nacido en los años noventa, ya estaría en los diferentes programas de apoyo a atletas. Teniendo en cuenta todo ese apoyo, con toda seguridad habría obtenido mejores logros.
Es un gran momento para el deporte colombiano. ¿Por qué no hay tiradores de élite?
Porque se necesitan varios elementos para poder practicar y competir al mismo nivel que tienen otros competidores en el mundo y, lamentablemente, no los tenemos. Por ejemplo, se requiere un tipo de munición específica para cada una de las modalidades que integran el deporte, pero los militares no permiten que la Federación Colombiana de Tiro las importe. Indumil solo le vende a la federación la munición que ellos producen, pero esa munición no tiene la calidad adecuada para los resultados deportivos.
Helmut Bellingrodt. Foto: Óscar Berrocal.
¿Qué dicen las autoridades ante eso?
No mucho. Justamente, tanto las militares como las de policía nos confunden con cualquier ciudadano común que tiene un arma en su poder y eso no es así. Nosotros, los atletas dedicados al noble deporte del tiro deportivo, tenemos el aval de nuestra federación con toda la documentación que rige para el caso. Las autoridades conocen nuestro sitio de residencia y los lugares de práctica, que son los diferentes clubes de tiro del país; además, saben de nuestra idoneidad para manejar armas deportivas, y por ende, tienen el deber de tratarnos diferente.
¿Los consideran una amenaza?
Con respeto le hago una pregunta: ¿Alguien se ha puesto en la tarea de indagar o investigar en los archivos del CTI, o de alguna otra entidad similar, si los atracos, robos, hurtos, asaltos, secuestros, asesinatos o cualquier otro crimen cometido han sido realizados con armas deportivas debidamente legalizadas ante las autoridades competentes? ¿O si los han realizado tiradores deportivos afiliados a la Federación Colombiana de Tiro? La respuesta es muy simple: no. Uno tiene problemas con las autoridades en los retenes de las carreteras o cuando se viaja por avión a campeonatos por el país; cuando se presentan todos los requisitos que requieren las autoridades, lo retienen a uno hasta comprobar que la documentación es correcta, pero si es un domingo, o la situación ocurre en la noche… ¡Aguántese quien pueda!, porque lo retienen hasta el día siguiente en muchos casos. Y cuando son eventos en el exterior… ¡Dios mío! Los permisos que debemos solicitar ante el departamento de control y comercio de armas del Ministerio de Defensa, por medio de nuestra federación, se deben hacer en un tiempo no menor a 15 días. Todo esto implica que las personas, y los padres en general, no deseen que sus hijos tengan estos problemas y no apoyen para que sigan la práctica de nuestro deporte.
¿Aún desafía al polígono o dejó las armas para siempre?
¡No hombe, esto se lleva en las venas! El tiro lo sigo practicando, aunque ya a mi edad lo hago de manera recreativa y en otra modalidad: en skeet, que es conocido como tiro al plato con escopeta. Ya he sido campeón nacional en varias oportunidades en la categoría senior máster e incluso compito internacionalmente cada año en un abierto que se celebra en Miami, el cual también he ganado. Algo de puntería se mantiene [risas].
¿Y a qué le pone el ojo ahora?
Desde hace muchos años estoy en la dirigencia deportiva, no solo a nivel nacional, sino también internacional. Soy miembro de la Comisión Técnica de Escopetas de la International Shooting Sport Federation, ISSF. Soy miembro del comité ejecutivo de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Tiro y de la Confederación Americana de Tiro. Y, además, soy jurado internacional de tiro categoría A [la máxima categoría para los jurados de tiro deportivo]. A nivel local, estoy asesorando el comité organizador de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Barranquilla 2018.
¿Cuál es su próximo blanco?
Colaborar en todo lo que sea posible para que Barranquilla realice los mejores Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe en el 2018. Y también llegar a integrar el Comité Olímpico Colombiano para ayudar en todos los programas de desarrollo y apoyo al deporte nacional.
FABIÁN MAURICIO ROZO
Fotos: Óscar Berrocal
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 54 - JULIO 2016
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