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El oficio de ser impopular

Mauricio Cárdenas, el actual ministro de Hacienda, habló con Ricardo Ávila para la revista BOCAS.

RICARDO ÁVILA
Es un sábado en la tarde y en la casa de Mauricio Cárdenas lo único que se escucha es el sonido de la música. Baladas en inglés y español son el telón de fondo mientras este economista bogotano que está a punto de cumplir los 54 años acepta de buen grado la petición del fotógrafo de cambiarse los bluyines por un vestido oscuro, más acorde con la imagen seria que se espera de un ministro de Hacienda.
Llegó al cargo en agosto de 2012, cuando todavía el país vivía una etapa de prosperidad por cuenta de la bonanza petrolera. Desde entonces las cosas han cambiado mucho, pues la descolgada en los precios del crudo hizo que una fuente que generaba cerca de una quinta parte de los ingresos estatales se secara casi por completo.
Tiene experiencia para manejar épocas difíciles y sabe cómo es eso de estar en un gabinete. Se cuentan con los dedos de una mano las personas que en Colombia han ocupado cuatro ministerios distintos –en el caso de Cárdenas, Desarrollo, Transporte, Minas y Hacienda–, aparte de la dirección de Planeación Nacional.
Su fama de pilo y brillante viene desde la universidad. Más de uno confunde su seguridad en sí mismo con arrogancia, ya que quien lo conoce por primera vez se intimida ante su estatura de 194 centímetros. Solo sus compañeros de colegio y unos cuantos contemporáneos recuerdan que eso lo hizo buen jugador de básquet, capaz de defender el balón y marcar con dureza a su contrario.
Nació en una familia con vocación por lo público. Su papá, Jorge Cárdenas Gutiérrez, estuvo 40 años en la Federación de Cafeteros y ocupó la gerencia de la entidad durante casi dos décadas, hasta comienzo de 2002, cuando la influencia del gremio era enorme.
La vida pública le ha dejado satisfacciones, sin duda. Para solo citar una reciente, en 2015 la revista Euromoney lo escogió como el ministro de Hacienda del año en el mundo.
Tampoco en su carrera faltan los sinsabores. A finales del siglo pasado, siendo ministro de Transporte de la administración Pastrana, tuvo que enfrentar el escándalo de Dragacol, que sus contradictores le recuerdan de tiempo en tiempo. Más recientemente, tuvo que salirle al paso a la acusación que vinculaba a su hermano Jorge Hernán, dueño de una reputada firma, con haber recibido importantes contratos de consultoría en el Ejecutivo.
La prueba más reciente la vivió a comienzos de abril, cuando salió adelante de una moción de censura motivada por la venta de las acciones que la nación poseía en Isagen. Y no será la última, pues tiene el compromiso de presentar pronto una reforma tributaria que busca elevar las cargas para las personas con el fin de cerrar la insostenible brecha de las finanzas estatales. En el entretanto, ha intensificado su lucha contra la evasión, tras las revelaciones contenidas en los llamados papeles de Panamá.
Sus críticos dicen que quiere ser candidato a la presidencia en el 2018, pero él sostiene que lo que le importa por ahora es ser buen ministro de Hacienda, así sea vea obligado a tomar medidas impopulares. Decirles que no a sus colegas le ha ganado contradictores en el gabinete, comenzando por el vicepresidente Germán Vargas Lleras; pero lo considera parte de su oficio.
Mientras habla del tema, recibe la mirada de su esposa Cristina Fernández, a quien conoció cuando trabajaron juntos en Fedesarrollo. Ella dice que se encontraron por primera vez en la época en que Cárdenas hacia el doctorado en Economía en la Universidad de California en Berkeley, algo que él no tiene tan presente.
El tema del día en su casa no es exactamente el déficit fiscal, sino que la mayor de sus dos hijas adolescentes irá en la noche a su primera fiesta de 15 años. Con el comentario de que “crecen muy rápido” y la aceptación de que no las ve tanto como quisiera, el titular de las finanzas públicas acepta que se prenda la grabadora para hablar con BOCAS.
Ha sido ministro cuatro veces. ¿Eso era lo que quería desde joven?
Mi carrera profesional ha estado muy marcada por lo que viví en mi casa. Tanto que si uno mira el anuario del colegio en el año que me gradué decía que mi hobby era “convencer politiqueando” y quería estudiar economía y ciencia política. Ahí era claro que deseaba trabajar en la cosa pública, en el Gobierno, la política. Veo que eso ya lo traía muy en el ADN.
¿Siempre lo tuvo claro?
Desde muy niño. Nosotros hemos sido, como buena familia antioqueña, muy de finca, y por la nuestra pasaban muchas personas del mundo empresarial y político. En vez de estar afuera jugando fútbol o montando en bicicleta, me gustaba sentarme a oír esas conversaciones y preguntar cosas.
Es curioso que sus hermanos estuvieron expuestos a lo mismo y el que salió con más vena pública fue usted…
A todos nos gusta la cosa pública. Mi hermana Patricia (actual embajadora de Colombia en México) es la única que se ha dejado contar en una elección porque fue concejal de Bogotá con la mayor votación en su momento, y mi hermano Jorge Hernán le ha dedicado su vida a mejorar el funcionamiento de la administración pública en el país. Tal vez el único que no se mete en el tema es mi hermano menor, Eduardo, que es netamente empresario, aunque también vive muy informado y tiene muy buen criterio para los temas públicos. O sea que en el fondo la familia toda tiene esa vena pública muy viva. Se podrá imaginar de qué se habla en las reuniones de familia.
¿Cuántas veces al día o a la semana habla con su papá?
No hablo todos los días. Lo veo los domingos y le dedicamos un buen tiempo a comentar las cosas. Lo curioso es que él no da consejos, cuenta más bien lo que le dicen y tiene las anécdotas e historias de tantos episodios que vivió. Eso sirve mucho, saber que siempre ha habido retos y dificultades y aprender de la forma como se manejaron en su momento. Habla con muchísima gente, porque ha sido como una especie de consejero de miles de personas a lo largo de la vida, muy desinteresadamente. Toma nota, literalmente, de lo que oye, y a partir de ahí tenemos una conversación que a mí me enriquece mucho. Siempre he aprendido mucho de él y de mi madre que es una mujer extraordinaria.
¿Qué es lo que más le admira?
El don de gentes. Es una persona que todo el mundo quiere, extremadamente cálida, afable, de fácil trato, es admirable eso. Creo que es un modelo inalcanzable.
¿Y usted se lo heredó?
Por más que trate, nunca lo voy a alcanzar. La vara es muy alta.
Tiene en su biblioteca un libro titulado Por qué no me quieren, de Eugenio Tironi…
No lo he visto. Alguien me lo regaló, pero quizás eso es inevitable en este cargo. Un ministro de Hacienda tiene que aceptar no ser popular. Si trata de serlo, deja de ser buen ministro. Afortunadamente en Colombia hay una tradición que enseña y va marcando un estilo del cual se aprende. Pero a mí me gusta también salir y tener contacto con la gente, ir a los proyectos. Lo trato de hacer por lo menos una vez a la semana.
¿Eso le sirve para moldear ciertas decisiones?
Sí. A veces uno se queda en las estadísticas, que son muy buenas y muestran que el país va avanzando. Pero uno sale y ve tanta pobreza y concluye que todavía nos falta mucho para acercarnos a ser un país desarrollado. Hemos mejorado enormemente en los niveles de vida, la desigualdad ha caído y la pobreza también, pero es bueno tener ese polo a tierra para entender que nos queda un largo camino.
¿Cómo lo trata la gente cuando sale?
En Colombia a todo el mundo le gusta criticar a los funcionarios y eso es parte de nuestra idiosincrasia. Pero al mismo tiempo la gente aprecia el trabajo que uno hace y lo reconoce. Siempre recibo energía positiva, muy rara vez aparece una persona en un aeropuerto o un restaurante a decir una cosa desagradable.
Y cuando eso pasa, ¿cómo lo toma?
Lo tomo bien, tranquilo, no tengo problema con eso. No hace mucho tiempo, en un restaurante, un señor bastante agresivo me increpó con el tema de Isagen. Yo estaba con mis hijas que son pequeñas, la menor tiene once años, y quedaron sorprendidas por el tono del personaje. Pero también eso es aleccionador para la familia porque se ven los retos y desafíos que uno tiene.
¿Cómo ha tomado el hecho de que su hermano Jorge Hernán haya sido mencionado en el debate reciente que enfrentó en el Congreso?
Él ha hecho su carrera y su vida de manera independiente. Lo que ha conseguido es a punta de trabajo. Es una persona muy dedicada, que enfoca su carrera no en función del lucro, sino de mejorar la administración pública. Entonces sí es complejo ver que lo ataquen por el hecho de yo ser ministro y especulen y desinformen sobre lo que hace, que, además de serio, es completamente transparente.
Cuando mira a Colombia, ¿qué ve?
Veo un país que está avanzando mucho, que de unos años para acá se encontró a sí mismo, que ha logrado aprovechar mejor todos sus potenciales, que ha logrado proyectarse mejor hacia el exterior. Me siento muy optimista sobre lo que está pasando en Colombia. Cuando tengo la oportunidad de ir a las reuniones con colegas en el exterior, regreso con más energía porque me doy cuenta de que servimos de modelo para muchas naciones. Y eso es altamente gratificante.
A veces el vaso se ve medio vacío…
Yo registro y recibo permanentemente los problemas, las dificultades, que los resultados no son los esperados, que los recursos no son suficientes, que los proyectos tienen sobrecostos. Eso es parte de mi trabajo. Entonces no tengo que hacer mucho esfuerzo para ver el vaso medio vacío.
¿Cómo explica el pesimismo generalizado?
Los colombianos hemos sido críticos y eso está bien, porque ese espíritu crítico nos ha permitido no ser complacientes, estar siempre cuestionando. A mí me tonifica la crítica, me pone a pensar. Me gusta la argumentación, me gusta la controversia, y trato, en aquello que se pueda mejorar, mejorar.
La percepción de corrupción va en aumento y con ella el tema de la mermelada que usted supuestamente distribuye…
Considero que el desarrollo no son solo megaobras. Es igualmente importante que una comunidad pueda ver mejorada la calidad de vida con una cancha deportiva, la pavimentación de vías, un acueducto, un centro de salud; en fin, tantas inversiones que son necesarias. En cualquier democracia la función de los congresistas es tratar de llevar hacia sus regiones la mayor cantidad posible de proyectos. Entonces no podemos entrar a satanizar la idea de que los parlamentarios traten de orientar la inversión pública hacia sus regiones.
Hay abusos, sin embargo…
Eso es otra cosa. Una cosa es llevar un proyecto a una región y otra muy diferente es robarse la plata. La ejecución de esos recursos debe ser absolutamente transparente. Muchos de estos recursos se ejecutan directamente por el nivel local. La pregunta es qué podemos hacer para mejorar la contratación pública. Lo primero es que sea visible, que la comunidad pueda tener acceso a las partidas y a los contratos. Lo segundo es que haya una buena interventoría desde lo nacional, algo que ayuda también es que los proyectos estén estandarizados para bajar costos. En fin, hay que hacerles la vida imposible a los corruptos.
¿Qué le desilusionó cuando comenzó la vida pública?
Uno tiene que aceptar los ataques, la confrontación, uno no puede ser funcionario y esperar que eso no va a pasar. En este mundo hay que tener la piel gruesa, no personalizar. La gente se sorprende de verlo a uno conversando tranquilamente con sus detractores, pero esas son las reglas de juego. Muchas veces mis colegas me preguntan: “Oiga, vemos que a usted lo atacan y le hacen debates, lo critican, y usted se mantiene tranquilo, sereno, ¿cómo hace?”. Yo digo que lo más importante es dormir bien. Al otro día vendrán otros problemas y otras crisis que administrar.
¿Cuál fue la última vez que no pudo dormir?
Pasar en vela y no dormir… Hace mucho tiempo, la verdad sea dicha.
¿Ni por el debate reciente sobre la moción de censura?
No. Eso fue un lunes y el domingo me estuve preparando, revisé papeles, tomé notas, escogí los documentos que consideré más importantes para explicar mi punto de vista y a las diez de la noche me puse a ver un episodio de House of Cards. Mi señora me dijo que estaba loco, poniéndome a ver un programa que saca a flote lo peor de la política. Vi el episodio y me dormí. El debate tuvo su nivel de tensión, pero también la serenidad ayuda porque si uno la pierde, se desconcentra, no oye y entonces no puede defenderse con contundencia.
¿Cómo hace?
No soy de meditación, ni de goticas, ni de esas cosas, pero sí le paro muchas bolas al autocontrol. Y las veces en que pierdo la serenidad entonces me pregunto mucho qué pasó y por qué. De vez en cuando le sacan a uno la piedra, hay personas a las que les gusta ver cómo lo provocan a uno. Ahí la clave es no caer y no dejarse enganchar, pisar la cascarita es lo más fácil que hay.
¿Por qué cree que siguen sacándole el tema de Dragacol?
Es un tema que en su momento generó mucho malestar. Afortunadamente, después fue la propia justicia la que tomó las decisiones en esa materia y estableció que el dueño de esa empresa engañó a varias instancias del Estado, actuó de mala fe y cometió delitos que fueron juzgados y condenados.
¿En ese momento se sintió desilusionado de la política?
No, preocupado mientras se aclararon las cosas. Me sentí con un reto enorme. Si hubiera sido desilusión y frustración, nunca habría vuelto a la política.
¿Cómo fue eso del regreso?
La vida tiene sus caminos misteriosos. Un buen día, sin esperarlo, recibí una llamada del presidente Santos para ingresar a su gabinete. Es verdad que ingresé a la política de la mano del expresidente Gaviria, trabajé muy de cerca con el expresidente Pastrana, pero quien realmente me dio la oportunidad de vincularme a la política de una manera más definitiva fue el presidente Santos. Hemos tenido una relación muy cercana y gratificante para mí, aprendo mucho de él como líder y como persona.
Es una relación muy vieja...
Lo conocí desde muy joven, cuando él trabajaba en la Federación de Cafeteros, al igual que mi padre. Él vivía en Londres y era muy interesante oírlo sobre lo que pasaba allá, en cuanto a lo que tenía que ver con lo del café y todo tipo de temas.
¿Dudó cuando le ofreció el ministerio de Minas?
No lo dudé un segundo, ahí mismo le dije que sí. Estaba viviendo en Washington, trabajando en Brookings Institution. Me agarró totalmente por sorpresa, no esperaba la llamada, no estaba en mi radar; tenía mi vida armada allá, pero me llamó y empaqué maletas.
De los ministerios a su cargo, ¿cuál ha sido el que menos ha disfrutado?
Todos los he disfrutado mucho. Hay que incluir en la lista el Departamento Nacional de Planeación, que es una entidad única en el Estado colombiano. Tal vez el más difícil fue el Ministerio de Transporte, porque no había los recursos que ha habido en los últimos años, las concesiones estaban medio quebradas por falta de tráfico y además apareció el lío de Dragacol, asociado a unos contratos que ya habían terminado cuando yo llegué. Pero le tengo un gran afecto al sector. Gracias a ese cargo conocí Colombia de la A a la Z. No teníamos todavía nuestras hijas, entonces no paraba. No había plata, pero por lo menos escuchaba y buscaba sacarles el máximo provecho a los escasos recursos que había. Buena parte de mi conocimiento de Colombia, de sus regiones, de sus municipios y de sus problemas vienen de la época del Ministerio de Transporte.
¿Y el que más le ha gustado?
Todos me han gustado. En todos me he sentido plenamente realizado y comprometido. Pero naturalmente a un economista hablarle del Ministerio de Hacienda es como a un abogado hablarle de las altas cortes. Esta es mi profesión, y la economía ha sido mi trabajo de años en entidades como Fedesarrollo. Aquí no tuve que hacer curso de inducción.
¿Tenía planeado llegar a esa cartera?
Nunca he sido el tipo de persona que dice “yo en diez años me veo en tal cosa”. Dejo que la vida me vaya llevando paso a paso. Cada trabajo que he tenido, para mí es un fin en sí mismo. Me consagro y me dedico y dejo que la vida me vaya poniendo la siguiente escala. Esa es la característica general de mi vida, no planeo tanto.
¿Si hubiera calculado no se habría expuesto al desgaste de la venta de Isagen?
Lo de Isagen había que hacerlo, siempre he tenido esa convicción. De lo contrario no hay cómo financiar la infraestructura. Pienso que el país no solo premia, sino que les exige a los gobiernos tomar las decisiones necesarias, así sean impopulares. En Colombia no se construye capital político a punta de populismo. Más bien lo contrario.
¿Se ve como candidato presidencial en el 2018?
Prefiero no ponerme en ese plan porque si me pongo a pensar en eso creo que puedo dejar de ser buen ministro de Hacienda.
Mauricio Cárdenas, ministro de Hacienda. Fotografía: Pablo Salgado.
Usted ha dicho que le gusta el poder. ¿El poder para qué?, parafraseando a Darío Echandía…
El poder para que Colombia deje atrás sus problemas legendarios: conflicto, narcotráfico, desigualdad. Me gustó algo que dijo Íngrid Betancourt en estos días. Colombia está saliendo de la adolescencia. Nos estamos encontrando a nosotros mismos y el mundo nos está descubriendo como una nación grande y llena de vida. Entonces el poder sirve para capitalizar este momento y acelerar la transformación de Colombia. Podemos tener un nivel de ingreso mucho más alto, menos pobreza, más calidad de vida. Y el poder hay que utilizarlo para derrotar el centralismo y el elitismo, que van muy de la mano.
¿Se ha vuelto más difícil gobernar en este mundo de reacciones inmediatas y redes sociales?
Siempre se ha dicho que un gobierno no debe guiarse por las encuestas, sino por hacer su trabajo y cumplir con sus objetivos. A mí las encuestas que me interesan son las que hace el Dane, ver cómo van las cifras, si los indicadores van en la dirección correcta. Extrapolando un poco eso, uno debe decir “no me debo guiar por lo que dicen las redes sociales”… Porque son muy volátiles y generalmente son negativas, se concentran en el tema de hoy, el problema de hoy, y no en el análisis a cinco o diez años. Todo esto para decir que hay que poner cierta distancia con esas reacciones, aceptando que las redes también movilizan y pueden despertar reacciones muy fuertes que son parte de la nueva realidad. Muchas veces el arte de gobernar es poder persuadir a la ciudadanía de que aunque las decisiones de hoy no pueden ser las más atractivas, el beneficio llegará en el mediano y largo plazo. La paz es un buen ejemplo de eso.
Es decir…
No creo que aquí vaya a haber un día un punto de quiebre asociado a una firma, a un momento o a una foto, esto es más bien una evolución. Si nos metemos en la dinámica correcta, que es la del desarme, de la atención a las víctimas y del cumplimiento de los acuerdos, paso a paso vamos a ir mejorando en muchos frentes. Pero básicamente va a ser un proceso, y gracias a él Colombia puede acercarse más rápidamente a ser un país desarrollado.
¿Eso lo dice el corazón de funcionario o la cabeza de economista?
La cabeza de economista, porque creo que por el camino del conflicto vamos por una ruta con más curvas y más lenta. Llegó la hora de pasarnos a la autopista.
¿Cómo convencer a los colombianos de que se traguen la píldora amarga de la reforma tributaria?
Vamos a tener que utilizar un argumento simplista, pero contundente: Que ya no vivimos en el país de la renta petrolera que llegó a representar el 20 % de los ingresos del Gobierno. Y ahora no tenemos los ingresos petroleros, pero seguimos necesitando al Estado para superar nuestros problemas sociales. Además, debemos lograr una tributación más simple, más equitativa y que les permita a las empresas ser más competitivas.
¿Cuál es su polo a tierra?
La familia, en términos generales. En primera instancia mi señora, Cristina. También mis hermanos y mis padres.
¿Hace mercado?
Sí. No todos los meses, pero disfruto mucho el plan de ir de compras.
¿Siente la inflación?
Sí, pero estoy tranquilo en ese sentido. La inflación se va a corregir y se va a corregir pronto.
¿Viaja en clase ejecutiva?
No, sigo viajando en turismo. Es un compromiso que adquirí, es un símbolo de la austeridad. Yo sé que eso no hace gran diferencia ni se van a arreglar las cuentas del Estado ni mucho menos, pero sí creo que es un símbolo de hacer lo mismo con menos plata.
¿Extraña la tranquilidad de cuando vivía en Washington?
Extraño la parte familiar, el tiempo que tenía para mis hijas, las conversaciones a la hora de la comida en familia. Ahora básicamente como tarde y solo. Mi señora me dice que la conversación con las hijas no es una entrevista y cuando uno está en estos cargos con poco tiempo, cae en ese error.
¿Tiene claro que el envase de funcionario hay que devolverlo?
Sí, estos cargos son temporales. He vivido muchas crisis de gabinete.
¿Ha sentido nostalgia del poder?
Me preguntan mucho los colegas cómo manejar las cosas después de uno salir, porque estos cargos son de mucha adrenalina, tienen un ritmo intenso y entonces uno después cae en el mundo real. Digo que lo mejor que uno puede hacer es no quedarse patinando en lo que ya pasó. Hay que asumir nuevos retos y seguir pedaleando. Siempre he pensado que lo importante no son los cargos, sino las personas; la persona hace el cargo, no al revés.
¿Le gustaría ser presidente?
Lo que pasa es que si digo que sí, entonces todo el mundo empieza a decir: “Este lo que quiere es ser esto y ve el Ministerio de Hacienda como un medio”, cosa que no es cierta. Y si digo que no, entonces cierro una posibilidad. Prefiero no abrir ni cerrar puertas.
¿Qué no volvería a ser?
La vida ya me ha llevado por otros mundos y sobre todo, en estos últimos años, me ha metido más en el mundo de la política. Pero no descarto nada. Todo lo que he hecho me gusta.
¿Y la política importa?
Mucho. Así como la economía también. Hay que moverse en estos dos mundos. Haga de cuenta que la economía es mi lengua materna, no tengo que pensar mucho para hablarla, me sale espontáneamente. Pero si uno aprende el idioma de la política, así sea con acento, puede hacer más.
Eso lleva a pensar que habrá Cárdenas para rato…
La vida dirá, ojalá sea así. Por ahora hay muchos retos en el futuro inmediato y, especialmente, una reforma tributaria que va a requerir mucho esfuerzo. Hay que explicarle al país por qué en un momento de menor crecimiento, y en una situación menos boyante, es necesario tomar unas medidas que van a ser exigentes.
RICARDO ÁVILA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 52 - MAYO 2016
RICARDO ÁVILA
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