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Néstor Humberto Martínez: el nuevo fiscal general de Colombia

En 2015 Martínez habló con BOCAS sobre su vida y su carrera.

Esta entrevista fue publicada originalmente en marzo de 2015 bajo el título de "El superministro". 
Todavía hoy son muchos los que se asombran al enterarse de que Néstor Humberto Martínez es hijo del maestro Salustiano Tapias, uno de los personajes –quizás el más recordado– del cáustico y certero humorista Humberto Martínez Salcedo, todo un referente en Colombia en el oficio de hacer reír pensando.
Y es que ahí donde lo ven, con su empaque cachaco, su elaborada invisibilidad, su hablar pausado y cordial que por momentos recuerda al ecuánime y entrañable maestro “Taverita” –que interpretara su padre en Don Chinche–, así como su aquilatada hoja de vida, el recientemente nombrado ministro de la Presidencia es un rebelde.
Se rebeló siendo muy joven, cuando era un aplicado estudiante de derecho y economía de la Javeriana, luego de haber sido uno de los alumnos más pilos del Colegio Mayor de San Bartolomé. Entonces decidió, pese a tener las puertas abiertas de par en par en los medios –y pese a poseer el talento de su padre para seguirle los pasos–, desviarse de ese camino y optar por uno, en dirección contraria, que lo iba a llevar al corazón del poder, justo donde apun- taban los dardos del maestro Salustiano quien, por cierto, también fue el mejor alumno de su promo- ción de derecho en la Universidad Nacional, pero que, en algún punto, vio que era más factible incomodar al poder riendo que litigando.
No niega la paradoja. Pero aclara que, así como su padre escogió el camino de la sátira para servir al pueblo desde el humor, él optó por el sector público siempre con la idea de servirle a la comunidad, no de servirse.
Hoy, después de varios años al frente de su firma de abogados, regresó al sector público entusiasmado con la perspectiva de “poner un grano de arena” a la causa de la paz y la reconciliación. Añade que si esta meta se alcanza, entonces no habrá duda de que se trata de una paradoja virtuosa.
El caso es que cuarenta años después, su nombre rara vez falta cuando desde cualquier orilla se hace un top 5, incluso un top 3 de los hombres más pode- rosos del país. Las razones sobran. En parte, por su trayectoria: apenas salió de la universidad, con sus dos diplomas bajo el brazo, ingresó como abogado a la Superintendencia de Sociedades, de ahí pasó a la Cámara de Comercio de Bogotá donde fue vice- presidente jurídico. Fue superintendente bancario, cargo que tenía cuando, con apenas 35 años, el pre- sidente Gaviria le permitió integrar la primera junta directiva del Banco de la República.
Después de eso fue dos veces ministro, y embajador en Francia. Fundó una firma de abogados que ha sido artífice de los más sonados negocios de los últimos veinte años en el país. Tiempo en el que ha pulido una habilidad que él no niega: la del paciente cultivo de fuentes que le permiten hoy ser fuerte contendor en la puja por serconvertirse en el hom- bre mejor dateado de Colombia. Y en parte de eso se trata su trabajo ahora como ministro de la Presidencia o “Superministro”: decantar los chismes que llegan a Palacio en cantidades industriales. Otra ta- rea es elevar el diálogo político, justo cuando este se ha hundido en la bilis de los tuiteros. Aun así, no cree, como muchos opinan, que el país esté en el mismo umbral pugnaz de la violencia del siglo pa- sado. La razón –afirma y evita nombres propios– es que entonces la disputa era el poder, mientras que ahora es una disputa mezquina motivada por el vacío de poder.
La entrevista tiene lugar en el estudio de su apartamento. En su escritorio brillan las fotos de los actos de posesión de sus cargos públicos. Hay también cuadros de Grau y Jacanamijoy, entre otros, pero solo pide que miremos al retrato de su padre, disfrazado del Quijote, uno de los personajes que tenía en Sábados Felices. Y así, quijotesco, es el recuerdo más entrañable que guarda de él.
Las grabadoras que tiene sobre su despacho le activan el recuerdo de cuando, muy joven, entrevistó al presidente Alfonso López para hablar de vallenato. Recuerda que al terminar, le pidió que lo dejara escuchar lo que había dicho. Entonces, descubrió que no había grabado. Furioso, le pidió a su hijo Fe- lipe, que era su secretario privado, que lo sacara. Y lo echó.
Eso quiere decir que en algún momento incursionó en los medios, ¿cómo fue?
En las noches mi papá trabajaba en la HJCK. Me contaba que era el alumno más aventajado por- que, mientras sus amigos estaban en fiestas consiguiendo amores, él estaba dedicado a la lectura con las sonatas y las sinfonías de la emisora. Yo le dije a Álvaro Castaño que a mí me gustaría entrar a trabajar a las siete de la noche y salir a las doce. Así, hice toda mi carrera estudiando de día y trabajaba en la HJCK de noche; cerraba emisión a las doce, entonces todo el tiempo escuchaba conciertos, fes- tivales internacionales, y no me quedaba más alternativa que ponerme a estudiar. Mis compañeros nunca se enteraron.
¿Es verdad que le hacía la segunda a su padre?
Mi padre era bohemio y tenía un grupo de amigos excéntricos, el loco Iáder Giraldo, el loco Arbeláez Posada. Cuando arrancaban su vida bohemia desaparecían en temporadas largas y los libretos tenían que seguirse escribiendo, así como las publicaciones de los periódicos. Por esa época mi papá escribía una columna en El Espacio: Juan Sin Miedo, nadie sabía quién era, pues era mi papá. Se trataba de una columna donde empezaban los chismes, como la sección de chismes de hoy de los noticieros: un poco de política, de arte, de chismes de la farándu- la. Cuando él no estaba, yo escribía el libreto y las colaboraciones e igual las colaboraciones llegaban y las publicaban y nadie sabía que era un muchacho de 19 o 20 años el autor. Nunca nadie se dio cuenta.
¿Cómo la vez que arregló un problema con un discurso de Lleras?
Las alocuciones por aquella época se grababan en los estudios de la Radio Nacional y había un operador de radio que era el maestro Niño. Maestro porque era genuinamente un maestro de obra, había llegado a la Radio Nacional a pintar paredes y había terminado de controlador de audio. Grabando una alocución del presidente Alberto Lleras se le acabó la cinta, dejó de grabar un pedazo y fue incapaz de decirle al presidente que volviera a leer el discurso. Entonces todo el mundo decía que lo iban a botar. Mi papá dijo: “No, no, ¿ustedes tienen el discurso? Yo lo termino”, hicieron una labor de edición y el último minuto terminó grabándolo mi papá en la voz de Alberto Lleras y, contaba Lleras, que supo de esto, que ni siquiera él se había dado cuenta de que era la voz de Humberto Martínez Salcedo.
¿Y cuando llamaba a los presidentes?
Él le mamaba gallo a la vida y los días de inocentes hacía unas inocentadas terribles, igual que los 31 de diciembre y los 1º de enero que hacía llamadas con las voces de los expresidentes a otros expresidentes y los ponía a pelear. Llamaba con la voz de Laureano a Carlos Lleras y lo comprometía en un conflicto político y luego colgaba y nos reíamos todos y ellos nunca sabían que era mi padre. Llamaba a Palacio en nombre de otro expresidente los 1º de enero, le contestaba el presidente y le formulaba críticas, eso era muy simpático y formaba parte de la tradición de los 1º de enero de la familia.
¿Es válida la comparación con Jaime Garzón?
Uno de mis mayores orgullos es que Jaime, que fue amigo mío, decía que el maestro de la caricatura política en Colombia había sido Humberto Martínez Salcedo. Y eso me llenaba de orgullo, dicho por él y que él le había aprendido bastante. Sí, Jaime hizo caricatura política también. Dos personajes que te- nían en común, primero un gran talento y que eran contestatarios. Utilizaban el humor político para transmitir profundos mensajes. Tenían un poder de comunicación monstruoso a través del humor. Mi padre, obviamente, controvirtiendo todo el sistema político y Garzón sirviendo de contestatario del establecimiento, de la corrupción, de todos estos temas que tanto interesan a la ciudadanía y sobre los que a veces los editorialistas no se saben expresar y el humor político, en ese sentido, tiene una capacidad de confrontar, de decir las verdades.
A su papá lo censuraron varias veces, ¿cuál recuerda? ¿Cuál fue la que más lo afectó?
A mi padre le suspendían los programas de radio y lo censuraron todos los presidentes del Gobierno nacional: Guillermo León Valencia, Carlos Lleras, Misael Pastrana… Tuvo cinco suspensiones. Y las multas que eran 5.000, 20.000 pesos de la época, las pagaba con monedas de centavo que llevaba en costales al Ministerio de Comunicaciones. Era una manera de controvertir decisiones y de confrontar a quienes imponían la censura y es que cada centavo era llevado por un oyente a las cadenas de radio donde mi papá trabajaba. Eran colas de oyentes llevando de a un centavito, era la manera como la gente se rebelaba frente a la censura.
¿Y usted tuvo algún desliz? ¿Alguna vez hizo humor?
Yo tenía ocho años, en cine antes había cortometrajes, entre ellos unos noticieros de humor. Papá hacía parte de esos cortometrajes y me ponía a mí a imitar a Carlos Lleras durante su gobierno. Enton- ces yo salía de niño, de 9 o 10 años, con las gafas, imitaba la voz de Carlos Lleras y eso causaba mucha risa.
Usted bien hubiese podido seguir los pasos de su padre, ¿en qué momento tomó distancia?
Papá quería que yo estuviera en los medios, pero él me recomendó que siguiera por la profesión. Cuando estaba en quinto de derecho y estaba teniendo mucho éxito: hacía libretos, hacía locución, dirigía programas, dirigía Carta de Colombia radio, vi que el ambiente era muy pesado, demasiado competi- tivo y me parecía que yo tenía como otro destino y el derecho me fascinaba.
En el año 77 yo ganaba 45.000 pesos, eso era un salario muy grande y el profesor José Ignacio Narváez, que era superintendente de Sociedades, me ofreció la primera posició que tuve en mi vida. Me fui de abogado de la Super- intendencia a ganarme 7.000 pesos. Eso muestra el calado de la decisión: yo sabía qué era lo que quería.
¿Cómo fueron los primeros pasos en el sector público?
Terminé de superintendente delegado en el año 80 y el 81, en este último 81 acepté la Vicepresidencia de la Cámara de Comercio y fui casi un año comple- to presidente de la Cámara de Comercio de Bogotá. Luego paso a la Superintendencia Bancaria y de ahí pasé, por invitación del presidente Gaviria, a la pri- mera junta directiva del Banco de la República.
Era muy joven…
Era el niño de la junta, tenía 35 años.
¿Había matoneo o aprendizaje?
Los demás miembros eran ilustres economistas, todos exministros de Estado, yo no lo había sido: Roberto Junguito, Miguel Urrutia, Carlos Ossa, María Mercedes Cuéllar y un pelado abogado, el único abogado que ha sido miembro de la junta ha sido yo. Y había matoneo justamente porque yo era abogado. Y aunque yo estudié ciencias económicas he sido fundamentalmente abogado, entonces los economistas me veían por encima del hombro hasta que entendieron que los abogados dábamos los instrumentos para tomar las medidas regulatorias y luego trabajamos armónicamente. Me nombraron vocero de la Junta ante el Congreso y ese fue mi primer contacto real con la política para tramitar las leyes relacionadas con el banco.
¿Ahí es cuando se va a Washington, al BID?
Estando allí en el Banco, Ruddy Hommes me dijo: “A usted le conviene irse un tiempo al exterior”. Le acepté y me fui de gerente jurídico del BID en Was hington: desarrollé un programa que todavía tie- ne el BID de reforma del Estado en América Latina. Estaba en eso en el año 94 cuando el presidente Samper me llamó y me dijo: “Usted sabe mucho de reformas judiciales, por qué no viene a servirle al país como ministro de Justicia. Regreso a Colombia para hacer reformas y caí en medio del Proceso 8.000”.
En su momento usted dio a entender que ponía las manos en el fuego por Samper. ¿Veinte años después, todavía lo haría?
Yo estuve en un momento histórico que tengo escrito. Algún día voy a contar muchas cosas de este periplo en la vida pública y esta es una. Antes de la posesión de Samper hubo una reunión en la Embajada de Colombia ante la ONU en Nueva York donde el Departamento de Estado envió a un subsecretario para una reunión de alto nivel con el presidente electo de Colombia y ya el tema de los narcocasetes se conocía. Este funcionario le refiere que había evidencias de que había habido dineros ilícitos en la campaña y Samper, y esa es tal vez una de las ma- nifestaciones más categóricas de su conducta, de- safiando al imperio, le dijo al subsecretario de Estado para América Latina: “Si ustedes tienen alguna evidencia de que eso es cierto y que me comprometa están en el deber con la democracia de Colombia de hacerla pública y de esa manera se impediría mi posesión como presidente de los colombianos”. Esa frase la dijo delante de Luis Fernando Jaramillo, que era el embajador ante la ONU; de Noemí Sanín, la canciller del presidente Gaviria; de Gabriel Silva, embajador en Washington; de Rodrigo Pardo, que era el canciller nombrado. Eso era un testimonio de las convicciones que él tenía al respecto.
¿Qué pasó con el famoso narcomico? Se dijo que fue una labor solitaria suya, que el Gobierno lo dejó solo. ¿Fue así?
Esa fue una de las épocas más lindas de mi vida pública y es la defensa de la sociedad colombiana ante los intereses mezquinos de la política y del narcotráfico. Alguien se inventó un artículo en medio de un proyecto de ley que tenía por objeto acabar con el enriquecimiento ilícito en la práctica, y eso favorecía a los capos de los carteles y también al exministro Botero que estaba en ese momento en la escuela de caballería. Yo fui a defender el archivo y expresaba que eso tenía que hundirse y asumí la vocería del Gobierno. Y sí, decían que estaba un poco solo, pero no era tal, mis mayores aliados en esa lucha quijotesca eran: Julio Sánchez, Enrique Santos Calderón y María Isabel Rueda, los periodistas más talentosos que había en ese momento. Me derrotaron, perdí la batalla. Fui a hablar con el presidente Samper, faltaba un debate, le dije que si pasaban ese artículo le harían un grave daño a la institucionalidad colombiana y que él iba a ser la principal víctima de esa decisión. Le dije que si yo no lograba una solidaridad clara, pues tenía que renunciar. Él me dijo: “No vaya a hacer eso que se genera una crisis política”. Y hablamos cuatro, cinco horas hasta las tres de la madrugada. Al final de esa conversación me respaldó y me dijo: “¿Sabe qué? Vaya y haga lo que su conciencia le indica: no deje que ese narcomico pase, y le voy a decir a Horacio Serpa que lo acompañe”. Y así fue, y logramos hudirlo y obviamente después de esa gesta renuncie inmediatamente.
Se fue de embajador a Paris, pero duró poco...
La razón verdadera por la que me vine fue porque el presidente me llamó a ofrecerme el Ministerio de Defensa. Yo le recordé entonces, que yo tuve que salir del país por motivos de seguridad y en su momento tuvimos dificultades en el interior del gobierno y creí que no estaban dadas las condiciones…
Entonces se lanzó de precandidato a la Alcaldía de Bogotá...
Hice un esfuerzo, interesantísimo porque ahí estaban polarizadas las fuerzas entre Enrique Pe- ñalosa y Moreno de Caro y lo de siempre: el establecimiento con cinco candidatos que se abren y Moreno de Caro habría sido el alcalde, eso no podía ocurrir.
Entonces yo dije que era una posición francamente repudiable mantener todas esas candidaturas y renuncié a la mía. Cuando renuncié, yo era el tercero en las encuestas. Invité al Club del Co- mercio a todos los demás candidatos y me dijeron: “Tome la iniciativa, arranque a ver cómo le va”. Yo renuncié y adherí a Peñalosa. Él, en ese momento, con ese 8 % empezó a liderar las encuestas y detrás de mí siguieron Ossa, Juan Gabriel Uribe y ahí hicimos una coalición y con eso ganó Peñalosa que hizo una gran Alcaldía.
Reapareció al año siguiente en la campaña pre- sidencial de Alfonso Valdivieso, el fiscal que acusó a Samper… ¿Hubo ruptura con él?
No. Había dos posiciones en ese gobierno. Yo lideraba una y otra era la de Serpa. Samper terminó apoyándome y por eso nunca hubo una ruptura con él. Cuando vino el proceso electoral yo ha- bía construido una gran amistad con Valdivieso, creía que era un hombre que frente a las circunstancias políticas del momento le podía prestar un gran servicio a la sociedad, era un hombre muy transparente. Decidí acompañarlo en su campaña presidencial, pero al final las encuestas no lo favo- recieron. Y puedo contar algo que es histórico: en mi casa los candidatos, las campañas de Valdivieso y de Pastrana llegamos a un acuerdo del cual fue compromisario por la campaña de Pastrana Guillermo Fernández de Soto y por la de Valdivieso, Rafael Pardo. Convinimos en que hacia marzo del 98 quien estuviera por debajo en las encuestas adheriría al otro y así fue como le ganó en las en- cuestas Pastrana a Valdivieso, honramos nuestro compromiso, adherimos a Pastrana y ahí nació la adhesión de este sector liberal y fue el origen de Cambio Radical, del cual yo soy su decano, el más antiguo de sus miembros. Germán Vargas en esa época era miembro del Partido Liberal y él llega en la campaña del 2002.
Y de entrada Pastrana lo nombró Ministro del Interior… ¿Cómo llegó a ese cargo?
Llegué a ser ministro del Interior “por una esca- sez que hubimos”. Yo había tenido cargos políticos, pero no había ejercido la política partidista, yo no era un dirigente. Éramos cinco liberales que habíamos fundado Cambio Radical: Humberto de la Calle, que había sido vicepresidente, entonces no le quedaba bien ser ministro del Interior; Al- fonso Valdivieso, que había sido fiscal, entonces terminar de ministro no hacía sentido; Claudia Blum, que era senadora, y el otro era Rafael Pardo. No quedábamos sino Pardo y yo, y como co- menzaban los diálogos con las Farc y Pardo había sido ministro de Defensa y había participado en el episodio de Casa Verde, las Farc lo veían con muy malos ojos, no quedaba sino un liberal y ese era yo y por eso me tocó asumir la representación del liberalismo en el gobierno de Pastrana en el ministerio de la política.
Era una coyuntura difícil, la economía iba mal, las Farc azotaban, el Gobierno no tenía mayo- rías claras en el Congreso…
Había mayorías, ahí se cometió un grave error histórico con el cual yo no estuve de acuerdo en su momento. Y es que nosotros teníamos las mayorías, pero planteamos un referendo contra la corrupción, que de haberlo sacado hubiera sido fascinante en el proceso de profilaxis de la vida política del país.
¿Por qué no prosperó?
Ese referendo se produjo cuando hubo unos actos de corrupción en el Congreso, fue la época de Armando Pomárico. Dijimos “es el momento”; pero en el gobierno de Pastrana opinaban algunos de sus más cercanos amigos que como estábamos planteando unas reformas para el Congreso, esas no podían ser para el 2002, sino que había que hacerlas de inmediato y como había que hacerlas de inmediato tocaba revocar. Yo le dije al presidente Pastrana que me parecía que eso era un acto absolutamente delirante, una decisión inconveniente. En los sistemas parlamentarios a nadie se le ocurre disolver un Congreso cuando tiene las mayorías. Y nosotros las teníamos. Recuerdo que cuando se tomó esa decisión al secre- tario general de la Presidencia, Juan Hernández, le pareció tan absurda que se cayó de la silla y casi se desnuca ese hombre. Yo creo que esa es la representación gráfica del error político que es- tábamos cometiendo. Pero como era la decisión y yo era el ministro, tenía que enfrentarla. Eso generó una rebelión en el Congreso y propusieron mi moción de censura.
La iban a estrenar con usted, pero renunció esa mañana…
Yo quería que el Congreso me censurara porque, frente al desprestigio que había frente a los actos de corrupción de la época, que ocurriera eso me hubiera lanzado a mí al firmamento político. Yo ya estaba preparado para el debate, hubiera sido algo fascinante para demostrar que la política no estaba funcionando en Colombia y que la corrupción le estaba haciendo mucho daño al tejido político colombiano, pero se llegó a un grado de polarización tan extremo que empezó a hacerle un daño enorme a la economía; entonces concluimos con el presidente Pastrana que lo mejor era que yo me retirara sin hacer el debate. Contra mi voluntad, contra lo que yo hubiera querido.
¿Su pasado y su cercanía con Samper nunca le trajeron problemas por esos días?
Nunca. Inclusive Pastrana sabía que yo hablaba con el expresidente Samper. Una vez me entró una llamada cuando estaba en el despacho de Pastrana y yo contesté. Siempre he mantenido esa relación abierta y pública.
Con el confort del que gozaba en su firma de abogados, ¿por qué volvió a lo público?
La generosidad del presidente Santos y mi solidaridad fraterna con Germán Vargas. Y la oportunidad que yo he visibilizado de que le llegó la hora de la paz a Colombia y poder poner un grano de arena y participar en este momento histórico me sedujo, me pareció fascinante, un gran reto y por eso acepté la invitación tan grata y generosa del presidente. Y por cierto que cuando acepté esto se generó un de- bate que para mí es increíble.
Le habrán hablado de conflicto de intereses…
El debate es insólito. Y es que cómo puede llegar un hombre que está arraigado en el sector privado a lo público. Esto me hace acordar de un grafiti: “lo público es lo privado de los políticos”. Y yo me rebelo frente a ese grafiti, lo público es lo de todos, es de la sociedad. Qué más grato que vengan al sec- tor público personas de la academia, los mejores profesionales, los mejores ingenieros, arquitectos a prestarle ese concurso a la sociedad. Hasta qué punto se han distorsionado los valores en la socie- dad que les parece extraño que alguien venga del sector privado.
¿Qué hace un “Superministro”?
El ministro de la Presidencia es un hombre que está al lado del presidente ayudando a coordinar la política gubernamental, es un coadyuvante del gabinete junto con el equipo que integró el presidente y haciendo mucho trabajo político con los distintos sectores de la sociedad y tratando de afianzar las políticas públicas. Es que gobernar en Colombia se ha vuelto muy complejo. Por una debilidad insti- tucional que ha habido, porque hay que mantener unas relaciones con los partidos que tienen que ser muy importantes en una coalición, hay que mantener equilibrios y unos puentes con todos, eso hace que sea más dinámica la labor de la Presidencia. Lógicamente en medio de un proceso de paz ejercer un muy buen gobierno hace más complicada la labor del presidente.
También le pusieron de tarea elevar el diálogo político justo cuando este ha caído a niveles muy bajos, ¿Qué hacer para devolverle estatus?
Esa es una de las frustraciones que uno puede te- ner. Porque algo que sí tiene muy claro el presidente es que los asuntos del Estado necesitan consensos. Y estos no se hacen necesariamente con los amigos, sino con los contradictores en temas como la reforma del Estado, el manejo de las relaciones internacionales, y un tema tan importante como la paz. Por eso, uno lo que espera es que la mano extendida del presidente la tome el Centro Democrático.
¿Qué han hecho para lograrlo?
Hemos intentado construir muchos canales priva- dos para iniciar un proceso de entendimiento, hasta ahora no lo hemos logrado, pero tenemos que seguir perseverando y todos los día perseveramos. Esto es como cuando uno está seduciendo a una mujer que pretende, hay que perseverar hasta que se alcance el buen romance, ojalá eso se logre en Colombia.
FEDERICO ARANGO
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